Reynaldo Sietecase es un periodista de larga trayectoria y de los más respetados del medio. En una coyuntura polarizada, la racionalidad, el equilibrio y la lucidez de su discurso son tres de sus principales atributos y eso no es poco decir en un país que pareciera no admitir grises. Si bien en Kamikazes su último libro, se apartó del género literario para analizar con su mirada la década de los Kirchner, desde hace ya más de veinte años viene publicando libros de poesía, de crónicas y novelas y cuentos policiales. Cierta curiosidad por las tetas, Un crimen argentino, A cuantos hay que matar y Pendejos, son algunos de sus títulos. Sobre su costado más literario hablamos en esta entrevista con el autor rosarino.
¿Te acordás cómo comienza tu relación con los libros y si hubo un momento a partir del cual te consideraste escritor?
Tengo muy presente haber escrito un poema después de la muerte de mi madre. Mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años. Era bastante chico. Creo que escribía desde antes, pero no sé por qué tengo para mí que el comienzo de mi ejercicio de escritura, ya como algo un poco más pensado, como la producción de un objeto literario, la asocio a la muerte de mi madre. Eso en cuanto a la poesía. Después con la narrativa el proceso fue un tanto diferente. En realidad empecé a escribir siempre en función de artículos periodísticos, más prosa narrativa, pero periodística. Hasta que en un momento participé de un taller de narración de la Fundación Gabriel García Márquez con Tomás Eloy Martínez. A partir de ese encuentro con él había que producir un texto. Yo tenía una historia bastante particular, bastante violenta, ocurrida en el año 80 en Rosario. Un secuestro extorsivo, seguido de muerte que terminó con un cuerpo disuelto en ácido sulfúrico. De esa historia, después terminé escribiendo una novela. Pero en ese momento escribí ese texto para el taller y Tomás Eloy Martínez me dijo: “mire, usted acá tiene una novela”. Yo recuerdo que le dije: “es una buena historia, no sé si es una novela”. Y él me dice: “yo le digo que tiene una novela. Lo que no sé es si la puede escribir. Eso es otra cosa”. Y un poco acicateado por el planteo del maestro Tomás Eloy Martínez, dije: “bueno, me tengo que poner a escribir”. Y creo que en ese ejercicio de esa primera novela, me convertí en un narrador de ficción con predilección sobre los temas de policiales o que tienen que ver con la violencia. Creo que en ese aspecto sí lo que escribo tiene que ver con lo que leo. Siempre leí historias de aventuras primero, policiales después. A mí me parece que el policial es un género extraordinario porque te permite contar una historia, te obliga a contarla bien. Porque si la historia no está bien contada el lector de policiales no te tiene ninguna piedad. No te espera como a Borges o como a Joyce. Tenés que contar una buena historia y contársela bien. Además, te permite contar la sociedad y eso es fascinante en el policial. Todo policial tiene como telón de fondo qué pasa en la sociedad, cómo son las relaciones sociales, cómo es la policía, cómo es la justicia. En ese aspecto es fascinante.
En cierto modo, el policial también es lo que más se acerca al género periodístico
Sí, claro. Tiene una cuota de verosimilitud. Un policial si no es verosímil, se cae a pedazos. Tiene que ser creíble. En ese aspecto, muchos de los elementos de la investigación periodística te sirven para construir una novela o un cuento policial. Mis cuentos de “Pendejos”, por ejemplo, todos nacen a partir de un hecho real. Después son ficción como en el caso de “Pelusa duerme en un sillón”, pero sí existió un chiquito de doce años que mató al padre policía. Después yo recreo en mi fantasía toda la historia. Como era tan violento ese texto, se me ocurrió meter un fantasma y es increíble porque casi nadie lo detecta, a casi nadie le parece impropio que yo registre un fantasma en un cuento policial que tiene que ser verosímil. Me dijo un amigo, buen lector, que hasta el fantasma es verosímil en ese texto.
Volviendo a tus comienzos, dijiste que arrancaste escribiendo y leyendo poesía. Las primeras cosas que leíste de narrativa, ¿tienen que ver con el género policial?
Tienen que ver con las novelas de aventuras. A mí me parece que la acción, la violencia, los celos, la venganza son elementos esenciales de toda gran literatura. Si tengo que buscar un libro de mi infancia, pienso en “Sandokán” de Salgari. La tormenta con la que empieza “Sandokán”. Leías ese texto y tu cama se movía al ritmo de la tormenta y del barco. Creo que la literatura de aventuras, toda la novela policial, la novela de enigmas, las narraciones extraordinarias de Poe, a mí me han marcado profundamente. Poe, sobre todo, él es el inventor del género policial, de la novela de enigma. Escribió tres cuentos nada más que son de enigmas. Auguste Dupin es el personaje, que no es un detective pero es un tipo que usa el método analítico por primera vez. Es como una especie de papá de Sherlock Holmes. Además, a mí me gusta mucho porque Poe era poeta. Hay muchos que se sorprenden y me dicen: “cómo escribís poesía y escribís policiales”, y bueno el inventor del género policial era poeta.
