Michel Houellebecq (Francia, 1958) no es exactamente un mago anticipando el futuro, como lo mostraba una de las tapas de Charlie Hebdo, sino un novelista que, como el norteamericano Don DeLillo o el inglés Martin Amis, tiene una excepcional capacidad para escuchar las voces ‒y los aullidos‒ de su época. ¿Y qué dicen esas voces? Exactamente todo lo que silencian las etiquetas pueriles de “misoginia”, “racismo” y “reacción” con las que los buenos pastores del sentido común suelen sintetizar en Houellebecq esa figura de “provocador” extravagante y ridículo, más interesado en los juegos del marketing que en una verdad sobre el mundo.

Houellebecq tiene una excepcional capacidad para escuchar las voces ‒y los aullidos‒ de su época. ¿Y qué dicen esas voces? Exactamente todo lo que silencian las etiquetas pueriles de “misoginia”, “racismo” y “reacción”.

El ataque a la revista Charlie Hebdo, por eso mismo, es menos una triste coincidencia con la temática de su último libro que una constatación, a priori y vulgar, de que el oído y la imaginación de Houellebecq todavía están afinados y de que el mundo que escucha es más serio que lo que esconden las etiquetas. “Parte de mi trabajo es hablar sobre aquello de lo que todo el mundo habla”, dijo en una entrevista sobre Sumisión, la flamante novela en la que narra la vida de una Francia gobernada en 2022 por un presidente de origen musulmán, capaz de hacer levitar de un día para el otro el peso de toda la tradición Occidental (la otra parte del trabajo de Houellebecq, por supuesto, es hacerlo bien; es decir, escribir buenas novelas, para lo cual la simple “provocación” no alcanza).

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“¿Cuál podría ser el efecto de una novela basada en esta hipótesis?”, le preguntaron a Houellebecq días antes del ataque a Charlie Hebdo. “Ninguno. Ningún efecto en absoluto”, dijo.

De hecho, no es la primera vez que una de sus novelas parece anticipatoria, ni la primera que Houellebecq fija su oído sobre el islamismo. A poco de la publicación de Plataforma (2001), que cuenta un atentado de extremistas islámicos contra un local nocturno para turistas europeos en Tailandia, hubo un ataque similar en Indonesia, con 180 muertos y 300 heridos reales. Pero hace catorce años, por otro lado, tampoco era difícil imaginar otro desenlace posible entre una sociedad liberal y secularizada, que no duda en recurrir a sus ventajas económicas para resolver su gratificación sexual, y una sociedad de fantasías teocráticas que impugna casi todos los placeres mundanos. Lo difícil entonces ‒y también ahora‒ era pronunciarse contra la fantasía complaciente de una sociedad multicultural regida por la magia benevolente de la tolerancia y la armonía. Llevando las cosas más lejos, Houellebecq también dijo que el Islam le parecía “la más idiota de las religiones”, por lo que fue llevado a juicio y después absuelto. “¿Cuál podría ser el efecto de una novela basada en esta hipótesis?”, le preguntaron a Houellebecq días antes del ataque a Charlie Hebdo. “Ninguno. Ningún efecto en absoluto”, dijo. Leídos con cuidado, los hechos no refutan a Houellebecq. Convertir a un escritor en un profeta es parte de la misma torpeza que lo reduce a “machista”, “misógino” o “racista”. Los buenos escritores no hacen profecías sobre el futuro, los buenos escritores auscultan el presente//////PACO