1. Escobar
, la ciudad que da la Fiesta de la Flor y que en algún momento fue conocida por la prohibición de besarse en espacios públicos que ordenó su intendente Luis Patti. Fue precisamente con Patti en la intendencia que se inauguró en julio de 2001 el bioparque Temaikén, un emprendimiento de la familia Pérez Companc.

2. En el site de Temaikén, al cliquear sobre “¿Quienes somos?”, no aparece la foto de Gregorio Pérez Companc ni de ninguno de los siete hermanos que constituyen el Perez Companc Family Group. Dicen, con la humildad de los grandes, que son “una organización nacional que trabaja para proteger la naturaleza, educando, investigando y conservando especies y ecosistemas, priorizando los autóctonos, junto a otras instituciones e involucrando a toda la sociedad”. Tampoco se los menciona en “Nuestro Equipo”. Ahí se dice que Temaikén tiene 400 empleados y se publican fotos de tres de ellos: Ramón (nutrición animal), Paula (conservación e investigación) y Pablo (compras). Los equipos gustan de prescindir del apellido. Cada uno da un testimonio de lo importante que fue Temaikén para sus vidas laborales, profesionales y personales. Como si en sus palabras pudieran expresarse los cientos de animales que también son parte del equipo.

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Los equipos gustan de prescindir del apellido. Cada uno da un testimonio de lo importante que fue Temaikén para sus vidas. Como si en sus palabras pudieran expresarse los cientos de animales que también son parte del equipo.

3. Ceci n’est pas un zoológico. En ningún lugar se menciona la palabra Zoo. Temaikén es un bioparque. Los animales viven en espacios mas amables que una jaula pero claramente no en su hábitat. Si uno va al Parque Llao Llao en Bariloche puede pasarse todo un día tratando de ver un pudu, el ciervo mas pequeño que existe. El pudu silvestre no se digna a hacerse ver. En cambio, los pudues de Temaikén se pasean ante la mirada de los asistentes recibiendo una cataratas de “awww”, que ellos ya deben saber codificar como “me gusta” o corazoncitos porque la naturaleza es sabia.

4. Tem (tierra) aiken (vida), en tehuelche. En el siglo XIX, un grupo de tehuelches fueron raptados para ser exhibidos en Europa como “antropófagos del fin del mundo”. La cinta moebius de la historia.

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Mi generación quizás fue la última que vio a los osos y tigres en las jaulas del Zoo de Buenos Aires, ahora ocupadas por carteles publicitarios o plantas de cartón.

5. El tigre atrapado. Con el devenir de la culpa, ver animales salvajes encerrados en una jaula se volvió insoportable. Mi generación quizás fue la última que vio a los osos y tigres en las jaulas del Zoo de Buenos Aires, ahora ocupadas por carteles publicitarios o plantas de cartón. Esa niñez de entonces se fascinaba con poder ver de cerca un tigre. Ver cómo caminaba, pesado, odiándonos desde el otro lado de las rejas. La idea de dominación de las especies estaba menos velada. Sin embargo, también el zoológico estimulaba una vuelta al hombre animal. La jaula dejaba en claro el sometimiento y, al mismo tiempo, la animalidad de la lucha. Lo real de ese tigre enojado por haberse dejado atrapar conectaba con el pequeño homínido atrapado, a su vez, en la disciplina de la cultura.

6. Exceso de significado. En la idiocracia que nos carcome, el animal encerrado se volvió símbolo del sufrimiento que el hombre puede ocasionar a otros. Al reducir ese otro al mundo de los animales, que no pueden participar del lenguaje mas que con su cuerpo, el camino queda libre para ser hablados por la conciencia del humano autoconvencido bueno y sensible. Así, los ojos de los mamíferos están tristes por haber perdido su paraíso. El paraíso de los ecosensibles tiene sesgado los predadores, las sequías y los competidores hostiles dentro de la misma especie. Es verdad que perdieron la libertad, pero no sólo esa de retozar en la sabana con los Beach Boys de fondo, sino también la de extinguirse. El oso panda, por ejemplo, pesa 100 Kg y decidió basar el 99% de su dieta en cañas de bambú, evolutivamente es un suicidio, pero se gastan millones de dólares y mucho capital imaginario en obligarlo a seguir vivo. El poder ecológico sometiendo a la naturaleza.

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El animal encerrado se volvió símbolo del sufrimiento que el hombre puede ocasionar a otros.

7. La resistencia. Me contaron que hace poco, en el show “Aves Cazadoras” que se realiza todos los días en Temaikén bajo la premisa “una exhibición de vuelo a cielo abierto de aves autóctonas cazadoras y carroñeras”, una de las protagonistas cazó una paloma y procedió a almorzarla frente al horror del público. Alguien incluso le dijo al cuidador “que haga algo”, a lo que éste le contestó “es la naturaleza”.

8. ¿Cómo se llega a que alguien se horrorice del acto basal de la naturaleza (cazar, comer) visitando un lugar con animales? La tentación es culpar a Disney y Pixar. No son los culpables totales pero cuando los chicos ven un Amphiprion ocellaris en la pecera, gritan “¡Nemo!”, a los lemures le dicen Rey Julian y a la cebra, Marty. Disney mata padres, básicamente, así que si uno no es padre, está a salvo de predadores. Y más importante: el que mata es malo (lo que automáticamente transforma en bueno al huérfano). Por muy raro que suene para el ecosensible, en la naturaleza real no hay malos y buenos. Sin embargo, en territorio mixto entre la cultura y la naturaleza del bioparque Temaikén, sí hay malos y son cazadores furtivos.

