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No recuerdo el momento exacto en que me hice fan de la UFC (Ultimate Fighting Championship), pero sí recuerdo una pelea ante la cual me encontré preguntándome si tal vez ya no era demasiado. El gigante Brock Lesnar había derribado a Frank Mir y lo tenía inmovilizado en el piso, de costado, con la espalda contra la red del octágono. Le había volcado encima sus ciento veinte kilos y el otro sólo podía atinar a zafarse empujando la red con los pies. Lesnar logró encontrar la posición adecuada sujetándole ambos brazos, con el mismo peso del cuerpo y una efectiva llave por detrás. Con la mano que le quedaba libre tuvo todo el tiempo del mundo para dedicarse a romperle la cara con saña. Entre cada movimiento del brazo que subía y bajaba, podía verse el único ojo sano de Mir, mirado de un lado a otro, buscando alguna solución. Pero no la había. La sangre brotaba a chorros. Sólo quedaba esperar a que el árbitro detenga la pelea. Esto es otra cosa, me dije, impresionado por la escena; acá hay algo personal. Mir venía de someter a Lesnar en la pelea anterior, en la división de los pesados. Una vez que que se arregló la revancha, había boqueado durante las semanas previas al nuevo encuentro: que Lesnar era un bruto sin estilo y no sabía pelear de pie; un redneck que venía del catch, de la lucha libre, apenas un entretenimiento, un teatro de la simulación. Claro que no lo dijo con esas palabras, pero Lesnar entró al octágono enceguecido.

Con la mano que le quedaba libre tuvo todo el tiempo del mundo para dedicarse a romperle la cara con saña. Entre cada movimiento del brazo que subía y bajaba, podía verse el único ojo sano de Mir, mirado de un lado a otro, buscando alguna solución. Pero no la había.

Pero si lo pienso un poco más, creo que me hice fan de UFC la primera vez que vi pelear a Lyoto Machida. Me enamoré de su estilo inmediatamente. Lyoto “The Dragon” Machida (o el “Dragón del Amazonas”), es un brasileño de origen japonés, formado por su padre especialista en karate. Fue campeón semipesado y actualmente es el número 3. Un luchador elegante, elusivo, que apenas tiene contacto con el rival, al que saluda con una reverencia apenas entra en la jaula. Se mueve por todo el octágono con la guardia baja, liviano, con gracia, y nunca está donde se lo va a buscar. Machida siempre se ubica fuera de alcance: ataca y sale, ataca y sale, fresco, como si cada movimiento sucediera primero en su mente. Hasta que somete al rival, siempre de manera espectacular y casi nunca por knock out; prefiere hacerlo con una llave compleja y hermosa, apelando a la menor violencia posible. Si el rival es muy duro o difícil de derribar y no queda otra que golpear, se vuelve una fiera. Pero sólo castiga lo necesario para ganar la pelea. Si es una buena noche, un par de golpes directos y ya. Cuando el adversario sale de la confusión y se recupera, Machida le tiende una mano y vuelve a a inclinar su cabeza, en señal de respeto.

Como en el caso de muchos músicos, escritores y artistas que uno admira, Lyoto y otros tan buenos como él hacen que su arte parezca algo fácil, y creo que se vuelve atractivo justamente por eso; como si esa elegancia y a la vez determinación pudiera aplicarse a la vida. Entrar y salir de las dificultades, moverse, tomar distancia, atacar y resolver.

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La UFC es una empresa de artes marciales mixtas que tiene 20 años, una franquicia que lleva sus peleas a todo el mundo. La idea inicial fue enfrentar distintas disciplinas de combate para encontrar a la más efectiva. A diferencia de los grandes espectáculos de lucha libre con personajes estrafalarios que enloquecen a los americanos, estas peleas eran reales. Así empezaron a medirse el Boxeo, el Muay Thai (la lucha tailandesa) el jiu-jitsu Brasileño, el Sambo (un tipo de lucha Rusa), la Lucha Libre, el Judo y el Karate. Con el tiempo los peleadores fueron incorporando técnicas de otras disciplinas, más allá de su especialidad, lo que dio origen a las MMA o “artes marciales mixtas” de hoy.

El negocio se organizó y fue ganando espacio a otras ligas, en su mayoría asiáticas, caracterizadas por la violencia extrema: lo que antes se conocía como vale todo. UFC introdujo algunas reglas para “proteger” a los peleadores, por lo que ahora “vale casi todo”.

