1.

El 24 de Octubre de 1951 cumplió 60 años el 50º y 53º Presidente de la República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo Molina, Padre de la Patria Nueva, Benefactor de la República y Protector de la Iglesia.

Juan Domingo Perón, le envió entonces, como regalo, un precioso ejemplar vacuno de pura sangre inglesa que llevaba por nombre Pampero.

No tengo clara cuál era la relación entre los dos mandatarios para ese momento, aunque de seguro estaba todavía lejos de la estima que se tendrían años más tarde. La izquierda latinoamericana al servicio del Departamento de Estado vería en esta incipiente filiación una marca más del carácter “totalitario” de Perón descontando que para ese año Trujillo ya llevaba 21 ejerciendo el poder en su país. Rómulo Betancourt, uno de los artífices de la caída de Pérez Jimenez -a quien Chávez calificó como el mejor presidente de Venezuela-, escribió en su libro de 1956 Venezuela, política y petróleo, para graficar esta relación, que “la religión de la espada había encontrado a su profeta en el megalómano rioplatense”.

Pampero fue embarcado unas dos semanas después en una amplia jaula de madera donde podía moverse con libertad, “pulcramente confeccionada con gruesas colchas multicolores”, según anotan los cronistas.

La responsabilidad de retirar al ejemplar del puerto de Santo Domingo y llevarlo hasta la Hacienda Fundación, en San Cristobal, fue asignada a don Raúl Barrientos, administrador del establecimiento, y al cabo del Ejército Roberto de la Rosa Montás, quien cuidaba a los animales del dictador en la finca.

La Hacienda Fundación era la residencia predilecta de Trujillo y se extendía a través de 3.162 metros cuadrados. En el punto más alto estaba -y sigue estando, destruida por el paso del huracán David en 1979- la Casa de Caoba, ese famoso monumento a la violación de menores, hoy olvidado excepto por algunos circunstanciales peregrinos que se acercan hacia su estructura para presentar sus respetos y recordar una época en la que todavía imperaba la ley en la isla.

De acuerdo al historiador dominicano Roberto Mojica, en sus épocas de esplendor la Casa de Caoba mostraba en sus paredes y techos las iniciales RLTM acompañadas de finos ornamentos y las cinco estrellas que representaban la insignia personal que marcaba su status como Generalísimo. En los saqueos que siguieron a su muerte se perdió de ese lugar la colección de plumas entre las cuales estaba la que Trujillo utilizó para firmar el cheque de redención total de la deuda externa dominicana, el 19 de julio de 1947.

El general Perón, en compañía de Isabel, Cooke y Américo Barrios, asiste a un encuentro de boxeo en Ciudad Trujillo.

La cosa es que Pampero era un toro arisco y peligroso, cualidades que sin dudas se intensificaron cuando el gran animal, acostumbrado al clima templado del desierto argentino, sintió en el lomo la humedad penetrante y el calor nuclear que caracteriza a la temporada ciclónica en las Antillas. Fueron necesarios doce hombres para sacar el furgón del barco y llevarlo a tierra firme, y aunque el viaje a San Cristobal fue en relativa normalidad, una vez liberado dedicó sus primeras horas a atentar contra la vida humana de los trabajadores de la finca y destruir las construcciones precarias donde vivía el personal.

Preocupado por el peligro que representaba el furioso animal el cabo montó a caballo con varios lazos e intentó subyugar al toro. Desprovisto, sin embargo, de la pericia necesaria, su fracaso se hizo innegable al momento en que Pampero mató al caballo mientras él corría a refugiarse a la copa de un frondoso mango de los tantos que existían, y que siguen existiendo, en la hacienda.

Luego de un tiempo dudando cómo proceder, el cabo bajó del árbol y mató a Pampero de un tiro en la cabeza.

