En agosto empieza en la Escuela de Escritura Paco el taller Tecnofilias y tecnofobias en los cuerpos de la ficción* que van a dar Ingrid Sarchman y Margarita Martínez. El taller «se propone como un espacio de reflexión y producción cuyo punto de partida son los problemas a los que nos enfrenta la realidad técnica de nuestra época.» Ingrid Sarchman es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Como docente del Seminario de Informática y Sociedad de la Carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA e Investigadora del Instituto Gino Germani, se ha especializado en nuevas formas tecnológicas y los modos en que estas tecnologías impactan en los ideales de cuerpo. Es autora de la novela Respiración ovárica o el fin de los intentos y La imprevisibilidad de la técnica, editado por UNR Editora junto a Margarita Martínez en el 2021. Margarita Martínez es Doctora en Ciencias Sociales y docente de grado y posgrado en la UBA y otras universidades nacionales. Publicó el ensayo Sloterdijk y lo político y Once llanos, una colección de aguafuertes de la ciudad de Buenos Aires post 2000. Actualmente es secretaria académica de la Maestría en Comunicación y Cultura de la Facultad de Ciencias Sociales. El taller va a tener ocho encuentros, los martes a las 18 horas, en modalidad virtual por Google Meet. Informes e inscripción info@revistapaco.com.
¿Cuáles son los autores que se van a leer en las clases?
IS: Elegimos trabajar con autores ligados a distintas tradiciones, nacionales e internacionales, algunos muy conocidos, otros menos difundidos, más o menos actuales, más o menos «clásicos» como Ballard, Kafka, Cortázar, Mc Ewan, Coetzee, Suskind, Houellebecq así como también Schweblin, Bazterrica y Riera.
MM: Entre las novelas que vamos a leer están, para nombrar algunas, “Noches de cocaína” (Ballard), “La posibilidad de una isla” (Houellebecq), “Cadáver exquisito” (Bazterrica) o “Máquinas como yo” (Mc Ewan), textos que permiten ver una articulación particular entre cuerpos, técnica, riesgo, eventualmente violencia.
Cuando hablamos de tecnología, ¿de qué tecnología hablamos?
IS: El término es problemático porque se usa de distintas maneras y en contextos diversos. En ese sentido, elegimos usarlo en relación con la palabra técnica (que también presenta su complejidad y que diferenciamos de tecnología). Así, mientras la técnica corresponde a un tipo de «imaginación del hacer», modos de pensar la relación entre herramientas y el mundo en el que éstas se inscriben, la tecnología son esos mismos modos de hacer aplicados a contextos específicos. En otras palabras, las tecnologías son las maneras en la que una sociedad, en un momento determinado «hace cosas» con herramientas. Estas herramientas no necesariamente son objetos tangibles, también pueden pensarse como métodos de razonamiento, perspectivas acerca del mundo, puntos de vista o tomas de posición.
MM: Dentro de las formas técnicas contemporáneas, no obstante, vamos a focalizar en aquellas que hacen tambalear las estructuras con las que estamos acostumbrados a pensar el mundo: las que nos hacen dudar de ser agentes activos frente a máquinas pasivas, las que nos hacen preguntarnos si la técnica es una adicción a la máquina o a los demás, las que nos hacen dudar del carácter humano de nuestras formas de vivir y sentir. Lo que vamos a hacer es meternos en los llamados “terceros estados” que abrió la técnica ahí donde antes había dos. Ese nuevo lugar mental y sensible alojado en la volatilidad de la información y las imágenes que traficamos permanentemente se hace extensivo a la realidad entera: estamos “acá” mientras estamos “allá”, o no estamos en ningún lado y ningún tiempo.
¿Qué relación ven hoy entre lengua y tecnología?
IS: Justamente, la lengua puede pensarse como un tipo de tecnología que remite a una imaginación técnica. Eso no implica que sea una herramienta de comunicación, por el contrario es el modo, no del todo voluntario, con el que las sociedades representan sus paisajes tecnológicos. En ese sentido, creemos que la literatura es un espacio privilegiado para que la lengua despliegue esos sentidos. Y si bien el género de ciencia ficción parecería ser el que mejor encarna esa lógica, no es la única, ni hay un solo modo de pensar a la ciencia ficción. Hacemos ciencia ficción cuando imaginamos una máquina que lave la ropa, haga café o nos indique el mejor camino para llegar a destino. La lengua, en cualquier formato, es un espejo de las tecnologías circundantes.
MM: Hace tiempo que, en la práctica, abrimos la noción de lengua a una gramática más vasta, la de las imágenes y la de las cosas mismas. Las hacemos hablar por nosotros. Les entregamos la palabra y, esporádicamente, se las retiramos para poner una antigua palabra que creemos más genuina o más humana. Este comportamiento va más allá de la oposición entre una lengua “rica” y una lengua “operativa, reducida y funcional”. Al abrir la lengua, decimos cosas que no creemos decir y leemos cosas que no deberíamos leer. Lo que cae es toda nuestra capacidad de fiscalización de las propias conductas; todavía más, nuestra capacidad de “explicárnoslas” y –ni hablar – de justificarlas. Esa perturbación nos interesa.
Tecnofobias y tecnofilias, ¿en qué lugar queda el amor frente a estas máquinas contemporáneas?
IS: Parafraseando a Carver ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? ¿De amor hacia otros que la máquina obstaculizaría? ¿De amor a la máquina? Más que amor, creemos que el sentimiento hacia las máquinas siempre fue, como hacia los hombres, ambivalente. Los ludditas son un buen antecedente para pensar el tema porque, en su destrucción de máquinas, pusieron de manifiesto el temor que les producía su existencia y al mismo tiempo, su fascinación. Hoy en día, esa relación se reproduce de una manera particular: por un lado establecemos lazos de afecto por contigüidad (llevamos el celular pegado al cuerpo, sentimos su vibración, nos llama la atención su luz) y por el otro renegamos de sus indicaciones y mediciones constantes porque imaginamos una especie de estado natural del hombre despojado de supuestos artificios. Y en ese sentido, la paradoja de las máquinas actuales es que mientras ellas mismas nos generan sentimientos amorosos –al tiempo que se convierten en herramientas de provisión de amorosidad con cada like, cada mensaje, cada cita propuesta a través de ellas– , nos confirman su carácter medial -las percibimos, desde un humanismo impostado, como un impedimento hacia la concreción de sentimientos netamente humanos.
MM: El amor es como el poder: no sabemos cómo crearlo o recrearlo pero, cuando se presenta, no está en nuestra potestad negarlo. Tampoco podrían hacerlo las máquinas, creaciones humanas que obedecen a sueños y fantasías humanas. Ni sustitución del amor, ni su negación, las máquinas (y las “cosas” que hacemos con máquinas) simplemente nos exponen a las grietas de “nuestra realidad” –que, por defecto, creemos más auténtica. El tercer estado que nos entregan, en este caso, es un nuevo punto de mira psíquico. Es el único punto en el que podrían ofrecernos una oblicua relación especular con lo existente, aun si todavía no sabemos qué hacer con eso que estamos viendo////PACO
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