El streap-tease es una cipaya coreografía porno-soft. Por eso en Argentina, como en todos los países que valen la pena, el streap-tease nos dice poco pero la “producción hot”, ese evento corporal flamíneo y fotografiable, nos dice mucho. Más si la chica es linda, más si es repentino, más si los comments están abiertos las 24 horas.

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Flujos económicos, vitales y doctrinarios van detrás de esa amalgama que son los estudios poscoloniales. Es justamente en este nicho académico en el que, no paradojalmente, se ha colonizado la Otredad. ¿Qué es la Otredad? Dicho en pocas palabras, es una forma posmoderna de bautizar los problemas de siempre. Dicho con mayúsculas, es un aparato productor de papers y leyes que intenta modernizar los epígonos de la imagen de lo subalterno, lo contracultural, lo marginal. La dicotomía fundacional de los estudios poscoloniales, su River-Boca, es la división entre quienes comandan bajo el lema “la Otredad unida o muerta”, y quienes quieren segmentar el universo de lo Otro. Probablemente esta sea una explicación muy burda, pero al menos alcanza para comprender la dinámica de los feminismos en el siglo XX: por un lado, el feminismo de la igualdad, que lucha por la equiparación de la mujer en la esfera pública; por otro, el feminismo de la diferencia, que alienta la revalorización de la subjetividad de las mujeres. Desde entonces, ríos de power point mal diseñados se han preguntado: ¿somos todos muy iguales y lo que queremos repartir o somos todos muy distintos y lo queremos celebrar?

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Respuestas hay miles. Pero hay una que se ha vuelto, sintéticamente, hegemónica. Las minorías. Son el gran equívoco de la ética de la solidaridad, auspiciada por el capitalismo coolfinanciero y fogoneada por el pensamiento salvaje e hiperescolarizado. En efecto, las minorías son –antes que otra cosa–, una retórica del marketing que pretender anular la distancia entre signo y símbolo. La tarea no es fácil, se logra pocas veces y en su lugar proliferan ficciones Otras, bajo el canchero y solemne slogan del multiculturalismo.

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Hagamos feminismo en serio. Hablemos de una chica linda. Belén Mosquera es la ex agente de tránsito que alcanzó la quinoa de la fama tras aparecer en los videos que propiciaron el affaire Cabandié. Pocos días después, apareció la promesa de que la revista Noticias la tendría en una “producción hot”.

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No creo que haga falta la aclaración pero igual voy a hacerla: de ningún modo se está proponiendo acá que no haya algo así como la existencia real de cuerpos que importan más y cuerpos que importan menos. De eso nos damos cuenta apenas aprendemos a ir al baño. El problema es esta maquinaria ninja y jabonosa llamada minorías, esta maquinaria que produce narrativas seudoépicas y que distribuye diferencialmente dolor y alegrías sociales.

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De todos los focos infecciosos que el malentendido minorías supone hay uno que seduce por irritación: la producción ciudadana. Así, el poder del amor minoritario cruzado con las experiencias info-divertidas fabrican un Mr. Hyde del siglo XXI; en lo personal me gusta llamarlo ciudadanos de élite. Las grandes ligas, el póster y las vacaciones son el territorio de Doctor Jekyll, y su reino son las normas. El reality, la salud y el rock son el territorio de Mr. Hyde, y su quintita son las anomalías. No son tan distintos, sin embargo. Uno y otro conforman el anverso y el reverso del mismo epifenómeno: la fábrica de respeto en una sociedad consensista y digital.

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La producción de ciudadanos de élite es plenamente efectiva porque a todos nos gusta ser amigos de las víctimas: es un comportamiento tan igualmente humano como berreta. Todos queremos ser amigos de los chicos que el respeto público etiquetó como víctimas. Todos queremos ser amigos de las chicas que el respeto público penetró como pasivas. Nadie quiere ser amigo de las víctimas que juegan mal su papel.

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Si no, ¿de qué otro modo sería posible entender cómo, en una misma semana, la agenda integrista que aplaude la asunción trans de una nena se ofenda por las cándidas fotos de una chica?

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Por qué vale la pena ponerse en bolas es una pregunta tan inútil como preguntar por qué vale la pena no hacerlo. Pero para los detallistas, cabe acotar que la “producción hot” resultó ser, según puede apreciarse en los portales, un blef como cualquier otro acto de habla. Las fotos son mucho más inocentes que las que circulan los sábados en los muros de Facebook, o las que pueblan las pantallas de los smartphones en los subtes. Sin embargo, no importa el cuerpo, no importa Belén, no importa la imagen. Acá nunca se trató de vidas privadas, ni de cuentos del conurbano, ni de mitos publicados. Acá lo que importa es que siempre haya minorías fabricadas de las que valga la pena colgarse de las tetas ////PACO

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