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No somos de ninguna manera enemigos del capital.

Y se verá en el futuro que hemos sido sus verdaderos defensores.”

Juan Domingo Perón, Discurso del 21 de Octubre de 1946.

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Lo irremediable es el peronismo. Hay que asumir lo irremediable, por lo menos según el estoicismo: lo inmodificable en Argentina es el peronismo. Verificar las líneas internas es parte del trabajo. ¿Quién dijo que el peronismo combate el capital? Sí, la marcha, pero lo cierto es que el combate puede ser en rigor a ciertas formas, procedimientos, fracciones, pero no al proceso de acumulación ni al mercado libre. En definitiva, existe un linaje liberal en el fértil árbol peronista. Pero no conviene ir directamente a las administraciones de Carlos Saúl Menem (1989-1999), presidente democrático y pacificador, aún no estudiado en detalle por prejuicio, sobre el que me extendí en un artículo publicado en el blog de Lucas Carrasco1 y al que remito a los interesados en ampliar los argumentos. Es una tentación poco feliz pensar solamente en el menemismo como parte del tronco liberal peronista, lo cierto es que el propio Juan Perón asumió medidas liberales desde su propia formación como militar que no se dio en el sector nacionalista ni revisionista sino en la corriente liderada por el General Justo. Los textos de Jorge Castro, Diana Ferraro y Claudio Cháves (partícipes del muy recomendable blog Peronismo libre)2 son excelentes entradas para el estudio de esta tradición opacada.

El peronismo es revolucionario, señala Jorge Castro, su potencia subversiva precisamente logra pasar de la primera fase, que apuntaló la justicia social, los derechos de los trabajadores, la inserción y legitimación de amplios sectores marginados (no entraremos en detalle aquí sobre este punto), a una segunda etapa (¿el segundo Perón?), ya en la década del cincuenta -cuando el modelo distribucionista de la revolución social de Octubre se había agotado-, en el marco del segundo Plan Quinquenal que definía medidas y políticas concretas, delimitadas claramente como liberales, a saber: las negociaciones con Brasil y Chile para consolidar la Unión Aduanera, las visita del Presidente estadounidense (Republicano) Dwight D. Eisenhower al país y el acercamiento estratégico con Estados Unidos, la firma de contratos petroleros con la Standard Oil californiana para explotación local del crudo, la radicación de las primeras inversiones extranjeras en la industria automotriz, la realización del Congreso Nacional de la Productividad (1954), el impulso a las exportaciones agropecuarias y no olvidemos que si bien Perón nacionalizó los ferrocarriles los bautizó con nombres icónicos republicanos: Mitre, Sarmiento y Roca. Este cambio se ajusta al período 1952 – 1955. El propio General en un discurso de mayo de 1953 ante la Confederación General de la Industria expresa lo siguiente: “La industria es una empresa privada. El Estado no tiene ningún interés en ella y tan pronto las empresas estatales actuales, tomadas en estado de anti-economía, pueden ser devueltas al capital privado, el Estado tendrá gran placer en desprenderse de todas esas empresas y entregarlas a los privados. Nosotros somos gobierno, no industriales”3. En ese sentido, Castro remarca que la crítica de Perón no era hacia la acumulación de capital, hecho que considera decisivo y socialmente necesario, sino hacia la explotación indiscriminada que encarna la burguesía4. Ideas que repite el General en la Bolsa de Comercio (1944), en La Plata y en el Consejo Nacional de Posguerra. Por otra parte, el concepto filosófico de Perón se nutre de cierto vitalismo bergsoniano, de Oswald Spengler, de Max Weber y Charles De Gaulle: la vida efectivamente impulsa su racionalidad y, por ende, da carácter para saber leer los momentos históricos con plasticidad. Esa marca agonística y vital tal vez un rasgo definitorio del peronismo que goza del poder.

En un sentido paralelo pero en referencia a Menem, J.J. Sebreli dice: “Menem alegaba que su inclinación por la economía liberal era continuación de la del Perón tardío. Aunque esto era, en gran parte, cierto, el problema de Menem para ser aceptado por los peronistas históricos residía en que el período protoliberal del Perón tardío (1952-1955) fue olvidado o nunca del todo asimilado”, y más adelante continua: “El empresariado argentino, acostumbrado al comprador cautivo y a los subsidios estatales, no puso demasiado empeño en volverse competitivo. Pocos aprovecharon los años de bonanza para el crecimiento, la inversión de capital fijo, la compra de máquinas y la renovación tecnológica. Algunos optaron por transformarse en importadores, otros cerraron sus empresas y giraron sus fondos al exterior, mostrando su verdadero carácter de burguesía especuladora y rentista y su falta de emprendimiento capitalista”.5

