Política Internacional


Por qué Colombia podría elegir a un presidente de izquierda (si no lo matan antes)

 

Colombia está por encarar las elecciones más atípicas de su historia. Por un lado, serán las primeras tras la firma de la paz con la guerrilla de las FARC. Y, además, en la carrera por la presidencia está en segundo lugar un candidato abiertamente izquierdista: Gustavo Petro. Pero, ¿cómo ocurrió esto en el país de Álvaro Uribe Vélez? Cualquiera que tenga cierto conocimiento de la historia política de la tierra que vio nacer a Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura y amigo de Fidel Castro, reconocerá que nunca ha habido (ni por asomo) un gobierno de izquierda. Más aún, tales tendencias ideológicas han sido rechazadas durante mucho tiempo por buena parte de la población, como si se tratase de una invitación a contraer lepra. El dato no es menor, y parece contrastar con un panorama regional que en décadas recientes vio asumir el poder a figuras con discursos de izquierda moderada tan disímiles como Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, José Mujica en Uruguay y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, así como también mandatarios más radicalizados como Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela o Evo Morales en Bolivia.

En la carrera por la presidencia está en segundo lugar un candidato abiertamente izquierdista: Gustavo Petro. Pero, ¿cómo ocurrió esto en el país de Álvaro Uribe Vélez?

A diferencia de lo acontecido en países vecinos, lo que marcó a Colombia no fueron los crímenes cometidos por dictaduras militares —apenas hubo un régimen de ese tipo, a cargo del General Rojas Pinilla, y no fue sanguinario— sino la encarnizada batalla interna durante más de 50 años entre dos bandos: las guerrillas, aliadas a los carteles del narcotráfico, y el ejército nacional, ayudado extraoficialmente por grupos paramilitares (las AUC). Esto posicionó a las guerrillas como el referente de la izquierda en el imaginario popular, y produjo al mismo tiempo una “satanización” de las reivindicaciones de corte progresista, una caracterización, por supuesto, alentada con astucia por los líderes derechistas colombianos que aún se aprovechan de aquello para perpetuarse en el poder. El efectivo cóctel que combina lo peor de la historia nacional reciente con los desastres del “Castro-Chavismo” en la cercana Venezuela ha llevado, hasta ahora, a una parte del pueblo colombiano a pensar así: más vale estar del lado de los que prometan más fusiles para acabar con los rebeldes y de quienes nos mantengan lejos de convertirnos en Venezuela. Sin embargo, algunas fichas del tablero han cambiado. Con la llegada oficial del “posconflicto”, que implica el cese definitivo de las hostilidades por parte de ambos bandos y la reinserción a la sociedad de ex combatientes, si bien Colombia no se ha convertido en una tierra idílica, al menos dejó atrás los tiempos en que la guerra era la única superestrella en su agenda política. Como han señalado algunos analistas, las FARC eran el árbol que tapaba el bosque de la corrupción. Y no solo ese.

Si bien Colombia no se ha convertido en una tierra idílica, al menos dejó atrás los tiempos en que la guerra era la única superestrella en su agenda política.

Desaparecida la violenta cortina de humo y balas, también han quedado al descubierto problemas estructurales urgentes, como los astronómicos índices de pobreza, el atraso agro-industrial, la crisis ambiental y otras situaciones propias de un país tercermundista, o, como algunos prefieren decir, “en vías de desarrollo”. Porque, si bien los colombianos tenemos claro que no hacemos parte del Primer Mundo, sí existe en cierta población la infundada creencia de que estamos mejor a nivel general que otros países vecinos, como Perú o Bolivia (cuando la realidad es que ambas naciones, sobre todo la liderada por Evo Morales, han tenido mayor crecimiento durante esta última década que la nuestra, y los números del PBI per cápita de cada uno así lo demuestran). De hecho, el discurso optimista de los que han ostentado las riendas de la patria por décadas se cae con datos tan cruciales como este: según cifras oficiales de Naciones Unidas, Colombia es el tercer país con mayor desigualdad en el mundo, superado solo por Haití y Angola. Tiene sentido, entonces, que quienes nos hemos percatado de la situación —y no somos pocos— queramos ahora apostar por el candidato más comprometido con un orden social mínimamente equitativo. En este contexto, el año 2018 parece un momento bisagra en el cual el Estado abandona al fin sus tareas meramente policiales, al mismo tiempo que los colombianos comienzan a exigirle que se convierta en el Estado Social de Derecho que promete ser desde la bellísima (e inaplicada) Constitución Política de 1991.

Gustavo Petro, que militó en la guerrilla del M-19 pero también se formó como economista en una prestigiosa universidad privada de Bogotá, se ha abierto paso en las encuestas.