Cuando se enteró de lo que había pasado Trujillo desató su furia mitológica sobre el soldado. Solicitó su inmediata presencia en la casa de gobierno donde lo insultó y, sin dejarlo dar explicaciones, “ordenó su cancelación y confinamiento por tres meses” en las celdas solitarias de la fortaleza Ozama.

El pobre cabo Montás cumplió su condena, aunque al salir de su aislamiento continuó siendo acosado por la SIM, máximo exponente del emprendedorismo parapolicial en nuestra región, cuyos agentes lo seguían, lo sometían a pequeños simulacros de fusilamiento y mantenían animadas charlas con su mujer e hijos de camino al supermercado. La persecución continuó hasta que el cabo decidió trasladarse con su familia a la provincia de Higüey, donde recibió la protección de su tío, el padre Bernardo Montás, íntimo amigo de Trujillo, y su nombre se perdió para siempre de las páginas de la historia dominicana.

2.

La anécdota de Pampero retrata de alguna manera la larga distancia cultural que separa al Río de la Plata del Mar Caribe. Una distancia que es obvia, hecha de idealización y confusión.

Sobre la Argentina, la República Dominicana proyecta la imagen idealizada de sus playas de arena blanca y mar turquesa y esa deforme forma del imperialismo cultural que es el reaggetón, especie de revancha agridulce que infecta el pedigree musical de los Estados Unidos al mismo tiempo que homogeniza radicalmente las particularidades nacionales bajo una identidad excesivamente cómoda con la agenda de las elites liberales.

Perón en su modesta habitación, junto a uno de sus caniches predilectos.

Sobre la República Dominicana, en cambio, la Argentina proyecta el viejo fantasma de su propio imperialismo fallido en la forma del rock nacional, que los dominicanos “disidentes” ponderan como gran aspiracional, la certeza de que se puede ser latinoamericano sin caer en el pote pringoso del merengue y la salsa, las novelas de Cris Morena y algunos otros productos audiovisuales malos.

Para un argentino, sin embargo, y más para un porteño, la República Dominicana es una proyección directamente inversa de nuestro país a la que es difícil acostumbrarse. Hay tedio allí donde acostumbramos a encontrar caos (la política, el tipo de cambio) y hay desorden allí donde nos gustaría cierta armonía (la vida urbana).

Los trazos de esa incomodidad se pueden buscar en los procesos históricos eminentemente distintos que vivieron las dos regiones durante la conquista y la independencia. Mientras que el Río de la Plata fue escenario de luchas intestinas entre sus fuerzas centrífugas interiores, entre la proyección nacional de la concepción federal y el capricho anglófilo del puerto de Buenos Aires; el caribe balcanizado constituye, al decir de Juan Bosch, “una frontera imperial de cinco siglos”.

Donde en el Río de la Plata se construyó cierta imperfecta conciencia nacional y la voluntad de poder para llenar el vacío del declinante Imperio Español; en el Caribe esas fuerzas no existieron o fueron insuficientes y el espacio sería llenado por las potencias imperialistas que pasaron los siglos de la conquista acumulando capitales, desarrollando los mercados de consumidores y fortaleciendo sus fuerzas militares. “En el Caribe hay muchas banderas -escribirá Bosch. Es en verdad una frontera imperial, y en esa frontera, debatida a cañonazos, cada imperio se quedó con un botín”

Trujillo sería un hijo directo de la primera ocupación norteamericana de la isla entre 1916 y 1924. Y esa ocupación sería, a la vez, consecuencia de la victoria de los Estados Unidos en la guerra contra España de 1899 en la que se quedó, entre otros pedazos de valorado real state caribeño, con Puerto Rico y una Cuba independiente pero atada para siempre a la suerte del nuevo poder naciente.

De poco sirvieron las fortificaciones que los españoles dejaron durante la época de la colonia para resistir al armamento mucho más moderno del invasor. Una posición en particular, Las Trincheras, era imaginada como tan inexpugnable que los dominicanos la llamaron Verdún, aunque cayó en dos horas bajo el peso de la artillería de campaña de los marines.