Las miradas cruzadas de Castro y Sebreli revelan varias nociones comunes desde ámbitos divergentes: en primer lugar, la indudable presencia del elemento liberal en el peronismo –para ampliar más detalles técnicos e historiográficos sugiero la lectura del artículo Las raíces liberales de Perón de Jorge Castro6-, en segundo término, el señalamiento de que el problema con el liberalismo no era tanto del peronismo, muy por el contrario, sino del empresariado nacional, que ni en la década del cincuenta ni en la del noventa estuvo a la altura competitiva, acostumbrado a un mercado subsidiado y a la patria contratista. En rigor, uno podría pensar que la falta de un liberalismo fuerte en la Argentina se debe más al sector empresarial que al peronismo.

Otro mote crítico hacia el peronismo resulta de su falta de republicanismo, acusación que suele ir en tándem con la de “populista” (categoría que padece de inflación conceptual en esta década, ya que pretende decir todo y, como es lógico, dice nada). Si bien es innegable el tono autoritario, la presión a la prensa libre y la persecución a los opositores, no menos cierto es que el apoyo en las urnas siempre fue contundente y también es claro que luego del retorno de la democracia en 1983 el peronismo parecía encaminarse a ser un partido republicano, de centro-derecha, pero remozado a partir de la presencia de figuras importantes como Luder, Cafiero y Menem. En ese arco el radicalismo ocuparía el balance en el centro-izquierda (donde aún se asume, sea o no cierto) a partir del influjo socialdemócrata de Alfonsín. En ese esquema se mantuvo el país hasta mediados de la década del noventa, ocupando el peronismo el sitio del partido liberal, habiéndose fagocitado a la UCEDÉ. Posteriormente, la irrupción del Frepaso y su “honestismo” electoral en 1995 hicieron virar la cuestión, recuperando incipientemente ciertos discursos y estéticas del peronismo de izquierda, del llamado “setentismo”, comprensible en ese marco socio-político, pero luego devastado por el propio Perón en su regreso al país en 1972. Los imberbes jamás fueron peronistas para Perón. Desde 2003, el kirchnerismo –pero sobre todo el cristinismo a partir de 2007- produjo un vuelco de la asimilación peronista a partir de la transversalidad, de una economía cerrada y controlada, de la cooptación de las organizaciones sociales, piqueteras y los organismos de derechos humanos y de una estética progre que sepultó el liberalismo del Perón maduro, de las figuras de Luder y Cafiero, y de los diez años de menemismo. Es decir, de una enorme porción de la historia del movimiento.

¿Qué hubiese el hecho propio Perón en la década del noventa luego de caído el Muro de Berlín? Entramos en terreno de política ficción pero cierto es que Perón era, antes que nada, un pragmático, y no parece delirante que hubiese tomado el mismo rumbo político y económico que Menem. De todos modos, es una especulación pretérita y el próximo año se avecina un nuevo Presidente. El mundo liberal vernáculo parece ya haber decidido nuclearse en torno a dos candidatos: una porción significativa se aglutina en torno al Frente Renovador (esgrimiendo el origen ucedeísta de su líder), y, por otra parte, un conjunto mayor apoyará con fuerza a Mauricio en su armado nacional con el PRO. Massa y Macri, entonces. La baraja liberal jugará en 2015 con esos naipes. Massa se asume peronista, Macri, no. El alcalde de Buenos Aires recurre a aventar un discurso “desarrollista” y pretende desplegar un frondicismo del siglo XXI. Pero lo cierto es que Macri tiene peronismo adentro (Ritondo, Del Sel) y resuena mucho filo-peronismo en su estética que cruza el gronchaje del fútbol y la farándula, los globos amarillos y referentes económicos liberales. ¿Y Scioli? También matrizado por el riojano se define como el portavoz de la “continuidad con cambio”. Es un enigma, por ahora. Lo otro es un cadáver. UNEN nació muerto por una simple razón: replicar un armado “anti-peronista”. La prédica del moralismo radical (“les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, dijo Pugliese), la figura mítica de Illia, el jacobinismo redentor, el gorilismo de Recoleta y misa diaria, todo ello se nuclea en Elisa Carrió como símbolo. Lo cierto es que la corrupción no es un tema en las encuestas de opinión pública, siempre lideradas por tres problemas: inseguridad, inflación y desempleo. La corrupción siempre fue motivo de equívocos, en primer lugar, no es problema político sino judicial, el que delinque en la función pública debe ser denunciado y sometido al poder correspondiente; en segundo lugar, la corrupción no es inherente al peronismo como quieren hacer creer los radicales (que también robaron y dejaron robar); en tercer lugar, discutir la corrupción implica en el fondo discutir una antropología, vale decir, ¿cómo es el hombre? ¿Qué es ser honesto? ¿Qué es ser puro? Si el sistema propicia y genera la corrupción hay que someterlo a una revisión integral y modificarlo desde dentro pero no denunciarlo con epítetos moralizantes.