¿Qué te aporta por un lado la poesía y por el otro el policial, que es lo que más venís escribiendo?
No lo sé. Yo siempre tengo muy claro qué es una cosa y qué es otra. Nunca me confundo con eso. Hace poco se publicó una antología con los poemas que escribí en estos últimos veinte años y hay un poema sobre un mandarino que está en mi casa de Rosario. Yo estuve cuatro años para tratar de escribir ese poema que tiene diez líneas. Yo sentía que el árbol me esperaba y cuando vuelvo a mi casa de Rosario, voy a abrazarlo y lo toco. Pero el poema no salía y yo tengo muy claro en ese proceso que eso no es un cuento ni otra cosa, qué sólo puedo atraparlo en un poema. Lo mismo me pasa cuando se me ocurre una historia para una novela o un cuento. Siempre tengo muy claro para donde voy. Yo siempre juego con la idea de que literatura y periodismo son la bella y la bestia pero que no necesariamente tienen que ir juntos. A veces sí, a veces copulan, a veces tienen hijos que son hermosos y a veces tienen monstruos espantosos. Pero todo tiene un eje común en mi vida. Yo trato de escribir siempre con el mismo rigor, con la misma pasión. No me importa si escribo un artículo para la prensa, si escribo un cuento o si escribo un poema. Yo trato de buscar que tenga detalle, que tenga verdad y que tenga belleza. Me parece que son los elementos fundamentales y en donde yo creo que se unen las distintas variantes de la escritura que yo produzco.
Sábato decía que era conveniente trabajar en otra cosa que no sea el periodismo si lo que uno realmente quiere es escribir literatura. A partir de tu experiencia, ¿pensás que el periodismo te enriquece o te empobrece como escritor?
No lo sé. Todo trabajo que no sea la escritura te quita tiempo para la escritura. Creo que era Hemingway el que decía que te tenés que cuidar de todo, de tus amigos, de tus empleadores, de tus amores, de tus enemigos, de tu familia porque todos tratan de que no escribas.
Hay un poema tuyo muy gracioso en el que enumerás todos los beneficios que puede darte que una mujer te abandone.
Sí, es verdad. Muchas veces un desamor te da más tiempo y la angustia y la pena suficiente como para escribir un verso decente. A mí lo que me aporta el periodismo es que nunca tenés miedo de sentarte a escribir un artículo o una nota. Te da el ejercicio de sentarse a escribir y eso ayuda. Ahora cuando el periodismo se convierte en una barrera porque trabajás mil horas por día, ahí sí es un problema. Pero es un problema el periodismo y también es un problema otro laburo. En realidad cuando tenés algo que decir, lo decís. No importa en qué circunstancias o en qué condiciones. Hay miles de ejemplos de gente que ha estado escribiendo genialidades en las condiciones más adversas.
En tu caso que tenés tanto trabajo periodístico, ¿cómo hacés para organizarte? ¿Tenés algún tipo de rutina para sentarte y escribir literatura?
Sólo para la narrativa tengo rutinas, para la poesía no, porque la poesía viene cuando quiere. Yo no estoy apurado. A veces estoy tres meses o más sin escribir un poema, pero no me preocupa. No creo que el mundo esté esperando que yo escriba un verso. En ese aspecto me siento, como decía Borges, más lector que escritor. Me preocupo por los libros que no tengo tiempo de leer más que por los que no escribo. Ahora, cuando tengo una idea sí me gusta desarrollarla y ahí me tengo que establecer medianamente un plan de trabajo. Aunque no lo pueda cumplir rigurosamente. Pero sí digo: “voy a tomarme estos tres o cuatro meses para armar el esqueleto de esta historia que tengo en la cabeza”. La narrativa necesita cabeza, pero necesita culo. Tenés que estar sentado. Si no te sentás a laburar, no vas a poder producir un libro de largo aliento.
Y por ejemplo, cuando encontrás la historia, ¿modificás tus lecturas de acuerdo con lo que estás escribiendo?
A veces sí y a veces no. Lo que pasa es que en general se te ocurre una idea y necesitás investigar sobre ella. El año pasado se me había ocurrido una idea que me parecía genial e investigué y trabajé sobre la historia, pero no la puedo escribir. Entonces ahora estoy tratando de pensar que fue un fallido y sacármela de la cabeza para ir hacia otro lado.
Generalmente todos los autores tienen una definición sobre lo que para ellos es escribir. Alejandro Zambra, el escritor chileno, dice algo muy lindo, dice que para él leer es cubrirse la cara y escribir es mostrarla. ¿Vos tenés alguna definición propia acerca de la escritura?
