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Nuestros padres querían cambiar el mundo y se volcaron al fusil.
Sus nietos eligieron otra cosa.
Eligieron el tatuaje.
El tatuaje era la propiedad de quienes no tenían bienes ni propiedad.
Los marineros de otrora, analfabetos, anónimos, huérfanos que crecían en el mar con lo puesto por todo bien y efecto personal en este mundo.
Se tatuaban porque era lo único que podían portar en una embarcación.
Aprendieron la técnica en algún puerto remoto y la llevaron en sus viajes para matar el hastío.
Un recuerdo, un souvenir para y por gente muy lumpen, muy ignorante y muy aburrida.
Ron, sodomía y látigo, según definió Churchill la vida en la Royal Navy.
El mar era el sistema carcelario de la antigüedad.
Después el tatuaje pasó al sistema carcelario que conocemos hoy.
Pasatiempo, palimpsesto y souvenir de sodomitas aburridos a quienes no les permiten conservar ni los cordones de los zapatos.
Ahora bien ¿para qué se tatúa un hipster de Williamsburg, Malasaña, Los Feliz o Palermo Flojo?
¿Qué es hoy el tatuaje?
Hoy, el tatuaje es insurgencia diluida, cobardona.
Algún boludito vio transssgresión en lo que no es más que un pasatiempo de lúmpenes aburridos.
Hoy el tatuaje no es más que un llamado de atención, un capricho de mariquetas que tienen terror a pasar desapercibidos.
Mírenme, acá estoy, no me ignoren.
Una rabieta desesperada e inútil de una generación que fue criada en la indiferencia, a espaldas de sus padres separados post adolescentes narcisissstas.
Padres más preocupados por ir a clases de yoga a conseguir novio/a que por dedicar tiempo de calidad a sus hijos.
Dada esta neurosis en la que todo lo emocional le resulta insoportablemente pasajero y efímero, el que se tatúa busca desessssperadamente insertar en su vida algo permanente, algo que estará ahí a su lado para siempre.
En la juventud y en la vejez, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe.
El tatuaje es la rebeldía de una generación que es, por definición, todo lo opuesto.
Rebeldía pasteurizada.
Te podés tatuar un algo en el hombro, pero debajo del uniforme de McDonalds no se ve. Y si se ve y te dicen algo podés usarlo para victimizarte y demandar a McDonalds por discriminación.
El tatuaje es, también, una oportunidad.
Una oportunidad de negocio quiero decir.
Quien esto escribe ha invertido essstratégicas sumas en varias empresas que están desarrollando métodos patentables para borrar tatuajes con procedimientos ambulatorios no invasivos.
Cuando millones de millennials se miren al espejo y digan «¿qué hice?» me voy a llenar de guita.
Lean menos, floten mas.///PACO