En el año 2011, entrabas en cualquier cadena de librerías y las mesas principales estaban llenas de libros sobre todas las aristas posibles de Perón y el kirchnerismo; sus orígenes en la épica tradicionalista de Rosas, el 17 de octubre, las mujeres de Perón, aproximaciones desde la izquierda, biografías autorizadas, entrevistas en las que la presidenta hablaba por primera vez en años con una periodista, etc. La gente grita “Viva Perón” para terminar una oración y lograr una risa en su auditorio; una frívola periodista cultural tuitea que toma agua con jengibre mientras fiscaliza una elección para el Frente para la Victoria. Nadie cuestiona y todos cuentan cómo se hicieron peronistas. Todos suben su apoyo al proyecto a Facebook y consiguen 20 likes de un saque. La batalla cultural se había perdido, independientemente del barrio donde estuviera la librería. Los opositores vivíamos en un relato de ciencia ficción con ribetes de película de terror, en el que ninguna vuelta de tuerca nos dejaba mejor que antes.

La banquina de la derrota, en vez de llenarse de “gorilas” resentidos dispuestos a bombardear la Plaza de Mayo para tomar el poder, se llenó de tenembaumistas críticos pero, sobre todo, necesitados de mostrarse progresistas. Rebasó de radicales kirchneristas y de binneristas esperanzados con el cambio delarruista (lo mismo pero sin tanta corrupción). Pero además, se llenó de peronistas. Llegó Julio Bárbaro, el peronista “bueno”. Llegó Felipe Solá, que siempre espera el momento donde Cafiero se muera y pueda decir “soy el abanderado del peronismo liberal.” Llegó el tío Jorge Asís, a mostrarnos por qué para ser provocador hay que ser de derecha. Y llegó lo que quedó de los Montoneros.

Llegan los viejos

Los Montoneros, alejados del gobierno nacional, aunque éste y los familiares de desaparecidos hagan lo imposible para construir una película de Disney acerca de su participación real en la política argentina de los 70. Excluidos de la política real aunque el clan paranoico de la luna alfana de la oposición quiera seguir viéndolos en Kunkel. Marginados de la cultura pública, los Montoneros son tan inofensivos que Capusotto y Saborido pueden construir un personaje tan bizarro y ridículo como Bombita Rodríguez.

Hace poco, lo que queda de los Montoneros se reunió en Mendoza y en Córdoba y declararon el 7 de septiembre como “El día del Militante Montonero.” Dijeron que las armas no están enterradas. Criticaron a Beatriz Sarlo, a la presidenta, a Ernesto Sábato, a Rafael Bielsa pero, principalmente, se la agarraron con José Pablo Feinmann, la señora mayor que paparruchea de filosofía con dibujitos detrás. Feinmann había tomado la valiente decisión de criticar a Mario Firmenich cuarenta años después de su liderazgo: “fierreros sin retorno como el Pepe Firmenich, doble agente, traidor, jefe lejano del riesgo, del lugar de la batalla, jefe que manda a los suyos a la muerte y él se queda afuera entre uniformes patéticos y rangos militares copiados de los milicos del genocidio con los que por fin se identificó.“ (Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina)

En una respuesta a esta ofensa al líder, los cuadros montoneros vivos y sus familiares le responden, catalogándolo en la larga lista de los “intelectuales” separados de la lucha popular:resulta indispensable señalar que la permanencia de Firmenich y otros compañeros de la Conducción Nacional fuera de Argentina fue decidida por la Organización y aceptada por el conjunto de sus integrantes. No hubo entonces “privilegiados que a la distancia enviaban a los jóvenes a la muerte”, sino resoluciones organizativas que respondían a la relación de fuerzas y posibilidades en el enfrentamiento entre los resistentes y la dictadura genocida. Aún así, años más tarde, en 1983, ante la persecución política e ideológica del ex Presidente Alfonsín, Firmenich se somete en aras de la transición democrática al veredicto de jueces y fiscales comprometidos con las leyes de la Dictadura Oligárquico Militar. A consecuencia de ello sufre más de siete años de cárcel.”

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La Conducción Nacional de Montoneros, liderada por Firmenich, decide que Firmenich se quede fuera del país. Firmenich escucha la decisión que sale de su propia boca. Putea pero la acepta.

Esa carta está firmada por varios pero, en lo que me importa ahora, la firman Carlitos González y Myriam Beatriz Etchemendy. No tengo idea quienes son si no es porque son los responsables de “Argento”, una revista de historietas que pretende narrar “Historias Olvidadas de Montoneros.” Como en la repetición cómica de aquel pacto antiliberal entre el  fascismo de Hitler y el comunismo de Stalin, los Montoneros y los Familiares de las Víctimas del Terrorismo (Pando y Cía.) comparten un pedido: “la historia completa.” O si se quiere, los une la lógica de los excluidos.

