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YouTube, un algoritmo de la incertidumbre

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A principios de 2021, un youtuber de divulgación científica de considerable exposición, el español Martí Montferrer, anunció que dejaría la producción de contenidos para su canal. Montferrer se justificaba en el cambio de comportamiento de la inteligencia artificial encargada de recomendar un video para que este fuera visto por quienes navegan la plataforma. El algoritmo, explicó, se ha modificado para introducir “un fuerte componente de aleatoriedad”. En consecuencia, las métricas que históricamente habían funcionado para que el productor de contenido predijera la llegada al público de un nuevo video (métricas que el propio YouTube recomendaba a sus productores tener en cuenta) de pronto ya no anticipaban lo que ocurriría. Se introducía así un factor de incertidumbre de tintes tecno-matemáticos a partir del cual la popularidad de cualquier youtuber quedaba tan en riesgo como su capacidad de capitalizarse, tanto simbólica como económicamente.

Como sabemos, cada red social tiene un indicador de popularidad. En YouTube la categoría de suscriptor es la vara con la que comúnmente se mide el éxito de un canal. Muchas veces, los youtubers exhiben las placas metálicas plateadas o doradas que Google -la empresa dueña de YouTube- les envía por correo a medida que van alcanzando hitos de cientos de miles o millones de suscriptores (como en el caso de la monetización directa, también allí hay un plus material que YouTube insiste en dar en ese mundo puramente virtual). Sin embargo, esa cucarda no parece ser más que eso, ya que estadísticamente apenas el diez por ciento del tráfico de un canal proviene de las notificaciones a sus suscriptores. El grueso de la audiencia, en realidad, está en las manos invisibles del algoritmo de recomendación de la plataforma.

Montferrer comparaba su experiencia de trabajar para producir contenido para YouTube con apostar en un casino: “Tu instinto se niega a aceptar que quizás sea algo completamente aleatorio sobre lo que no tienes control alguno porque eso implica aceptar que tu supervivencia está a manos de algo abstracto y desconocido, completamente imprevisible, con patrones que mutan a cada segundo que pasa”. Pero al escucharlo uno no puede más que preguntarse: ¿imprevisible para quién?

Los chinos tienen una maldición, un deseo de mal augurio: “que vivas en tiempos interesantes”. Y en el ideograma principal para interesante, hallamos que su radical se relaciona etimológicamente a lo desconocido. En esencia, esto se debe a que hay algo primario en la incertidumbre que produce aversión. Se trata de una fibra en el entramado de las memorias fisiológicas que se expone como una llaga colectiva, por lo que la incertidumbre como posibilidad suele volverse casi dolorosa. En la misma línea, “hambre” no es que las tripas hagan ruido, sino desconocer cuándo vas a volver a comer.

A tono con el discurso de moda del soltar, la experiencia de Montferrer sirve también para pensar qué significa la idea de que ciertas estabilidades son “lastres” para las sinergias potenciales que intentan liberarse de la previsibilidad en las relaciones de producción, que resultan demasiado rígidas o restrictivas para las necesidades de fluidez que requieren estos tiempos. Entonces, ¿qué idea de incomodidad tiene el discurso que insta a salir de la zona de confort? En otros formatos, esta inquietud se repite al preguntarnos cuánto se conmociona un cuerpo expuesto al ascetismo mensual de un ashram, en qué inevitablemente magras cenas habrá incurrido aquel que se adentra en el ayuno intermitente o cuál es el grado de estabilidad material o emocional a partir del cual nos empieza a tentar la idea romantizada del cambio.

En septiembre de 2016, el entonces Ministro de Educación Esteban Bullrich también exponía en un panel sobre “La construcción del capital humano para el futuro”, auspiciado por un foro de inversiones y negocios, que los objetivos estratégicos de su cartera eran “crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Y lo justificaba diciendo que “hay que entender que no saber lo que viene es un valor”. De nuevo, ¿un valor para quién?

Una de las confortables paradojas del sentido común es la que arbitrariamente clasifica las actividades socioeconómicas entre aquellas cuyo móvil primero debe ser la vocación ética, estética o de servicio y aquellas otras donde nadie cuestionaría como genuina, prístina y lógicamente fundamentadas en el mero interés económico. En tal caso, depende de cada uno descubrir si le cuesta mucho ubicarse de uno u otro lado de la vereda a los siguientes agentes sociales: docente, comerciante, diputado, banquero, periodista, actor, empresario, médico. También hay un juego de palabras en inglés: 

-Why do dogs lick their balls?

-Because they can.

El perro se lame las bolas porque puede, pero puede porque es un perro (un can). Así, los interesados en asociar las nociones de juego y azar al negocio de las apuestas serán siempre los dueños del casino que conocen bien los fundamentos estadísticos tras cada giro de ruleta: es el saber que les proporciona la total certeza del devenir.

En este sentido, también los promotores del riesgo arriesgan porque pueden y porque no arriesgan nada, y llaman “perder” simplemente a ganar menos. No importa tanto la diferencia, porque siempre sabrán a qué hora se sirve la cena. Por su lado, en los comentarios de su video de despedida, un colega saluda a Martí Montferrer con un “hasta pronto” y, de paso, matiza las responsabilidades: “No es culpa de nadie, el algoritmo está optimizado para ganar dinero”////PACO

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