Política


¿Por qué no colapsa el macrismo?

Si uno pudiera auscultar la ilusión de una gran parte de la sociedad argentina, por lo que miden casi todas las consultoras y lo que se repite en noticias ligadas a cualquier sector de la oposición, encontraría un sentimiento generalizado: hay algo que no da para más y, a la vez, algo debería provocar un cambio de rumbo que beneficie a la mayoría. Esto es así para todo el espectro político, desde la izquierda a la centroderecha, e incluso para quienes se muestran arrepentidos de haber votado a Mauricio Macri o permanecen aún con cierta mezcla de impotencia, arrepentimiento o inercia bajo la alianza de Cambiemos, como ya dicen en público algunos radicales.

Alguna dosis de esperanza

Ante esto, la pauperización del discurso y la estrategia oficialista es evidente. Pero si bien toda la oposición habla en nombre de “la mayoría”, ¿existe algún partido político o movimiento no formalizado que pueda hablar realmente en nombre de “la mayoría de los argentinos”? Acá nos encontramos con el primer gran problema a pocos meses de las PASO. Si el macrismo no colapsó aún, y todavía cree que tiene posibilidades de volver a gobernar otros cuatro años, es porque para ganarle no alcanza con el deseo de armar una gran alianza opositora. También es necesario traducir políticamente la bronca con alguna dosis de esperanza sensata, sin caer en eslóganes infantiles y promesas estériles como las que ideó Jaime Durán Barba.

Las comparaciones con el estallido de 2001 parecen insuficientes. “No existe una relación automática entre crisis económica y acumulación política en el espacio opositor”, como indica Andrés Fidanza. Lo que de fondo impulsa esa analogía es una caracterización histórica y contenciosa de una sociedad argentina sindicalizada que no parece seguir vigente. Por otro lado, quien gane la contienda electoral se va a encontrar con un escenario micro y macroeconómico complejo y un campo de maniobras que a priori se sospecha limitado. En tres años el PBI registra una caída mayor al 18%, el desempleo ya pisa los dos dígitos, la pobreza creció y ronda el 34%, la inflación acumulada es de 158% y los pronósticos más optimistas esperan que en 2019 se mantenga por debajo del 30% anual. Se emitió más deuda que en toda la década que duró la convertibilidad y casi el doble que en los últimos 10 años del kirchnerismo. El total de dinero fugado roza los 70 mil millones de dólares y es el más alto desde el 2002. Esta combinación entre deuda exorbitante, vencimientos concentrados en muy poco tiempo y menores recursos para pagar despierta dudas en los inversores. ¿Qué posibilidades reales tiene el país para hacer frente a sus compromisos? Algunos economistas ya vaticinan un nuevo default.

Sumar peras con manzanas

Dentro del abanico opositor, ni el gran frente conformado por la izquierda, ni el peronismo mezquino de Alternativa Federal, ni alguien como Alfredo Olmedo parecen tener chances reales de llegar a la presidencia. Entonces, ¿alcanza la voluntad dialoguista de Cristina Fernández con sectores del PJ y los gobernadores peronistas, el acercamiento de “Pino” Solanas al kirchnerismo, la ruptura de Felipe Solá, Victoria Donda y Facundo Moyano con Sergio Massa, las buenas intenciones acaparadoras de Roberto Lavagna, los inesperados halagos de Juan Grabois y las tibias reivindicaciones alfonsinistas que intentan cooptar a un sector nostálgico del radicalismo para construir un nuevo poder? Después de tres años ininterrumpidos de disgregación, vanidades y recelos, ¿hay indicios de que el proceso inverso —y apurado por las circunstancias— despierte confianza en el electorado por fuera de las meras ambiciones de la militancia? Y en el caso hipotético de un triunfo, ¿qué chances reales de gobernabilidad tendría esta alianza que —a riesgo de no enamorar— detenta posibilidades dudosas de cambiar el rumbo económico acechado por pronósticos apocalípticos?

La matrix de la grieta

Macrismo y kirchnerismo son dos identidades políticas nacidas con la crisis de 2001 que operan como una actualización de viejas tensiones históricas dentro de la clase media. Sin embargo, al momento ningún candidato concentra más de un tercio de los votantes y el menú parece girar en torno a un plato recalentado. Como una simulación virtual que sirve para ocultar la apatía, la desintegración y la desconfianza, la grieta opera en redes y medios como si el único escenario electoral posible fuera —otra vez— un ballotage entre Cristina y Macri. Cristina mantiene un nivel importante de rechazo aunque al mismo tiempo es la candidata opositora que más votos retiene, mientras que Macri es el principal responsable del deterioro de la situación económica de la mayoría de los argentinos, aunque aún parece ser la única opción fuerte sobre la que descansa el antiperonismo.

Una pregunta que sí vale la pena hacerse es cuánto influye en el imaginario social la sensación de que el mundo va mal y la Argentina no puede permanecer aislada de ese devenir, lo que para un sector que va desde los desencantados al núcleo duro del oficialismo, le sacaría mágicamente peso a las malas decisiones, como si fuera un problema de suerte. También sorprende el alto porcentaje de indecisos que permanece soslayado de la polarización: entre un 20% y un 30%, que para algunos especialistas podría trasladarse al voto en blanco.