En medio de este clima, Gustavo Petro, que militó en la guerrilla del M-19 pero también se formó como economista en una prestigiosa universidad privada de Bogotá, se ha abierto paso en las encuestas. Su perfil resalta por un carácter férreo, incluso un tanto arrogante, y por un gran poder de oratoria que desafía a adversarios y propone ideas innovadoras. Luego de abandonar las filas del M-19, Petro se incorporó a la vida pública ocupando diversos cargos. Desde su escaño como senador denunció escándalos como el de la “para-política” y la “FARC-política”, entre otros casos de corrupción que involucraban a actores del conflicto armado. Después, en 2011, al ser elegido como Alcalde Mayor de Bogotá, tuvo la oportunidad de pasar de la crítica a la acción, e implementó medidas de corte socialdemócrata y ambientalista, incluyendo derechos para las clases sociales más bajas y minorías como la comunidad LGBTI y los drogodependientes bajo el lema “Bogotá Humana”. De cualquier forma, es curioso que a pesar de que en sus discursos Petro niega al “socialismo radical” como una opción viable en tiempos globalizados, y en cambio propone un “capitalismo eficiente” con una base productiva en el sector agro-industrial, uno de los mayores ataques de sus rivales consista en señalarlo como una suerte de “Hugo Chávez en pañales”. Al cuestionarse su relación con Nicolás Maduro, por ejemplo, Petro contestó de forma tajante durante una entrevista televisada que tanto Santos como Uribe se habían abrazado con el actual presidente venezolano más veces que él.

Con la eventual llegada de Duque al poder, Uribe podría hurgar en viejos resentimientos y reanudar un conflicto que los colombianos hemos pagado caro.

Otro aspecto llamativo de su plan de gobierno es que se encuentra bastante alejado de la fiebre extraccionista y la dependencia del petróleo que marcó a la economía venezolana de estos últimos tiempos. De hecho, Petro se declara en contra de técnicas como el fracking y la minería a cielo abierto. Por otra parte, otra de sus propuestas es convocar a un referendo para reformar el vetusto sistema educativo del país, cuya calidad deja mucho que desear (según demuestran pruebas internacionales) así como también el devastado régimen de salud pública y la rama judicial, logrando un tránsito a lo que él augura como “la era de la economía productiva”. Mientras tanto, Iván Duque, su contrincante principal, se presenta como una figura tibia y con poca personalidad pero con el espaldarazo (que para muchos lo reduce a un títere) del belicoso y ultraderechista expresidente Álvaro Uribe, el más obstinado opositor al proceso de paz que su sucesor, Juan Manuel Santos, logró transformar en el desarme oficial de las FARC. Y ahí radica, precisamente, uno de los grandes miedos de quienes preferimos optar por un candidato a favor de mantener el tratado de paz como Petro: sospechamos que, con la eventual llegada de Duque al poder, Uribe aproveche para hurgar en viejos resentimientos y consiga reanudar un conflicto que tan caro hemos pagado, no sólo en términos de dinero, sino de dolor y sangre. Por otro lado, con los resultados electorales de comienzos de este mes a la vista, desde lejos se pueden oír los rugidos angustiados de la derecha. Incluso periodistas uribistas como Vanesa Vallejo han sacado conclusiones como esta, en una columna titulada “El equivocado triunfalismo de la derecha colombiana: “No estamos ni cerca de ganar la presidencia en primera vuelta, y una unión de la izquierda podría ser fatal para la derecha”. Para responder a la inquietud de Vanesa (y de paso la nuestra), habría que pensar qué tan probable es que partidos de centro e izquierda, como el Partido Liberal, el Verde y el Polo Democrático (al que Petro alguna vez perteneció), entreguen su apoyo en una segunda vuelta. Por el momento las aguas están divididas y, a la espera de dar pelea en la primera ronda, los líderes de cada escuadrón no se atreven a afirmar a quién le cederían sus votantes. Pero otro será el cantar en vísperas del 17 de junio, cuando deban decidirse entre los dos candidatos que pasen a la segunda vuelta.

¿Podrá Petro vencer el fantasma del “castro-chavismo” y demostrar que el desarrollo social puede llegar bajo su liderazgo a Colombia? Y si eso llegara a ocurrir, ¿vivirá para contarlo?

Mientras tanto, el panorama es el de una creciente polarización entre petristas y duquistas, aunque el apellido que suelen gritar sus votantes durante los mítines de este último no sea el suyo sino el de su mentor, Álvaro Uribe.  En todo caso, si Petro logra que lo acompañen los otros partidos anti-derecha, estaría cerca de provocar un hecho histórico: una Colombia liderada por un ex guerrillero reincorporado a la vida democrática, un gesto que podría simbolizar la reconciliación definitiva de un Estado que lleva casi dos siglos en guerra consigo mismo. Pero aún resta otro factor delicado. “¿La muerte es el motor de la historia en Colombia?”, se preguntaba de forma premonitoria Jaime Garzón, humorista y periodista bogotano meses antes de que lo asesinaran tras denunciar un sinfín de enredos de corrupción y violencia. Teniendo en cuenta los antecedentes nacionales, la mayor preocupación de algunos, incluso de él mismo, no es solo si Petro va a ser capaz de superar a un rival sin carisma propio, sino más bien si podrá asegurar su supervivencia durante la campaña. Lo cierto es que, hace poco, sufrió un ataque en la ciudad de Cúcuta, donde le dispararon al auto en el que se movilizaba antes de brindar un discurso en una plaza. Y no puede ignorarse que en el país donde se ostenta un lúgubre récord en asesinatos a tiros de vitoreados candidatos presidenciales, las probabilidades no lo favorezcan. Con la herencia traumática de un pasado guerrillero en su haber y las promesas inéditas de una izquierda progresista en el poder, ¿podrá Petro vencer el fantasma del “castro-chavismo” y demostrar que el desarrollo social puede llegar bajo su liderazgo a Colombia, tal y como Evo Morales lo hizo en Bolivia? Y si eso llegara a ocurrir, ¿vivirá para contarlo?///////PACO