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Dice Carvalho, el emblemático personaje de Manuel Vázquez Montalbán, que los únicos lectores de los escritores deberían ser los mismos escritores, y puede que tenga razón. Hay ciertos libros que parecen no tener lugar en la lógica de lectura actual. Ese es el caso, entre muchos otros, de Guerra y paz, la novela más emblemática de la literatura rusa, escrita por León Tolstói e imprescindible para quien quiera, aunque sea de una forma vaga, hablar de “literatura universal”. A simple vista, la frase de Carvalho es solo una provocación, muy propia de él. Pero de su afirmación también podríamos derivar lo siguiente: nadie que se precie de ser escritor puede no ser un gran lector. Y entonces estaríamos en consonancia con no pocos escritores, incluso con el mismo Tolstói y con toda su prole literaria, que llega hasta la actualidad y se lee en todos lados.
Pero, ¿por qué alguien abordaría hoy un libro que tiene casi mil páginas, un centenar de personajes y fue escrito hace doscientos años? Esa fue la primera pregunta que me surgió al terminar Guerra y paz. Religiosamente durante poco más de un mes, cada mañana, me desayunaba la actualidad de la aristocracia rusa en la época zarista, una empresa desmedida que solo pude concebir por el advenimiento de una cuarentena estricta que me dio el tiempo del que no había dispuesto antes. Y entonces al tedio y la dificultad inicial les sobrevinieron la excitación y la euforia. Una vez alcanzado el ritmo de lectura (leer es como hacer deporte, con la constancia es cada día más fácil) y ya divisados los personajes y las líneas argumentales, la novela se convirtió en una obsesión. Guerra y paz es uno de esos libros que, al terminarlo, se desea que todo el mundo lo lea, de ser posible, al día siguiente. Pero la pregunta se impone de nuevo: ¿por qué alguien leería Guerra y paz?
La novela cuenta la historia de cuatro familias de la aristocracia zarista: Bezújov, Bolkonsky, Rostov y Kuraguin, y está ambientada durante las invasiones napoleónicas a Rusia, lo cual propone dos grandes escenarios: el campo de batalla (descripto con una belleza que asombra) y los grandes salones, donde reina la frivolidad y las discusiones de orden político y filosófico junto con los asuntos de familia, las herencias y los casamientos. La trama principal está sostenida por tres personajes de diferentes familias: Pierre Bezújov, una persona racional poco dado a la vida social; el Príncipe Andréi, un hombre seductor que combina la acción y la inteligencia de igual manera que la galantería y los modales refinados, y Natasha Rostova, una joven bellísima que se diferencia del resto de los personajes femeninos en carácter y perspicacia. Tolstói va a construir con ellos un triángulo amoroso que va a funcionar como guía a lo largo del libro, y desde este punto de vista, Guerra y paz se puede leer como una novela centrada en el amor, los celos y el desengaño. Sin embargo, el libro está lejos de agotarse ahí. Así que voy a intentar ofrecerles, por lo menos, tres puntos de vista que hacen de su lectura un proyecto menos devastador.
Guerra y paz, si bien no la primera, es una de las referencias más relevantes a la hora de abordar la novela histórica (y seguro es la más leída). El contexto de época, los sucesos más importantes (la batalla de Austerlitz, entre otras) y un bueno número de personajes (Napoleón, el zar Alejandro o Pushkin) son tomados directamente de la realidad, pero Tolstói no los utiliza como decorado de su trama sino que, por el contrario, los piensa, los describe y los analiza en un entramado polifónico que incluye algunas indagaciones a lo más profundo de su conciencia. Todo eso, también, es Guerra y paz: una novela documentada que da cuenta de una era fundamental de Occidente, con la guerra patriótica de 1812 (el probable inicio de la decadencia francesa), el incendio de Moscú (todavía puedo imaginar a Pierre caminando por la ciudad en ruinas) o el largo exilio de la familia Rostov. La trama alcanza una fuerza arrolladora, al tiempo que la historia va marcando su pulso. Y todo se lee como si realmente hubiese sucedido de esa forma, es decir, como si no existiera distancia entre la historia y la literatura, e incluso como si siguiera sucediendo todo el tiempo.
