Por Celia Dosio
1.
Iván Moiseff, que sabe cuánto me gustan estas cosas, me envía este link sobre Honey Boo Boo, una nena de seis años que participa de concursos de belleza y que, a fuerza de berrinches, ahora tiene su reality propio. Me fascina el mundo de estas madres exponiendo a sus hijas disfrazadas de muñecas kitsch y el desconcierto e indignación que provocan estos concursos. Una vez al mes, con una regularidad sorprendentemente amnésica, se publica la misma nota: el mismo tono indignado, la misma descripción morbosa y la infaltable foto de archivo. Pueden variar los detalles pero el fondo es siempre el mismo: “Una madre británica infiltra botox a su hija de ocho años”, “Amor o inversión: Gastó 47.000 dólares para embellecer a su hija de seis años”, “Buscan ponerle freno a las “lolitas” en Francia”, “Concursos de belleza: terror en estado puro”, “Le pone pechos a su hija de 4 años para ganar concurso de belleza”. Estas notas son el gatillo que dispara el odio febril y catártico de los comentaristas que, en nombre de los derechos de los niños, apelan a todo tipo de saneamiento parental.
Discovery Home & Health transmite el reality Toddlers & Tiaras (acá se conoce como Princesitas) donde se muestran los preparativos y entretelones de los concursos de belleza. De ahí salieron varias joyas como la tiránica Mackenzie:
Y también ahora Honey Boo Boo:
Es hipnótico ver a esas madres bailando entre las sillas tapizadas de las salas de convenciones de los hoteles las coreografías que diseñaron para sus hijas, tirando besos al aire, gozando por mostrarle al mundo la belleza que han engendrado. Prácticamente no se ven hombres. Si aparecen, son decorativos, insignificantes, vaciados completamente de su masculinidad (como el padre que servía exclusivamente para sostener el títere gigante que su hija necesitaba para brillar en escena). En general, los varones tienen nada que hacer ahí. Aun así no se puede decir que sea un mundo femenino. Hay algo obsceno, algo que no está bien en ese goce, que excede el tema del dinero que ganan esas niñas (son montos considerables), que excede el mal gusto de los trajes, peinados y maquillajes, que excede la sospecha de pedofilia que acecha desde la sombra a esos concursos, incluso excede la cuestión de clase, que está y es innegable. Gran parte del regodeo de T&T consiste en viajar a lo más profundo de Estados Unidos, a casas donde no llegó el asfalto pero persiste el deseo de salvarse. Honey Boo Boo triunfa por (no a pesar de) su condición de red neck, con su familia de gordos y sus lujos conseguidos a través de cupones de descuento. Una nota del Times se preguntaba por qué criticar tanto a estas madres que esperan que sus hijas triunfen en los términos que ellas conocen, ¿qué las diferencia de aquellas que orientan sus esperanzas en la carrera deportiva o artística de un hijo? Para triunfar hay que esforzarse. Hay una cuestión de clase indudablemente que lleva a valorar positivamente ciertas decisiones y tan negativamente estas otras.
2.
Ya desde hace un tiempo se puso de moda entre las nenas de cinco a doce años festejar sus cumpleaños con una sesión de spa. ¿En qué consiste este ritual? Les colocan batas, vinchas y pantuflas. Luego les llenan la cara de crema para una limpieza de cutis. Hacen fila, muy ordenadas, para que les den un juego de pepinos para los ojos y pasan a las colchonetas para completar el relax. Parece increíble pero sucede: llegué a ver alrededor de veinte nenas recostadas en silencio durante un cumpleaños. Puede haber también sesión de masajes, manicura y pedicura. Satura el olor a crema Hinds en el aire. Luego, maquillaje, peinados locos y disfraces. Están listas para desfilar y ensayar todas las poses que conocen de Facebook. El cumpleaños termina con canciones de Violetta y las coreografías que todas conocen a la perfección. ¿Por qué prefieren el spa al pelotero? Ya se haga en un salón o durante una pijamada, la modalidad “spa” cumple la función de volver deseable una forma de vivir lo femenino desde la constricción. Les contamos a las nenas que eso es “cuidarse” y así, juegan a ser grandes mientras imitan, se disfrazan y parodian la idea de mujer que les proponemos (incluso a veces en contra de la que actuamos todos los días).
