Psi


Sobre la libertad freudiana

Partir de efectos, darlos por hecho, tratarlos como cosa-objetiva, buscar causas que se suponen unívocas, ya acontecidas y por develar es, antes que el positivismo, la neurosis. Mejor dicho: el positivismo es una neurosis cientificista capaz de todo-saber sin despeinarse una verdad, sin ánimo de transformación subjetiva alguna pero siempre presta a disfrazarse con la moda neurodiabólica en boga.

Un psicoanálisis se pregunta por la causa, haciendo de ello causa-política: invita a quien se analiza a militar esa pregunta. [Militar no es nunca fin en sí mismo, a no ser que se tengan motivaciones sectarias…] Convertir una pregunta en una excusa para sentir efectos. Porque no hay efecto sin sentir pero tampoco sin carencia de sentido.

Que cierto psicoanálisis lea en “causa común” únicamente una vertiente peyorativa, reducida a concepto-rasgo de la identificación histérica, de masas irracionales, nos habla simplemente del conservadurismo liberal analíticoiy no de un genuino hecho, a saber, que “causa común” antes que noción es escena-política de un síntoma que puede articularse en Movimiento.

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La excusa —entendida como “libertad de causas”— vale en un psicoanálisis, a condición de ser efectivamente sentida. Quien siente su excusa experimenta y se emociona más allá de sí. En eso consiste psicoanalizarse: ir de la excusa a la excritura.

Interesan los efectos sentidos, inventados: a esto se refiere la epopeya freudiana del Recordar, repetir, reelaborar, contemplando este último verbo una operación necesariamente inconclusa.

Las ideas son los efectos que producen” decía un Norberto Ivancich tan peronista como freudiano: una idea no es nunca abstracción sino materialidad por venir, así como cualquier significante puede ser causa a condición de una lectura sentida como escritura.

Que un efecto no se reduzca ni condicione a una causa tiene varias y trabajosas ventajas. Una de ellas es la posibilidad de inventar un saber-hacer allí donde o bien no hay causa o bien —lo más frecuente— la misma no es asequible sino desde muy fragmentarios restos arqueoilógicos.

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Inventar requiere sentir y viceversa.

Neurosis es la pre-ocupación por causas sin efecto y por efectos sin causa.

Transferencia es un teatro de operaciones donde se causa a alguien a preguntarse y, por añadidura fallida, reinventar efectos viejos.

Sublimación resume una deriva posible de lo anterior en una posición: “rebelde sin causa”.

Deseo es rebeldía responsable, su etimología latina, «responsum», supino impersonal de responder…porque también lo impersonal es político.

Sueño no es efecto del dormir sino su pura causa, o lo que es lo mismo, dormir es afecto del soñar.

Interpretación es la transmutación de efectos ontológicos en contraefectos ónticos: ese objeto que habré sido ha caído sobre mí, una vez más, pero ya sin sopor, con dramatismo del convivio, del abrazo partido entre la sombra y el impropio objeto. Parecido a la escritura: “¿Quién era yo cuando escribí ese libro? O, para forzar la sintaxis, ¿que había de aparecer en aquel libro de lo que era yo?”ii, decía Masotta al escribir sobre él mismo, es decir, sobre Arlt.

Afectos del efecto, viceversa, y luego una justa causa: así se analiza, más allá de lo psi–, que antes de prefijo referente al alma es función policial. Como dirían los pibes, abstenerse de armar causa cual vigilante o cualquiera de sus variantes: carpetazos etiológicos, biodecodificaciones sin códigos, fantasmeadas de vidas pasadas de moda. Encontramos el ropaje actual de la función psi-policial en los psinfluencer.

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La calamidad presente en la idea de [neurosis de] “destino” —su retórica hipsoterista—no radica en que algo malo va a pasar, sino más bien que ello va a pasar/está pasando, pero nunca ya pasó; es decir, la exclusión del pasado, la omisión de que algo malo ya ocurrió y que volverá a ocurrir si no se lo recuerda/elabora/historiza. Una repetición más acá de lo idéntico, una sucesión —en el sentido jurídico— que adiciona causales que se retroalimentan generando inanición pulsional. El resultado: queda a cuenta un mortífero resto cero. Anulación, negacionismo causal: “…total no perdés nada”.

En definitiva, la tragedia supone el fin de la historia, mejor dicho, su no-principio. Un Big Bang sin sujeto/tiempo.

¿Qué hacé’ tragedia?” le decimos a alguien que viene vestido de traje o a cualquiera demasiado vestido para la ocasión; de tan arreglado, desubicado. Así sucede con la tragedia neurótica: se prefiere el ridículo previsible a la dignidad del riesgo de un estilo, el ropaje tilingo a la sobria desnudez. Roberto Sánchez podía ser Sandro sin dejar de él mismo por saber todo esto: «Cuando tengo jean me comporto como si tuviera un smoking, cuando me pongo un smoking, me comporto como si tuviera un jean».