En 1917 los norteamericanos fundaron en la República Dominicana la Guardia Nacional, una policía militarizada y profesional con el objetivo de aplastar los caudillismos locales, convertir a la isla en algo parecido a un Estado y reprimir el descontento social que surgiría de la implementación forzosa del modelo agroexportador azucarero. Esa fue la primera plataforma política de Rafael Leónidas Trujillo Molina. De allí reclutó a los miembros de la seminal La 42, alegre pandilla parapolicial que lo ayudó a arreglar las elecciones que lo llevaron por primera vez al poder en 1930.

Fotografías de dos alojamientos en que habitó Perón durante su estadía en República Dominicana. En primer lugar el hotel Montaña, ubicado en el pueblito de Jarabacoa. En segundo lugar, la casa que ocupó durante un tiempo, ubicada en un barrio popular.

Ya desde ese momento Trujillo tenía buena sintonía con los argentinos “pues en tiempos de Yrigoyen la nave 9 de Julio había desagraviado a la soberanía dominicana ya que cuando pasó por el puerto ocupado, donde flameaba la bandera norteamericana, no realizó ningún tipo de saludo. Sí lo hizo, en cambio, cuando un grupo de mujeres flamearon banderas dominicanas en la playa”

3.

28 años después de ese momento, en 1958, Trujillo seguiría constituyendo el poder total en la isla. Perón, en cambio, entraría en su tercer humillante año de exilio político y, tras salvar apenas su vida durante los sucesos que llevaron al derrocamiento de Pérez Jiménez en Venezuela, entraría en la República Dominicana en un avión privado facilitado por el embajador Rafael Bonnelly en el que viajaron también María Estela Martínez, Roberto Galán y su esposa.

Américo Barrios, secretario privado de Perón, escribiría que “con un sentido patriarcal y con toda la ira de Moisés Trujillo gobernaba aún sin tener cargo oficial alguno.”

Aquí es cuando la República Dominicana entra por primera vez en el radar de la gran mitología argentina. Una pequeña palpitación de dos años que luego se desvanece, es cierto, pero suficiente para otorgarle cierta luz narrativa dentro de la matriz cándida y egocéntrica nacional que, como dice Mariano Canal, concede entidad a los grandes hechos de la historia sí y solo sí si hay un argentino para atestiguarlos. Y es por eso que la cobertura de los noticieros nacionales siempre incluyen el testimonio irrelevante de un compatriota viviendo de forma casual en un radio aceptable de cuadras al hecho.

Ahora, yo vivo en República Dominicana hace dos años, con lo cual puedo prolongar la existencia del país ante los argentinos a través del testimonio en primera persona, del cual me abstendré.

En Enero de 2020, meses antes de la pandemia, el portal de noticias del Departamento de Estado, Infobae, publicó un artículo destacando la performance económica del país. Bajo el título “Cuáles son los secretos del milagro económico del que nadie habla en América Latina” el periodista Darío Mizrahi destacaba que “en un contexto de estancamiento para la mayoría de los países de la región, hay uno que se diferencia del resto. Si bien no es de los más ricos, crece desde hace cinco años a una tasa de 6,1% promedio, reduciendo la pobreza, el desempleo y la desigualdad.”

RD tuvo, así, su tímido surgir como intento de refundar la mil veces desmentida liturgia de los liberales argentinos tras los repetidos fracasos de sus anteriores modelos; Chile, Perú, Uruguay, Israel, Ucrania, Vietnam y todo el arco pintoresco de comparaciones fantasiosas que aparecen en abanico cada cierto tiempo.

Perón sentado en su mesa de trabajo.

