Historia


Văcărești, la naturaleza del comunismo

Hay una leyenda rumana sobre la construcción de la catedral de Arges: Manole, el arquitecto, es amenazado de muerte junto a los demás constructores por el príncipe Radu Negru, en el siglo XVI, si no terminan la catedral. Para lograrlo, Manole apela entonces a la tradición de emparedar a una mujer viva como sacrificio. Los constructores avisaron a sus esposas, pero la primera mujer que arribó a la construcción fue la de Manole. El arquitecto no tuvo más remedio que sacrificarla, y así pudo terminar la catedral. Se dice que Radu Negru, al final, también encerró a Manole para que no pudiera construir otra obra de igual belleza.

Pero si hablamos del rumano o valaco (ahí nació la rumanidad, en Valaquia) más conocido, Vlad Țepeș (se pronuncia “Țepeșh”), llamado en la ficción “conde Drácula”, también él estuvo obligado a hacer sacrificios. En sus constantes idas y vueltas en la guerra contra el imperio otomano perdió el amor de su vida, y por eso hizo empalar a 20.000 enemigos, hasta horrorizar al mismísimo sultán. Quizá por eso la frase que mejor define a los rumanos está cargada de un componente trágico: “Antes de que llegues a Dios, los santos te comen”, dicen, como si ya desde sus tradiciones, cuentos y leyendas hubiera una cierta obsesión por los sacrificios vivos, ya se trate de emparedar o comerse vivo a alguien, sea una mujer, un ejército o al propio comunismo.

Un puerto comunista espectral

El barrio de Văcărești (en rumano se pronuncia “vacareshti”) no es la excepción. La zona  poseía un complejo monacal, quizá el más grande de Europa del Este, rodeado de una naturaleza envidiable. Nicolae Ceaușescu, el dictador comunista, ordenó demolerlo, incluido un templo estilo brancoveanescu. Aún así, se pudieron salvar 2500 metros de frescos seleccionados por dos agentes de seguridad, mientras que los alumnos de la escuela de arte Nicolae Grigorescu ayudaron al traslado a otro palacio de Bracoveanu, en la localidad de Mogosoaia. La demolición se inició en el otoño de 1985.

Ubicado a 15 minutos en metro desde el centro de la ciudad, Văcărești luce como una piscina gigante se ingrese por donde se ingrese a la, ahora, reserva ecológica protegida. A primera vista, el lugar parece un gran estadio de futbol romboide y sin butacas, pensado para un equipo que tal vez imaginaba ganar la Champions antes de que todo saliera mal. De alguna, manera fue así: a través de Văcărești, Ceaușescu pretendía convertir a Bucarest en un puerto y el río Danubio (un rio navegable) con el Mar Negro. ¿Se imaginan un puerto comunista en Europa del Este compitiendo con los puertos capitalistas de Hamburgo o Rotterdam? Esta idea no figura ni siquiera en los artículos periodísticos de la prensa rumana, condenados a no hablar nada sobre el comunismo ni nada relativo a ello. De hecho, solo se puede oír en la boca de los excomunistas encerrados no solo en sus departamentos, entre las fachadas de la democracia de la Rumania actual.

Un costarricense afincado durante más de treinta años en Bucarest, que arribó como estudiante, se casó con una rumana y tiene como suegro a un antiguo jefe comunista, refiere que el proyecto debía permanecer en secreto y solo debía tener la careta de ser un proyecto hidrológico para no levantar sospechas en Occidente. Razón no le falta, porque en Văcărești todavía pueden verse los ganchos de hierro para sostener los botes. Y tampoco tiene la forma de las otras lagunas artificiales de Bucarest. Sin embargo, como ya sabemos, Ceaușescu fue traicionado y asesinado por sus allegados. Se suponía que con su muerte el comunismo terminaría, pero Văcărești es la prueba palpable de que aunque el sistema comunista murió, sus maneras sobreviven en el corazón de la democracia rumana.