Causar lo tragicómico es menester de un análisis, su efecto por antonomasia.

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¿Qué es psicoanalizar(se)?

Hacer una pregunta que no traiga incluida respuesta alguna. 

¿Qué es preguntar?

Inventar un espacio para el silencio.

¿Qué es un silencio?

Un enigma a gritos.

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Causar consiste en un pasaje desde la teleología neoyoica a una teología profana: mitología aún neurótica pero ya no sólo individual. Refiero al problema esbozado por Foucault respecto a la reabsorción del sujeto en el individuo, sea por medios estadísticos (Big Data) o esotéricos (astrología del yo). Formas del “conócete a ti mismo” que desechan toda verdad que no sea individualista. Retorno a un simplismo pre-moderno, una sabiduría de vendedor de seguros o prestidigitador de bitcoins. La creación degradada en mera “creación de contenidos”, reduccionismos que rebalsan sentidos new age, unicausalidades identitarias (tal como “somos lo que comemos”); rechazo y desprestigio snob a todo aquello que atisbe ambivalencias, defecto o mera distancia de la autoafirmación.

Curiosamente hoy se pondera la “transparencia” como ideal a alcanzar, en asuntos públicos como sexo-afectivos (con perdón del término), en temeraria actitud superada de la conflictiva inherente a la lucha social, la disputa del poder o los celos. Curioso, puesto que “es en la antinomia, en la hiancia, en la dificultad, donde encontramos la posibilidad de transparencia”iii.

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Entre causa y efecto hay una hiancia defectuosa llamada deseo. Explorar esta hiancia sin precocidad extractivista ni letargo cancelatorio, causando desde allí afectos, es la labor de un/a psicoanalista, su deseo hecho oficio y viceversa. Ni hippismo puritano ni la pasividad agresiva del tip.

Causa/afecto sería más caro al psicoanálisis. Posición contra-científica más nunca oscurantista que advierte como central ello que la ciencia no suele ponderar: el acceso a la verdad requiere de una profunda transmutación subjetiva, esto es, para la verdad hace falta una espiritualidad sintomáticaiv. Subvertir la causa es asumirla posterior al afecto.

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Lo inconsciente es lo “por defecto” [«default»] humano. Aquí el gran combate con la intelligentzia (Jauretche dixit) artificial: el hackeo freudiano consiste en una poiesis bizarra –valiente–, espiritualmente encarnada, donde el algoritmo neurótico comienza a arrojar sentida poesía. De ahí la vigencia de un dispositivo fallidamente moderno para combatir al capital tecno-exotérico.

Efecto en psicoanálisis es defecto, menos peyorativo que fallido, un “menos” que se resiste a ser un “más” propio de la adición, es decir, la pasión por lo que “suma”, que es la newrosis por posmos medios. Una resta que no deja en cero (obsesión): allí donde Charly García nos dijo “¡ey, bancate ese defecto!” diremos “¡causate ese defecto!”.

Defecto-síntoma: lo inútil. Un síntoma hace a una neoproducción operada en análisis. Soportar un síntoma hace a una contra-operación: que deje de servir [a cualquier clase de vasallaje] pero que, no obstante, pueda comenzar a causar, por ejemplo gracia.

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De la conocida distinción entre demanda y deseo podemos extraer lo propia entre miseria y defecto. La primera es cuestionable, pragmática antes que moralmente; lo segundo es destacable, menos ideal que materialmente.

La queja neurótica se arma con defectos pero, antes bien y en verdad, simplemente se arma. Neuróticx es quien se auto percibe con defectos pero procede con virtuosa inhibición. Desarmarse en un análisis equivale a volver la curiosidad hacia un posible saber-hacer con los defectos allí donde antes había purismo quejoso. Que toda identificación sea a un rasgo implica que el mismo siempre, en su forma mínima, hace a un defecto.

Valga la digresión: ¡preocupémonos menos por el déficit de atención que por el de curiosidad!

La relación y dinámica entre defecto y resistencia se puede ilustrar con la analogía de desarmar una bomba: hacer como que no existe no detendrá la cuenta regresiva, apresurarse la hará explotar en la cara, y un obrar prolijo granjeará paradójicamente un aumento en la velocidad de la cuenta. Únicamente, y sabiendo que los defectos produjeron la resistencia, la pericia estará en el corte desprolijo pero decidido, apelando menos a la suerte que a una otra lógica, como la de lo inconsciente.

El Superyó y la resistencia juzgan defectos allí donde se vislumbran efectos propios de un ser deseante en bruto, en estado de indefensión anhedónica; una persecución político-afectiva que empuja a gozar más acá del defecto. Obraríamos más bien una restauración de lo bruto, pero con arrojo cuidado: el pulido excesivo de ello en bruto lleva a la tilinguería, es decir, al masoquismo moral; o desde el Arlt de Masotta, la delación propia del sujeto [pre]histórico “clase media”.

