- Tengo la idea de que aquellos que prefieren el fantástico o la ciencia ficción están predispuestos a lo que Max Weber llamó la transformación del mundo. No creo que sean exactamente revolucionarios; más bien se trata de gente solitaria e idealista, con actitudes bastante nerds. A veces puede haber una especie de vocación mesiánica en aquellos que disfrutan escribir y leer relatos fantásticos y de ciencia ficción. Pero casi siempre existe una idea de que el mundo no funciona, de que el contrato de realidad que nos propone el mundo, si se me permite la palabra, es una terrible pelotudez. De que no hay manera de pactar con él.
- Frederic Jameson es marxista, erudito y norteamericano. Escribe bastante aburrido. Frederic Jameson es un hombre de otra época. Pero en un libro no tan reciente que se llama “Arqueologías del futuro”, me bajé de internet y me gustaría tener en papel, Jameson dice que la ciencia ficción constituye la exploración de las restricciones arrojadas por la historia. La ciencia ficción como una sonda hacia las profundidades no de la imaginación, sino del choque entre nuestra imaginación y los medios técnicos existentes.
- Para Jameson la fantasía, el fantasy, puede una celebración de la libertad y de la capacidad creativa de los humanos. A algunos les parece una pavada con enanos, dragones y magos, pero Jameson dice que el fantasy sólo se vuelve idealista mediante la omisión de las limitaciones materiales e históricas. Que el fantasy, como la ciencia ficción -y creo que Jameson piensa más en Ursula K. Le Guin que en Game of Thrones– también tendría que ir en busca de ese choque entre la imaginación política, la relación de una comunidad con lo sagrado y las posibilidades materiales de la especie. Creo que a Jameson le gusta el fantasy porque es menos afín a la tecnocracia, y eso me parece bien.
- A contramano de los planteos de Sloterdijk, para Jameson la emergencia recurrente de lo post-humano en la ciencia ficción es justamente una prueba de sus límites, de la imposibilidad de que lo post-humano realmente suceda. Como lo post-humano nunca va a pasar, o ya está sucediendo pero a una escala mucho menos espectacular que la planteada por los académicos que trabajan la franquicia de Sloterdijk, enfrentarlo es alcanzar una frontera que puede dejarte atrapado. Para Jameson, la veta que Kim Stanley Robinson trabaja en “Marte Rojo”, aquella de la coexistencia y el debate de utopías en un planeta a poblar, es decir, el retorno de la utopía, es lo que interesa en este momento histórico, o digamos en los último veinte o treinta años. Una literatura que se pregunte por la forma territorial o infraestructural de la articulación de las utopías.
- Hace un tiempo se viene diciendo que nos resulta más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero creo que, después de 2001, a los argentinos pensar el fin de capitalismo nos resulta bastante más fácil que al resto del mundo. ¿Porqué pasa esto? Creo que la literatura argentina es una literatura súper permeable. No tiene mecanismos de cierre social, por un gran malentendido de los ochentas se impuso una tradición débil y autista, de vocación minoritaria, cuyo resultado fue un debilitamiento de las instituciones literarias. Entonces, a menos cantidad y calidad de las instituciones, más permeable se hace una literatura. Y también creo que el capitalismo argentino es casi tan permeable como su literatura. La literatura argentina es permeable a los cambios sutiles en la imaginación pública; el capitalismo argentino es permeable a las fuerzas de la anarquía y la disolución porque carece de una burguesía con un proyecto hegemónico nacional.
- El fantástico argentino contemporáneo que leo por ignorancia o por mis propias limitaciones es en realidad una variante de la ciencia ficción argentina contemporánea, que en realidad no es ninguna de las dos cosas, ni fantástico ni ciencia ficción. Francisco Marzioni la llamó pos-ciencia ficción. Surge de un cruce de géneros, pero no pertenece plenamente a ninguno y tiene una serie de antecedentes importantes. Uno podría pensar en la Argirópolis de Sarmiento como la nave nodriza de la rama más utopista y alucinada de la literatura argentina.
- Desde mediados de los ochentas el lirismo de Marcelo Cohen anticipó, en cierta medida, lo que iba a venir. Pero Cohen conservaba cierto aspecto metafísico en su escritura; pensar su obra sería un ejercicio rico y casi interminable. En esta ocasión prefiero hablar de otras dos novelas que a mi juicio son “bisagras” o “fronteras” entre el régimen de representación de la literatura de los noventas y de lo que vino después. Los noventas podrían haber terminado con “Las Islas” de Carlos Gamerro, pero también con “La muerte como efecto secundario” de Ana María Shua. Me interesa pensar esa transición, ya que ahora también vivimos un momento de transición.