La metamorfosis de la “mayoría”

Esa “mayoría” a la que se dirigen los políticos sigue siendo la clase media. Heterogénea e inestable, acostumbrada a sufrir transformaciones, también es una entidad aspiracional y un asunto de autopercepción. Mientras que el 80% de los argentinos se percibe como integrante de la clase media, solo pertenece, como mucho, un 45%. “En Argentina, la identificación de las mayorías con la clase media no sólo se produce desde abajo hacia arriba (sectores relegados que se imaginan miembros de este gólem simbólico) sino también en sentido inverso (sectores beneficiados que no se hacen cargo de su estatus)”, indica Hernán Vanoli en ¿Qué quiere la clase media?

¿Y qué pasó con esa clase media real e imaginaria desde el último año de Cristina en 2015 hasta este 2019 con Macri? Mientras que la clase media alta no sufrió cambios significativos, la clase media típica se redujo, aumentó la clase media baja (llamados “nuevos pobres” o “clase baja superior”) y también la indigencia, es decir, la cantidad de pobres que está por debajo de la línea de pobreza. Llegados a este punto, ¿en qué se convirtió la utopía reciclada de la meritocracia donde cada individuo se suponía capaz de traccionar su progreso en base al esfuerzo, con un mercado mucho más desregulado y concentrado que no atrajo las inversiones prometidas ni generó empleo de calidad? ¿Quién representa a ese sector empobrecido que, cansado del kirchnerismo, decidió votar a Mauricio Macri y hoy se siente como mínimo desilusionado? ¿Pertenece a los indecisos que amenazan con votar en blanco o también podría estar representado por alguien que no se mide en las encuestas? ¿De dónde surge el optimismo de los analistas que se atreven a afirmar que Cristina ganaría en segunda vuelta?

Las organizaciones sociales y la otra grieta

Aliado y nexo del Papa Francisco, Juan Grabois es uno de los dirigentes sociales que consiguió mayor protagonismo en los últimos tiempos. Fundador y referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), que nació con el crecimiento de los cartoneros en 2002, y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), que se formó en 2011, cuando la economía estaba estancada, el kirchnerismo había perdido parte de su hegemonía cultural y se encaminaba a profundizar la grieta a través de una batalla mediática con programas como 678. Hacia fines de 2017, cuando el apoyo vituperado a Cristina todavía no existía y mantenía una postura crítica, Grabois decía en una entrevista que el macrismo “no era el enemigo”, que “no es nada demasiado distinto a lo que ya había” y que “tanto el gobierno anterior como el actual lo que hacen es gestionar el descarte social”.

Para Grabois la verdadera grieta es la fragmentación creciente entre el trabajador asalariado con ingresos que lo asimilan a la clase media y el excluido. Este diagnóstico parece coincidir bastante con la nueva anatomía de la estructura social, donde lo que más crece es la informalidad del rebusque triste o el miedo al desempleo. ¿Cómo se explica entonces este cambio repentino del dirigente social dirigido ahora hacia un extremo de la polarización? Su organización, que con menos presencia y peso en los medios negocia planes permanentemente con Carolina Stanley en Desarrollo Social, se convirtió en un engranaje fundamental de la gobernabilidad latente del oficialismo. Y el gobierno, a su vez, parece ser muy consciente de esta situación, y se empeña en seguir machacando con el sacrificio que debería hacer la sociedad, un mensaje que a esta altura solo puede ser bien recibido por los sectores de la pirámide social que aún gozan de buena salud. A modo de ejemplo, sirve la indignación que produjo la presentación que emitió el Ministerio de Producción hace unos días, al tratarse de un esquema social en el cual unos pocos rubios de traje sostenían con su laburo a un montón de mestizos.

Mientras tanto, ni asustar con el fantasma venezolano, ni con la promesa de mano dura, ni con la persecución judicial ni con las notas de Clarín o La Nación, que intentan tapar la crisis con disparates que ya se confunden con El Mundo Today, parecen herramientas eficaces para mejorar la imagen del gobierno. Y del lado opositor, tampoco parece suficiente el discurso economicista, los reencuentros entre figuras del peronismo, las teóricas reconciliaciones o los plenarios que no convocan más que a los militantes de siempre. A esta altura, parece que la elección de 2019 no la definirá la adhesión que genere alguno de los candidatos, sino la acumulación de rechazo que ninguna movida táctica de último momento haya logrado desestabilizar.

El invierno ya llegó

“Winter is coming”, la frase famosa de Game of Thrones, fue la muletilla usada miles de veces para delinear las consecuencias de los coletazos que dejó la crisis económica mundial de 2008 “que aún sigue viva y entre nosotros”, como dijo Yanis Varoufakis. Y el invierno, otra vez, está cerca, aunque Macri y su equipo, por impericia, prepotencia, exceso de optimismo, cinismo o todo eso junto, parecen no verlo. Para despertar alguna ilusión, mientras tanto, si la oposición triunfa con Cristina como candidata o aliada, tal vez ya no sea posible prometer la vuelta a una Argentina como la que dejó el kirchnerismo en 2015. Pero sí tendrá que construirse algún recurso para salir del pozo en el cual nos hemos metido////PACO