No se tienen varios defectos, se tiene uno y antes que asumirlo hay que inventarlo: esto causa un psicoanálisis.

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Causa es necesariamente extravío, y por ello “causa perdida” es siempre redundancia. Pero los psicoanalistas nos ocupamos especialmente de lo redundante, hacemos pasar a alguien una y otra vez por el mismo lugar para que, justamente, se invente algo más que lo mismo. Sabemos que “subir arriba” es menos tosco que significante.

Causa perdida, causa pérdida: tener esto presente lleva menos al derrotismo idealista que a victorias perdurables. Si interesa la causa como excusa entonces interesa la excusa, particularmente una que llamamos sujeto: esa entelequia cárnica que suspende su pulsión nerd por la causa para así agenciarse algún porvenir de efectos anteriores, precámbricos y futurizantes. Aquí se apoya la libertad freudiana, menos liberal e individual que subversiva y singularmente impersonal; más cercana a algún porvenir de lo común que al presentismo ombliguistav.

Libertario es quien teologiza que una causa produce indefectiblemente los efectos profetizados, es decir, quien ha reducido toda distancia entre causa y efecto. Así, conjurando un discursovidonde a la verdad puede accederse completamente desde el anonimato identitario, la misma es degradada a medio para un trading anímico: un dogma pre-político de la libertad. Terraplanismo sin horizonte, la anatomía neoclásica como destino anárquico.

La libertad freudiana se inspira en un sentir aprehendido de los místicos, poetizado como sentimiento oceánico: una experiencia de eternidad, plenitud, inmensidad, suntuosidad; un vivenciar de completud, sin límite y, por ello, una extática vivencia de indisoluble comunión y pertenencia al mundo cual totalidad. Pero esta inspiración fue en Freud la causa de una profunda y afectuosa críticavii: tal sentimiento resulta imposible, es decir, real en tanto angustioso, terroríficamente posible, distopía en presente continuo.

Subvertir la verdad en la libertad y esclarecer la libertad en la verdad (sus recubrimientos clínicos y estéticos, sus impasses éticos y sus problemas necropolíticos) es aún hoy —y quizás más urgente que ayer— la causa freudiana, su horizonte. Excribamos sus efectos.///PACO

i “Llamamos conservadurismo liberal analítico al corpus ideológico abnegado en rechazar la inserción histórica, política y clínica [y militante] del psicoanálisis argentino en el campo de la salud mental: de su entrecruzamiento con los derechos humanos y su potencia de algo más que mera sucursal periférica de los ya no tan grandes centros de legitimación. Desde esta parafernalia corporativa se arman diversas operaciones retóricas que, so pretexto de una heroica defensa de la ética psicoanalítica, reproducen una estandarización acartonada, timorata y al mismo tiempo cínica, haciendo coincidir sus modismos afrancesados con los lugares más comunes y prejuiciosos de la banal estupidez. Colonialismo reaccionario disfrazado de cinismo deslucido”.Ferreyra, J. & Rutenberg, S. (2023). “Oligarcas de la salud mental”. Psicoanálisis, feminismo, peronismo… CABA: Hacer-Clínica/Editora.

ii Masotta, O. (2010[1968]). “Roberto Arlt, yo mismo”. Conciencia y estructura. Buenos Aires: Eterna Cadencia (p. 228)

iii Lacan, J. (1953-4). “Sobre el narcisismo”. El Seminario (libro I), “Los escritos técnicos de Freud”. Clase IX del 17 de marzo. Buenos Aires: Paidós (p. 168).

iv Referencia a lo trabajado por Jean Allouch en El psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual? Respuesta a Michel Foucault (2007).

v “La libertad individual no es un bien de la cultura, pues era máxima antes de toda cultura (…) Cuando en una comunidad humana se agita el ímpetu libertario puede tratarse (…) del resto de la personalidad primitiva que aún no ha sido dominado por la cultura, constituyendo entonces el fundamento de una hostilidad contra la misma”. Freud, S. (1929). “El malestar en la cultura”. Obras completas, vol. XXI. Buenos Aires: Amorrortu (p. 94).

vi Lo aquí esbozado encuentra sus antecedentes o, más bien, es una reminiscencia libre de lo que Jacques Lacan dio a llamar equívoca pero lúcidamente discurso capitalista.

vii El malestar en la cultura comienza con la exposición de dicho sentimiento, en afectuosa respuesta a su amigo y célebre escritor Romain Rolland. Lejos de acordar, puede leerse todo el texto como una refutación a dicha premisa, atendiendo al hecho que la determinación psíquica encuentra en la represión primaria el correlato de la crueldad originaria —desarrollada por Jacques Derrida en Estados de ánimo del psicoanálisis (2000)— como lo propiamente social de lo humano.