- Año 2001. El tiempo se había vuelto loco. El Estado como máquina de garantizar la supervivencia de la población había colapsado. La historia se había acelerado, los actores sociales habían quedado desnudos, la gente destrozaba los bancos. A partir de ahí, nadie podía tomarse al realismo demasiado en serio y conservar al mismo tiempo cierta dosis de realismo. Después la corporación política encontró la forma de reinventarse y llego el neodesarrollismo, un bonapartismo de nuevo tipo, inédito, programado con el software del peronismo clásico pero infectado con el virus de la retórica de los setentas. Pero eso ya es (otra) historia.
- “Las Islas” (1998) y “La muerte como efecto secundario” (1997) no sólo son libros de “salida” del neoliberalismo. También, en el medio y de forma casi contemporánea, está la digitalización de la vida. Dice Boris Groys: “el diseño moderno ha transformado la totalidad del espacio social en un espacio de exhibición para un visitante divino ausente, donde los individuos aparecen como artistas y como obras de arte autoproducidas”. Está hablando de las redes sociales. Entonces, el final de los noventas es un momento de una mutación bestial en la política pero también en las formas de exposición de las relaciones sociales en la web. Y me parece que las novelas de Gamerro y de Shua son importantes para pensar las transiciones. También Vivir Afuera de Fogwill; pero prefiero suspender el saqueo del sepulcro de Fogwill por un rato.
- Tanto “Las islas” como “La muerte como efecto secundario” plantean distopías donde el poder estatal está limitado a sus funciones de policía. En el libro de Gamerro el poder biopolítico se despliega en la ciudad, con el paradigma de Puerto Madero como fantasía de una ciudad transparente hacia las jerarquías que soñaría el neoliberalismo. Esta ciudad de “meritócratas” convive con la oscuridad absoluta representada por los servicios de inteligencia que prolongarían la lógica reticular y vigilante de la dictadura militar. En la novela de Shua, por el contrario, el poder biopolítico se expande desde la ciudad hacia lo privado; es una expansión que también es un repliegue, como si en pocos años todo el mundo eligiera quedarse en su casa consumiendo productos culturales por internet. Existen Casas de Recuperación donde se intenta prolongar la vida de los viejos. Uno podría preguntarse si hoy en día todas las casas no son casas de recuperación del caos urbano y de las redes sociales, preguntarse qué es un hogar, si un hogar es un refugio o una zona de boxes previa a la circulación por los principales circuitos donde acontece la pospolítica, que son la internet y los barrios gentrificados. Pero lo que quería subrayar es que en ambos libros hay un poder biopolítico muy ambivalente. Es modernizador pero tiene restos arcaicos. Es un Puerto Madero futurista pero también es la SIDE de los milicos. Es una sociedad sin obras sociales ni sindicatos pero donde la vida se intenta preservar obsesivamente.
- Se podría pensar que esto no es nuevo. En “El Aire” de Sergio Chejfec, que es de 1992, también se narra cierta “normalidad después de la descomposición o cierta normalidad biopolíticamente descompuesta”. En Marcelo Cohen pasa lo mismo, y hasta cierto punto en Plop! de Rafael Pinedo pasa lo mismo. Pero hay una diferencia. Además del quiebre del poder biopolítico, creo que ambos libros, el de Gamerro y el de Shua, construyen una temporalidad fuera de quicio (mezcla de elementos del presente histórico con otros arcaicos y otros levemente futuristas) donde la idea de modernización es puesta entre signos de pregunta no sólo desde un lugar anti-progreso o anti-técnico sino desde un lugar , por decirlo de alguna manera, poshumano. Sinergias y contaminaciones con cosas, con animales, con dispositivos. Una itensión con las instituciones y no tanto con el problema de la información (ese es un problema propio de la literatura argentina de las primeras décadas del siglo XXI). En el caso de Shua, esta pregunta está dada por la posibilidad de lidiar con la muerte y con la herencia. ¿Sin herencia hay capitalismo? Y con herencia no me refiero sólo a los bienes materiales, me refiero también a las formas de organización social, a la genética. En el caso de Gamerro, la pregunta por lo post-humano está dada por la imposibilidad de sanación del cuerpo social luego de la dictadura y por su devenir cyborg a través de la droga y las fantasías técnicas como utopías de comunidad micropolítica. Entonces, no son sólo novelas del no future, o meras novelas del tiempo mezclado, sino que son novelas sobre la transición hacia el problema de lo poshumano. Como dije, es un poshumanismo menos preocupado por el problema de la información (que vendría a ser una manera de preguntarse por el poder) que por la relación todavía moderna pero en mutación que hay entre cuerpos e instituciones, esos lugares ciegos donde el lenguaje de la información no siempre llega, o donde siempre falla.
