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I

Según la Real Academia Española la tauromaquia es el arte de lidiar con toros u obra o libro que trata acerca de la tauromaquia. Parece una definición circular. Visto así, la tauromaquia es una praxis y una episteme, pero sobre todo es un arte. Según su etimología la palabra vendría del idioma griego ταῦρος, taūros ‘toro’, y μάχομαι, máchomai ‘luchar’, literalmente ‘luchar con toros’. En su origen se impone la práctica. Según sus diferentes modalidades es practicado en parte de Europa, principalmente España, pero también en Portugal y el sur de Francia. En Hispanoamérica todavía se realizan corridas en Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela y, principalmente, en México. Incluso hubieron, hasta el siglo XIX, corridas de toros en Buenos Aires

II

¿Por qué luchar con toros? Para el antropólogo británico Julian Pitt-Rivers la lucha con el toro comienza cuando es establecida su función reproductora, una vez atravesado el paleolítico. Así, el toro se vuelve emblema de la virilidad agresiva y es un contendiente digno para los hombres. Lo emparenta con San Jorge y el Dragón, siendo atravesado por un lanza, como los modernos picadores de las plazas de Sevilla. La imagen de Teseo y el Minotauro del laberinto de Creta, con su voracidad de vírgenes, también se hacen presentes. Pero para Pitt-Rivers hay un desplazamiento: en las modernas corridas de toros el mito se ha convertido en rito y el enfrentamiento en sacrificio. Pero también hay una contradicción: el toro simboliza lo salvaje, pero es un animal doméstico, atravesado por lo humano. En otras palabras, el toro siempre es el minotauro, ese animal mitad hombre y mitad bestia, y la plaza de toros siempre es un laberinto circular. 

III

Una corrida de toros, o “la más nacional de las fiestas españolas” como la definió el Conde de las Navas en 1899, consta de tres partes, llamadas tercios: el tercio de picar (o de varas), el de banderillar y, por último, el de matar. En la suerte de varas, la única que se realiza a caballo, el picador busca ahormar y exhibir el carácter del toro. Mediante los pinchazos de su lanza va calmando o agitando la bravura del animal para dejarlo listo para el matador. Su finaliad es mostrar los defectos o las virtudes del toro de cara a la lidia final. Según el antiguo reglamento elaborado por Melchor Ordoñez en 1852 hay que picar “donde el arte exige” y el arte exige que sea en el morrillo, la parte alta y anterior al cuello. 

IV

En 1992 el Ministerio del Interior de España promulgó por Real Decreto el Reglamento Taurino, el cual busca regular “la preparación, organización y desarrollo de los espectáculos taurinos y de las actividades relacionadas con los mismos, en garantía de los derechos e intereses del público y de cuantos intervienen en aquellos”. En él se encuentran detallados los profesionales dedicados a la tauromaquia, los establecimientos de cría de reses para lidia, las características de las plazas de toros, los tipos de espectáculos taurinos, las obligaciones y derechos de los espectadores, la autoridad del presidente de la plaza, como las condiciones que deben satisfacer los toros de lidia. 

V

En el tercio de banderillas los banderilleros a pie buscan avivar al toro sin quitarle fuerza mientras se miden clavándole unas banderillas de setenta u ochenta centímetros en el lomo. Las banderillas van decoradas con papel picado y colores y se van colocando de a pares. El banderillero adorna a la víctima, etapa esencial del sacrificio según Marcel Mauss: mediante el ornamento la ofrenda sale de la vida profana y se hace sagrada.

VI

El Presidente y la banda de música se acomodan en unos palcos especiales. La asistencia se divide entre el público popular que va al sol y la gente más «distinguida» que se acomoda en las localidades de sombra que tienen un precio más alto. El espectáculo taurino es transversal a todas las clases sociales españolas, todas se reúnen, aunque sin mezclarse, de un lado u otro de la plaza. ¿Pero de qué lado está el torero? Vicente Blasco Ibañez en su novela Sangre y Arena muestra con el personaje de Gallardo, inspirado en Manuel García Cuesta, El Espartero, muerto a los 29 años por una cornada en la Plaza de Madrid en 1894, la ambivalencia de la figura del matador, entre el ascenso social y el acceso a la riqueza, pero siempre lejos de la propiedad de la nobleza. Su encuentro y relación frustrada con doña Sol, sobrina del Marqués, es la que evidencia la imposibilidad de la mezcla entre los que viven de la sangre y la herencia, como ella, y los que viven del trabajo de la tierra y su lucha en la arena, como Gallardo. El torero es un trabajador, siempre tironeado por el público popular que lo reclama como ídolo y las clases dominantes, verdaderos dueños de la tauromaquia, que se lo apropian como entretenimiento y sacrificio. 

