1.
El amor es complicado. No importa cuándo esa frase se lea porque va a aplicar siempre. Por ser un sentimiento del que no escapa nadie, no hace falta remontarse demasiado lejos para la búsqueda de definiciones y tipos; no hace falta comprender a la perfección el concepto de Eros ni del amor cortés en el siglo XII o XIII. Remitirse a la propia experiencia para entender la necesidad o importancia de un otro (u otros) en la vida propia es suficiente.
Si bien con el paso de los años las versiones del amor fueron cambiando, la última gran curva conceptual todos la conocemos bien: desde la liberación sexual hasta ahora, con más de medio siglo a cuestas, sabemos -o al menos suponemos- que si no se asienta en la satisfacción corporal, no hay amor que pueda durar, que la conexión y descarga sexual son imprescindibles para el amor de pareja. Atención, conocerla no implica que evitemos comernos esa curva: hilando fino, más para acá en el tiempo, aprendimos que la liberación sexual no es ninguna panacea y, como muestra Houllebecq, trae aparejada bastante infelicidad en el preciso momento en que la satisfacción requiere de la autorización del otro, ya que es el partenaire quien decide si facilitarnos o no la descarga; y ahí es cuando se descubre que, ¡oh!, no bastaba con querer para poder. Sí, el sexo también es complicado. Si en el amor está la dificultad de que dos puedan quererse recíprocamente sobre un Tiempo que atenta a cada segundo sobre dicha posibilidad, el sexo es la dificultad de que dos puedan desearse y consigan satisfacerse mutuamente hasta -en el mejor de los casos- llegar al climax.

2.
Los millennials descubren la adultez en un contexto donde todo, de verdad, se encuentra al alcance de la mano. Basta instalar las apps correspondientes para montar las estructuras desde donde se abordará el universo. La información y contenido con que se llenará ese espacio de aprehensión lo dará la particularidad de cada red, donde una estética singular aportará las pistas para el ethos correspondiente de acuerdo a lo que mejor se cuadre con el deseo propio. Es así que en cada red social se perfila una versión del amor donde se matiza más un rasgo u otro según el caso: en facebook el amor conserva el cliché tradicional pero versión virtual, fotos de besos y declaraciones de amor públicas, un asco del que se reirán todas las parejas de Twitter, donde prima una versión del amor más cercana al compañerismo cínico, un -digámoslo así- burlarse juntos del mundo, donde la demostración de afecto tiene que quedar algo menos expuesta que en la red de Zuckerberg. En Instagram, por su parte, el amor es un filtro cálido elegido para fotografiarse consumiendo alguna comida o servicio, porque la realidad es mucho más bella con retoques. En tumblr, red de jóvenes por excelencia, lo amoroso pareciera tener una concepción muy especial en la que hay una búsqueda de límites -cualesquiera que sean- donde, si al menos éstos no traen claridad a la mente, por lo menos le regalan un bello ruido sináptico: hablamos de una sensibilidad ¿borderline? donde la intensidad es la única norma y, por lo tanto, detrás de posts con canciones, insultos dedicados por despecho y gifs pornográficos también dedicados, hay personas de veinticinco años que leen el amor de la misma manera que lo hace alguien de quince, es decir como un a todo o nada, como un para siempre de entrega absoluta y sin reservas. Quizás por esa intensidad -que soporta sin contradicción estética o emocional el posteo constante de imágenes de sadomasoquismo, doble anal y juegos con dildo junto a imágenes de personas durmiendo abrazadas o besándose- es que Stoya y James Deen son la pareja preferida a la hora del reblogueo. La generación anterior de jóvenes estaba encantada con Britney Spears y Justin Timberlake. Los millennials, con Stoya y James Deen.

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3.
En este escenario millennial, la presencia de contenidos que antes circulaban de manera marginal, ahora gracias a la difusión que posibilitan las nuevas tecnologías, pasan a tener un lugar de visibilidad. Eso incluye la toma de conocimiento de ciertas prácticas sexuales y modalidades de pareja que de manera gradual adquirieron mayor difusión. Por este motivo es que comunidades antes casi secretas de practicantes de BDSM (Bondage Discipline Sadism Masochism) de repente se encontraran con un aluvión de pelotudas y pelotudos que gracias a la película Fifty Shades of Grey banalizaban y esterilizaban a la cultura BDSM, convirtiéndola en un juego de gente que, aburrida, no encuentra nada mejor que hacer que atar o dar nalgadas a su pareja. El título, de lo más taquillero en el último tiempo, funciona por no ser transgresor en absoluto, por ofrecer una estructura clásica tras un hombre rico y lindo que tiene la posibilidad de convertir en su sumisa a una chica (también linda) y fundar, a partir de esto, el vínculo. No mucho más que eso, pero funciona como película neo-romántica, una especie de telenovela de la tarde para millennials. O quizás sea más correcto hablar de una serie de la tarde, porque ese es el consumo cultural actual por excelencia, donde no hay posibilidad de tolerar algo de larga duración si no es con intervalos episódicos. Cambios hay, sí, pero no paradigmáticos. No hay cambio de fondo. La idea de romance que se conocía una o dos generaciones atrás, con flores y vestido de novia, y de la que nos reímos, se reemplaza con un cuento de hadas pornográfico donde la satisfacción sexual pareciera ser la única llave para el funcionamiento de cualquier pareja.

