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Un rincón del mundo

Este mundial nos obliga a reflexionar sobre algunas cuestiones. Fue un torbellino de emociones que se dio mientras la historia iba pasando. Lo sucedido en Qatar tiene nueva cara y nuevo nombre. Aquello que parecía imposible tuvo revancha 36 años después. Para aquellos que vivimos el Mundial de México de 1986, ya había pasado demasiado tiempo, y de tan lejos, lograrlo de nuevo parecía una utopía. En palabras de Eduardo Galeano la utopía está en el horizonte. Ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía?”, se pregunta el escritor uruguayo, “Para eso, sirve para caminar.” ¿No es eso lo que habíamos hecho hasta ahora como país? Correr, una vez cada cuatro años, detrás de una ilusión que parecía tan lejana, aunque alguna que otra vez estuvimos cerca. Creo que recién ahora nos dimos cuenta que quizás nos faltaba entrega, magia, mística, corazón, y por sobre todas las cosas, la conformación de un equipo, algo que completara el círculo en todas las aristas. Como el arte de modelar el barro o tallar una piedra para un escultor, aquí el entrenador creó un conjunto sólido y utilizó diferentes combinaciones de táctica dentro de un mismo juego. Supo que había que enseñar un entendimiento no solo dentro de la cancha, sino principalmente afuera y en este certamen se notó. Porque un escultor saca todo lo superfluo y reduce el material a la forma que existe dentro de la mente del artista. Había un aire de uniformidad en todos los frentes, desde los jugadores hasta el cuerpo técnico, una humildad que se vio en cada partido y en cada declaración, antes y después.

¿Pero quién dijo que fue fácil? Acá hubo un camino recorrido, sin improvisación, con paciencia, respeto, y más oídos dispuestos a escuchar que voces queriendo hablar. De repente el rompecabezas se resolvió de manera ejemplar en una sucesión de hazañas en lo colectivo, que llegó a su punto máximo en el primer tiempo de la final ante Francia. En esos 45 minutos ya eran campeones, y aun en la dificultad, no existía nada más y nadie los iba a parar hasta conseguirlo. Pero hubo un ingrediente central, un nuevo genio apareció por entre las nubes y bajó hasta nuestra tierra con la camiseta celeste y blanca y nos hizo felices para siempre. Nos llevó a la eternidad de lo posible.

Ahora pasa que la hazaña de Diego quedó detrás, y no estoy diciendo que se la ve menor, sino que cambió de signo, de figura, de atracción. Como esencia y ejercicio. De aquí en más, ésta es una nueva historia para contar y admirar. Para las nuevas generaciones, Lionel Messi será el ídolo de multitudes indiscutido. Y no quiero entrar en comparaciones porque eso siempre sería injusto. Me gustaría que de aquí en más no sea Maradona o Messi, sino Maradona y Messi. Ambos, con universos diferentes, con comienzos dispares, con rivales y sociedades distintas, llegaron a ese inconsciente colectivo de levantar a un país y llevarlo a lo más alto. Diego, con avidez y picardía fue único no solo por lo que demostró en la cancha, sino también por lo que significó como figura, con su liderazgo y héroe de una generación, con todas las virtudes y contradicciones a cuestas, con lo bueno y lo malo que tiene un ser inmortal como él, y Lionel fue el niño bueno de esta historia. Si el número diez actual fue como los Beatles en el estallido cultural de los años ´60, Diego fue el grito de los Stones con su desenfreno y desparpajo, sin antagonismos, combatiendo los dos en una misma trinchera frente a un mundo casi siempre hostil, sin apenas tocarse. Dueños de un aura que quedará por siempre en la mente de millones de argentinos que los vimos jugar y disfrutar con aquello que aman. Ya sin rivalidad, y cada uno en su tiempo, fuimos testigos de algo único y tal vez irrepetible. A Diego le costó dos mundiales alcanzar su sueño, en el caso de Lionel fueron cinco. Sí, 16 años persiguiendo un sueño hasta lograrlo.

Pero insisto, este mundial tuvo un equipo que trabajó en función de su capitán y no estuvo dependiente de él. Esta vez lo colectivo fue más que la suma de sus partes. Messi en este mundial fue donde más cómodo se lo vio. Disfrutó y descubrió una nueva manera de actuar, de sentir cada jugada, de moverse hasta brillar en cada ocasión que tuvo el balón entre sus pies. De una vez por todas este rompecabezas de difícil resolución se armó de una manera mágica y misteriosa, y todos los astros estuvieron ahí para presenciarlo. Hoy es difícil tomar dimensión de lo logrado. Ahora habrá nuevas fotos que nos acompañarán de un festejo inolvidable por el resto que nos quede por vivir. Por fin se hizo justicia y ese genio incompleto resultó ser completo como siempre había sido. Solo faltaba que esa Copa dorada cobrara vida en manos de él, dando la vuelta como testigo. Faltaba esa última pizca de barro por moldear para que un nuevo sueño se haga realidad, con todo su significado y geometría, libre, realizado, sin estrías, con la felicidad a pleno, como se lo pudo ver en esa foto que recorrió el mundo mientras dormía con la Copa del Mundo en sus brazos. Esas fotos con caras largas por las derrotas anteriores se convirtieron en victorias. Porque al fin de cuentas, siempre se trató de levantarse después de cada caída, de seguir intentándolo hasta lograrlo, de nunca darse por vencido. Hoy un nuevo ídolo tocó el cielo produciendo un terremoto emocional sin precedentes. Creo que en todo este tiempo lo que hemos hecho como país es escapar de las heridas mientras soñábamos con una nueva alegría. Casi que no hemos hecho otra cosa. Algo que nos deje festejar sin culpa ni tapujos, con la propia rebeldía del que no tiene nada que perder y sin urgencia. Porque quizás por fin llegó la hora de transformar nuestra indignación como sociedad trágica en una acción, de entender que algunos toman sol y otros lo tocan. De repente una sucesión de goles, sonrisas y abrazos iluminó nuestra vida. Porque el genio suele ser un guion que pone el destino entre dos párrafos de la historia. En palabras de José Ingenieros, en su esencial libro El Hombre Mediocre dice: “Los corazones menguandos no cosechan rosas en su huerto por temor a las espinas; los virtuosos saben que es necesario exponerse a ellas para escoger las flores mejor perfumadas”. La consagración de esta selección fue la flor mejor perfumada para una generación que lo añoró por años. En esta ocasión cada espina fue convertida en una rosa, se expusieron con coraje, rebeldía, compromiso, osadía, pasión. “Porque el fútbol se empecina en ser rebelde, inabarcable y, en especial, inexplicable por ser un territorio emocional”, dijo el campeón del mundo argentino del `86, Jorge Valdano. Un territorio emocional, ¿no es esa la definición exacta de lo que se vio en las calles durante los festejos?

Muchos grandes jugadores quedaron en el camino, es verdad. Forma parte del trato, para ellos también es este triunfo, por eso a más de uno se lo vio envuelto en lágrimas ante las cámaras. Y como país también peleamos, se vio en cada rincón de esta bendita Argentina. Después están las formas del disfrute, la representación en carne viva, la expresividad sobre lo festivo, la sociología de los cuerpos y las emociones a los fines de indagar en las formas de sensibilidad, en la capacidad para construir temporalidades que encuentran su anclaje en la felicidad. Este juego dialéctico como necesidad de expresión se conforma en tiempo real convertido hoy en felicidad y para siempre en este rincón especial del mundo./////PACO