por Fernando Barrientos @ferdydurke
En el patio de la casa de Gabriel Aguirre Alandia hay cinco cuadros terminando de secar bajo el nublado cielo paceño. De pronto, Gabriel toma el más grande y lo apoya en el suelo. Es una obra “abstracta” en la que predominan el rojo y el negro, y está pintada sobre la puerta de un closet viejo. Armado con una brocha gorda y un tarro de pintura blanca empieza a borrar veloz y violentamente toda la superficie del improvisado lienzo hasta dejarlo vacío, hasta que es de nuevo una página en blanco. Con los zapatos salpicados de pintura fresca se agacha y de un trazo dibuja rasgos humanos (ojos, nariz, boca) raspando con una espátula de metal. En las partes por donde ha pasado la espátula sacando la capa de látex blanco se revelan fragmentos del cuadro borrado, cuyas múltiples texturas, detalles y colores resaltan ahora más por el contraste. Tal vez cuando seque sufra nuevas modificaciones. Faltan menos de diez días para su primera muestra individual en la Casa de la Cultura de Tarija, ciudad en la que nació y a la que no vuelve hace 18 años.
En este periodo Gabriel se ha convertido en pintor. Sin tener formación académica ha realizado en los últimos diez años cientos de cuadros (de algunos no hay siquiera registro fotográfico) y los ha vendido todos entre restaurantes chic, compradores extranjeros y nuevos coleccionistas nacionales. Al no necesitar de intermediarios para exhibir o vender su trabajo (ahora vía Facebook, por ejemplo) no ha expuesto individualmente hasta la fecha en galerías o museos, ni tampoco buscado reconocimiento o legitimación de tales instituciones.
El mérito principal de la obra de Gabriel Aguirre Alandia parece consistir en la intensidad expresiva que emociona al lector antes de que lleguen las palabras. Se ha enseñado a sí mismo a resolver complicados problemas planteados por la luz y la oscuridad y en cada cuadro busca a tientas pero nunca a ciegas, sin miedo ni a perderse ni a reinventarse. Ahora, luego de pintar en silencio, quiere intentar cerrar ciclos en su vida y en su carrera.
Gabriel nació en Tarija el año 1974. En sus dos ramas familiares cuenta con antepasados pintores: por el lado de su familia paterna su abuelo Cimar Aguirre (un notable paisajista tarijeño) y por el materno el reconocido muralista Miguel Alandia Pantoja y su hermano el pintor Oscar Pantoja, que eran hermanos del padre de su madre. Le pregunto si cree que esto es una influencia, me responde tajante: “Yo creo que así como se heredan los rasgos físicos se heredan cosas más profundas, como el alcoholismo por ejemplo. Y tiene que ver con esas cosas, pero en especial que mi casa siempre ha estado llena de arte”.
Con unos padres aficionados a las artes, Gabriel fue motivado desde muy temprano a apreciar especialmente la música: “Mi madre tuvo la precaución de meterme a clases de piano desde mis 6 a los 12 años y luego me hice rockero y no quería saber del piano y aprendí a tocar guitarra por mi cuenta y luego el bajo, que es lo mismo (risas). Ya pensaba cómo iba a ser la tapa de mi disco, pero no tenía aún la música (risas). Siempre he sido constante en el dibujo y la pintura sin darme cuenta. Yo siempre he dibujado, me pasé el colegio dibujando. Hace poco, chateando, un profesor de colegio me pidió disculpas ‘te hemos atormentado durante años tratando de meterte a un molde en el que no encajabas’. Hay mucha gente que puede hacer un montón de cosas en este país y para la mayoría son sólo hobbys.”
Durante su adolescencia formó parte de la única banda tarijeña de rock semi profesional que existía por entonces, Caos, tocando el teclado primero y luego el bajo. Cuando terminó el colegio (en la misma época moriría su madre) la banda se separó y él dejó Tarija y se fue a Cochabamba a estudiar. Pasó por varias carreras, lo cual le traía al principio problemas con su padre, que no comprendía qué le pasaba. “Pero con los años ha llegado a entenderme y es el que más me impulsa y siempre me dice ‘pintá, pintá, pintá, haciendo se aprende’ y esa ha sido la forma porque no tengo formación académica”.