9. Guardianes. Un primate es el logo del programa “Guardianes de la naturaleza” de la Fundación Temaikén. En la esquina superior derecha del mapa que dan a la entrada al bioparque dice “Sumate como Guardián de la Naturaleza para detener el tráfico ilegal de fauna en Argentina. Convertite (sic) en un Guardián de la Naturaleza en Temaikén.org.ar”. Pero las fantasías de formar parte de una fuerza militarizada que mate cazadores furtivos con su mismas trampas sádicas, quedan desvanecidas cuando uno cliquea y la “conversión” en Guardián de la Naturaleza es sólo donar $3 por día para que Temaikén recupere a los animales interceptados en el mercado negro.

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Por muy raro que suene para el ecosensible, en la naturaleza real no hay malos y buenos.

10. Estrellas. Hay dos tipos de estrellas en Temaikén. Las suricatas, siempre en pose, siempre dando lo que el espectador quiere (Darines) y los murciélagos enormes que descansan como capullos colgados de los árboles y vigas de su tinglado-jaula, ofreciendo horror y fascinación (Bela Lugosis). Otros funcionan por un instante y se desvanecen: Lemures, tigre, tiburones, tucanes, guacamayos que se dejan sacar fotos de cerca. En el sector de los murciélagos o de las aves, hay un sistema de doble puertas que deja ver lo disciplinario del lugar. No hay empelados, es el propio visitante que se transforma en carcelero, como en el célebre experimento de Standford.

11. El futuro. Los circos que pudieron pasar del elefante disciplinado que jugaba con una pelota a homínidos malabaristas en fluo sin perderse como categoría. ¿Seguirán los zoológicos esa lógica? Por lo pronto a la orangutana del Zoo de Buenos Aires la declararon “persona no humana” y la trasladaron a un “santuario de chimpances” en Sao Paulo. Sandra había nacido en un Zoo de Alemania. Los Zoo del mundo se nutren de animales decomisados a traficantes de fauna o circos y canjes entre instituciones. Ya no se los saca de su ambiente natural para exhibirlos. Sandra no tenía un lugar a donde volver salvo el mítico, así que terminó rodeada de chimpancés, que como sabemos todos los que vimos el planeta de los simios, son claramente diferentes.

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El orden espacial restrictivo del zoológico deja al animal obligado a estar siempre merced de la foto, viviendo en una alfombra roja constante.

12. Las Fotos. La exhibición de los animales, como cualquier otro espectáculo, pasa a traves de las cámaras de fotos. En el acuario se advierte: “No utilice el flash. Los peces no tienen párpados”. Los homínidos que no saben setear el celular o la tablet sacan fotos con flash igual, porque para eso están de este lado del vidrio. El orden espacial restrictivo del zoologico deja al animal obligado a estar siempre merced de la foto, viviendo en una alfombra roja constante.

13. Todo el recorrido del parque tiene un sistema de parlantes mas o menos escondidos que emiten un loop de música new age (sikus de Yamaha DX7, esa idea) que impone al recorrido la pesadez de la sanidad decorada del marketing. Cuando el loop newager se apaga, por el sistema de audio se transmiten sonidos de la naturaleza. Ahí, la visita se torna siniestra. El cantar de los pájaros reales se mezcla con las grabaciones. Viendo un territorio árido donde caminan los pumas, se escuchan sonidos de olas rompiendo. Un zoológico haciendo playback, desfasado.

14. El bioparque tiene un cine 360 grados (“con Aro Magnético para personas con discapacidad auditiva”), nueve lugares de comidas, un café Martinez, un Almacén de Pizzas, Munchi’s, Noble Repulgue y kioscos de golosinas. Hay plazas. Un Pabellón educativo. Juegos interactivos. Calesita. Pabellón de primeros auxilios. Una “plaza de las sensaciones”. Y dos tiendas donde venden vasos, remeras, gorros y peluches. Los pesos que se cambian por peluches, van a ayudar al modelo vivo. La Fundación Temaikén incluye Osununú, una reserva natural en Misiones, un Centro de Reproducción de Especies y varios programas que intentan preservar varios animales autóctonos, entre ellos, uno de mi favoritos: el aguará guazú, que es como un zorro mashupeado con lobo y pasado por el tratamiento de Messi.

15. Hay tres registros: la conservación de la naturaleza en la naturaleza, la conservación del mercado (que es la consevación de la naturaleza en el zoológico) y la conservación de la naturaleza como corpus teórico (en el paraguas educativo y legal de la Fundación). Los Zoo van camino a sobrevivir siendo lugares de exposición de especies nativas y una oportunidad de educación ambiental inteligente, no Pergolini disfrazado de oso polar pidiendo plata para una multinacional ecologista.

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El aguará guazú, que es como un zorro mashupeado con lobo y pasado por el tratamiento de Messi.

16. El día siguiente a la visita a Temaikén estaba en la quinta que alquilé para descansar, tomando mates y escuchando a Richter tocando Shostakovich (debo decir esto en honor a la verdad, que es la realidad, no como un gesto snob aunque sí como un guiño a Terranova que vive predicando la no palabra de Richter). Los gritos de unos chimangos alborotados prevalecieron entre las vibraciones rusas. Un ave negra que los doblaba en tamaño se posó en una rama del pino del fondo. Pico y patas amarilla. Se quedó quieta, prusiana. Escuchó la música unos instantes y levantó vuelo, imponente, seguida de los chimangos que le seguían gritando, insoportables como Barros Schelottos. Busqué en la guía de aves. Era un águila negra en un territorio no común. No pude sacarle una foto y no va a volver para que lo haga. No quedó mas registro que el de las impresiones, que en la nada de la abundancia fotográfica, serán la nueva forma del registro, de la marca/////PACO