Los fantasmas nunca mueren

Los ciudadanos de Bucarest de treinta años para adelante dicen que todo lo que se ve (parques, obras públicas, lagos artificiales) es lo que hizo el comunismo. La democracia no hizo nada, ninguna obra de gran envergadura, apenas continuó el legado de la corrupción de antaño. Y mucha de la gente que dice esto no es necesariamente pro comunista o algo por el estilo. En efecto, todo lo que se ve en Bucarest es lo que el comunismo construyó o destruyó. Ese es, también, el caso de Văcărești, un proyecto fallido que tenía bastante ambición, al estilo megalómano de Ceaușescu.

Se dice que el palacio más grande del país, el más grande de Europa y el segundo del mundo, donde hoy funciona el Parlamento entre las voces fantasmales de los constructores caídos, fue inspirado después de la visita de Ceaușescu a un país oriental comunista. Aunque parezca una contradicción, estas construcciones son historias de destrucción, porque para edificarlos se destruyeron barrios enteros, con iglesias antiquísimas incluidas. Văcărești sigue esa tónica, pues los proyectos de Ceaușescu, incluso admirados por sus detractores, siempre fueron “muy locos” pero ambiciosos. Sin embargo, casi todos estos planes fueron teñidos por la tragedia. La tragedia, con sus equívocos y contramarchas, suele estar presente en las vidas rumanas, incluso en su literatura, como en el cuento del escritor Mircea Cărtărescu, “El ruletista”, donde un jugador de ruleta rusa que nunca muere en competencia y los bate a todos perece en una circunstancia tonta y corriente.

En su política actual, esto es más notorio todavía: la entrada de Rumania a la Unión Europea ocurrió, mas no usan la moneda comunitaria, el euro, sino el leu rumano. ¿Será esto parte de la confusión? ¿Un signo más del paso violento entre un régimen comunista y un capitalismo salvaje? En medio del cambio se han producido muchas tragedias, como padres que se van a los países occidentales a trabajar como carne de cañon por unos euros mientras los hijos, nacidos ya en democracia, crecen malcriados y cínicos, sin tener una idea acerca de cómo se gana ese dinero de las remesas enviadas por sus padres. En muchos casos, la célula familiar está destruida por ese fenómeno, ya que sin padres a la vista, los abuelos son incapaces de contener el ímpetu y la “dictadura” de los jóvenes. Y eso es un fenómeno, por así llamarlo, soft. Más duras son las historias de las mujeres rumanas explotadas en Occidente como trabajadoras sexuales.

Mientras tanto, los que escaparon cuando aún se mantenía el régimen comunista volvieron a la patria luego de la revolución, cual románticos, y se encontraron que su democracia era una mentira. Los antiguos jefes comunistas continuaban en el poder, con los mismos métodos de control que antes, y por eso muchos de los que pretendieron hacer negocios quebraron bajo el excesivo control y una burocracia que todavía aprobaba negocios solo para los allegados a los viejos cuadros del partido. Al mismo tiempo, muchos terrenos de dominio público fueron tomados para la construcción de súbitas mansiones.

Hay una doble careta que se vive en Rumania. Por un lado, su ingreso a la Unión Europea ha permitido que muchas multinacionales norteamericanas, francesa, alemanas o canadienses ingresen con sus empresas de servicios en IT, ya que los rumanos manejan muchos idiomas, y claro, tienen gente talentosa en ingeniería informática (no hay adolescente que no responda “quiero ser IT”). Y todo ello a precio ganga. Para muestra, un botón: si una empresa alemana o francesa paga a sus ITs en Múnich o Lyon una cantidad superior a los 5000 euros mensuales, en Rumania pagan apenas la mitad, pero en leu, lo que para la economía local es bueno. De manera que las empresas se trasladan hacia Bucarest o Cluj-Napoca.

Esa población, económicamente activa, está relativamente contenta con esta parte de la democracia, pero sus parientes o padres que trabajan para el Estado u empresas locales, en cambio, trabajan más horas y con mucho más stress por un salario de 200 o 250 euros mensuales como máximo. Al entrar a los edificios modernos de las IT, con oficinas al estilo de Occidente y servicios al nivel de cualquier capital occidental, la imagen del progreso capitalista logra su cometido. Pero al salir a fumar, por ejemplo, es fácil apreciar en el horizonte los viejos bloques comunistas que fastidian las conversaciones alrededor del humo (porque los rumanos fuman como chinos en quiebra, incluido niños y adolescentes, sin exagerar). Lo que se respira en el aire son los conflictos irresueltos de la corrupción y las políticas de control, aunque predomine un silencio acorde a la comodidad de los jefes de las multinacionales, quienes a veces, además, son hijos de los jefes comunistas y fueron instruidos en la tradición de los padres. Es cierto también que en Bucarest se puede caminar a cualquier hora de la noche y no pasará nada grave. Es cierto también que hay poquísima delincuencia. Es que la procesión va por dentro.