4.
Por supuesto, fue primero a través de tumblr que me informaron de la denuncia pública que realizó Stoya con respecto a su ex pareja, James Deen. Ellos fueron novios entre 2013 y 2014, en un corte que nadie quiso considerar que fuese el final de serie sino, cuando mucho, un season finale de algo que sin dudas continuaría. La relación los recategorizó, los llevó fuera de la industria. Dejaron de ser actores porno para evolucionar en farándula. Dejaron de ser meros actores para que viéramos sus videos de una nueva manera, no como una actuación sino como la forma real de hacer el amor. Un amor encarnado por sus cuerpos, un amor siendo documentado para que toda una generación pueda animarse a soñar con un sexo con alma, para que todos puedan por fin apreciar pornografía real, ya que se filmaba lo único de verdad íntimo y por lo tanto obsceno para la época: el sentimiento puro, lo que no tiene cuerpo para ser mostrado pero que sin embargo, gracias a ellos, estaba ahí. Nadie que haya visto la cara de Stoya siendo penetrada por James podría negar eso. Ambos jóvenes y hermosos, ambos sin ningún tipo de dificultad para satisfacer al otro y sin la más mínima inhibición, ambos haciendo declaraciones públicas y mostrándose (con ropa) juntos. Nadie podía dudar tampoco de que eran la pareja perfecta. Pero, como dije, ella hizo una denuncia. Acusó a Deen a través de twitter de haberla violado, de someterla, de no respetar un No de su parte, de desoír su safeword para marcar el límite entre lo tolerable y lo que no. La noticia no tardó en convertirse en el acontecimiento de la semana y recorrió todas las redes.

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5.
No se trató sólo de la denuncia de violación por parte de una mujer. No se trata sólo de visibilizar la violencia sexual como posible dentro de una pareja. Hay un plus más allá de la indignación, que es lo que motoriza la noticia. Eso quizás sea inédito para la época, por fin no se agota el asunto en un pataleo ridículo. Hay, esta vez, sorpresa y tristeza. Es el dolor de otra fantasía que cae: ellos, con todo a favor, no sólo terminaron la relación como cada millennial vivenciará una y otra vez hasta el hartazgo, sino que además lo hicieron de una manera de verdad espantosa, con un hecho que desafía el sentido común de que las aberraciones sexuales son llevadas adelante por personas que no consiguen satisfacer en la medida necesaria sus impulsos y entonces se convierten en monstruos. Es el golpe de que ni siquiera una pareja así consiguiera derribar esos secretos inaccesibles, que todos tenemos, para construir un Nosotros: ese espacio tan deseado y que a la vez tanto pánico da en una lógica de Todo-Nada. Es el despertar ante la realidad de que, para una felicidad posible, no bastaba con que se quisieran -por supuesto-, pero tampoco con ser ambos hermosos ni con ser, en términos sexuales, aptos para satisfacer y satisfacerse. De la misma manera que hay personas que creen que el rico no va a robar porque tiene suficiente plata, sorprende y entristece, esta vez, que una pareja con la posibilidad de que sexualmente nada les quede por fuera se vea envuelta en semejante nivel de turbiedad (hablo de turbiedad para ponerle a la denuncia un término neutro: o que él la haya violado o, en caso de ser esto falso, que ella lo calumnie con algo de semejante calibre). La tristeza del millennial es fruto de una semilla de moral pacata, cercana a la indignación de muchas personas swingers que en algún momento se enteran de que, pese a la posibilidad de incluir siempre algún otro u otros partenaires, sus parejas, aún así, le son infieles. La apertura sexual no barre con los límites ni los vuelve innecesarios. El límite siempre va a ser una referencia para saber dónde se está y, llegado el caso, a dónde se desea ir. Si se lo lleva lejos, como en una pareja porno, nada asegura que un perverso no precise, aún así, ir más allá, hasta dañar, como podría ser el caso de Deen. Pero, atención, la cancelación abrupta de la serie de James y Stoya no sólo puede ser leída como el fracaso de un ideal amoroso epocal. Si la piel no basta para sostener el vínculo en el tiempo, si el hastío y el aburrimiento no llegaron a oxidar la relación porque había incluso algo más oscuro que la dinamitó, quizás dé la pista de que no es necesario buscar nada demasiado extraordinario o, al menos, nos permitamos ponerlo en duda. Tal vez con misionero y netflix la cosa funcione. O no, a lo mejor hay que ir más a fondo y pedirle a ella que se ponga un strap-on y nos sodomice. Quién sabe. Lo cierto es que, spoiler-alert, no hay fórmulas mágicas que funcionen para todos ni dinámicas o prácticas de pareja que aseguren nada. Sí, la verdad es que, en ese sentido, es un asunto complicado.

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