Subsur es la primera editorial conurbana nacida al amparo de los nuevos vientos de la historia. Digo ésto para señalar que la actividad enfrenta con estoicismo, dedicación y sin lamentarse, tormentas, mareas, aumentos de precios en el costo de los insumos, importación de libros y un largo etcétera. Gestada en 2015, pero soñada desde muchos años antes, Subsur toma envión y ve la luz hace unas pocas semanas. Su recorte particular agrega al abanico de las editoriales independientes un color difícil de catalogar: autores de la zona sur de la Provincia de Buenos Aires, jóvenes de todos los sexos e ideologías y, por ahora, solo cuentistas. ¿Quién paga el costo de este chiste? La propia editorial. Pero no paga cualquier precio sino que abre un espacio para la reflexión y selección de materiales. Todos los relatos participan de un concurso previo a la publicación y son curados por un comité editorial –en este caso los escritores Flavio Lo Presti y Juan Terranova– a partir del cual consiguen su lugar en el papel.
Aparecen prácticas sociales y culturales bastante comunes, aunque siempre teñidas de elementos extraños o exageraciones.
Cargados de violencia física y explícita los once cuentos que componen la antología Once Furias congregan las prosas de Federico Veiga, Anabella Cerrato, Pablo Ruocco, Fernando Mancebo, Simone Belmonte, Giuliano Martuccio y el talentoso Enrique Rivas. En muchos de los cuentos aparecen prácticas sociales y culturales bastante comunes, aunque siempre teñidas de elementos extraños o exageraciones que bordean el realismo y se escapan a la normalización del género, como es el caso del cuento Los arrastrados –de Enrique Rivas– donde el narrador describe el ámbito de una universidad del conurbano y se deja llevar con virtuosismo hacia el espacio sin límites del mundo zombie. Peleas, asesinatos en masa, asaltos, partidos de fútbol, llegadas de Santa Clauses mal habidos, relaciones amorosas pasajeras y cuerpos siempre grasos y deformes, construyen la atmósfera general donde estos personajes se mueven. Sus medios son trenes, bondis, autos irreconocibles de tan viejos, incluso a veces sus propios pasos, que atraviesan la Ciudad de Buenos Aires y sus linderos barrios marginales, a veces en el Roca o en el subte, de Constitución a Retiro, pasando por Lomas de Zamora y otros escenarios virulentos de la Zona Sur de la Provincia de Buenos Aires.
Un elemento que se repite en más de un relato es el ritual sacrosanto de asar y comer asado los domingos.
Un elemento que se repite en más de un relato es el ritual sacrosanto de asar y comer asado los domingos. “Podría haber dejado de ser matarife y, si lo seguía haciendo, era sólo por el placer de matar para que otros coman”–dice un personaje; “Nada mejor que un buen pedazo de carne a la parrilla para disfrutar de un día como este” –dice otro. No faltan escenas de sexo explícito y palabras guarras de un lenguaje a veces básico, otras veces gastado por el uso y abuso de los hablantes. Ácidos vómitos, lenguas húmedas, texturas ásperas, vergas bien portadas, cicatrices profundas, abortos provocados, ojos encendidos, chupones en la cara y maquillajes corridos delinean un modo de apropiación del mundo y de la lengua que no pide permiso ni se ampara en retoricismos tontos. Para saber más sobre los objetivos, alcances y despliegue de la editorial, conversamos con la ideóloga y responsable del proyecto: Sofía Ferro.
¿A partir de qué ideas pensaste que Subsur podía ofrecer algo distinto?
Como soy de Adrogué, hacía tiempo que tenía ganas de armar una editorial que estuviera centralizada en Zona Sur y construir la identidad del proyecto a partir de ese lugar, lo cual, en términos generales, implica apoyar la producción de los autores zonales como prioridad, aunque no exclusivamente. A partir de las experiencias de publicación que tuve –todas con editoriales de Capital Federal– siempre creí que el proceso de edición y el post hubiera sido muy diferente si esas editoriales hubieran sido locales, por la comunidad lectora y escritora que se forma alrededor: ferias, lecturas, talleres, presentaciones. Por otro lado, creo que las llamadas editoriales independientes fueron consideradas por mucho tiempo como un *reservorio de autores impublicables*. Hoy el día, con al menos 75 editoriales independientes censadas al momento, creo que la historia es otra y no tiene que ver con movimientos contraculturales o textos impublicables, como dije antes, sino con joyas a las que los editores de los grandes grupos editoriales no están pudiendo acceder. Ese es el lujo de una editorial chica hoy: descubrir autores brillantes, dedicarles el tiempo necesario para que el proceso de edición sea cuidado y contenido, y acompañarlos después de la publicación del libro. A eso aspiro, como editora.
Tenía ganas de armar una editorial que estuviera centralizada en Zona Sur y construir la identidad del proyecto a partir de ese lugar.
¿Cuál fue el modo de selección de los siete autores que inauguran la editorial con la salida del libro de cuentos Once Furias?
Cuando iniciamos el certamen de narrativa que terminaría en la edición de Once furias no sabía qué iba a resultar, la verdad. Fue una experiencia de descubrimiento total. En la lectura y el análisis de los manuscritos me ayudaron muchísimo Juan Terranova y Flavio Lo Presti como jurados. A medida que íbamos leyendo y seleccionando los textos, nos dábamos cuenta de que había una línea común entre los once relatos finales: en todos había una violencia implícita o explícita. Creo que eso dice mucho de la sociedad en la que estamos viviendo, tanto para visibilizar situaciones como para condenar otras, aunque no sea nuevo para nadie. Lo que sí es novedoso es la perspectiva de cada uno de los siete autores: desde el relato más naive de una situación terrible, hasta uno de los relatos más crudos que leí. Cada uno tiene su estilo y su voz propia, y creo que forman una muy buena unidad en la variedad.
¿Por qué presentaron la antología en la Casa de Jorge Luis Borges en Adrogué?
Bueno, más allá de lo simbólico, y de los mitos que dicen que el fantasma de Leonor Borges sigue vagando por la casa, dos factores que hacen de Casa Borges un espacio sumamente atractivo, teníamos ganas de que la presentación tuviera un condimento extra. Casa Borges nos daba un plus para atraer al público más allá de Once furias. Personalmente, quiero que las presentaciones de Subsur sigan en la misma línea, que sean informales, accesibles, no de nicho literario. Al fin y al cabo, al texto lo legitima el texto. Creo que la gente que fue la pasó muy bien.
Dicen que el fantasma de Leonor Borges sigue vagando por la casa, dos factores que hacen de Casa Borges un espacio sumamente atractivo.
¿Qué piensan publicar en adelante?
La próxima publicación va a ser un poemario de Celeste Blanco, Kintsugi, que obtuvo una mención del Fondo Nacional de las Artes en el Concurso «Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial» año 2014. Después se viene una novela tipo road movie de Enrique Rivas, que promete mucho. Y, para cerrar el año, un ensayo sobre literatura villera, de Roberto Elvira, que hablará desde Cucurto, Fogwill y Aira hasta Lara y Blajaquis, dos chicos de la Villa 31 que están escribiendo hoy. Además, seguimos recibiendo manuscritos para terminar de configurar el catálogo 2017 y, más adelante, me gustaría tener una colección exclusiva de literatura pulp, pero veremos, tengo muchas ideas////////PACO