Traficante de acordes, bucanero del soul, adorable polizón en diversos barcos del mar del rock, capitán en algunos y marinero siempre listo para zarpar, Eduardo Guillermo “Willy” Crook hizo su último viaje el 27 de junio de 2021 después de esperar varios días en el puerto. “Mis proyectos son ser mejor persona y morirme, una de las dos estoy seguro que voy a lograr”, dijo poco antes de irse. A nosotros, los que quedamos parados en nuestra baldosa del cosmos, nos quedan doce discos solistas, decenas de colaboraciones ajustadas, centenares de videos de youtube con sus shows y entrevistas, y miles de anécdotas que se desparraman, sobre todo, por la extensión de la vasta República Argentina, que recorrió empuñando sus instrumentos, mirando a todos desde atrás de sus lentes negros, y cantando sus canciones como un trovador que viene del futuro.

Me contaron que Víctor Frankl decía algo así como que los que sobreviven no son los héroes, sino los miserables, los que saben acomodarse, los que se amansan y tranquilizan, los que dejan de crear y de subvertir. Los otros, los hermosos e indipensables, eventualmente son atrapados por una parca que en estos días se muestra más codiciosa que nunca. Crook compuso canciones magistrales hasta el último minuto de su vida. Presentando Lothofagy, su último y maravilloso álbum con los Funky Torinos, estrenó un tema nuevo que, esperamos, algún alma generosa tal vez suba a youtube. Muchos se lanzarán a contar anécdotas graciosas, llenas de ingenio y vocación por el entretenimiento de calidad, que Crook generaba allá donde iba, y eso significaba muchos, realmente muchos lugares. Pero a diferencia de otras veces, de otros muertos, quienes las compartan no lo harán por el afán de llamar la atención, sino de cortar el pan del humor y la alegría que nos regaló Willy cada vez que subió a un escenario.

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Yo también tengo la mía, por supuesto. Tenía 16 años y terminaba de bajarme de un colectivo interurbano que me traía de ver a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en L´Etoile, mítico boliche de San Carlos donde presentaron Luzbelito. Después de bañarme y comer algo, me cuentan que esa noche iba a tocar Willy Crook en un barcito llamado Barking Dog, donde solían tocar números de jazz locales. Ahí fui con mis amigos. Con mis pelos largos y mi ansia por saber más sobre el universo, conseguí ubicarme a menos de un metro de él, sentado en el piso, y ver a Willy desparramar onda y talento toda la noche, tocando el repertorio completo de su primer disco Big Bombo Mamma. Ese álbum, me cuenta mi amigo Pablo Brega, prácticamente lo regalaban en la disquería de Córdoba donde lo compró, y lo llevó hasta nuestra ciudad, la pequeña y coqueta Rafaela, mostrándoselo a todos los que se encontraba, inclusive los dueños del bar donde Crook tocó esa noche. Fue un viernes, y después del show que terminó con el lugar repleto al punto de que había gente en la vereda y sentada en las ventanas, los dueños lo invitaron a tocar la siguiente noche. Él pidió a cambio que lo lleven a un lugar mítico que, le habían contado, existía a 30 kilómetros de Rafaela. El sábado a la tarde una pequeña troupe fue de pic nic a Nuevo Torino, poblado rural de poco más de mil habitantes donde grabó parte de un video clip. Esa noche, volvió a tocar los mismos temas y fue a verlo la misma gente, asombrada y fascinada con este mago que había transformado una Telecaster en una verdadera vara de trucos donde convertía toda la música en sensuales y magnéticos souls made in Argentina. En aquel show tocaban Timothy Cid en batería, Jorge Pascualli en bajo, y Valentino en guitarra, además de un tecladista que ya no recuerdo. Esos son algunos de los amigos que lo acompañarían en su viaje que duró hasta hace muy poco. Crook tuvo muchos bajistas pero pocos entendieron mejor su música como Pascualli, que podemos escuchar en las canciones Seen Sin e Inside Me, donde se lo acredita bajo el apodo de “No pienses, tocá”, un lema del que propio Crook parece haber hecho una escuela.

Valentino también lo acompañó en su visita a Rafaela de 1998, donde con mis amigos les pudimos hacer una entrevista a los dos que, hoy mismo, decidí subir a youtube. El programa se llamaba El Perseguidor y salía los sábados a la noche como una especie de variedades del rock. Básicamente leíamos la Rolling Stone, los suplementos culturales de los diarios y alguna gacetilla de prensa que llegaba de vez en cuando, todo tamizado por un humor adolescente y un estilo rockandpopesco que ya a esta altura me da un poco de vergüenza recordar. Hace poco encontramos un casette con algunas grabaciones y estaba éste segmento que acá les comparto. No sólo podemos escuchar una parte de la entrevista que salió al aire, sino también el audio del micrófono del estudio durante los cortes, donde los entrevistados hacen chistes sobre drogas y otras ocurrencias. Esa noche me impresionó la simpatía, la onda y el estilo desprejuiciado de Crook, sino también que haya disfrutado tanto ese momento. Se lo nota relajado y alegre, y así lo recordaremos.

