Cualquier recorrido por el pensamiento de Yuk Hui tendrá como centro a la palabra “cosmotécnica”, una herramienta conceptual para pensar más allá de los límites de lo que Martin Heidegger analizó hacia mediados del siglo XX como la “estructura de emplazamiento”, la Gestell, el andamiaje técnico y existencial de la esencia de la técnica moderna. Pero para arribar con una mejor comprensión del asunto general al concepto de “cosmotécnica” habría que empezar por el primer eslabón de la actual “estructura de emplazamiento”. Ese eslabón es el objeto digital, sobre el cual se funda lo que Hui llama un modelo “monotecnológico” global (“mundializado”, diría Heidegger) que hoy orienta el régimen psicopolítico y económico de las relaciones digitales (y no de los contenidos, que son apenas su epifenómeno narcisista) trazadas alrededor de lo que, casi siempre para referirnos a las redes sociales, llamamos internet.
El objeto digital, al que Hui le dedica el primero de sus libros, Sobre la existencia de los objetos digitales, es lo que, en tanto que fundamento material de la tecnología contemporánea, da su materia al modelo subjetivo actual y lo que a priori nos reduce como usuarios de internet a lo que Heidegger comparaba con un stock de existencias o “entes” a disposición de lo que la esencia de la técnica moderna requiera. Si tal modelo “monotecnológico”, con su raíz filosófica occidental, hoy se sincroniza por igual en todo el mundo, incluidos los territorios del lejano oriente, se afianza entonces un único tiempo tecnológico y, en consecuencia, un único pensar técnico. Ingresamos así en las áreas de la recursividad y la contingencia.
Los detalles están en el tercero de los libros de Hui, Recursividad y contingencia, que en relación directa con su segundo libro, La pregunta por la técnica en China, ilumina las distintas etapas del ingreso forzado de China a la “sincronía tecnológica” del resto del mundo. Pero lo más importante de todos los vericuetos históricos e ideológicos de la compleja (y paradójica) reeducación tecnológica china es que determinados aspectos del pensamiento técnico son forzosamente “contingentes” (por ejemplo, nuestro concepto de lo humano) y otros son “recursivos” (por ejemplo, el devenir orgánico de las máquinas). Por una y otra vía, sin embargo, el desenlace metafísico es conocido: no es posible ninguna alternativa de pensamiento. Y en este punto, señala Hui, el “otro pensar” de Heidegger encontró su límite.
Es entonces cuando la “cosmotécnica” se presenta como el instrumento intelectual para resquebrajar el modelo “monotecnológico” y “fragmentar el futuro”, actualmente entrampado por la resistencia o la sumisión al proyecto cibernético. A esto volveremos en breve. Pero antes, si la “cosmotécnica” es un orden moral y técnico que surge de la cultura, como la define Hui, es importante recordar que su finalidad no es enfrentarse a la “estructura de emplazamiento”, sino reapropiarse de la dirección de su movimiento para, quizás, posibilitar un orden mundial nuevo, uno en el que lo particular (las culturas singulares y un largo etcétera que Hui explica en sus libros y en muchos reportajes, y que nada tiene que ver con posiciones románticas ni indigenistas) pueda reconciliarse, a partir de su propia idiosincrasia técnica, con el principio tecnológico universal. Esto, subraya Hui, implica politizar donde solo avanza la despolitización y revalorizar el trabajo donde solo avanza la proletarización tecnofeudal. En fin, se trata de replantear una geopolítica derivada del modo en que se desenvuelve la tecnología a través de la cual (hay que repetirlo) llevamos adelante nuestras vidas.
De esta apuesta geopolítica se deriva un enfrentamiento con los modelos geopolíticos actuales (un enfrentamiento filosófico, está claro), aunque con pliegues suficientes como para que, bajo ciertas circunstancias, el escenario nos resulte muy cotidiano. Sin ir más lejos, ante el proyecto cibernético posthumanista o transhumanista impulsado por Silicon Valley, proyecto que promueve la disolución del cuerpo en una única mente digitalizada en una nube de datos (a veces llamado Singularidad), lo que verdaderamente percibimos ahora mismo, por ejemplo, es la disolución del Estado, las comunidades nacionales y las identidades colectivas en beneficio de la uniformidad de la lógica del mercado. ¿Y qué elementos políticos quedan casi vaciados frente a este “aceleracionismo” de Silicon Valley? Uno es la democracia liberal, cuya función se desdibuja ya casi por completo si la consideramos como el derecho de las mayorías a disponer de su destino. Es interesante observar que, en este contexto, el pensamiento de Hui se proyecta sobre un escenario geopolítico cada vez más multipolar y, por lo tanto, abierto inevitablemente a una lucha de poder entre facciones distintas.
