Por Sofía Balbu

Nos gustaba ir al club los fines de semana, pero no teníamos plata para pagarnos la pileta los meses de verano. Así que cuando todos se iban a meter al agua, con mis hermanos nos metíamos en la pile de los nenitos que era chiquitita pero por la que no se pagaba entrada.
Al verano siguiente ya nos mandaron a la colonia y así no se pagaba la pileta. Yo ya estaba grande para esas cosas, pero igual de alguna manera lo disfrute. No era la única grandulona, éramos varios. Algunos de los que después serían los porongas del pueblo, los conocí ahí. En el colectivo que tardaba dos horas en llegar hasta el Club Náutico. Ser una nena. Ahí se me fue la inocencia un día a la tardecita, cuando a la pileta grande ya le habían echado cloro y no había gente ni bañero. Los varones se metieron al agua y se sacaron las mallas. Una de las chicas con las que me juntaba se metió al agua con ellos y se sacó la malla también. La revoleó al costado de la pileta y se dejó tocar por todos los varones que se acercaron. Yo miraba desde el borde, con la malla de mi amiga en la mano. Cuando quiso salir, se la alcancé. Nos fuimos todos juntos, al costadito de la pile a jugar a la botellita. Ahí me dieron mi primer beso de piquito y también me metieron la lengua. En ese momento no me gustó, estaba demasiado nerviosa y con la sensación de que algo de lo que hacíamos estaba mal. Y mi amiga que siempre era como un varoncito más, que jugaba de igual a igual a todo con los chicos. Pero que también era, muy a su pesar, una chica como cualquiera. Porque ese día vi que quería tener cerca a los chicos de otra manera, no como el varoncito que era siempre. Quería que le tocaran las tetas -yo no tenía ni por asomo-, quería llamar la atención por chica y no por casi varón.
Después de ahí no sé bien, pero a la noche hubo un fogón en la cancha de fútbol y todos fuimos hasta ahí a cantar y tomar vino a escondidas. Ahí, de vuelta, los varones. La arrinconaron y ella se dejó tocar. Eran 7 u 8 pibes, encerrándola en una ronda, ella en el medio, y yo veía como le iban subiendo la remera y le desprendían el corpiño. Eran muchas manos y todas sobre su cuerpo. Cuando se sacó el corpiño en la pileta la historia era distinta. Les despertó las ganas de tocar tetas a todos los pibes del club y ahora la estaba pagando. Lo único que no se puede decir fue que no se la aguantó. Se dejó tocar todo lo que quisieron. Con otro amigo que había ahí, al que también le dio calor la situación le dijimos a los pibes que pararan, pero no hubo caso. Y la cosa se fue poniendo más fea y era o meterte en esa o tomártelas. Yo, me las tome. Y lo bien que hice.

Eran pocas las veces que yo me sentía más cerca de mi hermana que de mis amigos del club. Ahí me sentí más cerca de mi hermana. De mi hermano también, pero él era bastante más chico. Nosotros tres éramos chicos buenos. La más problemática siempre era yo, pero en el fondo también era buena.
No hacíamos escándalos por nada, nos quedábamos tranquilos cuando mi papá nos decía que no jodiéramos ese finde porque no había plata para el helado de postre o cuando era el corso y nosotros éramos los únicos chicos que no tenían espumitas. No había plata para espumitas y mi hermano recorría los cordones de la vereda levantando los pomos que la gente había tirado a ver si podía jugar un poco con lo que le hubiera sobrado a otros. Y no nos quejábamos. Era así y no había vueltas. Tampoco era tan grave. Esas cosas se notan después. Yo no me dejé tocar por todos.
Después de ese día no volví a ser tan amiga de mi amiga. A ella le daba vergüenza mirarme a la cara y yo no sabía que decirle. No es que me molestara o pensara que había hecho algo mal, para nada, pero era como si estar conmigo se lo recordara. Después todos fuimos creciendo. Mis hermanos, los pibes y mi amiga también. Crecimos, por separado, pero igual crecimos bien. Ella creo que vive en Nuñez. Yo vivo en Boedo.///PACO