Fue después de que Gabriel abandonara la música que decidió dedicarse a la pintura. La suma justa de incertidumbre y vocación: “Hasta que un día me he visto en la necesidad. Trabajaba en un café en la calle España y vi cómo unos changos vendían sus dibujos, y yo sentía que podía dibujar mejor. Y los empecé a vender. Yo estaba estudiando artes escénicas y nos han avisado que iba a llegar una exposición de Guayasamín (él estaba muy enfermo, así que no llegó). Me impactó mucho ver esos cuadros tan grandes, esas caras, los gestos, las manos. Ese día me fui a comprar un bastidor, que era tan grande que casi ocupaba todo el cuartito en el que vivía y así hice mi primer cuadro. Y seguí haciendo. Eso fue en el 99.” Desde entonces Gabriel vive (y pinta) con una intensidad que encaja cabalmente con la imagen del pintor atormentado.
Para el historiador Eckhard Neumann, la figura del artista y su rol simbólico es una mitología social construida desde antes del Renacimiento y prolongada hasta nuestros días bajo otras supersticiones. En esta mitología, los artistas representan un grupo marginal que justifican su existencia en la estatización de su modo de vida. Esto justifica y explica la conducta ‘especial’ que tienen los artistas. Converso con la curadora y crítica de arte Valeria Paz, vía chat, sobre cómo convive en la actualidad la pintura y la figura del pintor frente al arte contemporáneo y sus reglas. ”No hay una forma única en la que se relacionan los elementos que mencionas. Sin embargo, y haciendo grandes generalizaciones, se podría decir que hoy a nivel internacional hay interés en la pintura en el sistema comercial de galerías, casas de subasta, coleccionistas etc. y un interés mayor en un arte más conceptual (muchas veces no material) y crítico en las instituciones de arte contemporáneo. La idea que subyace en este postulado es que el artista no crea para el comercio según el modelo/ mito (a lo Barthes) del artista maldito, es libre, crítico y por lo tanto no complaciente con el mercado ni con ninguna institución. Los museos y galerías no comerciales de arte contemporáneo siguen este paradigma, en teoría, y promueven a un arte crítico o de vanguardia. Esto es lo que se asume que pasa en el sistema del arte internacional. La verdad es menos generosa, lamentablemente.”
Siendo Mamani Mamani el pintor emblemático del momento histórico actual, la obra de Gabriel resulta desfasada: él pinta guiado por una necesidad de comunicación con el cuadro, no con la realidad. Hace unos años ni firmaba los cuadros y tampoco tenían títulos (condicionaban al espectador). Últimamente vende los cuadros ni bien los termina. ¿Cómo es el público que consume arte en la Bolivia Plurinacional? “Tengo entendido que los coleccionistas de los ochenta y noventa han dejado de comprar y que las galerías tradicionales han cerrado. Se han abierto galerías manejadas por gente no especializada en arte, que a su vez vende a un público que tampoco es muy conocedor. Ninguna de estas apreciaciones debería sorprendernos dado el pobre lugar que ha tenido y tiene el arte en la educación y en la sociedad en Bolivia. Diría que la gente que tiene plata para comprarse o construirse una casa compra pintura para decorar esa casa en la Zona Sur de La Paz. No me imagino que algo similar esté pasando en la Av. Buenos Aires, por ejemplo (aunque me gustaría verificarlo). Lo que deja al artista en manos del criterio de amas de casa quienes según la división de roles, en los estratos pudientes de la sociedad boliviana, son las que se hacen cargo de la ‘decoración’ de la casa. El interés en arte deriva de necesidades de sociabilización, estatus más que de un disfrute o apreciación del arte.”
Gabriel ahora pinta con un lápiz de carbón un cuadro más pequeño, también una cara, mientras seca. Desde la perspectiva de su patio se ven ambas laderas de la ciudad y una parte de El Alto, donde muchas de las viviendas son de ladrillo visto, las familias más pudientes no compran arte pero pintan las fachadas de sus casas de tal forma que son pinturas en sí mismas. ¿Y cómo funciona el mundo del arte en un país en el que la ‘cultura legitima’ se ve siempre superada simbólicamente por las manifestaciones populares? ¿Qué factores (ventas, crítica, galerías) determinan que un pintor se legitime en el mundo del arte en Bolivia? “Los tres factores que mencionas sin duda contribuyen a la legitimación de los artistas”, continúa Valeria Paz. “A esos añadiría: premios en concursos de arte (SIART, concursos y bienales departamentales como la de Santa Cruz de la Sierra). En Bolivia se valora además mucho el aspecto técnico y visual, sobretodo en pintura. Todavía hay gran desconfianza en el arte más experimental, conceptual y no material. Cuando estuve en La Paz, me comentaron varias personas, por ejemplo, sobre el éxito de Rosemarie Mamani, una artista alteña que se destaca por sus cualidades técnicas.