“Argento”

“Argento” se vende en algunos pocos kioscos de diarios, su difusión es casi nula en Internet, su precio es excesivo. Sus páginas no tienen ningún tipo de publicidad, algo de lo que seguramente se sentirán orgullosos sus creadores: el capitalismo les sigue temiendo. Excepto algunas láminas del peronismo histórico y la tapa y la contratapa, las historietas son en blanco y negro, o bien recordando el estilo de Breccia y Solano López o bien expresando falta de fondos. Salvo la primera historia, dibujada por Sebastián Maissa, las otras dos tienen ilustraciones apuradas, sin detalle y en una especie de boceto todavía no concluido. La letra de los diálogos y de los comentarios está en una imprenta mecánica que desnuda las múltiples y groseras faltas de ortografía. Separando las tres historias gráficas del número 1, hay documentos históricos de los protagonistas, reproducciones de tapas de La Estrella Federal, Evita Montonera, cartas del Ejército Montonero, etc.

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La sensación de derrota es aplastante en “Argento”. Como si no fuera suficiente todo lo que uno sabe sobre uno de los más desorganizados y peor armados grupos guerrilleros de Latinoamérica, como si no fuera suficiente la constante traición que la dirigencia montonera realizó contra sus militantes de base, “Argento” no produce ninguna respuesta, ninguna autocrítica, ninguna sugerencia de haber notado el cambio de época. Lo único que hace es insistir en que perdieron, algo que ya sabíamos sin perder 35 pesos.

Dos de las tres historias gráficas están presentadas por personajes que representan tipos maduros, barbudos, que usan anteojos o fuman pipa, que se juntan en los puestos de libros de Parque Rivadavia a hablar del pasado, a recordar. Un montón de clichés viviendo la derrota. Actualmente, ninguno hace nada digno de mencionarse. Excepto recordar, salvo acordarse de cuando todavía no estaban tan derrotados.

Dos de esas historias están centradas en los momentos de la Resistencia Montonera al Proceso Militar que “azoló” (sic) la Argentina. Pero, como muestran los estudios serios sobre la época, Montoneros ya estaba militarmente diezmado y absolutamente vencidos antes de la Dictadura.

Montoneros tuvo, sin embargo, algunas victorias militares antes y durante el Proceso: el secuestro de los hermanos Born, el ajusticiamiento del comisario Inspector Telémaco Ojeda, el asalto a la fábrica de armas de Banfield, el ajusticiamiento del General retirado Jorge Monié, el atentado a la Superintendencia de Seguridad Federal de la PFA. Ninguna de ellas es ni siquiera nombrada en las tres historias que componen “Argento.”

Dos de las tres historias cuentan derrotas (la detención y posterior desaparición del Capellán del Ejército Montonero, Jorge Adur, y una sesión de tortura en la ESMA contra Jorge “Nono” Lizaso que termina con éste gritando “Vivan los Montoneros”). La restante cuenta una “victoria” moral (el discurso de la hija de Rodolfo Walsh antes de suicidarse al verse totalmente cercada por miembros del ejército)

En realidad, hay algo bastante psicótico en todo esto. Ves un conjunto de tipos que están derrotados, que hablan del pasado, que siempre peleaban sabiendo que iban a perder, que son actualmente inofensivos en términos políticos. En algún  punto, te podrían generar ternura. ¿Cuál es el problema de que estos tipos cuenten lo que creen que otros ignoran, que cuenten lo que otros tapan con una pátina de romanticismo? ¿No sería bueno para los opositores que los Montoneros vuelvan a la escena política y se destruya el acrítico relato de esa “generación diezmada” de la que habla Néstor constantemente en los informes de TVR? ¿No sería buena su reaparición pública para que alguien volviera a recordar que hace pocos años el Estado indemnizó con más de un millón y medio de pesos y sin demasiados problemas a la familia de Fernando Haymal por haber sido fusilado por un jurado revolucionario de Montoneros que lo condenó por “traición y delación”?

El problema es que, así como las victorias siempre son embellecidas y agrandadas, las derrotas también lo son. En algunos casos, para no humillarse demasiado. En otros casos, como éste, para negar que las causas de la derrota estén en el perdedor. El equipo de turno de Caruso Lombardi pierde y le echa la culpa a los árbitros. A Maradona lo agarran con un doping positivo y algunos, que nunca se supo cómo ni por qué, le “cortaron las piernas.” A Pando la detienen o le inician un juicio y la culpa la tiene la “memoria hemipléjica” del kirchnerismo, no lo que defiende.

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El papel de víctima debe ser el más buscado en la historia de la humanidad, en su tendencia al martirologio de unos presuntos personajes salvíficos.  Ser víctima expande las formas posibles de reacción. “Si me hicieron esto, cómo no voy a poder…” Justifica el resentimiento, legitima la continuación del desprecio y, principalmente, te concede un lugar para atacar al otro y eliminarlo como una única forma de autopreservación.

La insistencia de “Argento” en la narrativa de la víctima y la derrota no sólo lo encierra en su propia cosmología obsoleta sino que muestra que no aprendió absolutamente nada en los últimos cuarenta años. No aprendió ni del Juicio a las Juntas ni de la cara neoliberal o progresista con la que cada tanto se disfraza el Partido Justicialista, mucho más pragmático que esa elite “iluminada” que presupone cualquier movimiento armado. Montoneros nunca fue un movimiento democrático. Ni antes ni ahora le importó el rechazo cultural y social de la opinión pública y la sociedad civil. Nunca aprendió.

Al igual que Cecilia Pando y el grupo de esposas de militares, Montoneros sigue pensando lo mismo, sigue despreciando los cambios en la sociedad civil y en la historia política. Nunca fueron más que conservadores por otras vías.///PACO