- Ahora y más allá por la pregunta por lo poshumano voy a rastrear 3 ejes propios del orden de la representación habrían cambiado en la pos ciencia ficción argentina. Los ejes que elegí son el rol de las corporaciones, el lugar del trabajo y las formas de la violencia. El trabajo: siento que la figura del trabajador en las novelas de Shua y de Gamerro es la figura de un tipo que teme perder el trabajo, o que es tiranizado en los términos del capitalismo industrial. Las opciones son sojuzgarse o perderlo, y de ahí la imagen de Fausto Tamerlán metiendo su dedo en el esfínter del Contador Marroné para asegurarse su fidelidad empresaria en “Las Islas”, y también una de las frases más impactantes en “La muerte como efecto secundario”: “Hay algo peor que morirse y eso es perder el trabajo”. En ambas novelas se piensa el trabajo desde el prisma de la hiperexplotación o del desempleo. El antagonismo muta, pero no tiene aún un lenguaje. Siento que eso es bien propio de la transición entre dos regímenes de representación. No hay una idea del trabajo, digamos, en red, con todas sus ambivalencias, que sería un poco más la forma que el trabajo asume en el siglo XXI. Me parece que después empieza a emerger una tensión nueva, entre el trabajo organizado y el trabajo desorganizado propio del capitalismo cognitivo. El desempleado organizado -el piquetero-, el trabajador organizado pero disidente -el hacker, que casualmente hace su aparición en el libro de Gamerro, y también el trabajador autoexplotado, el procastinador, van a ser algunas de las figuras emergentes.
- El rol de las coporaciones. Hay un salto de pensar a las empresas como maquinarias ciegas, estructuras para la acumulación del capital, a pensarlas como trampas para los cuerpos, lugares donde lo público y lo privado se amalgaman y colaboran. Tanto “La muerte como efecto secundario” como “Las Islas” hablan de una cultura empresaria que no puede entenderse por fuera de una cultura estatal. En la novela de Shua aparece una suerte de corporación estatal-privada que administra la salud y las propiedades de los viejos que van a parar a las Casas de Reparación. Es una especie de Ministerio de Desarrollo Social para la clase media una vez abolida la fantasía de la paternidad: de lo que se trata es de no matar, de prolongar la vida, pero de una manera perversa y obsesiva. En “Las islas”, la coporación Tamerlán es una exponente de la patria contratista, basada en inversiones sin compatencia, prebendarias, de bajo riesgo. Son dos formas de pensar las alianzas entre capital privado y estado que llegan a ser preponderantes incluso en la actualidad. Son parodias del capitalismo nacional; en cierta medida anticipaciones que resultaron ser ciertas.
- Finalmente está el lugar de la violencia. En “Las Islas” la violencia es entendida como lucha entre bandas, entre facciones, militares, empresarios, y los ex combatientes como representantes de una sociedad civil al mismo tiempo cómplice y dolorida. Una especie de guerrilla de la ilegalidad donde el pasado no termina de morir, pero lo nuevo tampoco termina de nacer porque no existe tal cosa, la historia está congelada, entró en loop, a girar en falso. La violencia es la violencia del mundo del trabajo y la violencia del submundo del espionaje y de la guerra. En “La muerte como efecto secundario” hay una grieta. Por un lado está la violencia “amable”, “sanadora”, bien biopolítica de las Casas de Recuperación, y por otro lado hay una geografía urbana totalmente violenta, donde hay asaltos, atracos y crueldad de parte de los pobres, los segregados, aquellos que están por fuera de las redes y en cierto punto por fuera del lenguaje del Estado. Hay dos tipos de violencia, y la violencia de la marginalidad se ejerce en lo público. Sin embargo es una violencia pospolítica, no se articula en demandas políticas, en proyectos de transformación colectiva. En ambas novelas hay una violencia ghettificada, intramuros. Si 2001, o si las torres gemelas fueron verdaderos acontecimientos políticos eso ocurrió, entre muchas otras cosas, porque generaron un marco muy particular para la eclosión de la violencia, un marco que no se podía anticipar o esperar de antemano. Sin embargo, la violencia era muy palpable en estas novelas de transición hacia 2001. Algo estaba por suceder.
- Algunas preguntas de salida. ¿Tiene sentido volver a pensar o preguntarse por una violencia social, por una violencia redentora y desbocada en tiempos de pospolítica y consolidación de los mecanismos democráticos por un lado, y de estado de excepción y de crecimiento del poder narco por otro? ¿Existe una violencia social y acontecimental que pueda estar implícita en el proyecto del poshumanismo? ¿O finalmente llegó la hora de preguntarse, como sugiere Jameson, por el encastramiento territorial de las utopías?///////PACO