En su último libro, al reflexionar acerca del modo en que el Holocausto es un asunto paradójicamente silenciado en la vida privada de Israel (pero no en la vida pública), Martin Amis apunta que “lo que no se habla activamente, no se piensa activamente”. Es inevitable el casillero que traslada esta discusión a Alemania. Los alemanes no solo piensan y hablan acerca del Holocausto, sino que son el primer país en erigir monumentos a su propia vergüenza. Pero este proceso, tal “cura de habla”, ¿no se extiende también hacia el otro lado de la palabra, hacia el inconsciente? Sobre el caso israelí podrían decirse varias cosas. Sobre el caso alemán, en cambio, bastan apenas veinte mil leguas de viaje digital por la versión en YouTube de DW Documental.
Desde el plano consciente, DW Documental es un producto de Deutsche Welle en Español, la subsidiaria para Latinoamérica del reconocido canal de radiodifusión internacional oficial alemán. Esta subsidiaria se define a sí misma como un canal de televisión de centroizquierda, mientras que su casa central, que es el Estado alemán, se define como independiente de la influencia del gobierno. A la luz de los temas que DW Documental trata sobre la corrupción del gobierno alemán, esto último resulta verdadero, lo cual a los ojos argentinos (aunque podríamos extender la perspicacia oftalmológica a toda Latinoamérica) pierde nobleza para volverse ridículo. ¿Un ente estatal en contra del gobierno que rige al Estado? Pues bien, si la socialdemocracia todavía opera en algunas fantasías políticas globales, una de esas debe ser el espíritu de la “onda alemana” de radiodifusión internacional.
Desde el plano inconsciente las cosas son más claras. Deutsche Welle en Español, en realidad, es la subsidiaria de las angustias históricas de los alemanes y del modo en que estas se proyectan alrededor del mundo. Y esto es delicado, dado que el siglo XX todavía nos recuerda que no hay catarsis alemana incapaz de envolver al mundo en una pesadilla. Ahora bien: la usina de este inconsciente, su órgano más supurante, es DW Documental, que se autodefine como dispuesto a brindar información “más allá de los titulares” (insisto con las autodefiniciones porque lo que no se habla activamente, no se piensa activamente, etcétera). “Más allá de los titulares”, DW Documental abre un territorio que nada tiene que ver con el gobierno alemán, sino con el pasado de Alemania y su Estado, un pasado ante el cual ningún alemán es libre y que persiste regado de toda clase de traumas.
Veamos casos. Entre el remolino de documentales acerca del “cambio climático” y el “calentamiento global”, para ir a uno de los temas nodales de la agenda socialdemócrata en DW Documental, los culpables habituales de la contaminación global más displicente son los Estados Unidos y Rusia, y sólo después, si se la menciona, China. Frente al ecologismo, por su parte, DW Documental insiste en retratar a los cándidos activistas alemanes y austríacos, indirectos herederos de los Studentenverbindung autóctonos antes que de los trasnochados hippies estadounidenses, como individuos kantianos que concientizan desde la palabra y la acción (construyendo robots para limpiar ríos, casas autosustentables con barro e, incluso, practicando el comercio marítimo a vela). Y es entonces cuando, como en el documental Las nuevas casas ecológicas, puede irrumpir una fría académica alemana para explicar que “la cantidad de residuos de la construcción es una amenaza al espacio vital de los alemanes”. Es apenas una frase. Una leve disonancia para el oído ignorante.
En DW Documental abundan los documentales sobre la vida marina, la vida de los insectos y los animales (cuál es fuerte y cuál es débil para sobrevivir ante un mundo vertiginoso) e incluso uno muy particular sobre si debería librarse una guerra total o quizás pactar una tregua con las ratas. En todos, sin embargo, asoma en algún punto el oscuro estigma inconsciente. Hay frases, hay relaciones, hay palabras cuya latencia inconsciente distorsionan el mensaje consciente. Dado que lo que no se habla activamente no se piensa activamente, DW Documental no evade los abordajes directos de la Segunda Guerra Mundial ni de los Konzentrationslager (alrededor de los cuales se retrata desde el robo de arte a judíos hasta los conocidos relatos de sobrevivientes, pasando por tal o cual labor de los Einsatzgruppen de las SS, que exterminaron a tiros a miles de civiles en el frente europeo oriental desde 1941 sin la necesidad previa de “concentrarlos”). Más interesante es que DW Documental tampoco evade las secuelas del colapso de la dignidad alemana ante los Aliados en 1945.