Como en el caso de muchos músicos, escritores y artistas que uno admira, Lyoto y otros tan buenos como él hacen que su arte parezca algo fácil, y creo que se vuelve atractivo justamente por eso; como si esa elegancia y a la vez determinación pudiera aplicarse a la vida.

No valen las patadas o rodillazos a la cabeza cuando el luchador está en el piso o tiene por lo menos una mano tocando la lona. Tratándose de la cabeza, no están permitidos los golpes de puño en la nuca. Desde luego, no se aceptan golpes bajos. Si por accidente algún peleador es tocado en esa zona, tiene derecho a 5 minutos de recuperación. Fuera de esto, valen todo tipo de golpes y combinaciones. Tampoco está permitido agarrarse a la red del octágono, pero sí usarla como impulso para lanzarse sobre el oponente. El octágono es un ring de ocho lados, con casi 10 metros de diámetro, delimitado por una red de metal de 1,70 metros de altura. Las peleas son a 3 rounds de 5 minutos, mientras que las definiciones de campeonato son a 5 rounds de 5 minutos cada uno. Los peleadores se dividen en categorías: pluma, livianos, medianos, semi pesados y pesados. Las peleas pueden resolverse por K.O cuando un luchador queda inconsciente, por K.O técnico cuando el árbitro considera que un peleador no puede seguir, o por sumisión. La sumisiones tienen dos resultados posibles: si es una llave a alguna parte del cuerpo (hombros, brazos, codos, rodillas, tobillos), el luchador en desventaja palmea la lona cuando ya no tolera el dolor, para que el árbitro detenga la pelea. Cuando la llave es al cuello y está bien encajada, se corta por un momento el flujo de aire al cerebro, y si el peleador no palmea a tiempo puede caer desvanecido. En ese caso pierde la pelea y es reanimado en el acto. Una de las técnicas para este tipo de sumisiones es el “Mata León”.

UFC 104: Machida vs. Shogun

Se utilizan guantes mucho más chicos que los del boxeo, que dejan los dedos libres, para permitir maniobras de agarre durante la lucha y las sumisiones. Al ser más chicos también amortiguan menos la fuerza de los golpes.

Por lo general los combates se dan en Las Vegas, en grandes casinos con estadios que pueden llegar a tener capacidad para veinticinco mil personas. Los luchadores provienen de todas partes del mundo: la mayoría son americanos y brasileños; últimamente se están haciendo fuertes los mexicanos. Además de Estados Unidos y algunos países de Asia, estos espectáculos vistosos y multitudinarios, bien yankis, fueron bajando hasta México y Brasil. No es igual en todos los casos, pero la historia de vida (“el relato”) acerca de los luchadores sudamericanos a menudo se repite: pobreza, sacrificio, pocas oportunidades, deseos de prosperidad y una familia que espera en casa.

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Georges St. Pierre, el canadiense, es uno de los peleadores más completos y queridos de la categoría de los medianos. Entra al estadio con su kimono blanco y el público estalla. Se levantan cartulinas con su cara y las iniciales “GSP”. Un verdadero atleta; aguerrido, de un físico impecable y una capacidad cardiovascular única. Dentro de la jaula se mueve con agilidad, yendo y viniendo, sabiendo tomar la iniciativa o esperando, en caso de que el rival sea el que propone. Maneja todas la variables: tiene buen boxeo, lanza buenas patadas de karate y maneja una técnica inmejorable en la lucha de piso. Justamente por eso, por su técnica, por su prolijidad, se le critica que la mayoría de sus peleas sean tan estratégicas, y en muchos casos se resuelvan por decisión del jurado. Fue campeón de la categoría durante varios años, hasta 2013, cuando dejó el título vacante y se retiró de la competencia hasta nuevo aviso.

Otro que me encanta es el peso pluma Frankie Edgar. Digo que me encanta pero en realidad me exaspera bastante. En un combate por el campeonato este chico puede estar al borde de la muerte desde el primer minuto, zafar con la campana, pasarse el segundo y el tercer asalto recibiendo castigos de todo tipo, casi agonizando, levantarse en el cuarto (cuando al rival ya se le durmieron los brazos de tanto pegarle), y ganar la pelea en el quinto round, por K.O y con la cara deformada. Así salió campeón de los livianos después de ir perdiendo durante toda la pelea.

