Cine


Veinte años en Tokio

A veces una película se construye en torno a un sentimiento o a dos soledades que se acompañan. Esta obra de Sofía Coppola relata cómo dos personas pueden sentir lo mismo en etapas distintas de la vida y cómo incluso en todo ese silencio e incertidumbre que rodean las crisis humanas podemos encontrar una conexión especial. Sofía Coppola es la directora y guionista del film y ni bien tuvo los bocetos de la primera versión del guion, lo quería como protagonista a Bill Murray. Más de un año le costó llegar a tener una cita con él, y después de eso el reconocido actor no dio una respuesta del todo afirmativa, sin embargo la joven directora insistió y Murray terminó aceptando. Y en el caso de Scarlet Johansson no había otra actriz como ella. “Posee madurez interpretativa, una etérea belleza y una voz susurrante que irradia humanidad,” dijo Coppola. En el plano económico fue una película de muy bajo presupuesto. Además, una vez en Tokio, muchas de las filmaciones de exteriores fueron hechas sin los permisos necesarios para grabar en la calle, ya que el tiempo de grabación fue muy corto, se filmó en sólo veintisiete días. Sofía Coppola no quería contar su historia de otra manera en la que ella creía, además la financiación fue una dificultad porque no se generó en EEUU. Un funcionamiento diametralmente opuesto a la de la industria cinematográfica norteamericana, en el que las piezas forman parte de un engranaje mucho mayor. Es por eso que Lost in Translation conserva esa pureza, esa sensibilidad y naturalidad de la mano de la directora que creyó en este proyecto desde el primer momento.

La película se estrenó en octubre de 2003 en EEUU y en febrero de 2004 en Hispanoamérica con el título Perdidos en Tokio. Hay que tener en cuenta que para ese entonces Sofía Coppola era una directora apenas conocida. Ella sólo había realizado la exquisita Las vírgenes suicidas (1999), basada en la novela homónima de Jeffrey Eugenides, más allá de ser la hija de uno de mejores directores de cine del mundo, y Bill Murray ya era un actor consagrado.

Sofía Coppola pasó largas temporadas de su juventud en Tokio y alguna vez dijo que “nunca había estado en un lugar que me hiciera sentir extraterrestre con tanta fuerza.” Es por eso que esta obra tiene su papel narrativo para marcar lo perdidos que están los personajes o lo aislados que se sienten en un mundo con el que no consiguen conectar. Durante el desarrollo de la película Bob y Charlotte se reconocen como islas en donde refugiarse, como dos personas rotas. En esa carencia de ilusión entre ambos protagonistas, es en donde comienza esta historia, pero lo más importante es la revisión en la relación romántica y la implicación en el propio espectador. El pretexto de una obra no es siempre contar una historia completa, sino que pueda girar alrededor de un único instante. Un momento puntual que define la vida de dos personajes, pero que al mismo tiempo nos ayuda a comprender su pasado, a empatizar con ellos o incluso cuál será su futuro más allá de la película. Lost in Translation es una de esas obras. Un pequeño poema al existencialismo, al sentido mismo de la vida y a la soledad que sentimos al no encontrarlo.

Si narrativamente hablando Japón o la barrera del idioma significan un aislamiento, hay otro elemento del filme que también marca ese sentimiento como es el silencio de la obra. Lost in Translation es un barco en un océano de silencio y en él viajan los dos protagonistas. Después de casi media hora de película uno siente que la mitad han sido silencios y la otra mitad han sido conversaciones que no son interesantes o que no llevan a los personajes hacia ningún lado. Por eso, en esa primera parte de la película se trasmite tanta soledad. De hecho el filme completo está en un aura de silencio, como si esta historia fuese un pequeño susurro o un secreto que quiere ser guardado.

En todo este período Bob y Charlotte se comunican por primera vez en el restaurante del hotel. Hay un par de gestos cómplices mientras el marido de ella sigue trabajando, incluso allí dentro. Pero aún hay más simbolismos, Bob hace deportes por la noche para combatir el insomnio pero la cinta en la que corre se acelera y la intenta detener pero no puede. Esto puede ser una referencia a la parte de su carrera, que son esos compromisos publicitarios que él no quiere hacer pero que se ve obligado. Quizás también a su matrimonio o incluso al rumbo que ha tomado su vida. En general quiere bajarse de todo eso, quiere dejarlo pero no puede. Por otro lado ella tampoco está cómoda con la vida que lleva. Transcurre un espacio sin saber lo que quiere mientras acompaña a un marido que tampoco la valora. En otra escena Charlotte ve cómo su marido habla con una vieja amiga con la que parece conectar bastante más que con ella misma, como si la película nos dijera que el marido quisiera que Charlotte sea como ella y no como es. Incluso en la ropa de la chica, ella lleva el color rojo en su vestido, que evoca pasión, mientras Charlotte viste con colores fríos demostrando la frialdad y distancia que existen entre el marido y su mujer.

Tras una dosis de más insomnio y soledad, hay otra escena del bar, un lugar de conexión y encuentro entre los dos personajes que va a dar lugar a una conexión genuina. Cuando Bob y Charlotte comienzan a hablar parece que por primera vez en toda la película afloran las conversaciones interesantes. Es cuando de verdad los personajes comienzan a contar abiertamente lo que les pasa y cómo están. Hasta ahora la película nos había mostrado la crisis existencial de los personajes y esa parte de la obra era totalmente necesaria para entender la segunda y el valor que se va a establecer entre los dos personajes.