Por ende, el peronismo no es anti-liberal, nunca lo fue, el peronismo tiene sus internas, sus fracciones: su ala de izquierda, nacionalista, filo-comunista, social-cristiana, evitista, militarista, filo-nazi (Biondini), forjista (Pino Solanas) y también su vertiente liberal. Asumir el peronismo si uno es argentino quizá sea parte de un proceso que proteicamente combina elementos: madurez, estoicismo, escepticismo y pragmatismo. Si uno es liberal o libertario (en el sentido de anarco-liberal, como es mi caso) hay que saber situarse y pensar las ideas que a uno lo atraviesan en situación; la postura orteguiana –“yo y mis circunstancias”- es un gesto lúcido y atávico. Resulta que mi circunstancia es argentina. Si uno no piensa las circunstancias corre el riesgo de quedarse pedaleando en el vacío, hablando a guetos irrisorios, abonando dogmas patéticos, armando grupos en Facebook como sociedades de fomento o estancado en un gorilismo obsoleto y clasista.

Soy Fernández, soy plebeyo, mi padre nació en un conventillo de San Telmo y se inventó a sí mismo a fuerza de trabajo duro, su ascenso social solo tuvo la capacidad laboral como motor, es decir, mi padre es un selfmademan. Mi padre fue hijo de una inmigrante gallega, que no podía ser otra cosa que peronista así sea por ósmosis, y de un argentino, marino mercante y bonvivant que se definía como liberal y se afilió al primer partido del Ingeniero Álvaro Alsogaray. El sincretismo del peronismo liberal resuena en mis ideas por genética pero también por reflexión. Hace años mucho pienso mis posiciones políticas (que siempre son provisorias) y de alguna manera oscilan en doctrinas anti-estatistas: sea el liberalismo (más realista) como el anarquismo (más utopista). Estudio ambas tradiciones hace casi veinte años. Siendo hoy un asumido libertarian, como dicen los yanquis, pero habitante de este terruño, no me es posible hacerlo sino dialogando con el magma peronista. Siempre me molestó profundamente el desprecio de clase de gran parte del núcleo que se auto-titula “liberal” en este país. Muchos de ellos en verdad son conservadores y reaccionarios que avalaron dictaduras, empresarios prebendarios que viven de la teta del Estado, explotadores de trabajadores que pactan con sindicalistas corruptos y detestan la libre competencia. La antítesis del emprendedor en Estados Unidos que arriesga, ejerce la filantropía e incita a sus hijos a la creación de su propio mundo.

Soy consciente de los vicios peronistas y los repudio, pero también sé que nada se construye desde la negación. Ezequiel Martínez Estrada, un referente del pensamiento, sufrió esa insularidad: su hálito libre lo hacía colocarse en la vereda de enfrente al peronismo pero no apoyó la Revolución Libertadora ni la persecución a los peronistas. Eso lo marginó del Grupo Sur, donde hacía nido en una caldera de conservadores. Victoria Ocampo siempre lo respetó y admiró, el resto lo despreció fuertemente, entre ellos Borges. Siempre me simpatizó la heroica actitud de Martínez Estrada, me gusta su posición, me genera empatía. Mi conciencia política creció en los noventas, con el menemismo y la caída del Muro de Berlín (hechos históricos que marcaron mi ethos: escéptico, neo-individualista y pro-mercado), no niego que esa matriz esté en mi subjetividad, ideas, sensibilidad y estética, me hago cargo de ella, incluso de sus daños colaterales, después de todo, como decía Foucault, somos efectos del poder.////PACO

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1Cf. Fernández, Luis Diego, Menem, la des-demonización liberal, http://lucascarrasco.blogspot.com.ar/2014/07/ensayo-favor-del-menemismo.html, martes, 29 de julio de 2014.

2 La dirección es: http://peronismolibre.wordpress.com/

3 Cf. Castro, Jorge, La tercera revolución, Catálogos, Buenos Aires, 1998, p.25.

4 Cf. Ibídem.

5 Cf. Sebreli, Juan José, Crítica de las ideas políticas argentinas, Sudamericana, Buenos Aires, 2004, pp. 422.426.

6 Cf. Castro, Jorge, Las raíces liberales de Perón, Diario La Nación, jueves 6 de septiembre de 2012: http://www.lanacion.com.ar/1505705-las-raices-liberales-de-peron