I

Mamasa, con ese culo vení a cagar a mi casa. Ese piropo -palabra tristemente menospreciada- es, quizás, el mejor reflejo de la dialéctica de la belleza, es decir, el resultado concluyente entre la ingenuidad romántica y el desparpajo vulgar. En esa interconexión donde chocan la ternura y el arrebato, es el culo el que logra simbolizar la vida y la muerte, las flores y las calaveras, la maternidad hogareña y las heces.

“Los culos que nos abruman como herramienta de la modernidad informática ocultan un hecho inocultable, de todos ellos, por bellos que sean, sale mierda”, escribió un extraño José Pablo Feinmann en Filosofía política del poder mediático.  El leiv motiv del erotismo humano es la imaginación, la pregunta por lo no visible, la imagen retórica que aparece en el cerebro del voyeur o, mejor, la pregunta sobre qué podría hacerle y hacerme ese cuerpo. Y es el organismo el que toma la forma de la incógnita, la piel, la gestualidad, los atributos, la genitalidad, los fetiches, pero nunca su interioridad científica ni el funcionamiento químico de células, venas y órganos -salvo que la algolagnia termine en una necrofilia intermitente-.

“Los culos que nos abruman como herramienta de la modernidad informática ocultan un hecho inocultable, de todos ellos, por bellos que sean, sale mierda”, escribió un extraño José Pablo Feinmann en Filosofía política del poder mediático.

Es probable que no exista producción artística más certera en este terreno que Una carroña donde Charles Baudelaire, con toda su bipolaridad discursiva, apunta las cámaras a esa gigantesca línea que separa a una hermosa mujer de un cadáver; una frontera donde juegan como dos púberes lesbianas a besarse, manosearse y confundirse la idealización y el asco. ¿Qué son la belleza y la fealdad, la gracia y la desgracia sino los bordes de un camino que, pese a que nunca se tocan, van a la par y sólo su existencia se justifica con la existencia mutua?

Un culo es un par: dos nalgas, un blanco y negro, un positivo y un negativo; la dialéctica está en el centro, en el ano. Nunca hay que subestimar las parafilias, porque -pese a la burla al destino de Houellebecq al representar su propia muerte en El mapa y el territorio– te puede pasar; y eso no sería necesariamente una mala noticia. Porque detrás siempre está el deseo enchastrándonos a todos por igual. El deseo, ese lugar tormentoso, confuso, ingobernable.

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II

Kim Kardashian es el prototipo del culo de la segunda década del siglo XXI. No sólo por la forma y la solidez, hay además una originalidad en su tamaño, porque aunque su cintura conserve la idea del abdomen humanamente flaco su cadera responde a las tallas grandes produciendo el efecto de las curvas pronunciadas y la pulposidad. Claro que no es saludable buscar por la fuerza ese valor estético: la actriz porno trans Mia Maffia casi muere cuando le explotaron los implantes que se puso en las nalgas siguiendo la medida exacta del culo de Kim -los científicos pueden clonar cualquier objeto, más si son cirujanos plásticos-.

¿Cómo volver luego de una filmación masificada donde su boca succiona frenéticamente un pene negro?

Como una suerte de alternativa a los culitos de Victoria Secret y al modelaje noventoso, la multimillonaria estrella de E! entertainment ha impuesto su poderío estético gracias a la cadena televisiva que le produjo su propio reality, los infinitos portales de espectáculo y su -hay que decirlo- incisiva sobriedad sexual. Pese a tener un video porno casero filmado con una pareja anterior que parece haber quedado en un pasado lejano, la más elegante hermana del clan Kardashian-Jenner impuso una marca, un estilo, con una sofisticada línea indumentaria, una mirada profunda y una sonrisa ausente que sólo aparece para recordarnos quién manda y quiénes obedecen. Y un culo enorme: el culo del siglo XXI.

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Pero la pregunta por el éxito siempre suele ser relevante. ¿Cómo volver luego de una filmación masificada donde su boca succiona frenéticamente un pene negro? ¿Cómo reconstruir una figura de elegancia y glamour luego de la degradante exposición pornográfica y el señalamiento moral que eso genera? ¿Qué más podemos ver de Kim Kardashian que ya no hayamos visto? Si la acción explícita frente a la cámara exhibe todo lo posible, ¿qué queda luego? Que hoy Kim Kardashian asista a los más finos eventos del jet set mundial explica -de una manera mucho más burda que analítica- que el deseo jamás podrá saciarse.

