Además de ser una señal inequívoca del nivel de pobreza con que se manejan hoy los posicionamientos y las gestualidades políticas en general, el video viral de Iñigo Errejón explicando en las Cortes que el iPhone no podría haber sido hecho sin el decisivo aporte estatal estadounidense (ni tampoco sin la mano de obra esclava oriental, agregaríamos) habla del estado del debate político en la España actual. A raíz de la larga decadencia del PSOE y el PP, o en respuesta a ella, aparecieron en la última década formaciones más ultras, con dirigentes jóvenes más adaptados a la constelación de pantallas en que se producen y reproducen los discursos, y con la voluntad, no siempre bien llevada a término, de sobrepasar el dique de contención de los partidos. Hasta ahora el avance de esos movimientos no ha sido arrollador ni mucho menos, pero sin duda consiguieron marcar la agenda, controlar algunos distritos del país y formar bloques parlamentarios para nada despreciables. Además, en cierta manera, son el vehículo de politización de una o dos generaciones de españoles educadas en la indiferencia al calor del euro, las crisis y la pérdida de la identidad nacional.

En el espectro de la izquierda, Podemos fue pionero en saltar el rancio cerco de la socialdemocracia haciéndose cargo de un programa radical en lo económico e igualitario en lo político. Como la mayoría de los movimientos izquierdistas postmodernos, Podemos buscó hacer de la suma de microidentidades indignadas y minorías ofendidas un todo colectivo que supliese al gran ausente de la política hodierna: el pueblo. En el punto opuesto del arco ideológico, VOX se constituyó como una derecha políticamente incorrecta que venía a decir todo aquello que el corrompido PP no podía ni siquiera insinuar, con un discurso antiprogresista (aunque no antimoderno como podría ser, por ejemplo, el del franquismo): una extraña amalgama de liberalismo económico, conservadurismo cultural, nacionalismo soberanista y elitismo populista.

En 1921 José Ortega y Gasset se lamentaba diciendo que “la gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas”. Esa queja por “la ausencia de los mejores” cerraba España invertebrada, libro en el que Ortega le achacaba la situación crítica de su país natal, además de a la falta de élites ilustradas, al proceso de fragmentación social y territorial alentado por los regionalismos y los separatismos. Casi un siglo después, en 2019, Fernando Sánchez Dragó le da el título de España Vertebrada a su larga entrevista con Santiago Abascal, durante la cual el líder de VOX sostiene algo parecido a aquello de Ortega: “Yo no veo ningún tipo de connotación negativa en la palabra élite, entendiendo por ella la suma de lo mejor que existe en el seno de la sociedad. Su antónimo es la oligarquía. Y su alternativa, también”.

En ese diálogo de tres días con Sánchez Dragó, Abascal intentar exponer su corpus ideológico y el plan de acción de su partido. La tarea le resulta ardua debido al ego inconmensurable del entrevistador, quien no para de contar anécdotas heroicas protagonizadas por él mismo, recomendar sus propios libros y exponer sus ideas acerca del hombre, el universo y la divinidad. La entrevista es entonces un contrapunto imperfecto en el que el escritor puja por dejar su marca autoral y el político por transmitir su idea. Abascal, con todo, consigue dejar establecidas algunas cosas. “La política se ha convertido en una especie de oficio similar al de un zapatero o un carpintero”, dice. “Y yo creo que en ella hay algo más. No conecta con los sentimientos y las convicciones: el honor, el patriotismo y cosas así. La imagen del caballo era épica para algunos y cómica para otros. Es el riesgo de las escenificaciones, pero hay que correrlo (…) La política no es sólo el plan de urbanismo, ni el horario escolar, ni el alumbrado de las calles”.