Un duro ejemplo es Las mujeres como botín de guerra al final de la Segunda Guerra Mundial, un documental acerca de los “cientos de miles de mujeres y niñas que sufrieron abusos sexuales a manos de soldados aliados en Alemania”. El título es autoexplicativo y poco sorprendente para quienes conozcan las particularidades del arribo aliado a Berlín o la atávica naturaleza oscura de la violencia humana (de paso, hay una novela de Curzio Malaparte que narra lo que los soldados negros estadounidenses hacían con las madres y, sobre todo, con las nenas sicilianas luego de la liberación del sur europeo, mientras los rusos avanzaban desde el este hacia el Führerbunker). Pero en ese plural, “aliados”, DW Documental intenta mezclar lo que, de a poco, se despoja de cualquier duda: ese fantasma capaz de conciliar todos los hilos irresueltos de la psiquis alemana desde 1945, el núcleo traumático que se arrastra desde aquellos tiempos hasta hoy, se llama Rusia.
Para DW Documental, la Rusia actual que aterroriza a Alemania es un “cazador de civiles ucranianos con drones”, un “hambreador del Báltico”, una maquinaria evasora del “dinero de los oligarcas”, una “amenaza ártica nuclear”, una “amenaza de confrontación atómica con Occidente” y, sobre todo, un “imperio energético” con la muy irónica capacidad estratégica de interrumpir, a través de Gazprom, el suministro de gas a Alemania. La Rusia de ayer, por otro lado, es según DW Documental un muestrario de “tortura y vigilancia de la Stasi”, un “laberinto de búnkeres, túneles y cámaras de tortura a lo largo de la URSS” y una adoctrinadora de “niños del milenio que solo conocen a Putin”. La herida de la derrota alemana persiste y también su carácter traumático. En otras palabras, las secuelas del ultraje en el pasado surcan la manera en que se construye la experiencia del presente.
Pero hay otro espectro macabro que retuerce y atormenta a la delicada psiquis alemana. Se llama Estados Unidos, y en ocasión de ciertas pesadillas DW Documental se anima a unirlo a Rusia, tal como, en el pasado, Estados Unidos y Rusia se unieron para la vejación de Alemania. Un ejemplo es Trump, Putin y compañía, acerca de “la dudosa clientela del Deutsche Bank” y “la codicia de sus directivos”. El espectador de DW Documental sabe que esto no resta espacio para otro viejo enemigo alemán, Francia, aunque su lugar en la geopolítica psicológica de Alemania resulta bastante insignificante. Casi siempre se lo reduce a la sombra de su cruel pasado colonialista, como en Una sangrienta lucha por la liberación, acerca de “la guerra de Indochina”, o a un páramo turístico barato para otro fantasma menor, Inglaterra, como en Baguete en lugar de Brexit. De una manera u otra, para DW Documental Francia no representa otra cosa que un siervo genuflexo de Estados Unidos en la OTAN y un socio usurero de Rusia en Escandinavia, como muestra ¿Putin se adueña del Polo Norte?, acerca del programa ruso de explotación minera en el círculo polar ártico. Aun así, si para el inconsciente alemán Rusia es la omnívora bestia negra, Estados Unidos es la mercantilización pervertida del alma y el cuerpo. Documentales como El enemigo interno, acerca de “la extrema derecha en Estados Unidos y la toma del Capitolio”, o Los Estados Radicalizados Unidos, sobre las “milicias ciudadanas”, retratan a tal fin el eclipse interno de la democracia estadounidense.
Estos documentales, sin embargo, solo cobran sentido en conexión con un lienzo más amplio de la perturbada psicopatología estadounidense. DW Documental retrata esta condición en Una vida como hace 300 años, acerca de “los amish en Estados Unidos”, El mortífero negocio de la reeducación, acerca de los “centros privados de reeducación para los jóvenes con problemas de conducta en los Estados Unidos” (la versión capitalista de los centros comunistas de reeducación chinos para disidentes políticos, si bien ambos coinciden en la proliferación abusiva de la psicofarmacología, la tortura, la violación y el asesinato) o El resurgimiento del KKK, a propósito de “las tres letras que son sinónimo de racismo, odio y violencia”, el asunto alemán fundamental, esta vez en forma de señalamiento directo de hipocresía frente a quienes en Hollywood, por ejemplo, siguen retratando al nazismo como un Otro maléfico total.
