Hace casi un mes -el 13 de septiembre- apareció ahorcada en la casa de su tía en las afueras de Nápoles -más precisamente en Mugnano- Tiziana Cantone, una joven de 31 años que llevaba casi un año peleando contra la viralización de un vídeo erótico en la que podíamos verla practicando sexo oral al costado de un auto. Los cuatro hombres a los que Tiziana envió el vídeo por WhatsApp, entre los que se encuentra su exnovio, y que comenzaron a difundirlo, están siendo investigados por la policía italiana. El suicidio de Tiziana se da unos días después de que un ambiguo fallo de la justicia obligara a varios sitios de internet, incluido Facebook, a remover todo el contenido relacionado con el video, a la vez que obligaba también a Tiziana a pagar 20.000 euros en costos legales, ya que el juez consideró que consintió las grabaciones. Pero este fallo, que los medios italianos tildaron del “insulto final”, se produce luego de que durante el año que lleva circulando el video -se estima que lo vieron más de un millón de personas- Tiziana haya sido víctima de todo tipo de burlas y maltratos en ese espacio caracterizado por la hostilidad que es internet. La frase “Stai facendo il video? Bravo!”, que pronuncia Tiziana cuando se percata de que la están filmando, se reprodujo hasta el hartazgo como meme, como estampas de camisetas e inclusive como parodia, como la hecha por los jugadores italianos de fútbol Paolo Cannavaro y Antonio Floro Flores en un supermercado. Más allá del obvio agotamiento de esa frontera entre el mundo “virtual” y el mundo “real” -aunque le pase a algunos ingenuos que bogan por un contacto “más humano”, imposible de definir-, lo interesante del caso de Tiziana es cómo la viralización, tan buscada por las marcas, se puede transformar en uno de los mecanismos más peligrosos de la socialización en internet.

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La frase “Stai facendo il video? Bravo!”, que pronuncia Tiziana cuando se percata de que la están filmando se reprodujo hasta el hartazgo como meme, como estampas de camisetas e inclusive como parodia.

Videos e imágenes de chicas como Tiziana circulan constantemente por los grupos de WhatsApp -cualquier hombre puede comprobarlo- y siempre bajo una presentación estandarizada: fotos de la chica, de su Instagram o de su chat privado, una captura de su perfil de Facebook o Instagram, a veces un descargo de la víctima en las redes sociales sobre lo sucedido y, finalmente, luego de generada la ansiedad, llega el vídeo en cuestión. El ejemplo reciente de Mercedes Rohrer, de 21 años, ya en estas latitudes australes, es uno más de tantos. Luego de la llegada a su perfil de Facebook de una foto de ella en una comparsa, llegaron los videos que documentan su encuentro sexual con los pilotos de TC Mauro Giallombardo, de 26 años, y Juan De Benedictis, de 29, y finalmente el violento descargo de su padre en Facebook, en el que se despacha contra ambos pilotos prometiendo revancha. Los pilotos, de los cuales al menos uno comenzó la cadena de circulación, no han aparecido públicamente. La difusión de los vídeos superó ampliamente los límites de la pequeña ciudad de Concordia, Entre Ríos, y el caso de Mercedes ya ha sido levantado por la mayoría de los medios nacionales. Mechy, como le dicen sus allegados, cerró todas sus redes sociales, ya absolutamente públicas, pidió licencia en su trabajo y tuvo que recibir asistencia psicológica. Algunos medios la llamaron anticipadamente la “Tiziana argentina”. Esperemos que se equivoquen, otra vez.

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¿Se puede esperar que en un medio tan desregularizado como WhatsApp circule otra cosa que vídeos eróticos amateur sustraídos de la privacidad?