III

El primer libro que leí de puro placer y sin ninguna obligación escolar detrás fue una amarillenta edición Losada que encontré en la casa de mi abuela, en la biblioteca de caña comunista que pertenecía a mi tío antes que se vaya a vivir a Buenos Aires: Flores Robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís. Un clásico de la literatura argentina que rompía con ciertas tradiciones solemnes poniendo en juego la picaresca del winner, el vaso de whisky y las minitas politizadas a la madrugada. Una de las grandes atracciones que le ofrecía la novela a un adolescente que jamás había vertido su atención a una lectura que no sea futbolísitica o de historieta era el culo de Samantha. Quizás el culo de Samantha era sólo el símbolo de una libro que mascullaba una interminable serie de escenas sexuales donde la imaginación literaria suplantaba cualquier coito fingido en las películas eróticas de I·Sat. Rodolfo Salim, el personaje principal, tenía una obsesión muy fuerte con el culo de esa chica, y allí la transferencia con el lector era contundente ya que en mi cabeza púber y degenerada no había otra cosa que dos nalgas firmes moviéndose en cámara lenta y a contra sentido sin despegarse, como dos bielas del cigüeñal que se sacuden al calor de un día de verano.

“Cuando se da vuelta, porque la llama una muchacha que me merece, le miro, como sin querer, el culo. Qué vigor, Samantha tiene un lomo sensacional”, escribía el Turco Asís en la novela de 1980 que, años más tarde, la metonimia entre la turgencia del ano al cuerpo tomaría un sentido mucho más totalizador. En la escena del puerto, el protagonista mira a Samantha que se va con su nuevo novio, un abogado con cara de estúpido, pero no la mira con la perversión de los minutos anteriores; cuando la saluda y se despide comprende que ese sujeto dulcemente objetivado se va para no volver. En esa fuga existencial comprende que en la belleza también está la fealdad, que en la vida también está la muerte, que el culo de Samantha también defeca.

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IV

La moda ya no es un gigantesco aviso publicitario en la autopista Illia o, al menos, ya no funciona de esa forma. Ahora tiene mecanismos algo más sofisticados como la viralización donde todos los mortales, hiperconectados por una red de internet o un zapping agresivo en la pantalla televisiva, la reproducimos. “Los seres humanos nacieron para comunicarse uno en presencia del otro”, escribe Feinmann con una pedantería que se cae de madura al contar los 1.1 millones de likes que la belfie de Kim Kardashian cosechó en Instagram, una red social tan específica e intercambiable como cualquiera que haya narrado Sebastián Robles en Las redes invisibles. Si Heidegger dijo que el lugar donde viven los hombres ya no es la Tierra, ¿entonces cuál es la función específica de la humanidad? ¿Reproducirse? ¿Comunicarse? ¿Reproducirse no es comunicarse? O mejor: ¿Comunicarse no es reproducirse?

“Los seres humanos nacieron para comunicarse uno en presencia del otro”, escribe Feinmann con una pedantería que se cae de madura al contar los 1.1 millones de likes que la belfie de Kim Kardashian cosechó en Instagram.

Hace ya más de un año que aparecieron las belfies: las autofotos donde el primer plano se lo lleva el culo. ¿En qué cabeza cabe la idea de fotografiarse el culo y luego subirlo a las redes sociales para mostrárselo a todo el mundo? Si en Occidente el sexo es, como escribe Foucault en La voluntad del saber, una discursividad donde el poder impone su lógica de la censura, ¿por qué pensar que el efecto contrario -la libertad absoluta- puede salvarnos del pesado molde abrumador del deseo? ¿Acaso Kim Kardashian, Kelly Brook y Amber Rose no construyeron su apetecible fama de celebrities a partir pero más allá de sus exuberantes culos, lejos de establecer un quiebre entre lo prohibitivo y libertario? El deseo es una herida permanente imposible de suturar. Jamás existirá un modelo social que permita su libre exploración. El deseo siempre necesita limitaciones, para romperlas, porque jamás podrá ser saciado//////PACO