¿Pero cuál es el primer gesto cómplice entre los dos? Cuando estando juntos, él le enciende su cigarrillo sin cuestionarla, mientras que su marido le insiste en dejar el tabaco. Esto indica que Bob la acepta tal como es y que ese hábito es parte de ella. Cuando ellos empiezan a hablar salen dos elementos claves de esta película, el matrimonio de Bob y a qué dedica Charlotte su tiempo. A veces lo que necesitamos es tan sólo una mirada para sentir esa complicidad con la otra persona.

Después los personajes se cruzan en la historia pero sin nada serio mientras siguen con sus vidas. Pero aquí empieza la parte más interesante de la película, la de más conexión entre estos dos personajes, que son esas noches mágicas que la pasan juntos. Momentos que son como sueños, entre música, color, vida y diversión en un océano de desinterés. Tal es así que Bob arranca la primera noche con una camiseta muy colorida que se desmarca de los tonos fríos de la película. Tiempo más tarde, las canciones que se cantan en el karaoke también son muy significativas. Hablan de la ausencia de futuro, de estar perdido e incluso de la conexión romántica que está surgiendo entre los dos personajes. De todos modos las canciones van en este orden y las miradas entre ellos empiezan a ser más sugestivas y de pronto la ciudad no es algo ajeno, ahora los dos son parte de ella más allá de las diferencias culturales. More than this know there´s nothing (Más que esto, sabes que no hay nada), dice una parte de la letra de la canción de Roxi Music que canta Bob en el karaoke. Esto implica que estos dos personajes deben salvar su breve período de tiempo juntos ya que es un alivio de sus infelices etapas de su vida actual. Esta escena sirve para fortalecer el vínculo de amor platónico entre Charlotte y Bob.

En relación al supuesto amor platónico como sinónimo de amor imposible, en este caso no es tan así. En El Banquete, Platón da una visión filosófica del amor que es un amor centrado en la belleza del carácter y en la inteligencia de una persona, y no en su apariencia física. No obstante, es un amor únicamente presente en el mundo de las ideas en el que se considera perfecto e incorruptible. Es decir, se trata de un ejercicio neutro, un amor desapasionado, ajeno a lo intenso, un amor inteligible. También se encuentra la idea del alma, aquí es más importante la belleza del alma que la física. Algo propio de Platón en este planteamiento es que el alma pertenece al mundo de las ideas, pero este mundo se encuentra atrapado en el cuerpo hasta que se libera de él con la muerte. Si ambos amantes son capaces de elevar su amor a este mundo de las ideas habría llegado a la perfección.

Todo este recorrido está dentro de un silencio, pero ahora no aísla, sino más bien, es una calma cómplice. Por eso en esta película Sofía Coppola trabaja tan bien con los silencios y los maneja para hacernos sentir cosas distintas. En este caso no hay un espacio íntimo entre los dos, y ese es un acierto muy importante en el film. Tal es así, que después de ese paréntesis en sus vidas, cada uno volverá a su lugar. Pero los dos han disfrutado tanto que empiezan a buscarse una y otra vez, a pasar tiempo juntos. Es más, convierten una visita al hospital en algo divertido, comienzan en hacer suya la ciudad y a disfrutar de estar en un lugar que no conocen. Ese lugar que antes era extraño y ajeno, ahora es una oportunidad de descubrimiento, es un lugar por explorar, es emoción y aventura.

Aquí el espectador se va dejando llevar por esta conexión hasta que llega el verdadero instante de intimidad, hasta el momento en que ambos se desnudan frente al otro emocionalmente y hablan de sus miedos y prejuicios. Allí hay una química intelectual y emocional entre los personajes. Sólo cuando están juntos se permiten ser vulnerables pero al mismo tiempo, sin ningún tipo de barreras y sin contacto sexual. Entre los dos han construido un lugar seguro en el cual poder ser ellos mismos, sin ningún tipo de miedo. Después hay un plano inolvidable, mientras ellos están en la cama en la que Bob le toca el pie a Charlotte. En ese pequeño gesto hay mucha fuerza, es una conexión íntima y sutil pero a la vez muy intenso que acaban de vivir los dos personajes.

La ciudad también parece ser la otra protagonista de esta historia ya que al principio se presenta de manera hostil y el contraste cultural lo agrava todo, sin embargo, esta relación con la ciudad cambia paulatinamente cuando los protagonistas empiezan a conocerse. Hay una narración sentimental durante toda la película que se replica en la ciudad. Parece que Charlotte ha encontrado el apoyo que tanto buscaba, alguien que la acepta tal como es y que no duda de ella y sus capacidades y Bob ha vuelto a encontrar una pasión que creía perdida. Ha vuelto a sentirse joven haciéndolo. Pero al mismo tiempo parece ser un espejismo, algo irreal ya que la familia de él lo espera en su casa y ella junto a su marido también, pero entonces la película antes de terminar lanza una pregunta.

El último encuentro deja la oportunidad de elegir al espectador, una pequeña ventana abierta a que vuelvan a encontrase, a que puedan romper con todo lo que los ata en sus vidas y cambiarlo. Ya en el final hay unas palabras que Bob le susurra a Charlotte que no se saben verdaderamente cuáles son. Es un final abierto en el que no sabemos del todo qué harán los personajes después de ese abrazo y es en ese mágico instante donde se encierra toda la magia de Lost in Translation y el tinte de sensibilidad que quiso mostrar Sofía Coppola. Como conclusión nos podríamos preguntar si realmente tenemos que dejar escapar aquello que nos apasiona en la vida por seguir lo que ya hemos elegido o si nuestras decisiones pasadas deben marcar el rumbo de nuestra vida. Al cumplirse poco más de 20 años de este film creo que vale la pena volver a pensar en ello.////PACO