Escribí hace exactamente un mes en esta misma Revista Paco dando por hecho que Brasil sería coronado campeón de su mundial. Para dar el pronóstico tuve en cuenta una serie de factores arbitrarios y caprichosos relacionados con el uso de una jerga vagamente sociológica. Como todos ahora sabemos, me equivoqué de forma asquerosa. Afortunadamente, el beautiful game es mucho más impredecible y bello que las provocaciones edulcoradas que un humilde servidor puede hacer “en las redes sociales”.

A pesar de esto, hace aún más tiempo, en Noviembre de 2013, sí predije correctamente el colapso psicológico brasilero cuando escribí sobre Eike Batista y la quiebra del conglomerado EBX, la más grande de la historia. Con siete u ocho meses de diferencia, las historias personalísimas y colectivas de Eike y el 7 a 1 descubren las grietas en el relato de la gran nación latinoamericana forjada durante los últimos quince años en el petróleo, el acero automotriz y el humo.

Lo cierto es que Brasil jamás iba a ser ser hexacampeón por sus propios traumas y los fantasmas de su hipertrofia. Lo vaticiné correctamente y se cumplió.

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Hace unas semanas circuló en internet un artículo del economista y coach Alex Couto Lago. Ya no está más subido o al menos no pude encontrarlo, pero la idea era que Brasil 2014 entraña un cambio de paradigma.

Esto ya se ha dicho y lo cierto es que los acontecimientos en el mundo del fútbol se han acelerado tanto en el último tiempo que estamos mudando paradigmas cada cuatro años. Basta recordar los ganadores de los dos últimos, Italia en el 2006 y España en el 2010, para confirmar esta sensación. Más allá de eso, el 2014 trae una certeza un poco menos ingenua: que es hora de pensar en la arquitectura psicológica, mental, de los grupos antes que en los dibujos tácticos.

Tal como aparece descrito en el libro Palabra de entrenador, de Orfeo Suárez, uno de los que mejor ha entendido el “nuevo paradigma” es José Mourinho, con esquemas tácticos simples y un alto manejo de vestuario. Ibrahimovic dijo de él, por ejemplo, que “me hizo obtener lo mejor de mi mismo. Creo que tiene una psicología especial con el jugador. Es un ganador del día a la noche”. O Materazzi: “Ha sido como un padre para mí. Es el mejor entrenadorque he tenido. No tengo ninguna duda. Hizo campeón al Inter y a mí me hizo sentirme importante.”. O Zanetti: “Es un verdadero estratega que sabe comunicarse muy bien con sus jugadores. Esa es la gran diferencia, su modo de hablar y de relacionarse. Me sorprendió el talento que tiene para dirigir un grupo.”

En paralelo, hoy escuché a Alejandro Fabbri decir “creo que es hora que los periodistas de deporte dejemos de hablar de dibujos tácticos”, que como constatación es ociosa, lenta y mala leche. Si la Argentina ha sabido tener una virtud fue la de estar mentalmente fuerte, aún cuando el show de ex gordos de TyC Sports, TN y Clarín, la epifenomenología del paganismo pantriste, le seguía pegando a Sabella incluso hasta bien pasado el rubicón.

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Ahora que ya sabemos esto, sin embargo, podemos confirmar por qué Brasil nunca iba a ser hexa: mentalmente el grupo estaba desbastado. Incluso con Neymar en cancha, el derrumbe mental se percibía en los llantos reiterados y desconsolados de un equipo que frente a instancias de definición no era capaz de sostener la integridad. El corolario fue que Alemania, un equipo sin dibujo táctico porque atacan todos y defienden todos, le hizo siete y lo humilló para la historia, hecho que los propios brasileros, acosados por sus traumas ignoran, al hinchar por los europeos en la final del domingo, confirmando para siempre la debacle de su identidad tercermundista (no solo el fin del jogo-bonito sino la hipertrofia del sueño de potencia económica continental).

Argentina, entonces, es un justo finalista porque demostró antes que todos que surfea el nuevo paradigma. Que se le recrimine su falta de claridad táctica es ocioso y necio. Logró, finalmente, un grupo psicológicamente sólido, capaz de aguantar los momentos de presión y resolverlos en su favor, cosa que no había demostrado ningún plantel argentino en ningún mundial entre el 94, cuando la tragedia del Diego se convertía en nuestro más grande complejo de inferioridad, y el 2010, cuando la mística maradoniana fue insuficiente por su propia condición sospechada.

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Holanda, entonces, que tuvo el grupo más fácil del mundial, con una débil España que volvía al fin a ocupar su rol histórico de eterna intrascendencia futbolística luego del error de Sudáfrica, un Chile apenas digno que hace culto al fracaso desde el momento en que fessteja como proeza nacional una pelota en un palo y que eso sin lugar a dudas lo condena a ser eternamente el equipo más débil de Latinoamérica, tenga los jugadores que tenga, y Australia, un equipo acaso fuerte en rugby, se quedó donde el destino se lo tenía fijado de antemano, semifinales, cumpliendo su eterno rol de cebollita.

En este escenario Argentina irá el domingo a enfrentar a una Alemania ganable, perdible, empatable, lo que sea, pero recuperando definitivamente aquello de lo que habíamos sido desangelados: la mentalidad ganadora, lo único que puede hacer que jugadores mediocres se transformen en cracks y queden en la historia/////PACO