VII

El estoque es la espada que se utiliza para dar muerte al toro al final de la lidia. No puede cortar con el filo de la hoja y solo puede perforar con su punta, por eso tiene una forma larga y estrecha, como la de un aguijón. No es completamente recta, tiene una curvatura cerca de la punta que los toreros llaman muerte. Según el reglamento taurino vigente en España, «los estoques tendrán una longitud máxima de acero de 88 centímetros desde la empuñadura a la punta».

VIII

En 1816, anunciada a través de las páginas del Diario de Madrid, el pintor español Francisco de Goya publicaba su serie de grabados La tauromaquia. A pesar de ser considerados mucho más lúdicos que sus series Caprichos o Desastres de la guerra y que la crítica tradicional se debata entre las razones que pudieron guiar su composición, Blas Benito, en su prólogo a la edición del Museo del Prado del 2001, no duda en afirmar que en realidad hay una continuidad: “la intención primigenia de Goya era presentar el momento de violencia máxima entre dos seres cuyo único destino posible es la muerte”. Entonces, Benito ve una conexión entre Desastre de la guerra y La Tauromaquia, si en el primero buscaba denunciar las crueldades de la terrible guerra del pueblo español contra el ejército napoleónico, en las segundas buscaba mostrar el cruento hábito de la violencia devenida en espectáculo. 

N° 33

Con sus plazas apenas sugeridas por unos pocos trazos, sus violentos contrastes lumínicos, en contraposición a las coloridas estampas taurinas de la época, la escena reducida a su máxima esencia enfatiza el drama, el momento en que el animal, cuyo destino siempre es el sacrificio, embiste con fuerza al matador, buscando la contemplación del dolor y la muerte. No es casualidad, entonces, que la estampa más famosa sea la número 33, “La desgraciada muerte de Pepe Illo en la plaza de Madrid”, en la que podemos ver el momento en el que el famoso torero es corneado en la panza, instantes antes de que el toro lo haga volar por toda la plaza destruyendo sus órganos hasta dejarlo caer en la arena ensangrentado y muerto. 

IX

Finalmente, luego de que el toro ha sido avivado y su bravura ha sido medida en los dos tercios anteriores, llega el tercio de muerte del toro o tercio de matar. En él, el espada despliega todo su arte plástico, estético y técnico. Primero vienen los pases de muleta, la parte más estética de la faena, cuando el torero va llevando al toro a través de su capilla, dominando al animal a través del engaño, restándole fuerza y dejándolo preparado para la estocada final. 

X

Aunque se llame lidia, no hay elemento de pelea real: el toro no puede ganar, ni siquiera aunque mate, justamente, al matador. Su única oportunidad de sobrevivir es que el público de la plaza le solicite al presidente que el toro sea “perdonado” debido a su excepcional valor y nobleza. No es una pelea, no es un deporte, no es un juego. Pitt-Rivers insiste en que tampoco es un espectáculo, ni una exhibición, “porque no es una representación de la realidad, sino que es una realidad en sí misma: aquellos que mueren en el ruedo no pueden regresar cinco minutos después, sonriendo”. Se trata de un sacrificio ritual y es parte del catolicismo popular español. ¿Un sacrificio con qué objetivo? El único posible, el de reafirmar que los hombres son hombres, que las bestias son bestias y que el orden social se ha mantenido. Por eso mismo, a nadie puede sorprender que sea desacreditada por algunos intelectuales catalanes por considerarla una imposición castellana.

XI

Finalizado el toreo de muletas, el espada prepara la postura del toro para darle muerte, este gesto se llama “cuadrar al toro”. Es la apoteosis de la tauromaquia, el momento en el que el torero demuestra su maestría. La estocada final debe ser certera y eficaz, una muerte fulminante. Como la lidia, hay tres suertes de matar, dependiendo del enfrentamiento entre el hombre y la bestia, sea ataque, defensa o enfrentamiento simultáneo. Una vez iniciado el tercio de muerte, el torero tiene quince minutos para matar al animal, sino será desplazado por el siguiente torero. Al final, cuando ha cansado al animal lo bastante para que vaya con la cabeza gacha, debe deslizar el brazo entre los cuernos para clavar su espada en todo lo alto «hasta mojarse la mano» en la sangre del toro. Este lugar se llama cruz. 

XII

El animal, disminuido, burlado, sin cuernos ya que puedan protegerlo, pierde su honor, que pasa al que domina. La humillación del toro termina con su violación. El torero, como un Minos vengándose del toro blanco que embarazó a Pasifae, penetra su acero en el lugar previsto, esa vagina que el picador le ha abierto sobre el mons veneris de su lomo y que el banderillero se ha asegurado de señalar con colores. Finalmente la cabeza del toro golpea la arena y muere. El matador celebra y según la calidad de su lidia podrá recibir el saludo del público, una vuelta al ruedo, la concesión de una o dos orejas, la salida en hombros de la plaza y, excepcionalmente, el presidente podrá concederle el corte del rabo de la res////PACO

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