1.La conciencia del sexo
Tener 17 años en Argentina implica integrar una franja etárea a la que cualquier estadística seria le establece una experiencia sexual de al menos 3 años y el derecho a votar. La evolución de la sociedad liberal y la tecnología es una pubertad cada vez menos inocente. A eso hay que añadirle la clase, la educación y el azar. En el caso de Martina Tini Stoessel —Buenos Aires, 1997, criada en San Isidro y educada por internet, “en un colegio que me envía las tareas y después rindo exámenes”—, la primera expectativa está en la omnipresencia del espacio. La segunda, en las fuerzas caóticas de la fama.
Violetta se ve en América Latina y también en España, Italia, Francia, Israel, Rusia, Bulgaria, Ucrania, Polonia, Turquía, Inglaterra, Sudáfrica, Australia y Rumania. Eso convierte a Tini —o a su doppelgänger creado por The Walt Disney Company— en una celebridad con el mismo espectro de masividad que Lionel Messi (“me contó el amor que su sobrina tiene por mí y me regaló la camiseta del Barça”) y el Papa Francisco (“tuve la oportunidad de conocerlo en el Vaticano”). Y aunque Simplemente Tini (Planeta, 2014), la autobiografía oficial de Martina Stoessel, trasluce algún poder milagroso —“los papás me contaron que comenzó a sentirse mejor y a comer gracias a que veía Violetta”, cuenta sobre “una fan que durante dos años no había festejado su cumpleaños porque estaba enferma”—, la verdad es que el mundo no ha nutrido a Tini de mayores experiencias. No, al menos, del tipo que sugiere la célebre foto con Mauricio Macri, fascinado al nombrarla embajadora cultural de Buenos Aires después de la Juntada Tinista de mayo.
No deja de haber algo trágico en las pocas chances que parece tener por ahora Martina Stoessel de convertirse en la versión argentina de Selena Gómez, y las muchas menos de permitirse la diversión viral del video privado que alguien siempre roba de algún celular.
Aún así, Tini tiene conciencia de su sensualidad. Es algo presente en todo lo que muestra y cuidadosamente ausente en todo lo que dice en público. Aunque el padre no la deja a solas ni con el instructor de manejo (pero sí con una diseñadora como Verónica de la Canal, que piensa para ella “atuendos sexy y románticos a la vez”) Tini está incluso habitada por la conciencia del sexo. “Hoy estoy muy feliz con la persona que tengo al lado: Peter”, escribe en amarillo su única y esterilizada mención a Juan Pedro Peter Lanzani, su novio seis años mayor y ex de Lali Espósito, que a los 22 explota un ánimo lingual más parecido al de Miley Cyrus y es probablemente el verdadero némesis simbólico de Tini. No deja de haber algo trágico en las pocas chances que parece tener por ahora Martina Stoessel de convertirse en la versión argentina de Selena Gómez, y las muchas menos de permitirse la diversión viral del video privado que alguien siempre roba de algún celular. Esto es porque su verdadero drama, el que acorrala a esa conciencia que lucha por narrarse, está anclado en las trampas de la identidad antes que en las pulsiones del cuerpo. Sobre ese escenario se despliegan las fuerzas caóticas de la fama.
2.Dilemas para un enano progresista
La fama es un asunto importante en la vida de Tini. No la fama recursiva y twittera que no representa ningún logro particular en nada —y que une a Paris Hilton con Jacobo Winograd—, sino la fama como producto de una línea de producción fordista. La voz del enano progresista que habita la conciencia de muchos de los padres del público de Violetta debería pensarlo dos veces. No hay nada pueril en la industria del entretenimiento, y muchos de los instantes de genuina felicidad cotidiana dependen de los sutiles ensamblajes entre manufacturas y subjetividad. Si insiste, entretengan al enano con esto: ¿cuántos años más le habría dado a la URSS tener su propio Walt Disney?
Cuando el papá de Tini ganaba 80.000 pesos mensuales como gerente de la productora de Marcelo Tinelli —de la que lo despidieron en 2009 y llevó a juicio entre acusaciones cruzadas de traición—, ella jugaba a practicar “el autógrafo que iba a hacer cuando fuera famosa”. En palabras de Tini, interrogada en su tierna infancia por una productora de Telefé sobre qué quería ser cuando fuera grande: “Quiero ser como Susana”. Mientras tanto, la disputa entre Tinelli y “papá Alejandro” —como se lo nombra en Simplemente Tini— también era intelectual. “Papá Alejandro” reclamaba la propiedad de Patito Feo, uno de los mejores experimentos argentinos diseñados para la champions league de la mercadotecnia televisiva infantil. El programa fue un éxito (fuera de la órbita de otra productora del rubro como Cris Morena) dentro de un universo en el que Disney Channel no terminaba de afirmarse entre competidores como Cartoon Network, Nickelodeon, Boomerang y Discovery Kids (porque PakaPaka no existía), y también la prueba crucial de “papá Alejandro” en el mundo corporativo de la producción. Tini, cuyo primer trabajo fueron tres participaciones en Patito Feo a los 10 años, lo experimentaba a su manera: “Mi verdadera obsesión era imitar a Brenda Asnicar”, cuenta sobre la protagonista del programa, que en su momento tuvo un romance con Carlos Tévez y hoy protagoniza Cumbia Ninja para Fox.
