Género


Trans: entre política y salud. Entrevista a Ray Blanchard

Quien haya visto una de las últimas publicidades de Ofelia Fernández habrá constatado, nuevamente, cómo la comunidad LGBTIQ se va instalando entre los temas prioritarios de la agenda. La misma impresión generó la visita de Judith Butler, único referente medianamente masivo de consulta a la hora de hablar de diversidad sexual por estos lares. Paralelamente, en las reyertas que los diversos sectores del feminismo mantienen en las redes, se discuten los alcances e implicancias de la “empatía”, la “responsabilidad emocional” y los cupos femenino y trans en distintos espacios de poder o injerencia cultural. Sin embargo, los aspectos científicos, médicos y psicológicos de la transexualidad y su imbricación concreta con las nuevas problemáticas de las mujeres no tienen demasiado espacio en una Argentina que intenta, a los tumbos, ponerse a tiro con el gran fenómeno mediático de los últimos tiempos.

En Canadá la cosa es muy diferente, porque cuenta con profesionales de impresionante trayectoria en el tema como Ray Blanchard, psicólogo abocado a la investigación sobre parafilias, trastornos de identidad de género y orientación sexual, y miembro desde 1980 de la Clínica de Identidad de Género en el Instituto Clarke de Psiquiatría en Toronto (ahora parte del Centro para la Adicción y la Salud Mental) y Jefe de los Servicios Clínicos de Sexología de la misma institución, entre 1995 y 2010. También fue presidente de la Academia Internacional de Investigación Sexual y, en 2017, recibió el Premio “Richard Green Lifetime Achievement”, por parte de la “International Academy of Sex Research”. Su visión, fruto de la investigación sostenida y la experiencia directa con pacientes trans a lo largo de muchos años, resulta clave para abordar el tema desde una perspectiva mucho más vinculada a la salud física y mental que a la política o al activismo rentado.

Hace poco tiempo Judith Butler, referente top para el activismo de mi país, nos visitó para dar su visión acerca del género. ¿Cuál es tu opinión sobre sus teorías?

Nunca he leído sus escritos. Ella no es ni una profesional clínica ni una investigadora clínica, y consideraría que sus puntos de vista son irrelevantes para la toma de decisiones médicas. Incluso los médicos más pro-hormonas o más pro-cirugía que conozco basan sus posiciones en cosas distintas a Judith Butler, la Teoría Queer, el posmodernismo o cualquier otra cosa proveniente del sector académico de Humanidades.

Desde 1989 acuñás el término «autoginefilia». Teniendo en cuenta que en Argentina proliferan las jergas y los neologismos, pero no las explicaciones coherentes para sustentarlos, te pediría que te explayes un poco en la historia de esta palabra en particular…

Creo que durante la mayor parte de los siglos XX y XXI, la mayoría de las personas con disforia de género podrían dividirse en tres grupos principales: el primer grupo al que me refiero como transexuales homosexuales de mujer a hombre (homosexual female-to-male transsexuals). Estas son mujeres biológicas que se sienten atraídas sexualmente por otras mujeres y que desean convertirse en hombres. El segundo grupo es justo lo contrario: hombres biológicos que se sienten atraídos sexualmente por otros hombres y que desean convertirse en mujeres. Yo llamo a estos transexuales homosexuales de hombre a mujer (homosexual male-to-female transsexuals). Será evidente que utilizo el «homosexual» de la manera habitual, para referirme a la atracción sexual a los miembros del propio sexo biológico. El tercer grupo es bastante diferente. Son hombres biológicos que se excitan sexualmente por el pensamiento o la imagen de sí mismos como mujeres, y que desarrollan el deseo de ser mujeres en todo momento. Yo llamo a estos transexuales autoginefílicos de hombre a mujer (autogynephilic male-to-female transsexuals). Autoridades clínicas anteriores habían identificado los mismos tres grupos, pero llamaron “transexuales travestis” al último grupo. Los llamé “transexuales autoginefílicos” porque la palabra «travestismo» se ha utilizado para referirse a varios síndromes diferentes y quería utilizar una terminología inequívoca. Hay que notar que también existen hombres con autoginefília que no desarrollan disforia de género. Permanecen más o menos contentos con el travestismo o la participación en otros rituales masturbatorios que simbolizan su condición de mujer, por ejemplo, simulando la menstruación o el embarazo. Para estos hombres, la fantasía de ser mujer está más relacionada con los períodos de fuerte excitación sexual.