Tal vez porque esta forma de circulación acepta pocas variaciones sea útil (escapando del debate de género que está detrás y que alguien mejor podrá dar) detenerse en el medio por el que circulan estas imágenes, es decir, WhatsApp. Aunque una definición sobre lo que significa realmente ser una red social sea imposible taxativamente, hace tiempo que WhatsApp dejó de ser solamente un servicio de mensajería instantánea. Con sus grupos, un perfil que aumenta en sofisticación, la nueva función de poder arrobar contactos y la posibilidad de compartir contenidos multimedia desde otras aplicaciones y hacia otras aplicaciones, WhatsApp se convirtió en un canalizador de nuestra forma de relacionarnos en la web. Mientras que otras redes, como Facebook, Instagram, Twitter, imponen un control -en algunos casos mayor, rozando el autoritarismo, y en otros menor-, WhatsApp es una tierra libre y desregulada donde cualquier cosa puede ser compartida. Y aunque esta circulación libre de contenidos sea algo sagrado para los defensores de las libertades individuales, encuentra en la viralización su lado oscuro. Y ahora sí traigamos a McLuhan y su famosa frase de que el medio es el mensaje. En el marco internet, donde la pornografía demostró ser su combustible principal: ¿se puede esperar que en un medio tan desregularizado como WhatsApp circule otra cosa que vídeos eróticos amateur sustraídos de la privacidad?

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Vídeos e imágenes de chicas como Tiziana circulan constantemente por WhatsApp y siempre bajo una presentación estandarizada: fotos de la chica, de su Instagram o de su chat privado, una captura de su perfil de Facebook o Instagram.

Es así como en internet lo que pudo haber sido un paraíso se convierte para algunos, como Tiziana y Mercedes, en un infierno. Jean-Paul Sartre ya dijo que el infierno son los otros, la vida bajo la mirada de los otros. Él veía en esa mirada la identidad que la sociedad nos otorga. Pero las propuestas de autodiseño, en palabras de Groys, que ofrece la red, que aunque no escapen a la mirada del otro permiten al usuario crear su propia imagen en fuga de esa mirada, una imagen que puedan diseñar a antojo, habilitan a la vez, paradójicamente, por medio del copiar, pegar y el compartir, la apropiación por parte de los otros de esa imagen que diseñamos. Cada uno de nosotros nos convertimos en una imagen, como cualquier otra, que los demás pueden apropiarse materialmente y difundir a gusto. De esta manera, la viralización es la aceleración vertiginosa de la mirada de los otros de la que hablaba Sartre. Es así como el público italiano, con sus celulares y conexiones a internet, se apropió de la imagen de Tiziana y la distribuyó a todo el mundo para que dispongan de ella, se burlen, la repliquen o la modifiquen -sobran los memes en los cuales el pene que Tiziana fela es reemplazado por micrófonos, botellas de jugo de naranja y cualquier cosa que remita a un falo-. No es menor el detalle de que, en su intento de escapar a esa mirada que la cosificaba, Tiziana haya intentado cambiar su nombre. Pero cuando el problema no está en el nivel nominativo de nuestra identidad no hay lugar a donde ir. En internet la mirada de los otros es global y el infierno cada vez parece más grande. En este sentido, la viralización funciona a la inversa de la viralización biológica de donde remite como metáfora. Si en los virus son los cuerpos infectados los que son dañados, en el caso Tiziana, mientras más usuarios se infectaban con su imagen, más poder adquirían sobre ella hasta que finalmente el cuerpo físico que dio origen a todo muere, en este caso, por decisión propia. En Tiziana la viralización es sinónimo de desintegración. Es en este punto donde la pregunta inevitable sobre quién es el culpable de la muerte viene por el lado ético y, por lo tanto, incómodo de ese mecanismo: ¿son los usuarios que comparten el contenido los que tienen manchadas las manos de sangre? ¿Es el exnovio que rompió el frágil contrato de confianza del chat? ¿O acaso es culpa de Tiziana, que subestimó el funcionamiento de internet y WhatsApp y ofreció su imagen desnuda al control de los otros? Obviamente nunca sabremos lo que pensó e impulsó realmente a Tiziana a acabar con su vida; entonces, las respuestas que le demos a esa pregunta dirán, en definitiva, mucho más sobre nosotros como usuarios de internet que sobre lo que realmente pasó. Sin embargo, según trascendió, una de las tías de Tiziana dio la respuesta: «Mi sobrina ha sido asesinada por la web y por la indiferencia de muchos”//////PACO