Buenos Aires es prolífica en ofertas de este tipo, prácticas un poco inclasificables, que ligan la prescripción de “las buenas costumbres” con el disciplinamiento de los cuerpos en el espacio social. El Alvear Palace Hotel viene ofreciendo desde hace tres años un almuerzo o té orientado a enseñar protocolo a niños. Si la cita es al mediodía, proponen un menú de cuatro pasos con “amuse bouche, un entrante, un plato principal y postre”; en cambio, para la hora del té, hay una degustación de “blends originales de té con dulces sabores frutales y cítricos acompañados por una exquisita variedad de mini pâtisserie y tarteletas frutales, y una selección de mini gâteaux y finger sándwiches”. Durante la comida se realiza la clase de ceremonial y etiqueta a cargo de Karina Vilella, consultora de Etiqueta Corporativa, Imagen y Protocolo Internacional.
3.
Trato de enseñarle modales a mi hija. Lo básico, que salude cuando llega a un lugar, que no coma con las manos… ella reacciona violentamente a “los modales de princesa”, prefiere la mala educación. Me dice que prefiere ser como su padre. Yo la amenazo con mandarla al Alvear a aprender Protocolo. En Fox usan como separador la frase de Iron Man cuando Tony Stark se pregunta “¿ustedes prefieren ser respetados o ser temidos?”, vaya dilema pedagógico.
En el verano, padre e hija se pasaron toda una tarde construyendo un arco y flechas con unos palos y sogas. Probaron técnicas y rompieron un fanal y dos macetas usándolos como blanco. El juego me involucró un poco después. A mi hija le divertía repetir la escena de Valiente donde la madre reta a la hija por dejar “sus armas” en la mesa. ¿Por qué nos tocará esa posición a las madres? Me pedía que la reprima por sus malos modales y se mataba de risa.
Creo que Valiente es una de las películas más incomprendidas de Pixar. Pasó sin pena ni gloria. Ninguna crítica fue lo necesariamente justa con ella. Sin embargo, logra retratar de manera explícita y poética –como debe hacerlo una buena fábula infantil– una de las relaciones más complejas que existen: el lazo identitario, enigmático y contradictorio que une a una madre con su hija y viceversa.
¿Quién es valiente en la película de Pixar? La madre quiere que su hija asuma su condición de princesa. Pero ella se rebela, le interesan otras cosas. Ser libre. No es el joven Henry shakespeariano que luego se convertirá en rey y deberá abandonar su pasado díscolo pero su esencia seguirá intacta. La condición de Mérida es tan indómita como su cabellera, asumirse princesa (futura reina) equivaldría a renunciar para siempre a todo lo que disfruta. Lo sabemos con sólo ver las caras de idiotas de sus pretendientes. Sería una traición a sí misma dejarse convertir en la muñeca rígida (una princesita) que prescribe el protocolo. La búsqueda identitaria de la hija afecta a la madre en su esencia, literalmente la desnuda en su costado más salvaje. Es un proceso que no tiene certezas, que puede salir mal, que muchas veces hace peligrar el vínculo y hasta la vida de ambas. La historia se vuelve oscura, ominosa. Mérida comete errores pero su madre también.
Escuché a un grupo de amigas de mi hija contarle la película a otra que todavía no la había visto: la peli está buenísima pero al final, llorás mal. Aquello que había dejado indiferentes a críticos y público, conmovía profundamente a las niñas.
Merida se busca yendo contra su madre –como si fuera indestructible, inalterable– y se encuentra reconociéndose en ella, volviéndola humana y vulnerable. Valiente acierta en mostrar cómo las acciones de una hija, necesarias para convertirse en mujer, transforman también a su madre.
¿Cómo preparar a mi hija para la vida? La llevo a ballet y pienso que debería quedarse en Tae-kwon-do, ¿acrobacia en tela o inglés particular?, ¿comedia musical o ajedrez?, ¿natación o taller de artesanías? ¿Actividades extracurriculares o tiempo libre? Yo odiaba intensamente todas esas obligaciones. Mi papá me sobornaba con chocolate para llevarme al instituto de inglés. Pero es importante aprender inglés. Hice danza, patín artístico, voley, dibujo, piano. Siempre a regañadientes, siempre inconforme. Mi mamá tenía la culpa: por llevarme, por dejar de llevarme, por no enseñarme a insistir, por insistir en cosas que no funcionaban. Así fui probando de todo un poco y aprendiendo a reconocer las cosas que me gustan. Ahora con mi hija –y a mi pesar– hago lo mismo, trato de ofrecerle cosas que creo son para ella y reaccionamos parecido. La llevo, la amenazo, la consiento, la convenzo, la espero, me aburro, le grito, le pido, la arrastro, le propongo, la escucho, la traigo y, mientras tanto, la admiro.///PACO