A mí me hace feliz escribir. Yo a lo único que puedo asociar a la escritura es al placer, no al cansancio. Muchos colegas me preguntan cómo hago para escribir, cómo tenés tiempo, porque encima yo escribo literatura no escribo libros periodísticos y yo les respondo cómo no voy a tener tiempo si me da mucho placer hacerlo. Puedo estar agotado y escribir igual. Hay pocas cosas comparables a escribir. Hacer el amor o reírse a carcajadas irracionalmente. No sé qué otras cosas puedo asociar a la acción de escribir.
¿No tenés la impresión de que en la literatura se da una cultura de clanes, de guetos, donde los que se leen y se reseñan son siempre los mismos y a los que están afuera del clan por distintos motivos les cuesta muchísimo poder entrar?
Sí, puede que haya un poco de eso.
Hace un tiempo, en una nota hiciste una especie de reivindicación de Mario Benedetti y decías que había determinados escritores que quedaba mal decir que uno los lee.
Sí, hay grandes escritores que son totalmente obviados por los suplementos literarios. Pero la verdad, no le doy mucha bola. Sí lo observo cuando me preguntan o como cuando me toca escribir una nota como la de Benedetti. En realidad yo no la iba a escribir porque a mí tampoco me gusta muchísimo Benedetti, pero cuando me enteré que el editor que me pedía la nota me decía que nadie quiere escribir a favor de Benedetti, me dije, qué les pasa. Al noventa por ciento de los tipos que no quieren escribir que Benedetti es un buen poeta no se les ocurrió nunca un verso como los de él. Yo siempre digo lo mismo, en Buenos Aires hasta hace poco estaba Mario Trejo, que era un poeta del nivel de Juan Gelman o mejor todavía que Juan Gelman, quién sabe. Y no le hacían entrevistas en suplementos literarios ni se lo difundía. Entonces, yo nunca me quejo por mí. Pero sí, a veces pasa que hay escritores que se ponen de moda. Existe una suerte de calesita que hay en los suplementos literarios, pero me parece que si un escritor se preocupa por eso está en problemas. Uno tiene que preocuparse por escribir bien, por generar cosas verdaderas, que conmuevan. Después si te hacen una reseña o no, me parece que es algo menor. Si estás muy preocupado por ver si hablan bien de alguna cosa tuya en los diarios, me parece que estás equivocado. Es una actitud más vinculada a la televisión que a la literatura. Al mundo de la imagen más que al mundo profundo de las ideas.
En tu caso, la fuerte exposición mediática que tenés, ¿cómo pensás que influye a la hora de valorar tu trabajo literario?
Me juega a favor en que se me conoce. La gente a lo mejor ve un libro mío y lo agarra para ver de qué se trata. “Uh, mirá este tipo escribe novela policial, la voy a leer”. Y se acerca porque me conoce. Eso es a favor. En contra me parece que como tengo una visibilidad periodística muy alta eso hace que a lo mejor dentro de las miradas de la literatura entre comillas, lo vean como algo menor y digan: “no, este flaco es periodista, cómo va a escribir poesía”. Pero ahí hay que confiar en uno y en que tu literatura vale. Yo confío en mis textos. De pronto que me incluyan o no me incluyan, lo tengo que bancar. Con lo bueno y con lo malo. Yo tengo dos novelas policiales y un libro de cuentos policiales y nunca me han invitado a ninguna semana de novela policial ni de literatura negra. Pero eso, ¿es importante? La verdad que no es importante. Lo que es importante es que yo tenga claro eso. Lo importante es un comentario valioso que te hace alguien para bien o para mal. Lo que te aporta un editor, lo que te aporta un lector inteligente porque te permite crecer. Si vos me preguntas a mí cuál es mi objetivo, cuál es mi ambición, lo que yo quiero es escribir mejor.
Antes hablabas de tu paso por el taller de periodismo con Tomás Eloy Martínez, ¿pensás que sirven esas experiencias? ¿Se aprende a escribir en un taller?
Si son buenos sí, pero si son malos no. Yo no asistí nunca a un taller literario. En realidad esto era un taller de narración periodística. La Fundación García Márquez insiste mucho en tratar de usar técnicas de la literatura de no ficción para contar hechos reales. Igual, para que sirva el taller siempre depende de los maestros y a lo mejor a los maestros no los encontrás en un taller. La vida me dio la posibilidad de conocerlo a Mario Trejo y yo aprendí de él. Estos oficios, y en eso se parecen periodismo y literatura, son oficios que se aprenden mucho haciéndolos, copiándolo al de al lado. Leer mucho es fundamental para escribir, como escuchar mucha música par un músico. El tipo que no lee, difícilmente pueda escribir bien.///PACO