El show de esa noche, presentando Eco, fue verdaderamente magnífico. Era la misma banda del 96 sólo que tenía al maestro Patán Vidal que, recuerdo muy bien, tocaba con un teclado prestado apoyado arriba de una mesa de Quilmes. Cuando Patán hacía los “claves” del funk aporreando las teclas, la mesa tambaleaba y varias veces se le estuvo por ir todo al piso, lo que no redujo ni un poco su performance impecable. Willy cantó de forma poderosa, tocó un solo de guitarra aún mejor que el de Skay en el tema Welcome to the eternity y fue un desfile de elegancia y magnificencia imborrable. Esa misma noche, conversando después del show, me dijo que escucha música todo el tiempo en su cabeza, al punto de que rara vez piensa en otra cosa. Se le notaba bastante.

En el año 2003 volvió a Rafaela con otra banda completamente diferente. Se lo vio más errático y desajustado, mucho menos enfocado, y con un grupo que no parecía dar mucho de sí sobre el escenario. Él mismo se dio cuenta durante el show, cuando les dijo a sus músicos “a ver si nos ponemos las pilas porque la gente de Rafaela es exigente”. Era cierto. Todo el auditorio estaba compuesto de músicos de jazz, aspirantes a músicos de jazz y oyentes de jazz. Recuerdo que a la salida muchos se mostraban molestos y culpaban a las drogas. Yo sentí que no era el mejor momento de Crook, es cierto, pero que también hay público que no puede tolerar el error y la dispersión en un artista, y que pretenden que sea como un científico en un laboratorio. Malas noticias amigos, estamos ante Willy Crook y no es Pedro Aznar. No pueden decir que no lo sabían.

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Con los años, Crook nos fue regalando más discos, todos uno mejor que el otro, hasta llegar a Lothofagy. Creo que en su última obra se condensa exactamente lo que él quería ser. Si fuéramos a cualquier sello de acid jazz de New York y le diríamos que el compositor y líder de la banda es un argentino, no lo podrían creer. La música de Willy es la música que suena en los ascensores del universo, interpreta el folklore urbano de la ciudad, las avenidas, los taxis, los bares y la cosmópolis imaginaria que ya paulatinamente van quedando reducidas a imágenes en videos vaporwave para ponerlas a disposición del hombre común que encuentra su felicidad en un campari con naranja al atardecer, un buen disco y una chica en su imaginación. Tal vez sus primeros años vagando sin rumbo por una Villa Gessell que conocemos por los paradores de playa es el lugar al que volvía al tocar cada acorde con 7ma9na, cada rasguido cortado y picante, cada frase mascullada en un inglés imposible aprendido – según él contaba – por los jamaiquinos que vivieron de squatters con él en Inglaterra. Ya sabemos que es mucho más fácil sacar los acordes de cualquier canción de Willy que transcribir una letra. “Yo siempre cuido mucho las letras, me cuido de no decir nada”, repetía en las entrevistas. Sin embargo, su poesía tenía momentos de magia pura en las que se desnudaba a sí mismo y a los demás, siempre con humor y romance.

“Soy sólo un souvenir / en la memoria de un elefante / soy parte de eso / y con tu ayuda nosotros también vamos a ser parte de eso”, decía en una canción. En la memoria de elefante que es el rock, su casa natal, la que le enseñó a tocar y desplazarse, Willy Crook será un elegante y discreto souvenir de la tienda de recuerdos. Vivió como un mendigo, durmiendo en plazas y departamentos prestados, grabando en estudios que le conseguía gratis Daniel Melingo, con amigos que tocaban sus canciones por amor a la música y respeto a la amistad que él sabía cultivar todos los días, y se convirtió en un verdadero monarca del soul y el funk, dejándonos canciones bellísimas, verdaderas obras maestras del groove, con un inconfundible aroma sensual, tamizadas de easy listening y escondiendo secretos que se despliegan cada vez que uno le da play. Todo lo que cuente será insuficiente para recordarlo con justicia, porque tenía la generosidad y los códigos de los mejores hombres de la noche, la locura y la belleza del artista vital, el talento desmesurado del valiente oculto tras un telón de humildad y elegancia. La vanidad es de mal gusto, diría, y agrego: el orgullo es necesario y la alegría, indispensable. Y la música, sobre todo nos queda la música, en estos discos que seguirán girando hasta que alguien ponga las sillas arriba de las mesas y apague la luz del cartel de neón del siglo XX////PACO

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