La naturaleza del comunismo

Cuando los jóvenes publican sus memes en contra de la política del Estado, hay uno que se divulga muchísimo: se trata de una imagen en la que Vlad Țepeș empala a todos los políticos corruptos por el trasero. Y la letra dice: “Vlad,  levántate de tu tumba”. Así como el arquitecto Manole llevaba su procesión por dentro, también Văcărești lleva su movimiento muy silencioso, pero activo. Ya desde su origen trágico, el antiguo proyecto de un puerto en plena ciudad arrastra la carga de los viejos fantasmas, y no solo el de Manole. Văcărești, esa hendidura en el corazón de Bucarest, jardín para elefantes blancos que nunca existirán ni existieron, lucha en medio de la urbe y persiste para la naturaleza y los animales.

En tiempos postcomunistas se pensó que el área podría servir para construir el nuevo Palacio de Justicia, pero eso tampoco prosperó. Se pensó entonces en adjudicar a empresas privadas o constructoras para que la zona fuera un espacio para proyectos inmobiliarios, pero la oportuna publicación de la National Geographic, versión rumana, le dio un espaldarazo a la sensibilidad de la opinión pública, y claro, al grupo de ecologistas de la asociación civil que protege el parque, con su página web y todo. Según la prensa rumana, hasta el príncipe Carlos de Inglaterra ha hecho donaciones para la protección del parque, y es ahí donde ese respaldo ha frenado ciertas pretensiones de desaparecer a Văcărești.

En el 2017, el mismísimo príncipe Carlos inauguró un mirador de pájaros en Văcărești (aunque parezca mentira, Carlos tiene propiedades en Transilvania,  Rumania). Sin embargo, el vandalismo, el poco interés de los jóvenes en ayudar a la asociación y la destrucción de la cabaña pensada para los potenciales “rangers” voluntarios, además de un incendio en febrero de este año, pusieron otra vez en marcha la tónica de tragedia rumana. Queda mucha duda acerca de la proveniencia de estos actos, y este año ni siquiera pudieron verse los ciruelos y la fruta “Dude” silvestre que era (o es) la delicia de chicos y grandes en el parque. Aún así, saber el origen de Văcărești y caminar y recorrer los distintos miradores, ya sea para cisnes, patos y aves del lugar, es un agradecimiento en medio de los bloques comunistas. Văcărești es un templo natural en medio de la urbe contaminada, y no en vano en el pasado fue un gran monasterio.

Pero este viejo espectro comunista que ahora se percibe como santuario ecológico ya no puede ocultar su inevitable disputa con el ánimo de lucro capitalista. ¿Durante cuánto tiempo más se podrá tener la sensación de paz en la reserva ecológica para luego adentrarse al metro Mihai Bravu? El filósofo Emil Cioran, quién mejor para hablar de ello (él, que fue despojado de su paraíso en Rasinari, su chica bella sacrificada, para vivir en la urbe infernal), decía que el pueblo rumano estaba maldito, destinado a la mediocridad, y en esa medida se sentía cerca a España, que había perdido el más grande imperio de todos los tiempos. Entonces, ¿estarán los rumanos condenados a perder también Văcărești? Ahora que los emprendimientos inmobiliarios acechan, tenemos que bajo una hipotética construcción de edificios modernos, al estilo de “Văcărești towers”, habría mayor empleo para un segmento de la población. Lo cual, por otro lado, tampoco le vendría nada mal a la capital, ahogada por los bloques del pasado régimen. En el mercado rumano los departamentos son relativamente accesibles, pero ya se sabe que en estos tiempos 100.000 o 150.000 euros no se consiguen así no más, y muchos prefieren comprar los renovados mini departamentos aquí llamados “garsonieras”, que son una especie de ratoneras, a un precio de alrededor de los 35.000, 50.000 o 60.000 euros, dependiendo de la ubicación.

