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Una réplica a “El pálido género negro”. Polemizar con Juan Terranova es, con toda seguridad, uno de mis emprendimientos más torpes. No tengo ni la preparación ni la inteligencia para hacerlo, pero no es esto lo que me preocupa, sino el valor de su obra narrativa, que sigo y admiro. La adulación no siempre es efectiva, pero sí inevitable. Por eso, le diría a mi verdugo que no hay como el filo de su hacha, y no mentiría.

Esta será, a fin de cuentas, una más de las tantas gestas en la que me sé derrotado desde el inicio. Una suerte de recreación de David y Goliat donde me toca ser el gigante y espero, con fascinación, la piedra que termine con mi vida. Si yo fuese una persona inteligente, pienso, no haría esto. Menos, objetaría dos o tres cosas al artículo “El pálido género negro” en el que Terranova arremete contra el policial argentino.

Dicen que cuando Chester Gould creó a Dick Tracy tuvo un gravísimo problema: la violencia de su sociedad era tan fuerte que le resultaba imposible competir con ella.

Soy un escritor de policiales. Me gusta el título, porque me costó ganarlo. No reniego, pero tampoco lo considero la cucarda ganadora. Es una forma de mercantilizar lo que produzco –sí, he hecho referencia al mercado y a la producción; es lo que hay–. Reconozco que la crítica de Terranova al policial es justa: hay pocas novelas argentinas de género en donde la policía tenga un valor relevante. Supongo que es correcto pensar que esto no se debe tanto al desinterés de los autores como a una imposibilidad real de ficcionalizar lo que la realidad ya ficcionalizó. Sin embargo, mi caso es diferente: el detective que protagoniza las novelas de la serie Gillette pertenece a la bonaerense. Es, además, un ser increíble en el sentido más transparente del término. De cartón pintado, si se quiere. No hay en lo que hago pretensión de realidad y, aunque en todos los manuales del género se niega esta posibilidad, trato de escapar a esta simplificación. Escribo una serie policial con el esquema tan clásico del investigador y su ayudante que además es, como para caer en todos los lugares comunes, el narrador. Cultura popular, eso es lo que parecen mis novelas.

Dicen que cuando Chester Gould creó a Dick Tracy tuvo un gravísimo problema: la violencia de su sociedad era tan fuerte que le resultaba imposible competir con ella. Optó por el camino de la ficcionalización extrema, del grotesco, casi de la caricatura. Dejó el verosímil para la realidad y se quedó con la pureza de la ficción y de la violencia. Esta es, un poco, mi opción: el plagio evidente, del cartón pintado, de los giros folletinescos. Un camino que, si llega a la realidad, lo hace no por imitación, sino por distorsión. Será por eso, se me ocurre, que puedo enfrentarme a la mafia de los patas negras.

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Le diría a Terranova –si tuviese el coraje para hacerlo, pero no es el caso– que comete el error de empaquetar al vacío a escritores, como diría Bioy, “positivamente diversos”. Escritores que, además, no se ponen de acuerdo con la forma adecuada de definir al género. Tal vez, se me ocurre, ni siquiera les importe. Criticar el conjunto es de buen crítico; por eso, pocas veces resulta certero. Me molesta, como a Terranova, la indefinición del género negro. Engloba cada vez más y, puestos a considerar, gran parte de la literatura argentina podría considerarse negra. También, de la narrativa contemporánea. O de la medieval. O de la antigua. Lo que resulta, coincido, un poco mucho. De todas formas, afirmo una vez más: no es mi caso. Yo escribo innegables policiales y soy, ajustándome a la definición de Terranova, uno de los pocos. Blanco, negro o rosa. Tal vez mi daltonismo me impulsa a la imprecisión. En cualquier caso, no es más grave que el de Terranova.

Hay algo sí me disgusta, y mucho, del artículo: pegarle a alguien que es a todas luces un Papá Noel porteño me parece un desatino. He visto en shoppings y jugueterías Santa Claus que deberían sentir vergüenza ante Juan Sasturain. Es, claro, un prócer del género. Por eso, tiene el problema del bronce: está el que lo venera, el que lo racionaliza, el que lo desprecia y el que lo vende –aunque hoy cotiza más el cobre–. Lo de Guillermo Martínez me parece correcto –me refiero a lo que escribe y también a lo que sobre él sostiene Terranova–. Rodolfo Walsh es intocable por motivos que no vienen al caso, así que prefiero omitirlo de esta reflexión.

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Al margen de esto, no rompo lanzas por nadie: que cada cual se defienda como pueda, si es que se siente atacado o quiere hacerlo. En cualquier caso, Terranova da en el blanco más de una vez. Vuelvo a lo mismo: hay un acierto crítico en poner a todos en la misma bolsa que merece mi elogio. Y pienso, también, que pegarle a los que más venden es, en última instancia, una forma de entregarse al imperio de mercado. La riqueza, me parece, a veces está en lo oculto antes que en lo manifiesto. ¿Digresiones? Claro, digresiones. Queda por dilucidar lo más relevante: por qué escribo los policiales desteñidos que Terranova parece despreciar. La respuesta que voy a dar puede sonar –es– banal: porque me divierte.

Hay un acierto crítico en poner a todos en la misma bolsa que merece mi elogio. Y pienso, también, que pegarle a los que más venden es, en última instancia, una forma de entregarse al imperio de mercado.

Hay quienes piensan que el goce debe resguardarse para ambientes más íntimos y menos populosos que el mercado editorial. Yo creo, siempre he creído, que no debe ser así. Mi placer –uno de ellos – está en escribir policiales. Decirle esto a quien, como Terranova, se define como crítico literario puede parecer un insulto. En mi caso, ni las ¿ventas? ni la ¿fama? son los motores para esta actividad. Si algún día llegan, las recibiré con los brazos abiertos, como haría cualquiera, o al menos, cualquiera tan mezquino como yo. Escribir policiales es un juego en el sentido más profundo del término. Es volver a un poliladron donde la moral es difusa: se puede ser ladrón y después policía. Las alternancias no importan; por el contrario, suman, porque hacen a la propuesta. Y esto, lejos de ser frívolo, entraña la profundidad que, desde lo lúdico, le atribuyo al policial. Esta es mi pobre argumentación. La logré sin mencionar a Chandler, a Hammett y al Corto Maltés, porque soy todo menos progresista y además, nací en los setentas y fui un módico rebelde en los noventas//////PACO