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Decidí pasar mi semana de vacaciones en Capilla del Monte. Una amiga me recomendó el destino, a ella le cambió la vida. Conoció un montón de gente, aprendió sobre su energía vital, su orgón, en términos de Wilhelm Reich, y sobre su armonización. A mí me pasó más o menos lo mismo: fui con un grupo de jubilados y divorciadas. En el hotel, el segundo día me robaron, y el tercero tuvieron que cambiarme de habitación porque, con la lluvia, la 301 se había inundado. Armonización. Pero la vista valía la pena: la pileta daba frente al Uritorco, la vedette de la ciudad. El cerro se eleva 1979 msnm -que para Wikipedia son 1949 msnm. Si la mística existe, debe empezar ahí, en los 30 metros faltantes. Las excursiones nocturnas al Uritorco suelen partir a la una de la madrugada. No por esoterismo, sino porque el calor durante el día hace imposible el ascenso.
El 9 de enero de 1986, en una finca rural de la zona de Capilla del Monte, Doña Esperanza, su hermana Sara y su nieto Gabriel afirmaron ver una extraña luz de color rojo que abordaba la casa. No había sido un auto, ni la luz mala, como había pensado Gabriel en un inicio, sino algo más, algo extraño. Al día siguiente, en la vegetación del cerro El Pajarillo apareció una huella circular de 120 x 65 metros. A partir de ese día, el Uritorco y sus cerros aledaños se convirtieron en los lugares favoritos del ufólogo aficionado.
Ningún guía zonal incita a un turista a que se aventure a subir el Uritorco. Todos afirman y reafirman que, a pesar de perderse los pesos que cuesta la excusión, prefieren no tener ninguna baja durante el trayecto. “Si caminás dos cuadras por día, no vengas, la vas a pasar mal y vas a pagar sin sentido”. El ascenso dura unas cuatro horas, al igual que el descenso. Cada cuarenta minutos, una hora, hay un llano con un descanso en el que los grupos se detienen por veinte minutos a recuperar la respiración. Estos descansos están señalizados con carteles en los cuales se indica, además del nombre de fantasía -Quebrada del viento, Valle de los espíritus, etc.-, la cantidad de metros recorridos desde la base y la distancia restante hasta la cima, el séptimo y último descanso.
Hoy vi un documental del viejo canal Infinito sobre el cerro Uritorco. Empezaban hablando de la energía y la herencia mística de los comechingones -el Uritorco, Cerro macho o Cerro de los loros, en quechua, era un lugar sagrado para dicha tribu- y terminaban hablando de los nazis. Los ovnis y los nazis en el mismo documental. Nazis místicos que buscaban el Santo Grial en el cerro. Logias. La energía sagrada.
El nuestro era un grupo de catorce personas de entre veintipico y cincuenta años. Uno de los catorce se llamaba Ulises y era la segunda vez que subía. Ulises “dos veces”. Antes de ascender nos dieron un bastón y una linterna vincha china a cada uno, y nos explicaron cómo ahorrar recursos para llegar a la cima en mejor estado. Estirar a cada minuto, buscar siempre el camino que menor esfuerzo requiera. La noche era cerrada. Parecíamos los mineros chilenos. Pienso en Frodo; soy un hobbit. Pienso que, durante el secundario, en vez de ir a la clase de gimnasia iba a coro. Que no hice nada de deporte durante el 2014. Así y todo, en un grupo con gente mayor de cincuenta años y con cardiopatías, yo no era necesariamente la primera candidata a levantar la banderita blanca. Me tenía confianza. Vendí los espacios publicitarios de la revista Weekend durante el año -aunque no leí una nota-, algo tenía que sumar.
Contra la voluntad del guía principal, el grupo se fue dispersando, algunos se atrasaron. Digo el guía principal porque también nos acompañaba su hija como guía segunda, una adolescente de dieciocho años a quien habían despertado a la 1 am sin consentimiento. Hasta el tercer descanso fuimos bien. Estirábamos todo el tiempo, aprovechábamos cada instante para recuperar la respiración. Antes de salir del hotel nos habían recomendado que lleváramos algo para comer en el camino, además del litro y medio de agua por persona. Para el cuarto descanso nos habíamos comido todos nuestros víveres. Eran recién las tres o cuatro, nos faltaba un montón. Uno de los cincuentones del grupo nos ofreció una banana que compartimos. “Ayuda a que los músculos se recuperen”. “¿Cómo puede ser que hayamos traído galletitas y no fruta?”. Mientras escribo esto escucho Expedición al Klama Hama de Illya Kuryaki y me parece el soundtrack perfecto. No dejes de respirar, abro bien mis ojos, escucho tu andar, hey hermanoh. Como decía, el grupo empezó a dispersarse y entre el quinto y el sexto descanso, alrededor de los cuatro kilómetros de caminata, se averió uno. Cito el término técnico: se averió. Uno de los muchachos de cincuenta y pico, uno de los que nos había alimentado, sufrió un calambre que lo obligó a volver al quinto descanso, llano en el que se ubica el refugio, donde tuvo que quedarse hasta el descenso, luego del amanecer. Brothas esperan tu llegada, pintan el sendero con suero.
