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La serie Macedonio, Borges, Dick, Piglia
En 1992, Ricardo Piglia, escritor y crítico, publica La ciudad ausente, una novela de ciencia ficción que tiene como germen la persona de Macedonio Fernández, autor de culto y oculto, señalado por Jorge Luis Borges como uno de sus maestros y más fuertes influencias. Entonces, este autor es el primer término de una serie. El segundo es Borges. Y el tercero es el escritor norteamericano Philip K. Dick. Con La ciudad ausente, Piglia intenta colocarse como cuarto elemento de esta serie de escritores notables.
Macedonio Fernández fue un abogado y escritor, amigo del padre de Borges. Cuando el veinteañero Jorge Luis regresó de Europa, él y otros jóvenes tomaron a Macedonio por una especie de referente. Dice Borges en la revista El Hogar: “Es sabido que no hay generación literaria que no elija a dos o tres precursores: varones venerados y anacrónicos que por motivos singulares se salvan de la demolición general. La nuestra eligió a dos. Uno fue el indiscutiblemente genial Macedonio Fernández…”. Se reunían los sábados por la noche en el bar La Perla del Once para escucharlo hablar, lo ayudaron a publicar sus primeros libros y hasta patrocinaron su candidatura presidencial.
La vida de Macedonio Fernández se vio descolocada en esos mismos años por la muerte de su esposa. Abandonó la profesión y dejó a sus cuatro hijos al cuidado de familiares. Vagó de pensión en pensión, escribiendo una obra literaria y filosófica que no solo no se preocupaba por publicar, sino tampoco por conservar con él. Su texto más famoso es un poema dedicado a Elena de Obieta, su esposa:
Amor se fue; mientras duró
de todo hizo placer.
Cuando se fue
nada dejó que no doliera.
Ante su tumba, así lo despidió Borges en 1952: “Por aquellos años lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura…”.
La ciudad ausente tiende a la ciencia ficción metafísica y distópica. En su universo existe una máquina, creada por Macedonio Fernández, que emite historias constantemente. Las emisiones son captadas por los periódicos y plasmadas en las noticias, pero también por las personas. De a poco, lo inundan todo. Hasta los cuentos de Borges, dice en un momento la novela, salieron de la máquina. La máquina “aprende a medida que narra” y se retroalimenta. La trama de la novela, un poco caótica y velada, sigue a un periodista, Junior, que intenta descubrir la verdad, ya que el Estado (opresor y vigilante) está por desmantelar la máquina. A fin de cuentas, al Estado no le gusta la competencia en la actividad de “inventar un relato”.
Promediando el libro, nos enteramos de que la máquina fue construida por Macedonio Fernández como una forma de mantener viva a su mujer. En dos pasajes de la novela, dos larguísimos monólogos, la máquina se pregunta por su humanidad y el lector también lo hace. ¿Está dentro del artefacto, entre cables y tubos, el alma de la difunta esposa? ¿Es esa luz que titila en su pecho de metal el reflejo de un corazón que late o mera representación? Estas mismas preguntas se las hace el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick en cuentos como “La hormiga eléctrica” o en novelas como ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Dick, que antes de morir a los cincuenta y tres años, publicó treinta y seis novelas y cinco libros de relatos, encontró en la ciencia ficción un vector para sus ideas y una voz singular. Todo empezó cuando fracasó en su primer objetivo: ser un escritor realista y serio. En esta sucesión, Ricardo Piglia lo coloca después de Borges.
En un programa de la Televisión Pública Argentina emitido en 2013, Piglia analiza la obra de Jorge Luis Borges a modo de talk show: habla desde una tarima escenografiada, tiene panelistas y hasta cuenta con una grada de reidores. En la primera clase comenta “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (un cuento de Borges sobre una enciclopedia ficticia que describe un mundo imaginario y cuyo conocimiento empieza a intervenir en nuestra realidad y a transformarla) y lanza la siguiente afirmación: «Philip K. Dick tiene una novela extraordinaria del año 61 llamada El hombre en el castillo. (Él había leído “Tlön” en una revista de ciencia ficción perdida por ahí). La novela de Dick empieza diciendo que los nazis ganaron la guerra y una parte de los Estados Unidos está ocupada por Japón. Los norteamericanos están totalmente sometidos. De pronto, los personajes empiezan a hablar de una novela escrita por un hombre que vive en un castillo, una novela prohibida, innombrable. Es una novela de ciencia ficción cuyo tema es que los nazis perdieron la guerra. Bueno, eso es “Tlön”. El juego entre algo escrito (una ficción) que produce un efecto en la realidad».