“Star Factory” no suena elegante a la hora de analizar las expectativas que los padres de Tini hubieran podido cultivar en la psíquis de su hija, pero nadie podrá decir que no fueron consecuentes.
“Mamá Mariana”, de quien Tini es “re-compañera”, también invirtió en el alumbrado, el barrido y la limpieza de las aptitudes artísticas de su hija: “En 2011, mi mamá y su amiga, la actriz Ximena Fassi, decidieron abrir Star Factory, una escuela de comedia musical, y por supuesto que fui la primera en anotarme”. Es probable que un nombre como “Star Factory” no resulte gracioso a la hora de analizar las expectativas que los padres de Tini hubieran podido cultivar en la psíquis de su hija, pero nadie podrá decir que, por lo menos, no fueron consecuentes: “Para nosotros era muy difícil explicarle que no todos vinimos a este mundo para ser buenos en las ciencias y que la valoración de una persona no solo pasa por aprobar un examen de matemática”, cuenta “papá Alejandro” sobre las frustraciones escolares de Tini. “Ella tenía muchas virtudes, como poder transmitir sentimientos a través de su arte, cantando, bailando y actuando”.
3. ¿Libre es?
Simplemente Tini es una buena autobiografía porque llega al centro de su laberinto y lo complejiza. ¿Existe Tini detrás de Violetta? Y si existe, ¿es una mujer con deseos o una marioneta colonizada por frustraciones ajenas? Son murmuraciones que podrían no interesarle a una celebridad mundial. Pero a Tini no solo le interesan sino que la angustian. “Esa está ahí porque es la hija del productor”, escribe Tini sobre lo que “muchas veces se murmura”. “Pero aprendí que hablar es gratis y hablar mal es más fácil que hablar bien así que me resbala bastante. Yo sé quién soy y todo lo que hice para lograr lo que tengo”. Bastante es un adverbio lleno de pliegues. Y aunque a veces sirven a la voz anómala de los incisos legales —“grabo hasta las 14 porque soy menor de edad y solo puedo trabajar seis horas diarias”—, también es por donde se inmiscuyen las auténticas renuncias de la individualidad —“mi pelo era lo más preciado que tenía, cuando me lo cortaron debo reconocer que sufrí un poco”, dice Tini antes de ser transformada en Violetta, cuando “era otra persona”— e incluso destellos que, aunque se apagan rápido —“veía tantas cosas detrás de cámara que no entendía…”—, traslucen algo más que felicidades prístinas.
¿Qué hizo Tini para lograr lo que tiene? Superar el cansancio físico y aceptar el management de mamá Mariana y papá Alejandro. En la vida de Tini, de hecho, las cosas pasan al revés que en la vida televisiva de Violetta, que con un papá contrario a sus deseos de ser artista transforma la negatividad familiar en la fuerza de su vocación. Los cientistas sociales podrán hablar de explotación infantil y chantaje moral, pero Tini asegura que pasó el tiempo y solo se quedó con las cosas lindas. “Acababa de terminar dos shows en el Gran Rex y cuando me subí al auto, cansada, mis papás muy tranquilos (como siempre) me dijeron: ‘Tini, nos llamaron de Disney porque te propusieron para cantar la canción de su nueva película’. La noticia me puso supercontenta pero estaba sobrepasada: hacía dos funciones por día (80 en un mes y medio) y grabábamos el programa o hacíamos notas. Estaba muy pero muy cansada”. Los papás la escucharon y la entendieron y le dijeron que no lo hiciera si no quería hacerlo. Entonces… “también me explicaron algo que yo no sabía: era una gran oportunidad para mí ya que la canción Libre soy iba a ser difundida con mi nombre, Martina Stoessel”.
Simplemente Tini es una buena autobiografía porque llega al centro de su laberinto y lo complejiza. ¿Existe Tini detrás de Violetta? ¿Es una mujer con deseos o una marioneta colonizada por frustraciones ajenas? Son murmuraciones que podrían no interesarle a una celebridad. Pero a Tini no solo le interesan sino que la angustian.