Había un rufián callejero llamado Kimbo Slice, un negro temible que ganó fama en youtube partiéndole la cara a todo el que se le pusiera enfrente. Podía ser en la calle, en un garaje o una cancha de basket. Las trompadas sonaban secas contra los huesos de la cara.

También pasan cosas muy lindas. Había un rufián callejero llamado Kimbo Slice, un negro temible que ganó fama en youtube partiéndole la cara a todo el que se le pusiera enfrente. Podía ser en la calle, en un garaje o una cancha de basket. Las trompadas sonaban secas contra los huesos de la cara. Las peleas eran interminables y ganaba el que quedaba en pie. Una vez creo haber visto que le hacía saltar el ojo de la órbita a un mexicano gordo. Hasta que alguien lo llevó pelear a la UFC, y le puso enfrente a Roy Nelson. Otro redneck con panza de cerveza, barba pelirroja y colita rutera, por el que a priori no dabas dos mangos. Sin embargo le dio una paliza memorable, y le ganó en el piso por sumisión. Fue una de las primeras peleas de Nelson, que anduvo bastante bien a partir de ahí y continúa hasta hoy. Más prolijo y estilizado, pero siempre sufriendo.

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Hay ciertos momentos en que uno entra en éxtasis.

Después de que Brock Lesnar le estropeara la cara a Frank Mir, gritando su victoria a la cámara, salpicándola de baba y sudor, llegó Caín Velásquez para impartir justicia. Caín (nada más ni nada menos), es un hijo de mexicanos que no habla español y en general no dice mucho tampoco. Es otro gigante con cuello de toro (cualidad fundamental para asimilar los golpes), que tiene una mirada sólida, inexpresiva. Aún cara a cara con el mastodonte de Lesnar, que le llevaba casi una cabeza, a Caín parecía no temblarle el pulso. Lesnar sabía que no era joda. Caín tiene buena lucha, mejor boxeo, mayor precisión y una pegada letal. La única opción de Lesnar era tratar de derribarlo. El plan se le dio vuelta. A Velásquez le llevó cuatro minutos voltear a Lesnar pateándole los riñones, luego de que éste intentara un par de lances para llevarlo al piso. Caín se le montó encima y empezaron a bajar golpes: uno, dos, tres, cuatro… una máquina. Lesnar no se iba a rendir pero tampoco había mucho que hacer. La cabeza rebotaba contra el suelo hasta que el árbitro terminó la pelea y se acabó Lesnar. Caín festejó con la misma cara de nada. Se sacó de encima al peleador más temido y odiado en sólo cuatro minutos. Un ídolo. Viva Mexico, cabrones.

Pero en la historia de UFC hay un antes y un después de Jon Jones. El campeón semipesado más joven de la historia. Con 23 años, frío y confiado de sí mismo, casi nadie sabía quién era hasta que mi querido Lyoto “The Dragon” Machida tuvo que encontrarse con él.

Pero en la historia de UFC hay un antes y un después de Jon Jones. El campeón semipesado más joven de la historia. Con 23 años, frío y confiado de sí mismo, casi nadie sabía quién era hasta que mi querido Lyoto “The Dragon” Machida tuvo que encontrarse con él. Jones no tiene un físico excesivamente grande, pero mide casi dos metros, o más. Eso lo hace tener un alcance de brazos y piernas que es impresionante. Con una patada ascendente tirada así nomás puede liquidar una pelea. Gira en el aire y te aplica unos codazos mortales. Da media vuelta y lanza trompadas que son como latigazos, casi de espaldas al rival. Con una pierna contra la red se impulsa hacia adelante y tira unos Superman Punchs que te apagan la luz en un segundo. Levanta una rodilla a la altura de tu mentón sin problemas. Así las cosas, el bueno de Lyoto entró confiado y todo estábamos con él, pero al poco tiempo comprendió que estaba difícil. Jones se le escapaba siempre, y mientras lo eludía sacaba golpes peligrosísimos, si no fuera por los reflejos de Machida para esquivarlos. A la mitad del segundo asalto tuvimos que ver lo que nunca hubiésemos querido. Jones le cerró una llave al cuello, apretó con fuerza durante unos segundos hasta que Lyoto quedó sin reacción. Primero se vio un brazo colgando. Después el Dragón cayó desmayado, con la mirada en blanco. Una imagen triste e inolvidable. De ahí en más Jon Jones se volvió imposible, imparable, con una arrogancia frente a la cual no hay nada que decir.

