Hola. Mi nombre es Werther, o Sigmund, o Bajtín, o Mao, o Juan Domingo. Soy un gato doméstico -felis silvestris catus-, también conocido como un gato común europeo. Vivo en un departamento de uno o de dos ambientes en Palermo, Almagro, Flores, Belgrano, Colegiales, también en Monserrat, Balvanera o Boedo. Estoy castrado lo cual, visto con ojos adultos, fue necesario y cómodo. Antes me ponía realmente nervioso cuando llegaba el verano. Mi dueña tiene alrededor de treinta años, unos más, unos menos. Nos amamos. Ella trabaja en una empresa de servicios, en el área de recursos humanos, o puede dar clases en la universidad y tener una beca del CONICET, o dirigir un grupo de eficientes y amables burócratas en un dependencia estatal, pero también trabajar en una editorial, en una redacción, en un consultorio, o en cualquier otro tipo de oficina. Durante las mañanas y las tardes que ella se va a cumplir con sus obligaciones, me aburro. La casa, por lo general, está limpia, y yo me dedico a dormir y a mirar por la ventana. Recorro los libros, los discos que ya no escucha, la computadora, las botellas de cerveza vacías en la cocina. Como la comida que obsesivamente me deja en mi platito, hago pis en la piedritas que están en el lavadero o el baño y espero. Jamás corrí una rata. (Me parece algo asqueroso aunque a veces mi instinto se despierta y rompo una media y, si la cosa va en serio, clavo las uñas en el sillón hasta convertir el tapizado en flecos.)
Mi dueña puede tener novios y parejas varias y también puede aparecer un viernes a las tres de la mañana con un hombre adulto desconocido e intercambiar fluidos de una forma incivilizada y bestial para luego no verlo nunca más. Una vez, mientras ella y su macho de ocasión dormían, me deslicé entre las sábanas que habían caído de la cama y lamí el preservativo que habían usado para proteger sus partes no castradas. Lo mastiqué un poco y lo tragué. Tenía un sabor amargo. ¿Por qué no hace el amor conmigo? Un domingo ella estaba algo triste y melancólica y lo pasamos muy bien mirando una película. Afuera hacía frío. Nos habíamos servido una copa de vino juntos y me acarició durante horas. ¿Quién puede querer esos gritos, esas fricciones entrecortadas y sudorosas, si puede acariciar mi panza, seca y limpia, y mi lomo tibio y disfrutar de esas cosquillas, de esa sedosa sensación de bienestar? A veces ella piensa un poco así. Lo sé. También sé que me ama profundamente, lo sé con la misma certeza con que presiento que me va a dejar apenas consiga un macho estable que pueda cortar definitivamente su abrasadora ansiedad. Un macho estable y protector que la llene de seguridad. Se van a mudar juntos para que él le haga un montón de gatitos y el ciclo de la vida continúe, imperturbable, como el pasaje del día activo a la noche opaca, que nos prepara a todos para el descanso. Cuando esto ocurra, yo estaré en otra parte, perdido, aislado de su vida, pero ella tendrá siempre para mí un pensamiento cálido, genuino y, hasta cierto punto, reconfortante.///PACO