Pero el autor no se conforma con realizar una pintura histórica. Entre las largas descripciones del campo de batalla y los detalles costumbristas, Tolstói se presenta, además de como uno de los más grandes novelistas de su generación, como un gran pensador. Para esto no solo utiliza la posición y la templanza de cada personaje exponiendo sus ideas políticas y filosóficas. Hay, también, capítulos enteros donde introduce su pensamiento en primera persona, a través de ensayos que lejos de molestar en la trama, fluyen y acompañan de una forma armónica, e incluso iluminan conceptos fundamentales de toda su obra: el poder, la libertad, el sentido del devenir histórico. Lo que leemos no se trata únicamente del nihilismo del Príncipe Andréi o la masonería de Pierre y sus discusiones, que sin dudas tienen un valor excepcional; también está el pensamiento del autor, que proyecta lo que más adelante será su anarquismo cristiano y su lectura de la historia. Tolstói remarca a cada momento que no son los grandes hombres aquellos que mueven el mundo, si no los miles de anónimos que les dan profundidad a sus vidas. Los personajes más insignificantes, con su entramado social a cuestas, mueven a los grandes hombres. Esa es su forma de hacer historia. Y ahí está, también, su valor filosófico.
Por supuesto, esto no borra algunas de las dificultades. Viajamos por la primera mitad del libro sin hacer pie, los nombres se nos confunden, los personajes tardan en tomar forma. El proyecto de leer Guerra y paz, si uno no está preparado o no mantiene la voluntad suficiente, puede ser sumamente frustrante. Pero la novela ofrece su propia explicación para esto: la forma de retratar a un pueblo y su historia no se puede hacer desde un solo punto de vista, y es por eso por lo que mucho de que leemos hoy como “literatura del yo” difícilmente pueda dar cuenta del tiempo que vivimos. Más bien crea personajes que logran o no empatizar con su lector, y si lo hacen, bajan una especie de “verdad individual”. O mejor, reafirman el pensamiento de quien los lee, y ahí encuentran su público. Tolstói, en cambio, construye centenares de pensamientos que se encuentran, discuten, evolucionan y se reconcilian. Así se perfila una historia colectiva que va desde los más grandes personajes de su tiempo hasta los campesinos anónimos de la estepa. Y creo, gracias a Tolstói, que esta es la única forma de narrar la historia de un pueblo.
Pero esto no tendría el mismo resultado si no hubiese un estilista capaz de remendarlo y ordenarlo. La literatura, a diferencia de la historia o la filosofía, busca ante todo un valor estético, y Guerra y paz es la gran obra del siglo de oro ruso y una de las más importantes de la literatura occidental. Todo cuanto leemos tiene origen, algún maestro, algún eslabón que empieza con Guerra y paz. En lo personal, la literatura que amo comienza en ese siglo, con la gran tríada: Tolstói, Dostoievski y Chéjov. Donde indague, siempre llego a Rusia. Ahora bien, ¿es solo por esto que Guerra y paz resiste al tiempo?
A pesar de los años, la distancia, la diferencia cultural, los problemas estructurales, los cambios sociales, la URSS, el capitalismo, la globalización, la revolución tecnológica, los nuevos formatos de difusión… la novela y su historia siguen vigentes. Este hecho es tan empírico que Guerra y paz fue uno de los libros más leídos de 2020 (la escritora china, Yinyun Li creó un club de lectura bajo el hashtag #tolstoitogether con más de tres miles lectores), lo cual vuelve a dar cuenta de su magnitud, pero no lo explica. Para Alan Badiou, un acontecimiento no es meramente un suceso importante o significativo en la historia; el acontecimiento es un quiebre en el orden de los eventos. En este sentido, la novela de Tolstói se impone porque logra ser constantemente: sigue enseñando una forma de escribir y una forma de pensar, y eso es posible porque los clásicos, los grandes pensadores, no resisten al tiempo, lo construyen.
Nosotros, por otro lado, somos herederos de esos hitos. Leemos como leemos porque el autor ruso, sin saberlo, marcó la literatura para siempre. Por placer o conocimiento, para comprender, hay que ir al comienzo. No es una empresa fácil, creo que está claro. Háganse tiempo y lugar, y dispónganse para descubrir una de las novelas más importantes de la historia universal. Quien quiera entenderlo mejor solo tiene que abrir el libro en la primera página:
-Entonces qué, príncipe, Génova y Lucca se han convertido en nada más que propiedad de la familia Bonaparte. No, a partir de ahora le digo que si no me dice que estamos en guerra y si se permite atenuar todas las infamias y todas las atrocidades de este Anticristo (pues estoy segura de que él es el Anticristo) ya no le concederé, ya no lo consideraré amigo mío y ya no será mi fiel servidor como usted se llama a sí mismo…////PACO
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