Me gustaría situar esta parte del pensamiento de Yuk Hui en el plano político e ideológico del escenario geopolítico. En especial porque Hui es uno de los pocos filósofos de la técnica que a través del concepto de “cosmotécnica” delinea un programa político concreto (no como práctica efectiva, desde ya, sino como herramienta conceptual, lo cual no es poco). Esto es lo que, en definitiva, marca una diferencia radical con otros filósofos de la técnica que, con mayor o menor rigor, se conforman con advertencias a veces pesimistas o melodramáticas a la vez que evitan cualquier pronunciamiento político real o, para decirlo en términos más acusatorios, cualquier posicionamiento. (Un paréntesis es inevitable: la decisión de Hui de posicionarse es otro de los rasgos intelectuales que lo acercan a Heidegger, para quien dicho posicionamiento político, en su época y de acuerdo a su propia concepción del rol de la técnica en el mundo y la pregunta por el Ser, lo llevaron a dar “el paso correcto hacia el lado equivocado”, como dice Slavoj Žižek sobre su apoyo al nacionalsocialismo).
El posicionamiento de Hui respecto a la “cosmotécnica” y su proyección geopolítica se acercan verdaderamente a Heidegger a partir de otro asunto: el agotamiento del discurso humanista. Es este el elemento central del recurrente conflicto con la técnica: la idea, ya casi inercial, de que lo humano y lo técnico, y por lo tanto lo natural y lo artificial, son fuerzas antagónicas en disputa y no en relación de complementariedad. Quien primero señaló que nuestras ideas del hombre y el humanismo eran, en sí mismas, productos de la lógica técnica fue Heidegger en su Carta sobre el humanismo. Y, por supuesto, eso provocó que se lo acusara de antihumanista y se reforzara su imagen de temible pensador nazi (aunque lo que Heidegger señalaba, como cualquiera capaz de leer y entender sabe, era otra cosa: que el hombre se piensa como “ente” y no como Ser, por lo que aun debe repensarse al hombre para otorgarle un estatuto superior). En Recursividad y contingencia, Hui retoma la crítica de Heidegger al humanismo e insiste en que si no se disputa el sentido de la idea todavía vigente de humanismo, este se extinguirá cada vez más rápido en una concepción muy simplificada de la historia universal, que sigue un progreso lineal de este tipo: premodernidad, modernidad, posmodernidad y apocalipsis.
Esta “escatología judeocristiana”, dice Hui, es un pensamiento dirigido a explicar una finalidad de la existencia hoy impuesta por una forma de entender la tecnología que solo nos ofrece la fantasía apocalíptica de la autodestrucción. Una voz en favor de esta “escatología” es la de Yuval Noah Harari, un exitoso publicista de la teoría de Silicon Valley según la cual la humanidad se salvará en cuanto se disuelva en bytes (bajo el dominio de Silicon Valley y otros agentes globales del tecnofeudalismo). Con un poco de sensatez, sin embargo, podríamos permitirnos aceptar que lo más posible no es que nos digitalicemos completamente y prescindamos de la existencia física, sino más bien que, en la medida en que nuestras condiciones materiales se degraden cada vez más y la desigualdad económica se profundice, en lugar de hurgar entre los restos de la vida que nos conceda esta tecnocracia global, estaremos más que dispuestos (mucho más que ahora, quiero decir) a hundir nuestras mentes entre pantallas. Si a esto se le añade algún plan de renta básica universal, nos encontraremos, de repente, con programas políticos con posibilidades reales de comenzar a sonar entre nosotros en cualquier momento.
