Por Nicolás Mavrakis
La experiencia de Federico Kukso (Buenos Aires, 1979) con la ciencia es como la de un astrónomo con las estrellas. Contemplación cotidiana, estudio, análisis. Como en la relación del astrónomo con las estrellas, el goce gira más alrededor del platonismo de la reflexión antes que del tacto concreto. Periodista especializado en ciencia y tecnología, la trayectoria de Kukso en los medios más importantes del país le sirvió para formar una idea definida del valor de todo el conocimiento que orbita alrededor de su área y de los modos en que la experiencia cotidiana nos vincula a cada momento con ese conocimiento. «A la ciencia la componen descubrimientos y egos inflados pero también personas que como todo el mundo tienen sexo, van al baño, se ríen, lloran, tienen hijos, novios y amantes, comen un asado los domingos y juegan al fútbol con amigos. No saber algo de ciencia es como no saber inglés o no saber quién fue Borges: su desconocimiento te cierra puertas, hace que tu realidad sea pequeña, local, pobre», explica.
Todo lo que necesitás saber sobre ciencia (Paidós) sintetiza ese ánimo de divulgación, pero también se permite interactuar, a la manera de una tablet analógica, con links musicales, cinematográficos y literarios que demuestran hasta qué punto la información de la ciencia y la tecnología nos definen más allá de nuestra propia conciencia. «Las ciencias nos rodean no sólo a través de sus desarrollos visibles y palpables como vacunas y medicamentos o chiches tecnológicos. Conocer sus ideas, saber que las ciencias no son un idioma tan impenetrable como el urdu no sólo nos permite disfrutar aun más de estos productos culturales. Conocer de ciencia tiene su costado profiláctico: estar al tanto de ellas nos protege contra los buzones que diariamente nos quieren vender aquellos que ven en cada esquina o en cualquier fenómeno natural un OVNI, un fantasma, ángeles o demonios, el apocalipsis», dice Kukso.
–Es la gran contradicción mediática: cuando en un hospital se salva a un chico de la muerte, los noticieros hablan de milagros, minimizando el trabajo de médicos y enfermeras. Se conoce más sobre la vida sexual de Matías Alé que sobre quién fue Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina. En esto, los medios tienen mucho de responsabilidad y es hora de que hagan su mea culpa: a su manera, al extirpar a las ciencias de aquella reducción que llaman «la realidad», la invisibilizan. Privilegian lo paranormal, los horóscopos, aquello que a su entender vende, que es rápido de resolver, de digerir.
–¿En qué sentido Todo lo que necesitás saber… interactúa en sí mismo con otros espacios como la música y la literatura?
–El libro puede ser pensado como una especie de Guía T de las más recientes ideas científicas, de aquellos conceptos, nombres, deseos y miedos de los que actualmente se habla y se hablará en 20 años. Conceptos con los que cualquiera se puede cruzar al ver una serie como The Big Bang Theory, leer a Houellebecq o comprar el disco The 2nd law de la banda Muse, que en la tapa lleva la imagen más llamativa del Proyecto Conectoma que busca mapear el cerebro humano. Hay canciones como «Space Oddity» de David Bowie que no pueden ser pensadas o escuchadas sin aludir al programa espacial. O por ejemplo, en nuestros cerebros tenemos un tipo especial de neuronas llamadas «neuronas espejo», por ejemplo, que explican por qué nos gusta la pornografía, por qué sentimos dolor cuando vemos que a un hombre le pegan una patada en los testículos.
–¿Qué asunto científico exige un conocimiento más urgente?
–Hay temas que ya están produciendo sus respectivos terremotos políticos como ocurre con la geoingeniería, es decir, los intentos de diversos grupos de científicos y empresarios de alterar voluntariamente el clima del planeta. El cambio climático ya está acá como nuestro compañero de baile: es una realidad con la que debemos convivir y ante la cual no queda otra que adaptarnos. De ahí el surgimiento de propuestas de hackear el planeta: provocar cambios adrede para combatir sequías o inundaciones. El asunto es que aquellas modificaciones que pueden ser beneficiosas para una región pueden ser desastrosas para otras. ¿Quién decide entonces qué se debe hacer y dónde?
–¿Cómo funciona la frontera entre lo último en investigaciones científicas y lo primero en ciencia ficción?
–Las ciencias y la ciencia ficción pueden ser vistas como dos hermanos separados al nacer, dos mundos interconectados que se retroalimentan mutuamente. Como otros tantos millones de personas, los y las científicas leen, miran televisión, ven películas y están inmersos en el ecosistema cultural de una época. Sus ideas, preguntas, hipótesis de alguna manera están influenciadas por la ficción. Y los escritores y guionistas de ficción se nutren de la ciencia, así como exhiben los deseos y miedos de un tiempo histórico.
–¿Cómo describirías a corto plazo futuro la presencia de la ciencia en la vida cotidiana?
–Hay avances que descolocarán a más de uno: ¿un vegetariano podrá seguir llamándose vegetariano si come carne in vitro o carne artificial, un nuevo tipo de alimento desarrollado en laboratorios? Otro caso es el del desarrollo y la masificación de prótesis. ¿Surgirán hackers capaces de apagar un marcapasos a distancia? O en el caso de las «neuroprótesis», dispositivos o interfaces cerebro-computadoras con las que personas parapléjicas ya mueven objetos con sólo pensarlo: ¿habrá hackers mentales? ¿Llegará el momento en que nos puedan leer los pensamientos? Todo avance científico tiene sus dos caras: sus beneficios tangibles alentados por una buena cuota de asombro y al mismo tiempo su lado oscuro, muchas veces no previsto por sus impulsores.
–¿Cómo fue la experiencia de sumergirse en el universo de la ciencia y narrarla desde nuestro propio país y presente?
–La gran pregunta que desde hace décadas se extiende por el mundo de la divulgación es ¿quién debe comunicar la ciencia? ¿Los científicos o los periodistas científicos? La pregunta, en realidad, es engañosa. Siempre están los que responden «los científicos», reproduciendo así el rol que la sociedad les asignó hace años a los integrantes de esta tribu, la del mal llamado «experto», la «autoridad», aquel nuevo sacerdote que viene a contar la verdad. De ahí que se divida al mundo en dos: los que saben y los que no, lo cual no hace más que perpetuar una mirada dogmática del saber. En verdad, la respuesta a la pregunta debería ser: «Los dos.» En mi caso, además de pretender contagiar curiosidad a un lector y abrirle una puerta a un universo fascinante, privilegio el costado narrativo de las disciplinas científicas: cazo historias, irrumpo, pregunto, escucho, veo. Además de institutos, papers y estereotipos que necesitan ser detonados, las ciencias están compuestas de historias de héroes pero también de fracasos, de próceres y de individuos olvidados, corridos a un costado de la historia, aplastados por la burocracia o desmotivados por sociedades que no aprecian su trabajo.