Muchas bandas quedan en la historia como creadoras o cultoras de un sonido  que influyó de algún modo en los cambios y tendencias posteriores. Buceando en sus biografías es común encontrarnos con que esos momentos fueron producto de la intuición, la suerte y el ambiente donde específicamente se desarrollaron. Aún cuando esos sonidos recorrieron el mundo musicalizando toda clase de situaciones en ambientes socioeconómicos diversos, aún cuando una millonaria industria como la discográfica en los 80s hayan convertido ese sonido en un producto que fue mercantilizado a niveles extremos, las canciones siguen siendo una artesanía resultado de un talento o una combinación de talentos puestos en una situación específica, un tiempo y lugar precisos. Es por eso que las biografías siguen siendo, al decir de un escritor inglés, la forma de ver cómo se cocina el buey, en busca tal vez de la piedra filosofal de la invención, con un claro afán de comprenderlo y un secreto ánimo de reproducirlo cuando esos talentos ya no estén.

 
La cadena australiana Seven Network el 8 y 16 de febrero emitió los dos episodios de la miniserie “INXS: never tear us apart”, la primera biopic en la que se pueden utilizar los nombres reales y la música de la banda. Y dónde develan el misterio sobre la muerte de Michael Hutchence, quien en 1997 protagonizaría el episodio de tabloide más escandaloso de fin de siglo. La telenovela arranca con los early years a fines de los 70s y principios de los 80s, cuando la new wave comenzaba a deslizar su sonido de novedad por las radios del mundo, mostrando los cambios desde su primer disco, compuesto luego de una extenuante gira por los antros más apestosos de Australia, hasta la grabación de Kick, el disco del millón de dólares.

Una escena muestra a Andrew Farris, el gordito con talento, que fue elegido por el productor Chris Tomas para componer con Michael Hutchence “un disco que tenga un hit por cada track”. La dupla ya había firmado los singles de difusión de la banda, por lo que el visionario sello Atlantic confió en ellos para lograr un desafío como pocos se habían trazado desde la periferia del mundo. Sentado en el estudio de su casa, manda una pista con swing hip hop, sonido que desde hacía tiempo investigaban, y toca con su guitarra un sugestivo riff funky. Luego de batallar un buen rato, agrega otro riff, esta vez, el motivo central de una nueva y sorprendente canción. Sobre la hora, termina de grabar y va en avión hasta China, donde Hutchence pasa esos días viviendo en una mansión rodeado de supermodelos. Cargando todavía sus valijas, le pasa un casette al cantante para que escriba la letra y la melodía. “15 minutos”, cuenta Andrew Farris en las entrevistas, “en 15 minutos volvió con la canción terminada”. Se trata del tema “New Sensation”,  primer single de un disco de clásicos, que los llevaría a los primeros puestos de los rankings y, finalmente, los convertiría en la banda favorita de Australia.

 

 

Andrew Farris se había impuesto el desafío de lograr un sonido verdaderamente universal, condición indispensable para marcar la cancha en los mercados. Prueba hacer una canción de amor sexy y bailable. Farris no tenía la clase de inspiración que le sobraba a Michael. Ni las minas. Ni el encanto.  Mientras que Hutchence escribía bajo impulsos de genialidad seguidos por una relajación total, a Farris lo tensionaba su responsabilidad y  su obsesión lo obligó a repetir las pistas una y otra vez, escribir, borronear y sobrescribir hasta encontrar lo que está escuchando en su cabeza. ¿Y qué está escuchando? El pop mixado con funk negro, un cóctel que hasta entonces no muchos se habían animado a recorrer. El swing de los negros y el encanto de los blancos. La serie muestra cómo Chris Tomas, el CEO de Atlantic records, rechaza el corte final de Kick diciendo que sólo “se puede pasar en las radios de negros, y los INXS no son negros”.  Farris, que en la soledad de su pieza intentaba tocar la música que sonaba en las fiestas de Michael en China, se apoyó en la fórmula que ya había resultado una vez, cuando junto a Nile Rodgers crearon el sonido de Original Sin, single que hasta el momento había sido el de mayor éxito . Aún así, no todos veían venir el próximo sonido. En el año 87 nadie preveía que el enamoramiento de los blancos por la música negra terminaría en una fusión perfecta que cambiaría el pop para siempre. Kick, un pionero en ese camino, fue publicado por Atlantic gracias al manager Chris Murphy quien lo editó primero en EEUU demostrando a la central australiana la capacidad de un disco que llegaría a ser multiplatino.