El punto es que tampoco los filósofos de la técnica que se diferencian de los publicistas de Silicon Valley mediante el mecanismo de “atacar” a Silicon Valley hacen otra cosa que someterse a una idea común de apocalipsis. Se trate de miedo, indignación, alarma, moralismo o alguna contemplación concienzuda de la técnica, prácticamente ninguno deja de subordinarse al credo tecnológico oficial, según el cual el ocaso del mundo y de la humanidad, tal como lo plantea Silicon Valley, es inevitable, y la voluntad de la tecnocracia occidental que la dirige, por lo tanto, es inapelable. Ahora bien, si la tecnología se “autosistematiza” en todos los órdenes de magnitud, ¿entonces qué? Lo que sería necesario romper mediante la “cosmotécnica” es lo que Hui menciona como “anticipación”, es decir, el mecanismo de delegación de la toma de decisiones que conduce a una sociedad automatizada.
Tal como advertía Heidegger, en esta sociedad todo, incluso lo que se piensa, es el resultado de un cálculo, y toda forma de auténtica disidencia se acota al interior de un único sistema. Prueba inmediata de esto son las redes sociales, que al crear una atmósfera de confort vuelven adictos a quienes, en base a una ilusión de realización subjetiva en un entorno controlado, se debilitan hasta el punto en que les resulta imposible adoptar o adaptarse a otros medios (“generación de cristal” o “políticas de identidad”, el nombre que esta condición adquiera no resuelve el hecho de que todo se presenta siempre permutable, modificable y cambiable, excepto las condiciones materiales de existencia).
Esta paradoja entre el mercado y la libertad es sensible y no se limita a los vetustos discursos de las izquierdas. Nada menos que Peter Thiel, al que se le puede conceder la denominación de uno de los ideólogos del anarcocapitalismo, escribió ya en 2009 que la democracia es un obstáculo para la libertad, puesto que aquella solo le impone a esta restricciones estatales, regulaciones e impuestos. La libertad de la que habla Thiel, a quien Hui define como cabecilla intelectual del movimiento neorreaccionario, es la libertad del mercado, está claro. Pero ahí está la paradoja: por izquierdas o por derechas somos libres (en un sentido ampliamente metafísico) para condenar o celebrar nuestra vida como consumidores individualistas bajo el orden del poder “monotecnológico”, pero no para participar o elegir nada que trascienda esa individualidad.
Pues bien, si la “cosmotécnica” es un concepto político, lo es porque apuesta a romper este orden geopolítico. Para terminar: uno de los autores a los que Yuk Hui suele mencionar al desarrollar sus ideas sobre geopolítica es el ruso Aleksandr Dugin, un filósofo hoy cercano al Kremlin de Vladímir Putin a partir de una afinidad alrededor de ciertos proyectos soberanistas que se oponen al programa de occidentalización rusa promovido por la OTAN desde el derrumbe de la Unión Soviética. Parte de ese proyecto soberanista ruso es la planificación geopolítica de la expansión de la influencia rusa en el mundo, lo cual hoy significa la guerra contra la OTAN en Ucrania.
Dugin asume sin vueltas que pensar geopolíticamente implica pensar en la guerra. La batalla es existencial, es decir, separa la vida y la muerte, y quien no acepte esta realidad es el portador de las más nobles intenciones, pero desconoce el funcionamiento real de la existencia. Hui suele acusar a Dugin de convertir la reflexión en la identidad nacional y cultural (fundamentos de su “cosmotécnica”) en una “sustancialización de la tradición” que recae en “la guerra y el fascismo”. Es la perspectiva occidental habitual frente a las acciones geopolíticas concretamente rusas (entre paréntesis, “fascismo” es una palabra que no significa nada, y la guerra, lamentablemente, es siempre inevitable. De lo que realmente se trata es de las tensiones geopolíticas inminentes entre los Estados Unidos y China, atados a lo que la tecnología representa hoy como soberanía). En tal caso, Dugin es formalmente un reaccionario: su pensamiento es una reacción a la cultura política “globalista”, frente a la que presenta una Cuarta Teoría Política que intenta dejar atrás al fallido individuo liberal, al sujeto arraigado únicamente en una clase y a quien se define a partir de una determinada raza para concentrarse, en cambio, en un sujeto heideggeriano que resista el nihilismo de la sociedad posmoderna. Este es el gran juego de poder en el que las ideas de Yuk Hui también se insertan///////////PACO