Los colmillos del capitalismo

La prensa rumana llama a la zona “Delta Văcărești” en alusión al delta del Danubio que posee en su territorio Rumania, que es donde desemboca este río en el Mar Negro. Sin embargo, que la zona no esté más en los planes de algún proyecto inmobiliario para dar empleo casi inmediato a una parte de la población no significa que el parque no genere ingresos. Es indudable que el parque de Văcărești podría generar empleos, ya sea con la seguridad y algunos shops alrededor, pero todavía hay mucho del príncipe Radu Negru en el corazón de los rumanos, deseosos de la prosperidad a toda costa. Los rumanos miran mucho a Occidente y relacionan la prosperidad solamente con malls, edificios modernos y parques de goma y cemento. Pero, otra vez, es un deseo de prosperidad y occidentalización que aún lucha contra los métodos comunistas del pasado. Hay otra cosa que dice mucho de lo que ocurre dentro de Rumania: todas las chicas, pequeñas y grandes, desean a toda costa irse. Las más jóvenes sueñan con Canadá o los Estados Unidos, mientras que las demás buscan destino en los países nórdicos o Inglaterra. La respuesta es siempre la misma: “No se puede vivir en este país corrupto. Si no perteneces al cuadro de los que manejan los hilos, estás fuera, y por eso no quiero seguir aquí, no hay futuro en este país”. Lo dicen mientras beben su cola de KFC o McDonald´s, o dentro de un mall ultramoderno.

Pero volvamos al barrio de Văcărești. Los bucarestinos quieren ser Praga, Londres o New York, pero su política no se ha modernizado, los fantasmas del régimen comunista aún siguen vigentes con el controlismo, ya sea en lo estatal o lo privado. En suma, todavía sigue vigente un estado policial que solo deja hacer y trabajar a quien le conviene. Y lo peor de todo es que la prensa no habla de eso. Văcărești tiene su ley de protección, pero no es difícil concluir de dónde vienen esas amenazas de vandalismo y los incendios. Es muy posible que si esto continua así, los rumanos terminen como Vlad Țepeș: alguien que luego de ser un héroe histórico que defendió su tierra a capa y empalamiento contra el Imperio Otomano, se transformó a la fuerza en un personaje siniestro en manos de un escritor británico, que se basó en su fama de sanguinario para crear a uno de los villanos vampíricos más conocidos de la literatura universal.

El suegro comunista (cual conde antiguo), sentado en su viejo sofá junto al yerno costarricense, habla resignado: “Si Văcărești se convertía en un puerto en nuestra capital, hubiéramos destronado a Hamburgo o Rotterdam. Comercialmente seríamos más importantes que ellos. Pues Rumania es un punto estratégico entre Oriente y Occidente. ¡Pero todo salió mal!  Un puerto en Bucarest nos hubiera hecho una de las capitales más ricas e importantes del mundo, sin ser una ciudad marítima. No como ahora, que otros países tienen tomado no solo al país sino también la economia”.

Para los inversionistas, por otro lado, Văcărești es una zona desperdiciada para ecologistas o, en el peor de los casos, un vaciadero de basura para vagos. La leyenda dice que Manole logró escapar de la torre de su encierro: al estilo de Icaro, diseñó unas alas, voló y cayó a una fuente. Aún ahora, en la localidad de Arges, cerca de la catedral, se puede visitar “la fuente de Manole”. Qué coincidencias de la vida. Văcărești podría ser esa fuente de agua, ya sea que en tiempos comunistas cayó en la desgracia de no convertirse en un puerto que destronaría a los puertos de Holanda y Alemania. Y ahora, en estos tiempos post comunistas, es esa fuente en la que el capitalismo empresarial también cayó y no prosperó. ¿La maldicion de Manole continúa? Quisieron volar alto en esos dos tiempos, y cayeron cual Ícaro y Dédalo, el viejo y el joven. Tanto la fuente de Manole, en la localidad de Arges, como Văcărești, en Bucarest, son ahora solo atracciones turísticas. Igual que los colmillos de plástico de Dracula, que se venden como souvenir cerca del supuesto castillo////PACO

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