I.
Las navidades en el sur son una tristeza absoluta. Hablando de superponer cultura sobre cultura, de organizar realidad. La navidad en el norte está  justificada en un marco climático comercial, que te ayuda a perder conciencia. La  navidad latina se hunde en la pereza del calor y en la ridiculez del maquillaje, me hace pensar en una prostituta menor de edad vestida para engañar a las autoridades. El problema es profundo. La fachada se sostiene de los pelos y la juventud parece no aguantar más la hipocresía.

II.
El problema es profundo porque la globalización misma es la que empuja el prototipo. Hollywood y sus tanques y Santa en un P59 nos lanzan megatones sobre nuestras palmeras.  Si cada comercial de Coca Cola, ya roja y blanco, es subrayada con una línea verde, ya perdimos de entrada a la reina y las dos torres. No se le puede escapar a la navidad, no hay donde esconderse, hasta en los medios más subversivos la encontramos anidando tranquilamente.

III.
Por muy fuerte que sea el bombardeo, la realidad siempre supera a la ficción. La cultura es un registro. Te pueden prohibir que le hables a tus compañeras de trabajo, pero no que las veas, menos aún que pienses en ellas durante un momento de intimidad. Podemos pensar en controlarla, en manejarla, en distribuirla, pero la realidad siempre termina siendo más fuerte, principalmente por la cantidad de sus elementos. Con cuarenta grados de calor no puedes más que pensar en lo ridículo de un hombre vestido con abrigo.

IV.
La juventud parece revelarse con la indiferencia.

V.
Mis primeras navidades las viví en Venezuela, dónde Mickey (palabra que escribo mal y el Word me corrige) es un prócer, mucho más de lo que la gente cree fuera de sus fronteras. La afición de Venezuela por USA es absoluta, Chávez hablaba del imperio y el diablo que lo controlaba, pero no olvidemos que era su principal cliente y que el hombre de Sabaneta una vez calentó el Bronx. El venezolano se olvida de su geografía, y toda casa en caracas se pinta de navidad. Oportunidad de oro para pasarse de copas, nadie se resiste a la tentación.

VI.
Viví algunos inviernos en USA. Un mes de diciembre trabajé vendiendo árboles de navidad. Pinos traídos de Carolina del norte, frescos porque cuando los cortaron tenían nieve. Las propinas eran increíbles, la felicidad de los clientes era absoluta nada era, común todos los productos eran navideños, era imposible escapar, te entregabas al eggnog y las comilonas, no había batalla que luchar.

VII.
En Mendoza me pelee con la familia, me negué a aceptar una comilona con cuarenta y dos grados de calor, más allá de que no había suficiente material cultural para acallar mi voz crítica, lo que quería era sentarme frente al ventilador en calzoncillos a tomar cerveza.

VIII.
Disfrutar de la imagen de Santa y no tener que sufrir el peso del trineo en el techo de chapa ////PACO