Por supuesto, podríamos perdernos en las ensoñaciones de comparar una economía en donde el 30% del PBI es explicado por el turismo y las remesas con la declinante virilidad cambiaria Argentina, aunque mucho más interesante es tratar de pensar que podría suministrarnos Dominicana en otros sentidos. Hago un pequeño punteo: un nuevo modelo de masculinidad flexible que combina una coquetería exacerbada con la persistencia del casamiento infantil, el slang caribeño que ya está penetrando las estepas del conurbano, la sumisión absoluta, el racismo y una genética desastrosa.

Probablemente Perón nunca se haya aburrido más en su vida como durante su estancia en la República Dominicana. Inicialmente Trujillo lo hospedó en el Hotel Jaragua, sobre el malecón de Santo Domingo, aunque Perón prefirió irse porque era muy caro y “estaba repleto de norteamericanos”, es decir, de agentes de la CIA. Al poco tiempo recaló en una quinta de aproximadamente cuatro hectáreas frente al mar que el Generalísimo había comprado para su hijo, que nunca la había usado. Perón acepta el ofrecimiento pero con la condición de vivir en la casa de huéspedes y no en la residencia principal.

Marcelo Larraquy escribe, en su biografía de López Rega, “A pesar de las permanentes distinciones, Perón no dejaba de sentirse aislado del mundo. La rutina provinciana, en la que cada día era una réplica exacta del anterior, empezaba a oprimirlo.” “Cuando comenzó a sembrar semillas de césped en la casa de Ramfis Trujillo, Perón ya sentía un incontenible deseo de irse de la isla. Se sentía un prisionero colmado de atenciones”

La República Dominicana es hoy una especie de dimensión extraña que subsiste en paralelo al timeline de occidente, moralmente suspendida en los años 50s y estéticamente frizada en los 80s. Si uno caminase con dificultad por las calles sin veredas de Santo Domingo solo podría reconocer al año 2020 en el hipertrofiado parque automotor, ese fetiche obsesivo que tienen los dominicanos con tener la jeepeta cero kilómetro y para lo cual se endeudan a tasas bajas en loop desde que nacen hasta que se mueren, sin reparar en que las calles siguen siendo tan angostas e inviables como lo eran en 1496.

No me puedo imaginar lo que debía ser Ciudad Trujillo en las postrimerías de la dictadura del Padre de la Patria Nueva. Pero sí puedo decir que hoy es una ciudad puntillosamente horrenda producto del exceso de iniciativa privada que eleva edificios en lugares improbables, con los materiales más baratos posibles, y que funciona como un muestrario perfecto de cuáles son las consecuencias de no atar a las fuerzas productivas a la opresión stalinista de un código urbano o un mínimo de planificación estatal. Un verdadero paraíso neoliberal sin parques, con uno de los salarios mínimos más bajos de Latinoamérica, apenas por detrás de la Argentina y la presión impositiva más baja del mundo.

Lo que sí se sabe es que en algún momento el Generalísimo le dijo a Perón: “Mire, la obra social que usted realizó en su país no puede hacerse en Santo Domingo porque la Argentina es muy diferente. En la Argentina la población es blanca y procede de países europeos, mientras que en Santo Domingo el 80 por ciento es negro, y al negro no puede ayudársele con una obra social porque la destruye. (…) He regalado tierras y he comprobado que esto no vale en Santo Domingo porque las tierras que yo regalo a los negros las venden al cabo de un año.”

Esa cita, enmarcada en esa experiencia de ese exilio provinciano, resulta un buen prisma por el cual admirar el proyecto que el neoliberalismo siempre tuvo para nuestro país díscolo, desde que un congresista, oponiéndose a la compra de productos argentinos en el marco del Plan Marshall, dijese en 1949 “tal vez ha llegado al fin la hora de hacer arrodillar a la Argentina”, como aparece citado en el memorándum secreto del Departamento de Estado “Instances of Apparent Discrimination by ECA against Argentina”, y quizás también una pequeña explicación de por qué se cabreó el toro Pampero////PACO

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