Probar las segundas marcas que venden los supermercados Día es una obligación para todo ciudadano de bien. Abstraer el sabor de los flanes, tapas para empanadas o panes lactales Light de su entorno natural de góndolas pegajosas, aserrín en el suelo y chombas manchadísimas de sus empleados es un acto de convivencia urbana. Aparecen tesoros ocultos y mohosos, como los budines cubiertos con baño de repostería a 10 pesos. La Cola Día Light sale un tercio de la Coca Cola Light y es potable, más fea pero potable, pasa muy bien cuando está helada.

Pero no hay buena repostería en Día, y la que hay no es barata. Era un fin de semana de carnaval, estaba un poco deprimido y entonces decidí hacer un doble experimento. Por un lado, iba a tomarme un nesquik con algunas gotas de rivotril. Por el otro, tenía algo de plata que amortizaba mentalmente por no haberme ido a ningún lugar el fin de semana largo, así que quise probar y comprobar las exquisiteces de “La Panificadora” y “Medialunas del Abuelo”. Ambos negocios quedan a menos de veinte metros, en Avenida San Martín y Nicasio Oroño. Una zona que se especializa en venta de colchones y en ser sede de Paloko, un oasis con Bowling, Ping Pong y Marginalidad Cheta sobre el que pienso escribir en breve.

Así como Día tiene algo de depósito post-catástrofe donde una rata puede anidar adentro de una caja de barfys, los locales de “La Panificadora” y “Las Medialunas” parecen cárceles. Son Starbucks al revés. Locales muy pequeños y calurosos, con fórmica blanca y caños despintados. No hornean ahí. Reciben mercadería ya preparada. La atención es amable, pese a la escasez de piezas dentales de sus vendedores. Una vez un taxista me dijo que las medialunas del abuelo, como la casi extinta Mr. Luna o El Rey de la Medialuna, no tenían un ingrediente que tiene todo el resto de las facturas. En Internet dice que vender facturas te deja 2/5 del valor de cada una, sin contar alquiler.

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Vamos a lo importante: el precio. La panificadora te vende la docena de medialunas a 13 pesos, 14 si elegís surtido. Las Medialunas del Abuelo las venden a 15 y 16 respectivamente. Elegí surtido porque quería ponerle colores a mi vida. Porque me intrigaba la combinación rivo-dulce de leche, o la dupla rivo-pastelera. La transacción fue exitosa en ambos casos. Me retiré mientras unos seres siniestros armaban un festival de la tristeza vulgarmente conocido como «corso». Un espectáculo popular que sirve como filtro para hipsters con aspiraciones poéticas.

Serví las dos bandejas, una enfrente de otra, y agarré el nesquik que había dejado en el freezer, con las tres gotas de rivo ya agregadas. Tomé un sorbo ancho y el nesquik tenía cristales, pero no me molestó. También tenía gusto a rivo, o quizás era paranoia. Es que el nesquik me trae recuerdos agridulces. De chico mi madre me hizo una leche con una cucaracha flotante. Me quejé. Me dijo que era un mentiroso y que ese caparazón era chocolate. Tomé del nesquik. Después levanté al grumo de chocolate con la cuchara y era una cuca. Vomité sobre un mantel navideño. A veces sueño que mi madre es una cucaracha, pero de una manera metafísica. Una cucaracha rubia.

Las Medialunas del Abuelo son más dulces, más gruesas, menos esponjosas, más homogéneas en su forma, y más secas. Las de La Panificadora son algo saladas, se pegotean entre sí por una especie de almíbar, tardan más en ponerse viejas. Son más livianas, pero al mismo tiempo uno tiene la sensación de comer algo más trucho. Las del Abuelo son distintas, es diferente el sacramento al palito hojaldroso. Las de la Panificadora son una gran masa moldeada de diferentes maneras y con diferentes condimentos. Probablemente las del Abuelo son mejores para un público tradicional y sí se pueden mojar en leche. Las otras son más exóticas y zafan cuando el organismo sólo pide harina. Pero también son más adictivas y tienen mucha gracia con nesquik. La vida en general es mejor con nesquik

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Fui consumiendo ambos tipos de medialunas a lo largo de una semana. El declive después del tercer día era evidente. Las hormigas terminaron por ignorarlas. Calentarlas con jamón y queso es una buena manera de resucitarlas, pero agota y requiere de mucho trabajo. Ver morir una medialuna barata, día tras día, es lo más cerca que puedo estar de cuidar una planta.

El rivotril me hizo muy poco. Puede que me haya relajado y haya dejado de pensar un poco en matar gatos y colgar las fotos de sus cadáveres en Instagram. Tomé una cerveza para levantarlo y ahí se puso un poco más picante. Pero no sé. Quizás era rivo vencido./// PACO