I
Unas horas después de que Benedictus XVI renunciara a su puesto un rayo cayó sobre la cúpula del Vaticano en la Plaza San Pedro. Durante esas mismas horas, una energía parecida había circulado alrededor de internet. Estoy a favor del traje del provocateur. Nadie con tres dedos de frente debería dejar de pasar por esa sastrería y probárselo al menos una vez. (Personalmente, la última vez que lo hice me pareció un tanto pequeño para mis propias expectativas). Twitter suele funcionar como esa enorme sastrería. No se trata de El corte inglés, por supuesto. No hay grandes requisitos de clase ni test de coeficiente intelectual en Twitter para calzarse el traje de ironista. Todos pueden jugar a ser los nuevos Oscar Wilde en Twitter. De eso no hay duda. La mitad simplemente terminan exhibiendo su propia imbecilidad. En el mejor de los casos, su más triste brutalidad. El páramo medio está definido por la ignorancia en el sentido más literal. El caso de Chris Dorner durante el último martes ha sido elocuente.
II
Twitter no debe ser una vidriera de las mejores mentes contemporáneas. Pedirle eso a las posibilidades de la tecnología sería ir contra la lógica completa de una época. (Vi por cable a un retrasado mental que en los años noventa se pintaba el pelo de verde y gritaba por televisión; ahora es una autoridad sobre los usos más triviales de la web. Vale la pena ver ese esfuerzo: debe tener un lenguaje que no supera las 50 palabras pero lo intenta). Como sea, no es mediante una aristocratización del sentido como se produce valor en internet. De hecho, es precisamente de la manera inversa. Pero la ironía…
III
¿El rayo celestial cae sobre el Vaticano? En tal caso, Dios acompaña a los ironistas. Benedictus XVI no ha sido un hombre simpático para el gran público. Su función tampoco lo requiere. Buena parte de la ironía que circuló el último lunes en la web giraba básicamente alrededor de esa percepción excesivamente estúpida de lo que significa la fe cristiana en el siglo XXI. Un arrasado mental llegó a preguntar qué había hecho el Vaticano por la Humanidad. Alguien le respondió -sin ironía- que había encargado algunas de las más maravillosas obras de arte de Occidente.
¿O se trata de un rayo terrenal que el Vaticano dispara hacia los ojos del mundo? En tal caso, habría que comenzar a tomarse las cosas con cautela. En general, disfruto la ironía. Recuerdo la orgía de humor negro cuando la hija gorda y sin talento de Cris Morena se murió. Recuerdo también con cierta sorna los chistes sobre uno de los hijos muertos de Maru Botana. En el podio de la ironía creo que se mantiene firme el funcionario argentino que se mató durante una manuela deluxe -como dijo el maestro Asís- en un hotel en Montevideo. El grado de ironía en esos casos -entre otros- fue directamente proporcional al temor a la muerte. Martin Amis dijo alguna vez que los sentimientos que nacen ironizados son sentimientos vacíos que nacen muertos. Twitter los ha revitalizado. Las muertes que impactan -los eventos generales revestidos de mayor relevancia- son hoy aquellos que devienen instantánea ironía. El reflejo condicionado de mis contemporáneos es contestar con ironía.
IV
La pregunta es qué queda después del rayo. No alcanzo a leer qué se trasluce respecto a la religión detrás de la ironía. Un temor, claro. ¿A la incapacidad de creer o qué? Hay cierto placer indudable en la ejecución de una ironía. Homosexuales, judíos, ateos, agnósticos, progresistas cristianos: es fácil ironizar alrededor de Benedictus XVI. Al fin y al cabo, el hombre ha renunciado porque no tiene fuerza suficiente. No sé cómo formular de una manera irónica mi único deseo: Dios nos libre de tener un Papa negro. Con un blues del Vaticano ya es suficiente. ///PACO