La película se llamó Frozen y Libre soy se grabó en italiano y castellano. ¿Pero cuál de los Stoessel cumplió su fantasía de realización? “Yo no participo en los asuntos del trabajo ni voy a reuniones ni me ocupo de ese tipo de temas. Ni siquiera me cuentan demasiado. Todo lo resuelven entre papá y mamá”, asegura Tini. Intervenida por familiares, amigos y colaboradores, sin embargo, su autobiografía ofrece perspectivas distintas que demandan una lectura cuidadosa sobre eventos idénticos. Entre esos, el hecho capital es la llegada de The Walt Disney Company a la vida de los Stoessel. “Sabía que esa decisión era el sueño de mi hija hecho realidad, e increíblemente, la canción que ella había cantado en el proyecto que presenté en Disney se llamaba Lucha por tus sueños. Sin duda, Tini luchó por los suyos y pudo cumplirlos”, dice “papá Alejandro”. Pero Tini se permite matices sobre el derecho de propiedad de los sueños o sobre lo “increíble” de un evento cuidadosamente calculado. “Un día, para mi sorpresa, mi papá me hizo un pedido muy especial. Él había dejado su trabajo de productor en Ideas del Sur y quería proponerle un proyecto a Disney Channel. Le pareció una buena idea que yo le grabara unos temas musicales para acompañar la presentación. Inesperadamente papá, que si bien es mi gran compañero siempre había sido muy cuidadoso con este tema, me dijo: ‘Mirá, Tini, cuando uno produce un hecho artístico sabe dónde empieza pero nunca dónde termina. Hacelo si tenés ganas y si realmente te gusta como yo sé que te gusta. Cantá, probá y aprendé cómo se graba un tema’”. Otra vez, entre la confusa situación laboral de “papá Alejandro” —¿había “dejado su trabajo” o lo habían echado?— y su vínculo con la única corporación mediática capaz de someter a Ideas del Sur; entre la extrañeza de Tini frente a los deseos paternos (“para mi sorpresa”) y la ambigüedad entre amable y autoritaria de su tono (“cantá, probá, aprendé”), la memoria se permite algunas sombras.
4.Los tilos verdes de la alameda
Al final, Tini quiere ser simplemente Tini (sobre el apellido que no se nombra pueden especular los psicoanalistas), ¿pero qué le permiten ser a Tini “papá Alejandro” y “mamá Mariana”? Se trate de una relación de sumisión, obediencia o genuino respeto profesional, hay un proyecto programático en Tini, un anhelo de libertad: “Voy a hacer las cosas por mí, sin pensar en el qué dirán. Tengo que estar segura conmigo porque quienes me aman, me aman como soy”. Y aunque ahí no habla sobre sus padres sino sobre las críticas al vestido que Benito Fernández le diseñó para los premios Martín Fierro del año pasado, conviene tener en cuenta que los pasos iniciales hacia la independencia siempre son confusos. Donde hay una conciencia de la sensualidad, en tal caso, es inevitable que se construya una conciencia del error. De eso se trata la supervivencia y el aprendizaje. La médula de la madurez.
Cuando le conviene desentenderse de la materialidad concreta de la fama se aniña en idéntica medida en que se vuelve adulta para vender cualquier cosa con su nombre.
“Aprendí equivocándome, confié en gente que después no era como yo pensaba, y me di cuenta de que los que siempre van a estar conmigo son mi familia y las chicas del San Marcos”. Es verdad que contra la curiosidad de los lectores Tini se ahorra los nombres y los detalles que no son buena onda —no le importan los versos de Rimbaud: “A los diecisiete, no puedes ser formal / una tarde te asqueas de jarra y limonada / y te vas por los tilos verdes de la alameda”— y también es verdad que cuando le conviene desentenderse de la materialidad concreta de la fama se aniña en idéntica medida en que se vuelve adulta para vender cualquier cosa con su nombre hasta en las mismas páginas de su autobiografía (el catálogo va desde la primera Juntada Tinista, en la que se olvidó la letra de Imagine, hasta la marca de ropa que va a sacar el año que viene, pasando por un documental sobre su vida) pero también es verdad que Tini reconoce sus miedos y limitaciones: “En otro orden de cosas, no me gusta nada pelearme con mis seres queridos”.
¿Cuánto podrá sostener Martina Stoessel su personalidad encantadora y que “no juzga nunca”, según su amiga Chloé, mientras acepte las exigencias de una fama que trastorna su nombre? ¿Podrá cumplir su ansiada proyección como cantante y compositora internacional antes de que a Disney le resulte vieja? ¿Y podrá lograrlo sin resolver antes el inevitable colapso de su primera alianza con “papá Alejandro”? Simplemente Tini no responde estas preguntas y tal vez uno no pueda esperar de Tini agresividad o escenas desquiciadas como las que sellaron el paso de Britney Spears o Lindsay Lohan hacia una adultez lejos de Mickey Mouse. Pero hasta los ratones kafkianos que escuchaban a Josefine sabían que, a menos que su estrella estuviera realmente dispuesta a resistir lo que fuera necesario para defender su libertad y su talento, estaba destinada a perderse “en la incontable muchedumbre de los héroes de nuestro pueblo, y pronto, ya que no cultivamos los estudios históricos, se diluiría en la creciente liberación del olvido, como todos sus hermanos”////PACO
El artículo se publicó en el número Septiembre-Noviembre 2014 de la revista Crisis.