Dentro del mundo anglo ya apareció un nuevo síndrome que afecta sólo a mujeres y que aún no conocemos por acá, denominado ROGD…

Efectivamente, en los últimos años, ha aparecido otro síndrome que se asemeja a la disforia de género. Este síndrome ha sido llamado Disforia de Género de Inicio Rápido (Rapid Onset Gender Dysphoria: ROGD) por la doctora Lisa Littman. La mayoría de las personas son adolescentes que desarrollan disforia de género en algún contexto social como, por ejemplo, el on-line o en grupos sociales en los que varias niñas se declaran transexuales en un corto período de tiempo. Por lo tanto, parece haber aquí un fuerte elemento de contagio social. Estas chicas parecen ser heterogéneas con respecto a la orientación sexual. Por ejemplo, un porcentaje considerable de ellas declara sentirse como hombre gay y que desea hacer una transición para poder vivir como hombres gay. Tanto como podría afirmar partiendo de información de segunda mano, este grupo parece ser ingenuo e inmaduro: no se cuestiona qué tan exitoso sería viviendo como un hombre gay sin pene. Quizás el elemento común en los casos de ROGD es un trastorno de personalidad preexistente o un desajuste social.

Con tanto tiempo trabajando con personas trans, asumo que tenés una opinión acerca de la modificación del lenguaje en virtud de las identidades sexuales.

Cuando atendí a “pacientes de género”, siempre me dirigí a ellos de acuerdo con el sexo en el que se vestían y presentaban. Eso era un asunto simplemente práctico. Uno no podía entrar en una sala de espera y decirle a una persona que llevaba un vestido y un bolso: «Nos veremos ahora, señor Jones». Eso sería innecesariamente humillante, especialmente si hubiera otros pacientes en la sala de espera. No tuve ningún problema haciendo esto; de hecho, no puedo imaginar otra alternativa. Los pronombres inventados para individuos «no binarios» son una cuestión diferente. Parece que tienen poco propósito, excepto llamar la atención sobre la persona que exige que uno los use. No puedo imaginar una situación de la vida real en la que tendría que usarlos. Sospecho que la mayoría de la gente simplemente aprenderá a evitar a las personas que hacen tales demandas.

Argentina ya tiene varios centros de hormonización, uno de ellos, inaugurado recientemente por el Gobierno, es exclusivo para niños. ¿Cuál es tu posición en relación a la cirugía de reasignación sexual en general y a los tratamientos en niños en particular?

Creo que la transición de género es una medida de último recurso para las personas que han alcanzado la edad adulta sin poder aceptar su anatomía natal. En esos casos, debería ser apoyada por el Estado tanto como sea posible. Con suerte, la familia del individuo será un respaldo más personal. No estoy a favor de la transición para los niños, a menos que esto sea absolutamente inevitable por alguna razón, porque la transición social (y las hormonas que bloquean la pubertad) encierran al niño en una trayectoria transexual. Creo que es preferible, por motivos médicos, que el niño se convierta en una mujer lesbiana o un hombre gay que esté contento con su anatomía, y que no requiera cirugía o tratamiento hormonal de por vida.

Has dicho que la palabra “comunidad” se usa para denominar a un grupo políticamente correcto como “La comunidad vegana” y “La comunidad LGBTIQ”, pero no para grupos censurables: “No existe la comunidad del crimen organizado, ni de los fumadores de tabaco o las TERF”. ¿Cómo lo explicás?

No tengo inclinación política, y no tengo conocimiento sobre la historia de la palabra «comunidad» en la política. Obviamente, este tipo de uso no alude a «comunidad» en el sentido tradicional de las personas que viven en proximidad geográfica y que probablemente se conozcan entre sí. Creo que alude a personas que están unidas por algún propósito común. Por lo general, ese propósito es político, pero la palabra no siempre se usa de esa manera. Por ejemplo, se podría hablar de «la comunidad de investigación en psicología», que significa nada más o menos que «investigadores de psicología» o «psicólogos que conducen y publican investigaciones». Creo que la frase “comunidad LGBT” fue inventada por los activistas como una estrategia consciente para aumentar el número de personas relevantes, atraer más partidarios y aportar más donaciones caritativas. No veo que haya una fuerte tendencia a que las lesbianas, los homosexuales o los transexuales se reúnan cotidianamente en la vida real y, de hecho, existe un antagonismo tradicional entre estos grupos. La «Comunidad LGBT» es una creación de activistas políticos con el propósito de promover objetivos políticos, e incluso esos objetivos comunes se están volviendo cuestionables. Quizás su principal objetivo ahora sea permitir a los periodistas heterosexuales la oportunidad de mostrar qué tan modernos y progresistas son.////PACO