El punto es que, así como durante veinte años de episodios nadie pronunció nunca la palabra “zombi” en The Walking Dead, lo que se susurra en la oscuridad del inconsciente alemán en DW Documental tampoco termina nunca de pronunciarse de manera directa. Y la razón es tan transparente que, ahora sí, vale la pena citar a Sigmund Freud: “Es ist nicht bequem, Gefühle wissenschaftlich zu bearbeiten”. Por si fuera poco, aquello reprimido tiende a hacerse carne bajo la forma de exabruptos públicos en ciertos alemanes relevantes. Sin ir tan lejos, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, explicó hace pocos días, en defensa del terrorismo de Estado israelí sobre los civiles desahuciados y refugiados en (lo que resta de) la Franja de Gaza, que “los lugares civiles pierden su estatus de protección porque los terroristas de Hamas abusan de ellos”. Justificaba así el aniquilamiento sistemático de civiles, aclarando que “eso [la pérdida del estatus de protección de los lugares civiles donde operan terroristas] es lo que defiende Alemania”. No faltaron quienes recordaron que Annalena Baerbock, que en 2021 intentó llegar al significativo puesto de canciller de Alemania, es nieta de Waldemar Baerbock, en su tiempo un ingeniero a cargo de la reparación de cañones antiaéreos de la Wehrmacht con una “impecable postura nacionalsocialista”, según los archivos del Tercer Reich revelados por el diario alemán Bild. Yo diría que, más allá de las genealogías ideológicas de ciertos alemanes con mayor tendencia al genocidio que otros, basta con prestar atención al “más allá de los titulares” de DW Documental. Los conflictos irresueltos del alma nacional están ahí.
¿Qué fluye entre los argentinos de todo esto? Salvando las diferencias entre lo que se tramita de manera inconsciente allá y lo que se tramita de manera inconsciente acá, nuestra historia no es ajena a la represión, los lapsus y las pesadillas. En este punto, dejo de lado los asuntos más obvios, los evidentemente explotables y explotados, los fáciles, para señalar algo simple y cotidiano. No es la única ni la peor empresa que lo hace, pero de un tiempo a esta parte, el Grupo Ledesma, que desde hace más de cien años extrae y comercializa con afán monopolizador el azúcar argentino (y, desde hace algunas décadas menos, también produce y comercializa papel, alimentos varios y combustibles junto a empresas como Cargill, YPF o Petrobras), decidió que una de sus políticas de “responsabilidad social empresaria” sea visitar jardines de infantes privados y dar charlas de concientización sobre el cuidado de la yunga jujeña.
Qué es lo que los chicos de un jardín de infantes en la ciudad de Buenos Aires pueden hacer en favor de la conservación de la yunga jujeña es discutible. Lo que el Grupo Ledesma hizo en contra de la conservación de la yunga jujeña, por otro lado, consta en varias resoluciones del Congreso de la Nación de 2002 y 2003. Como sea, el ecológico no es un problema: quien haya pisado por primera vez una yunga sabe que talarla, desmontarla y comercializarla con fines productivos podría ser mejor que pisarla por segunda vez. Más oscura, en cambio, es la relación todavía irresuelta entre el Grupo Ledesma y las fuerzas militares del Proceso de Reorganización Nacional para el secuestro de unas cuatro centenas de empleados y la desaparición y el asesinato de unas cinco decenas en julio de 1976.
Según los sobrevivientes, el Grupo Ledesma, durante un apagón eléctrico táctico, facilitó al Ejército y a la Gendarmería los vehículos de su propia firma para trasladar a la muerte a sus propios empleados (en particular a los que cumplían actividades sindicales). Por estos crímenes, Carlos Blaquier, presidente de Ledesma en aquella época, fue juzgado en 2012 como corresponsable de distintas privaciones ilegales de la libertad, y luego previsiblemente absuelto. Resta imaginar entonces el modo en que esos crímenes impunes de ayer, casi olvidados, anhelan lavarse quizás de forma inconsciente con las técnicas corporativas de la “responsabilidad social empresaria” de hoy ante chicos de cuatro o cinco años, es decir, ante una nueva generación de consumidores. Termino con una aclaración y una imagen. La aclaración es sobre la frase de Freud citada más arriba, que podría traducirse así: “No conviene procesar científicamente los sentimientos”. La imagen corresponde a las hojas Ledesma que se les deja de regalo a los chicos en los jardines de infantes. Estas hojas se autodefinen como “papel natural” porque están hechas con “100% de caña de azúcar”, “0% fibra de árbol” y “0% blanqueadores químicos”. Lo significativo es que el producto final es una hoja ligeramente castaña, parda, terrosa, en fin, bastante sanguinolenta. Lo que no se habla activamente, no se piensa activamente, etcétera////////PACO