No es casual que el punto de contacto que marca Piglia entre los dos autores sea “Tlön”. Es este cuento de Borges, y no otro, el que justifica la tecnología detrás de la máquina de La ciudad ausente, una tecnología más cerca de la lingüística que de la robótica. En el cuento leemos: “Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje —la religión, las letras, la metafísica— presuponen el idealismo”, y en la novela, “La lingüística es la ciencia más desarrollada en la isla”. Para escribir La ciudad ausente, entonces, Piglia se vale del mismo artefacto borgeano que Philip K. Dick para El hombre en el castillo. Pero, como vimos, Piglia también toma ideas de Dick.
Otro ejemplo. Sobre la mujer de Macedonio, se dice en la novela: “El hombre que la amaba la había rescatado de la muerte y la había incorporado en un aparato que transmitía sus pensamientos”. Eso recuerda la “semivida” de Ubik: “Rígida en su ataúd transparente, envuelta en emanaciones de vapor helado, Ella Runciter yacía con los ojos cerrados y las manos eternamente levantadas hacia su rostro, que permanecía impávido”. Más que una serie, lo presentado hasta aquí es una malla, una red de nodos unidos por varios arcos y en distintos sentidos. Las relaciones que subrayé son las más evidentes, pero hay más.
Si no es una misma generación, un mismo idioma, ni un mismo género literario, ¿que reúne a estos escritores? ¿Por qué encontramos en sus obras tantos puntos en común, tantos “nudos blancos”, por utilizar un término de la novela de Piglia? Arriesgo mi teoría. Tanto la obra de Macedonio Fernández como la de Borges y la de Philip K. Dick, la primera en su mayoría perdida, la segunda escrita a lo largo de sesenta años y la última escrita a las apuradas en la mitad de ese tiempo, son exponentes de una fuerza literaria inusual. Esto se confirma con el hecho de que décadas después de la muerte de cada uno se sigan leyendo cada vez con mayor atención o, como dice Borges en su definición de los clásicos, “con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.
El cuarto elemento de la serie, Piglia, en su rol de crítico, lee a los otros tres y los asimila conscientemente como una forma de posicionarse. Como muestra La ciudad ausente, Piglia construye una máquina capaz de amalgamar a las otras tres piezas. Si Macedonio, Borges y Dick son joyas en el mundo literario, Piglia es el artesano que las ensambla. Lo logra a partir de referencias explícitas y veladas a Borges, la reutilización de temas de Dick y mediante la transformación de la persona de Macedonio Fernández en un personaje.
Es un lugar común comparar el oficio de la escritura con un trabajo artesanal, por lo que me parece interesante mencionar que Dick, a diferencia de los otros tres que fueron orfebres metafóricos, se dedicó realmente a las artesanías y a la creación de joyas. Y tenía muy alta estima por el trabajo manual, como atestigua más de un pasaje en sus novelas. En efecto, en El hombre en el castillo, uno de los personajes, Frank Frink, renuncia a su trabajo en una fábrica para montar un taller de joyas artesanales con un amigo. Se lee: “Habían demostrado siempre que eran buenos profesionales. En las joyas, las tarjetas y los exhibidores no se descubría la mano del aficionado. ¿Por qué habría de ser de otro modo? Los dos eran profesionales; no en la fabricación de joyas, pero en trabajos de taller en general”, y a continuación se describe en detalle las máquinas y las técnicas que utilizaban. En La ciudad ausente, Dick es una de las piedras preciosas y Ricardo Piglia, el artesano////PACO
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