Por Juan Terranova
1. El viernes pasado, primero de marzo, Cristina dio su discurso de apertura del congreso. Habló más de tres horas y media. Citó cifras, tocó todo tipo de temas, y, entre la vacuna de la tos convulsa, los fondos buitres y la causa AMIA, deslizó como una verdad compartida, la frase “Todos somos Iglesia”. Lo hizo después de marcar sus diferencias con algunas jerarquías eclesiásticas. “Todos somos Iglesia.” ¿Qué significa? El artículo segundo de la Constitución Nacional dice que “El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. El 14 explicita que, al mismo tiempo, “hay libertad de culto”. No me interesan aquí en qué situación quedan otras religiones. Probablemente Cristina hiciera alusión a esa pertenencia constitucional. Se trató, pese a la hibrys lograda, de un comentario al pasar. Sin embargo, la naturalidad con que las dijo le dieron a esas tres palabras una fuerza sutil. Sacándola un poco de contexto, la frase puede ser asumida como un “todos creemos”, todos estamos inmersos en un entramado compartido que cree. Desde el contrato social hasta la amistad y la música, desde nuestros mitos fundacionales hasta la banda ancha, desde el pensamiento mágico hasta la más compleja o simple definición científica, todos somos Iglesia.
2. En el 2007, los Black Strobe dieron a conocer su primer disco titulado Burn your own church. Fundada por el DJ y productor Ivan Smagghe, liderada por el cantante Arnaud Rebotini, la banda tuvo diferentes formaciones y es posible encontrar muchos remix, versiones y material de todo tipo en la web. El corte de difusión de Burn your own church fue “I´m the man”. En el video, Rebotini camina las calles nocturnas de una ciudad europea, lookeado como un hombre de mundo, un tipo duro pero elegante, en un paseo de pendenciera autoafirmación old school. La letra del tema le habla a una mujer en forma directa, sin pliegues ni ironías. La música suena a electro-rock industrial, ominoso y crudo. El resto del disco recorre músicas maquínicas y canciones que remiten a Baudelaire, Nick Cave y Depeche Mode, al postpunk, el house y el krautrock. Desde las pistas de baile de las discotecas francesas -siempre un poco retro-, acompañado por samplers o acordes distorsionados, Rebotini es un vocalista profundo, un crooner oscuro. Copia modelos masculinos de otras épocas que hoy, pese a todas las expresiones de adoración y legalización cultural de lo invertido, siguen teniendo un sentido y continúan cautivándonos. Pero, ¿por qué el disco se llama así? No hay ninguna canción con ese nombre. Ni hay alusiones a lo sacro en sus letras. Se trata de un título que engloba y rubrica la suma de las partes. A principios del 2011, Rebotini sacó un disco solista y le puso Someone Gave Me Religion. En una entrevista que dio para Pulseradio.net explicó sobre ese nombre: “Viene de una canción que se llama Preachin’ Blues de Son House, un bluesman. La canción empieza con esa línea: «Alguien me dio la religión», y creo que es interesante, porque no menciona a nadie. Por lo general, se trata de tu padre o tu madre, pero para la gente negra del tiempo de House, la religión venía de sus amos. Además, no sabían muy bien cuál era su cultura, habían olvidado por completo sus propias raíces africanas. Así que reinterpretaron la cultura europea, y así es como nació el blues”.
Cuando los Black Strobe eligen titular su disco “Quemá tu propia iglesia” o directamente “Quemá tu iglesia”, entiendo que le hablan al sobreviviente del siglo XX mientras buscan una salida violenta, que justifique su mezcla de loops, sintetizadores, guitarras y lírica analógica. Mejor que el mandato del amo, son las cenizas frías de nuestra identidad. En su propuesta radical, “Quemá tu iglesia” es lo opuesto del adagio que Lampedusa hizo famoso con Il Gatopardo: “Que algo cambie para que todo siga igual”. Más precisamente quemar tu propia iglesia implicaría que todo cambie, que todo caiga para que yo siga avanzando. Porque si todo cae, si mi iglesia cae, si logro sobrevivir a esa prueba, ¿cómo no ser mejor, más libre, más fuerte? Provocar la extinción de la estructura que nos contiene y nos protege, entonces. Que triunfe la subjetividad agresiva por sobre los laberintos de la burocracia compartida. Utópica, la consigna resulta autoafirmativa. Adolescente y vulgarmente nietzscheana, conlleva todas las aporías y contradicciones que los filósofos individualistas y los poetas románticos vienen repitiendo desde el principio de la modernidad. También actualiza su vitalidad. Transformarnos a través del fuego, de la destrucción, eso es lo que significa quemar nuestra propia iglesia. Porque para que algo nazca, otra cosa debe morir. Y si realmente no especulamos, si creemos como decimos que creemos, ese es el último desafío, determinante y necesario.
3. La síntesis entre el kirchernismo y Arnaud Rebotini, entre Cristina y el techno-rock estroboscópico del siglo XXI, la logró Andrea Maggio, un sacerdote de Castelvittorio, Liguria. No hay mucha información. Tampoco es necesaria. Con el gesto alcanza. Al parecer, el párroco Andrea Maggio prendió fuego a una foto del Sumo Pontífice en plena homilía dominical. Ante la sorpresa de los feligreses de la misa matutina, Maggio gritó “¡Un pastor no abandona a su rebaño!”. El alcalde Gianstefano Orengo que estaba presente durante el rito declaró que “Don Andrea está atravesando un momento delicado desde el punto de vista psicológico, de todas maneras, es un gesto muy grave”. Comparado con este gesto incendiario, el jocoso intento de colarse en la primera reunión general de cardenales que llevó adelante el cómico australiano Ralph Napierski queda reducido a simple turismo, un espía jocoso en un mundo espiritual que se les escapa. Su infiltración falló, desde luego. Pero aun si hubiera logrado superar los controles vaticanos, nada lo hubiera salvado de su destino de periodista de espectáculos, de cronista trasnochado, de marioneta de burlesque. Hoy el kirchnerismo, con aciertos, defectos, virtudes y equívocos, es Iglesia de todos, y todos –kirchneristas, antikirchneristas y mirones– reconocen, de diferente manera, su prédica como eje dominante de nuestra época. Todavía no se sabemos si alguien, ¿quién?, se animará a encender la primera llama.///PACO