Una semana antes, Capilla del Monte alojó la tercera edición del Festival alienígena. Me acordé del griego de History Channel, el del meme, Giorgio Tsoukalos, con su bronceado y su pelo cada vez más batido. Y del Fox Mulder de los Simpsons. Las diez cuadras del centro tenían las vidrieras decoradas con hombrecitos verdes. “El verano es la época de los aliens”, nos dijo un guía que atendía un local de excursiones, “Entre septiembre y diciembre es la época de los místicos”. En Arquetipos e inconsciente colectivo Jung dice: “Estoy convencido de que la creciente pobreza de símbolos tiene un sentido. […] Quien ha perdido los símbolos históricos y no puede contentarse con “sustitutos”, encuéntrase hoy en una situación difícil: ante él se abre la nada, frente a la cual el hombre aparta el rostro con miedo. […] Zarathustra es para Nietszche más que una figura poética, es una confesión involuntaria”. Me encanta cómo Jung lo deja a Nietzsche como un nene desprotegido; Zarathustra, los orientalismos, la new age, son todas confesiones involuntarias.
Ahí estuvimos durante media hora, en el medio de la montaña, esperando a que el guía volviera de acompañar al averiado al refugio. Hacía mucho frío. Cuando arrancamos, una mujer que había ido con sus dos hijas también se averió. Nos enfriamos. A esa le habíamos comido una barrita de cereal en el interín. Fuimos eliminando a nuestro propio grupo. Darwinismo social. La idea de la excursión nocturna, más allá de evitar el calor, es poder ver el amanecer desde la cima. En vistas de lo que estaba pasando, las bajas que teníamos, el grupo terminó dividiéndose en dos, entre los lentitos y los rápidos. Sorprendiendo a mi escoliosis, quedé dentro de estos últimos. La juventud es un valor innegable. Los últimos veinte minutos de ascenso quemamos naves para llegar a ver el amanecer con lo último de aire. Ahí me agité en serio.
El año pasado, por esta época, me llegó un freebie, uno de los más famosos de la net, el libro Hercólubus o planeta rojo de Joaquín Enrique Amórtegui Valbuena. Su pseudónimo aparente, como firma el texto en la tapa, es V.M.Rabolú. V.M. lo dejo a tu criterio. El ensayo, de unas cincuenta páginas, cuenta cómo el planeta Hercólubus, que quintuplica o sextuplica el tamaño de Júpiter -así dice, “o”-, se dirige directo a la tierra. El autor apela a los lectores como “terrícolas”. En concreto, Hercólubus es imparable, su llegada es una catástrofe inminente y merecida por nuestros crímenes más horrorosos; el degeneramiento sexual y, como no podría ser de otra manera, la homosexualidad. Funkie futurista, funkie futurista. Puede pedirse acá.
Una vez en la cima, una chica le preguntó al guía si alguna vez había visto algo raro. Alguna luz fuera de lo común, algún platillo. A lo que él contestó que una vez, en un campo, había visto un cometa que en su caída viró radicalmente su dirección, orbitando como si fuera un satélite. Después la miró a su hija, pidiéndole una anécdota nueva con la mirada, algo impresionante. Debió haber leído nuestra decepción. El cansancio reverbera sinceridad. Para aquel momento nos habíamos reunido los dos grupos, incluso la mujer que se había averiado un tiempo antes. Después del café con facturas, nos mostró los morteros de los comechingones que permanecen, a pesar del descuido, tallados en la piedra. Y cómo, al amanecer, el Cerro Macho proyecta una pirámide perfecta sobre Capilla del Monte. Nosotros tampoco vimos nada más ni nada menos que un cielo estrellado. Límpido, hermoso.///PACO