Ese llamado a recuperar la dimensión épica de la política se funda en la reivindicación de las glorias pasadas de España, desde la Reconquista hasta la Conquista, como formas pretéritas pero vivas de un proyecto colectivo nacional hoy amenazado por los separatismos. “Los españoles tenemos que estar orgullosos de lo que hicimos en América”, sostiene. “La política de Isabel la Católica o del cardenal Cisneros, el impulso de evangelización, y la consideración hacia los indios son cosas que muy pocos pueblos pueden reivindicar”. Pero Abascal reclama también, para sí y para el resto de sus compatriotas, el derecho a interpretar libremente otras zonas de la historia nacional, incluso aquellas más grises: “No queremos que nos impongan ningún tipo de memoria histórica ni sobre la Guerra Civil, ni sobre el franquismo, ni sobre la Transición”.

VOX, según Abascal, es un movimiento heterogéneo en el que confluyen varios sectores sociales y políticos sobre la base de algunos puntos de acuerdo innegociables que él llama las líneas rojas del partido. “Por supuesto que tenemos líneas rojas. Las relativas a la defensa de la unidad nacional, a la libertad de conciencia, a la de expresión y a la de elegir la educación de nuestros hijos. Y también, faltaría más, la del derecho a la vida. Ésas son nuestras líneas rojas: la vida, la libertad y la unidad de España. La última es tan importante como las otras dos. Hay quienes dicen que se podría resolver mediante un referéndum. Nosotros no lo aceptamos. España no se puede suicidar”, explica.

Mientras Sánchez Dragó lo pica para que se pronuncie en materia de política internacional, Abascal se muestra renuente a dar pistas en ese sentido, develando una estrategia astuta para alguien que aún no alcanza la suma del poder público: la de no quedar pegado con nadie. En distintos momentos de la entrevista consigue eludir con bastante elegancia ciertos nombres que a priori a VOX no deberían causarle incomodidad. Steve Bannon, Marine Le Pen, Vladimir Putin, George Soros y hasta Francisco, quedan así en el camino sin caracterizaciones que denoten simpatías o enemistades. Al abordar la cuestión de la economía, en cambio, Abascal se torna más taxativo, mostrándose a favor de un liberalismo promercado y reclamándole a la Unión Europea porciones mayores de decisión para España. También menciona la intención de su partido de “modificar la percepción dominante acerca de los paraísos fiscales, ahora tan denostados” a fin de convertir a España en zona franca. “Pretendemos suprimir y rebajar todos los impuestos, todos”, sostiene.

Algo hace ruido, sin duda, en ese tridente de “vida, libertad y unidad”. Como sucede con otras expresiones de la nueva derecha contemporánea (incluso en algunas versiones vernáculas), resulta un tanto contradictorio contemplar a Abascal defendiendo la libertad del capital, entrañado en la noción de paraíso fiscal, pero a la vez reclamando en clave conservadora un arraigo cuasi sacramental del cuerpo de las personas bajo la consigna de la defensa de la vida. Ni hablemos de la unidad territorial. El filósofo italiano Diego Fusaro hablaba de “la sociedad financiarizada en la que todo (úteros y niños incluidos) es mercancía disponible”. La libertad del mercado, que tiende a transformar todo en mercancía, no resulta compatible con la idea de la sacralidad de la vida y el cuerpo humanos o con la integridad de un territorio nacional. A Abascal, para sintetizar, parece escapársele que no existe libre mercado sin aborto o autodeterminación, que a la libertad del capital le sigue necesariamente la libertad de los cuerpos y de los puertos de convertirse en mercancía.

El programa de VOX aparece, en este punto, impracticable. Tanto como su opuesto, el de Podemos, estatista en lo económico pero liberal en lo demás. Y sin embargo, ¿quién puede predecir en qué terminarán ambos partidos? La oportunidad y las circunstancias moldean la política tanto o más que las ideas y muy seguido la arbitrariedad de los acontecimientos se lleva puestas las inconsistencias teóricas. Fernando Sánchez Dragó, que siempre indagó la España mágica, escribió justamente en otro libro, hace cuarenta años: “No defiendo la arbitrariedad, sino lo español irreversible”. Un compatriota suyo, Miguel de Unamuno, había dicho mucho antes: «¡Dios no puede volver la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!». Así sea////PACO

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