En los 12 temas todo suena compacto, sincronizado, pero sin perder frescura. “Casi todas son primeras tomas. Es un disco old school”, contó Andrew Farris durante la agotadora gira de promoción de dos años. Además de “New sensation”, incluye super hits como “Mistify”, “I need you tonight” y “Guns in the Sky”. Con una fuerte presencia de baterías, el joven e inquieto Jon Farris se entusiasma con los ritmos que llegan de la madre Inglaterra y la admirada norteamérica: el baggy y el hip hop. Al sonido new wave que traían de discos como “Shabooh Shoobah”, “Listen like thieves” y “The Swing”, le suman los beats livianos y movedizos que entusiasmaban a los jóvenes de los 80s que beben latas de TAB. El único tema fuera del pop tradicional se llama Mediate, con letra y música de Jon Farris y es lo que nuestros padres llamarían «un rap».

inxs kick

 

Muchas de estas canciones se convirtieron en favoritas de las programaciones de todas las radios y pasaron a la categoría de “clásicos”, es decir, piezas musicales que se repiten en todo momento y lugar y que, además de generar crecientes royalties, se vuelven parte de la cultura general musical de occidente. Veinticinco años después de su edición, podemos escuchar sus canciones en publicidades, boliches, fiestas de 15, casamientos, la trasnoche de Aspen o la casa de varios indies.

Pienso en un joven Beck escuchando el disco en su habitación adolescente y me explico la reversión de Kick que hizo con el Record Club. Llamó a sus amigos, los metió en el estudio y les dijo “reescribamos Kick”. Con algunas versiones más jugadas y otras pour la gallerie, es la primer reivindicación del indie rock fascinado con los años 80s en los que transcurrieron una adolescencia al lado del radiograbador.

 

 

Algo de esto hay en los Arcade Fire, que durante su última gira pasaron por Australia y metieron Devil Inside, un alto cover re canuto de Kick.

 

 

“Never tear us apart” es el lento más clásico de la historia de los lentos clásicos. Recuerdo haber visto a la banda tocándolo en 1993, cuando vinieron a Argentina presentando Full Moon Dirty Hearts. Corría el año dijiridos, yo tenía 13 años y como parte de una gira en la que decidieron tocar en lugares chicos –o eso decían en las entrevistas- hicieron un show en Buenos Aires y otro en Córdoba, en el galpón verde del Chateau. Hasta ahí llegué con mi fanatismo infantil para ver de cerca al público de la banda que me gustaba en secreto o por la que era golpeado cuando la mencionaba en cualquier reunión social. Estaba copado por toda clase de fans de la música, había remeras de Pantera, de Motorhead, de Soda Stereo y de Charly García. Había remeras que no decían nada y hippies roñosos. Todos caminando como los zombies de walking dead frente a la cárcel. Era igual, había un alambrado. Nos colgamos del alambrado cuando pasaron los músicos en fila desde adentro. Michael saludaba. Toda la monada se tiró en el alambrado y casi lo aplastan por completo. Casi pasan y masacran a la banda. Pero los músicos entraron y los pibes volvieron a civilizarse. Se empezaron a escuchar desde adentro teclados y guitarras con sonidos vagamente reconocibles. El entusiasmo aumentaba. Todo explotó cuando, de pronto, se sintió la risita de “Suicide blonde”. Explotó. La monada se arremolinó en la entrada y exigían pasar. MI primo rugbier me protegía y consiguió ponerme primero contra el alambrado. Abrieron las puertas, me desamatambré y corrimos a las vallas, Nos agarramos lo más fuerte que pudimos. Pero no pude. Pasé a segunda fila. Tercera. Cuarta. Chau escenario. En cinco minutos estaba a la mitad del galpón. Igual lo vi muy bien. Pude ver a Michael Hutchence en escena, en vivo, relativamente de cerca (no había más de 5 mil personas). Era tan mágico como se lo describe o se lo puede ver en los miles de videos con sus shows. Intentó hablar castellano leyendo en un papel, pero se rindió por el final y tiró el papel a la muchedumbre. También tiró su remera. Yo conseguí un pedazo y después lo perdí en un pogo. Porque había pogo. Bastante. La monada estaba como loca. Cantaban los temas del último disco como grandes himnos. Pero el momento de comunión religiosa fue “Never tear us apart”. Todos nos abrazamos: los metaleros, los rockeros, los chetos, las chicas, los chicos, los ochenteros, los noventeros, los sónicos, los neutrales, los novios, las primas, todos en un largo abrazo y bamboleo de caderas y manos y encendedores al ritmo 6/8 de un teclado, un bajo y la voz de Michael, el Frank Sinatra del baggy, seduciendo a cada uno de los presentes con una melodía triste y hermosa que habla de sueños rotos y dice que “podemos volar /porque todos tenemos alas / pero algunos no sabemos por qué”. ///PACO