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Los pesos livianos son más rápidos, enérgicos y explosivos, porque tienen menos masa muscular que mover. Las peleas son de ida y vuelta, imprevisibles y con mayor cantidad de golpes. Los pesos pesados son más lentos, se mueven menos, hay menos golpes pero cada piña pesa una tonelada. Se apuesta mucho por el knock out sorpresa. Con un volado de derecha al mentón la historia puede terminarse en un segundo. En ambos casos es fundamental una buena resistencia cardiovascular, saber administrar el aire para llegar hasta el final de la pelea sin volverse lento e impreciso. Se sabe que un luchador está cansado cuando toma aire por la boca. Las patadas al cuerpo sirven para ir desgastando de a poco. Patear las tibias y los muslos en el desarrollo de la pelea hace que las piernas se cansen y sea más trabajoso moverse por el octágono, y en algunos casos cueste mantener el equilibrio. Los mismo con las patadas a los riñones; a lo largo de cinco asaltos el dolor se vuelve insoportable.

Es muy lindo ver enfrentamientos entre peleadores de distintas especialidades. Por ejemplo: uno que tiene mejor boxeo o lucha de pie, contra otro que tiene mejor lucha de piso o jiu-jitsu. Cada uno quiere resolver la pelea en su terreno, pero cuando la previa viene picante o muy hablada, se dan situaciones en las un peleador busca la victoria usando la técnica en la que se destaca el otro, para hacerle más humillante la derrota.

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Las lesiones más frecuentes pueden ser algún hombro o rodilla dislocados después de una sumisión que no fue detenida a tiempo, cortes profundos en la cara, la frente o la cabeza por efecto de codazos punzantes, orejas salidas para afuera como repollos por años de golpes y cabezazos, narices fracturadas o piernas rotas en algún choque de tibias.

Así y todo, es admirable ver que después de una pelea de 3, 4, 5 rounds en los que toda la capacidad, el entrenamiento y la maestría se concentran en el único objetivo de destruir al oponente, sea como sea, los luchadores se sonrían con las caras reventadas, se dediquen gestos de cariño, amistosos y emocionados, intercambiando sangre y sudor en un abrazo.

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Supongo que la fascinación que genera este deporte tiene que ver con que la violencia es algo vital en nosotros. Nos acompaña todo el tiempo, está ahí, latiendo por lo bajo, aunque nunca seamos capaces de ejercerla abiertamente, de ensuciarnos. Sólo en nuestras fantasías cotidianas. Aquí ni siquiera es necesario, ya que unos tipos lo hacen por nosotros. Como si fueran avatares nuestros, podemos elegir el que más nos guste. Ellos sudan, golpean, sangran, abren su heridas, exhiben la carne hacia afuera. Nos muestran aquello de lo que estamos hechos, lo primario. Hay una fascinación por ver qué hay después de la piel.

Las lesiones más frecuentes pueden ser algún hombro o rodilla dislocados después de una sumisión que no fue detenida a tiempo, cortes profundos en la cara, la frente o la cabeza por efecto de codazos punzantes, orejas salidas para afuera como repollos por años de golpes y cabezazos, narices fracturadas o piernas rotas en algún choque de tibias.

Las chicas se excitan, los hombres queremos salir a pegarle a todo.

Por supuesto que no es sólo eso, y si uno se vuelve un espectador habitual es genial poder disfrutar la parte técnica, estratégica, la destreza en el dominio del cuerpo y la mente, dejando un poco de lado lo bestial. Quizás estos deportistas representen un ideal de conducta, de valentía y determinación que uno no tiene. No sé. Porque la verdad es que hay que tener coraje para ponerse enfrente de un puño que viene a 150 kilómetros por hora. ¿Por qué lo hacen? es un misterio. Es posible que lo hagan con el mismo amor, trabajo y esfuerzo con que cada uno de nosotros hace su trabajo cada día. Es una posibilidad.

Lo otro que se me ocurre pensar es que la violencia organizada como espectáculo siempre ocupó un espacio dentro de las sociedades. Un espacio necesario para canalizar pulsiones destructivas, para que después todo vuelva a la normalidad. Entiéndase “normalidad” por producción y acumulación de bienes. Y que las turbinas del capitalismo nunca se detengan/////PACO