Por Isabel Alves Penna
I
Acá ando. Hace casi una década que vivo en Buenos Aires. Como soy hija del mundo (por continentes varios: culturas, espumas de gente y sirenas… estuve navegando), harta también estoy de las despedidas. Si las saudades (hay palabras que no puedo traducir y no pediré perdón en bastardilla) se midieran por la cantidad de abrazos rotos y despedidas en aeropuertos, Alves Penna figuraría como postulante en el libro Guiness. Combato la nostalgia de la vida de distintas formas, y en mi piel se leen luchas y pérdidas. Recuerdos de esperanzas al borde de su último deseo. Siendo el presente elástico (conjugable con la rayuela o con los barquitos de papel) me figuro que las tensiones entre el hoy y el porvenir se las lleva el aire… De alguna ficción necesito vivir. Y no creo en la magia ciruela: soy letra viva y voy con la ruleta a la tortilla de la cuestión –y acá finalmente empieza el párrafo.
II
Como iba diciendo, brasileira soy. Aunque desafío leyes cuánticas y de seria gravedad, no tengo el color de una linda garota de Ipanema. Sé bailar samba con la pierna derecha (la izquierda tiene un ritmo aparte). ¿Maradona o Pelé? Não jogo futebol, mas torço pelo Flamengo. Los dos estuvieron con Xuxa. ¿Quién no estuvo con Xuxa? Un taxista, una vez, me pidió un autógrafo porque me creía parecida a la Meneghel. Se lo firmé y fui silbando ilari-ilari-ê. Después de esa noche de fama, nada cambia y me siguen preguntando qué tiene el hombre argentino que no tiene el brasileño, si es verdad que la macumba mata, o si la brasuca tiene mais fogo en las entrañas que la argentina histérica. En definitiva, ¿por qué Argentina y no Brasil? Difícil contestar.
III
No soy antropóloga, pero, por mi experiencia de vida, digo que a un pueblo se lo conoce por su música. Samba, pierna derecha; tango, la nostalgia de un tiempo siniestro, donde puedo inventar una Isabel plural. El suelo viene del padre, la lengua, de la madre, y todos tomamos mate. Acá construí mi propio castillo. Nunca tendré raíces, por eso floto como en un Magritte. No sé cantar ninguna lista de preposiciones: nací con la mácula de nacimiento de un turista, y en la hoguera de las saudades moriré envuelta por mi deficiente pero única memoria.
IV
Para resumirlo un poco, pintó venir a Buenos Aires. El verbo “pintar”, además de pictórico, es una excelente herramienta autobiográfica. Pintando estar acá, decidí hacer de esta comarca mi hogar. Pros y contras existen en cualquier mazdeísmo de cajita de cereal balanceado. Y si me arraigo a estas tierras, no será por los Diegos o para crear una religión en la que se sacrifiquen vírgenes baratas. Me cito: “pintó”, nada más. Las piernas las uso para vivir: yerro al compás del viento, y por acá me gusta cómo huele mi historia, teñida de tanto vasto mundo y con el color local a la vez.