El SIART nace con la vocación de ser un espacio de reconocimiento internacional. De ahí que, hoy por hoy, se premie a la innovación (siempre relativa) en el SIART, más al arte neo-conceptual (performances, etc.) que a la pintura. Guardando una gran distancia, en este concurso se reflejan tendencia internacionales del arte (los jurados son internacionales).”
Le hago a Gabriel (cuyo cuadro “15 minutos” no tiene referencia warholiana, es el tiempo que tardó en hacerlo) la clásica pregunta de novato: cuándo cree que un cuadro está terminado “No sé, a veces sí. Es como bien instintivo lo que hago, también he aprendido a soltarme. A veces me quedo horas frente ante un lienzo blanco y hasta ahora me intimida eso. Cuando estoy haciendo un rostro no pienso en lo que hago sino en mis huevadas, a recordar, a pensar. Y cuando me doy cuenta el cuadro estña por terminarse. Aunque también a veces soy frío y la pienso. Pero no hago bocetos, no tengo esos parámetros. Una vez fui a una clase libre en la Escuela de Bellas Artes y lo primero que me dicen es que no puedo usar el color negro. Pero cómo si yo uso, si venden en la calle, y hay varios tipos de negro. Supongo que lo que ellos querían es que llegue al negro mezclando o saturando los colores, supongo. Otras cosas me hubiera gustado aprender pero hubiera llegado a lo mismo: hubiera sido un académico para luego volverme niño. He preferido tomar el camino recto y me he puesto a hacer y he aprendido haciendo. Error y práctica.”
Para finalizar la charla con Valeria Paz le pregunto directamente qué opina sobre la obra de Gabriel “Aunque no puedo decir mucho al no haber visto las obras de Gabriel en persona, sus pinturas me parecen libres, sueltas e imaginativas. Me pregunto si más que obras son grandes esbozos de un trabajo en proceso que quizás derivará en una obra más grande, o en un conjunto extrañamente interesante. La abstracción, gestualidad y las inusuales superposiciones de imágenes y proporciones evidencian un manejo fluido del lenguaje de las vanguardias del siglo XX. Al respecto, intuyo que más que citas a las vanguardias, lo que hace Gabriel es pastiche. Sus obras parecen ejemplificar a una compleja y quebrada narrativa, al lugar incierto del sujeto en la sociedad posmoderna circundada por Frederic Jameson. ¿O son quizás intentos de encontrar a ese yo fracturado e imposible de Lacan? Sus pinturas son promesas, sin lugar a dudas, de otra posible forma de ser en un contexto rígido y excluyente, enamorado de las verdades y las identidades fijas, de los mitos revolucionarios y nacionales (o regionales)”
Desde el patio también se ve el caos del pequeño taller de Gabriel, al lado de su habitación. Así también está mezclada su obra y su vida: expondrá por primera vez en la ciudad que nació pero que ya no conoce. “Es como cerrar un ciclo de mucho dolor de mucho sufrimiento, también de locura y de perdón, a mí mismo, sobre todo. Es muy simbólico. Es increíble que sea justo en el día del cumpleaños de mi vieja, por eso cuando me dijeron la fecha no dudé en aceptar. Es un periodo en mi vida personal que estoy cerrando. Para empezar otro o continuar de otra forma con el mismo, pero sobretodo buscando el equilibrio. Ha sido mucho tiempo, de mucho dolor y aunque el dolor es una máquina de producción artística ya no lo necesito para crear. Ir a Tarija es como para volver a salir de mi casa, como si tuviera 18 años, que es el tiempo que me tomó volver. Por eso me ha costado mucho animarme a hacer los cuadros, porque son muchas emociones”
Mientras charlamos llegan las invitaciones de la exposición. Las lee, las revisa, me regala una, reímos. Por suerte a los cuadros no les falta mucho para estar listos. Creo. Antes de despedirnos Gabriel me pide un favor. “¿Me ayudas a meter los cuadros adentro por si llueve?”///PACO