En los últimos 20 años hay al menos tres radicales mendocinos que tuvieron movimientos clave, polémicos, osados, de esos que convulsionan la política. El primero de esos tres personajes relevantes es Julio Cobos, el vice no positivo.  La UCR por entonces se fracturó y decantó en la Concertación: mientras Cobos representó la transversalidad en el kirchnerismo, el jujeño Gerardo Morales acompañó a Roberto Lavagna. Por entrar en la fórmula fue expulsado del partido, pero volvió después de traicionar la confianza de Cristina Fernández de Kirchner al desempatar la histórica votación de la 125 de forma negativa, dando un golpe al gobierno del que le costó mucho recuperarse.  En aquel momento varios sectores mendocinos interpretaron el gesto del exgobernador como una jugada corajuda y vieron en él un futuro presidenciable. Eso no pasó: Cobos, que fue aceptado de vuelta en el partido, se diluyó entre la dirigencia.

La UCR, sin gravitación nacional durante el segundo período de Cristina Kirchner, fue sacudida en 2015 cuando otro mendocino, al frente del Comité Nacional, movió las piezas hacia una prometedora alianza con vocación de poder. Ernesto Sanz le echó tierra a los límites que en algún momento trazó Raúl Alfonsín y se unió al Pro. Al igual que aquel Cobos, la figura de Sanz, que arrancó con fuerza dentro de Cambiemos, finalmente se esfumó, corriéndose ante otro dirigente que cobró protagonismo.

Alfredo Cornejo llegó a la presidencia de la UCR en 2017 con la misión de dar volantazo en cuestiones de actitud y posicionamiento: dentro de Cambiemos la UCR había sido puesta en segundo plano. A fines prácticos, se trató de una coalición electoral, no de gobierno: entre 2015 y 2017 el Pro tomó todas las decisiones. Con la llegada de Cornejo, el radicalismo asumió un rol más activo, enfrentando a la dirigencia de Cambiemos, criticando las medidas económicas y proponiendo alternativas al gobierno nacional. El líder mendocino viene buscando marcar la presencia de su partido y continuar con una premisa en la que Cobos insistía en 2015: ampliar la coalición. Presiona a Macri, lo expone, a pesar del ninguneo del presidente (“Cornejo es así”, dijo cuando le preguntaron sobre esa presión, restándole importancia a sus dichos). El mandato de Cornejo es correr a la UCR de la tormenta a la que el PRO llevó a Cambiemos y que puede llevarse puesta al gobierno en las próximas elecciones.

Derroteros radicales

El radicalismo mendocino se ha posicionado a nivel nacional, en los últimos años, probablemente gracias a dos características: dirigentes fuertes y gestiones político-económicas prolijas, dentro de ciertos estándares. Es muy elocuente el siguiente dato: la UCR en Mendoza se mantuvo en el gobierno luego de la crisis de 2001. Ganó las elecciones de 2003 aguantando el impacto del estallido y el hartazgo social. Esa muñeca política de la UCR mendocina fue tal vez la que permitió que el centro de la decisiones en el partido se corriera de Córdoba hacia Mendoza. Las gobernaciones radicales le otorgaron sustancia a un partido que, finalmente, es el basamento político de Cambiemos: le otorga estructura, funcionarios y llegada territorial. Ahora: ¿Para qué lado patea la UCR? puede ser una pregunta más que válida. Progresismo es un saco que gustan vestir los radicales, pero que cuesta tener puesto mientras se está de la mano con el PRO. A su vez, el peronismo parece más afín en algunos aspectos y desde ahí pueden interpretarse experiencias como la de Cobos en 2006-07 o el coqueteo de Lousteau con el peronismo federal. A la UCR le gusta reconocerse progresista aún cuando sea el costado más conservador del progresismo.  

¿Quién es ese hombre?

Un sector de los radicales aprecian al gobernador de Mendoza: lo ven como una persona accesible y amable, que tiene vocación por lo público y pasión por la política. Uno de los que más entiende el poder, inteligente, estratega. Le aplauden la renovación de las instituciones, una modernización del Estado, la eficientización de procesos, con hincapié en seguridad, salud y educación. Del otro lado, están los que le achacan una especie de obsecuencia para con Macri -a pesar de su tono crítico- y destacan que su gestión es prolija sólo gracias a un modelo de ajuste feroz. Y justamente los puntos más destacados por los suyos son los más criticados por los opositores: fuerte reducción del empleo estatal, legislación represiva en seguridad y cierre por decreto de paritarias bajas son buenos ejemplos.

Con este currículum vitae, Cornejo busca salvar a la UCR sin romper con Cambiemos. A grandes rasgos, encontramos dos grupos dentro del radicalismo: uno, minoritario,  que pretende salir de Cambiemos y construir una alternativa electoral, seducidos principalmente por Lavagna. Ricardo Alfonsín es el referente que reúne a los más críticos del gobierno nacional. El grupo mayoritario está liderado por Cornejo, Gerardo Morales y compañía. Quizá guiado por ese destino de estratega que le atribuyen al presidente del partido, se propone ampliar Cambiemos, abrirse a más partidos para seducir a más electores, esos que están descontentos con el macrismo, evitando el cerramiento que busca el PRO. Es un radicalismo anti k que quiere insertar dinámicas políticas en la lógica empresarial imperante. Dentro del partido están convencidos que Macri va por la reeleción sin miramiento, y sus críticos han ensayado fórmulas del tipo Vidal-Lousteau o Lousteau-Cornejo.

Lo cierto es que el radicalismo no está del todo cómodo en Cambiemos, a pesar de que el escenario y su rol es similar al de 2015. El fantasma de la derrota influye en los ánimos, más cuando no se está del todo de acuerdo con las estrategias y programas llevados adelante.

¿Y si no gana Cambiemos?

En principio, y puestos a especular, el radicalismo no tiene gran cosa que perder y podría tener mucho por ganar, por lo que una derrota acompañando al PRO podría precipitar la disolución de Cambiemos. Claro, si no se produce antes. La UCR bajo la conducción de Cornejo quiere más: si gana la postura de ampliar Cambiemos, ¿qué pasará en la negociación con el PRO? Nadie lo sabe a ciencia cierta: los radicales avanzan con pies de plomo y van tejiendo sus planes según el viento que sopla. Parte de la razón por la cual el partido sobrevive todavía y consigue gravitar es, precisamente, una prudencia extrema.

Por otro lado, Cornejo tiene todo para salir indemne de una derrota: sería sorpresivo que integre una fórmula dentro de la coalición ya que en ese caso él tiene las miradas puestas en Martín Lousteau. En ese sentido se antoja más lógica una proyección para 2023, teniendo en cuenta que siente sus fortalezas en la gestión al mando de Mendoza y su liderazgo. De todo este entramado queda algo claro: la figura de Cornejo no se agota en la experiencia con Cambiemos, sea cual sea su destino en las próximas elecciones. La capacidad del mendocino de renovarse y llevarse con él su partido están intactas. ///PACO