Asfixiado por el mundo victoriano en que le tocó vivir, John Stuart Mill condenó la censura. Uno de los argumentos que daba en On Liberty es que si una proposición verdadera no era desafiada, se convertía en un dogma. Aunque sepamos que una proposición es falsa, censurarla equivale a hacer de la proposición verdadera algo mustio, muerto y asfixiante; quizás tan asfixiante que preferiríamos afirmar la proposición falsa. Esta edición de Gran Hermano no tiene buenos números de rating aunque supera por tres puntos el promedio de América TV. Las razones son varias pero se dirigen al mismo culpable: la producción. Al no contar con un personaje descollante, los editores de los informes diarios y semanales no tienen mejor idea que pasar enteras las farragosas discusiones verbales, las estrategias poco pensadas y dejarse llevar por la anodina vibración de la casa. GH El Debate, el satélite para los fanáticos y los turistas debería traccionar la trama diaria del reality. Sin embargo, apenas carretea con una Pamela David que sólo presenta las notas, un Gabriel Levinas satisfecho con su rol de intelectual juzgando a los participantes de exhibicionistas y frívolos y una Sofía Gala aburrida hasta que se trata alguna problemática de género.

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Brian Lanzelotta era, desde el primer día, el favorito para ganar Gran Hermano. De condición humilde y barrial, cantante de cumbia y de respuestas rápidas.

En la casa, sin embargo, pasó algo interesante. Brian Lanzelotta era, desde el primer día, el favorito para ganar Gran Hermano. De condición humilde y barrial, cantante de cumbia y de respuestas rápidas, Brian se debe haber dado cuenta que ganaba caminando. Como un Tevez televisivo, él conocía la calle y sus códigos; conoció la violencia familiar y la angustia de ser pobre y tener un hermano discapacitado. Supo ser simpático y desconfiado con quienes se le arrimaban pero directo y agresivo con quienes se le opusieron. Se puso de novio con la chica libre y desinhibida del country, tuvo sexo en la casa, pasó algunas placas de nominación y no se dejó dominar. Sus planes se desarmaron cuando #NiUnaMenos entró en la casa. Una noche, un poco borracho, discutió con Marian por un ataque de celos y se escucharon gritos de dolor. Marian corrió al confesionario y dijo que la había empujado, que Brian era un golpeador. Las redes sociales no oficiales de Gran Hermano estallaron; la hermana de Marian pedía expulsión por Twitter y las acciones de Brian bajaron a tasas argentinas. Gran Hermano debía representar el control social, debía servir para algo, debía dejar un mensaje: basta de violencia de género. Basta de maltratar a nuestras mujeres.

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Poco importa que Rial haya estado paternal con el golpeador. Poco importa que #NiUnaMenos considere que el mensaje de Rial fue confuso.

Finalmente, se mostró la escena entera en la Gala. Brian no había golpeado a Marian aunque su actitud sí había sido agresiva. Diez días antes, Brian había dejado de fumar como respuesta a una sanción de la producción. La breve disminución del stress que produce fumar un cigarrillo había desaparecido y los recursos emocionales de Brian brillaban por su ausencia. Brian fue sancionado y enviado a placa por haber sido agresivo con Marian. En una medida insólita, Marian también fue sancionada por no tomarse en serio la violencia de género. Ambos pasaron esa placa pero el comienzo del fin había empezado. Las redes sociales habían tomado el dogma del #NiUnaMenos, lo masticaron como pudieron y se hicieron de un blanco donde calibrar sus miradas acusadores: esto es violencia de género, esto no.

Ya vuelvo al tema de la expulsión de Brian pero quiero desarrollar algo. Los dogmas impiden la creatividad y dificultan el progreso en razonamientos mínimamente complejos. Sin embargo, tienen una capacidad amplísima de generar identidad, lealtades y funcionar como evaluaciones sociales; hacen más sencillo nuestro fútil transito en la vida, añadiendo certezas y eludiendo dudas y complejidades. Como lo sabe bien el catolicismo, los dogmas pueden falsos o improbables pero generan una tradición de pensamiento y, principalmente, de criterios normativos. Caído el ídolo pobre, las acciones de la víctima subieron. La víctima es Matías Schrank. Probablemente, nadie que no vea seguido este Gran Hermano sepa quién es Matías Schrank. Matías es el virgen de 19 años. Matías no hace nada. Tardó una semana en abrir la boca. Juega a no jugar. Como un adolescente que no logra adaptarse, juega a que no le importa. Mira a las cámaras, hace gestos cuando habla con alguien y toma agua obsesivamente en un vaso verde.

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Matías es el virgen de 19 años. Matías no hace nada. Tardó una semana en abrir la boca. Juega a no jugar.

Matías tiene la mayor cantidad de fans de Gran Hermano. De hecho, una de sus cuentas de Twitter más activas se llama El Vaso de Matías. Obviamente, Matías es objeto de burlas, insultos y de “juegos mentales” por parte de los participantes más grandes, especialmente, de Francisco Delgado, el supuesto papá garrón de la hija de Gissella Bernal y quien ha demostrado unas capacidades inmejorables de psicopatía. La construcción del héroe se redondeó. Matías es víctima de Bullying. Matías es víctima de la trata de personas. Matías es beneficiario de los Dogmas.  Matías va a ganar Gran Hermano.

El viernes pasado, Brian y Marian tuvieron una nueva pelea después de una fiesta donde GH fue generoso con el alcohol. Sin poder fumar, borracho, acicateado por el psicópata de Francisco y envuelto en una combinación de celos, resentimiento y frustración, Brian empujó el rostro de Marian. Salió del sauna, abrió la puerta de la casa y caminó por el pasillo hasta que vió dos personas que lo detenían. Se asustó y volvió a entrar. La mañana del sábado, la escena había sido viralizada a través de las capturas de pantalla y de los videos que los fanáticos graban desde sus celulares. Esa misma noche, después de una hora de generar expectativa y rating, Jorge Rial entró a la casa y le comunicó la expulsión inmediata de la casa. Brian no atinó a hacer nada; ni a justificarse ni a intentar revertir la situación ni a pudrirla definitivamente, como algunos esperábamos. Solamente saludó a sus ex compañeros, besó a Marian y fue tragado otra vez por ese pasillo que debió haberlo visto salir como el ganador. Poco importa que Marian lo defienda, envuelta en una intersubjetividad imposible y turbulenta. Poco importa que Rial haya estado paternal con el golpeador. Poco importa que #NiUnaMenos considere que el mensaje de Rial fue confuso, que la decisión de GH fue  confusa y  menos que nadie haya aprendido nada. Lo que verdaderamente importa es que el Dogma se impuso y que cuando eso ocurre, los pobres son expulsados y los vírgenes ganan//////PACO