La ciudad bonaerense de Junín es pintoresca. Tranquila y no muy grande, pero con bastante movimiento. Tienen un estadio de fútbol que supo ser de Primera División, un par de periódicos locales de importancia, una plaza céntrica muy bonita, una laguna bien conservada y esa calidez humana que funciona como recordatorio de que se está a varios kilómetros de la capital. Allí se radicó Carlos Manuel Baldomir, excampeón mundial de boxeo, para alejarse de los flashes y montar su propio gimnasio. Y allí, cuando corría el año 2012, contó sin negarse a los detalles cómo fue su vida personal y deportiva. Su formación, ascenso, caída, vicios, lujos y desperdicios. Su familia. Las conversaciones que se narrarán en esta serie de artículos contienen todo lo que “El Tata” quiso contar sobre sus experiencias y sentimientos en aquel momento y pintan un cuadro bastante preciso de su personalidad. Es entonces una radiografía completa del primer campeón mundial argentino de peso welter, que tuvo el final menos esperado y más reiterado en la historia del pugilismo: de la gloria al encierro.

Baldomir nació el 30 de abril de 1971 en el barrio Los Hornos de la ciudad de Santa Fe, segundo de seis hermanos de una familia humilde. Siendo joven, y tras coquetear con el fútbol, finalmente se inclinó por el boxeo como práctica deportiva y esa decisión marcó su vida. Porque fue con los guantes puestos que Carlos Manuel logró lo que nadie con su apellido había siquiera soñado hasta entonces: trascender. Medido en fama, reconocimiento y dinero, al menos. Porque “El Tata” Baldomir llegó a lo más alto del mundo del boxeo (campeón mundial welter en 2006) y gracias a ello se alzó con una fortuna impensada para cualquier ser humano promedio. ¿Su noche de gloria? El 7 de enero del mencionado año 2006, en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, cuando derrotó claramente por puntos al entonces monarca norteamericano Zab Judah, un moreno que se destacaba como showman. Condición ganada por su arrogancia y por su increíble velocidad, cierto, pero también por sus cualidades técnicas. Ese triunfo (con Amilcar Brusa en su rincón, nada menos) significó todo para el santafesino, que desde ese momento vio cómo su vida cambió para siempre y muy rápido. La atención periodística que reclamó durante toda su carrera, los contratos de siete cifras, las mujeres que siempre lo ignoraron y los privilegios (todos los imaginables) comenzaron a formar parte de su día a día. Ya sin el peso de tener que demostrar su valía, Baldomir, que no era ningún virtuoso arriba del cuadrilátero, se quedó en los Estados Unidos para el año más importante de su existencia. Porque tras el triunfo “inesperado” frente a Judah, puso todo su empeño y mandó un poco más al retiro al astro canadiense Arturo Gatti (KO técnico) y luego, en noviembre, peleó con el aún hoy invicto Floyd Mayweather Jr.. Perdió por puntos, pero puso sobre el encordado uno de los ingredientes que lo alimentó durante toda su carrera profesional: la voluntad. El hambre de gloria, el otro condimento para esa ecuación tan deseada (el éxito), brilló por su ausencia desde la llegada de los cinturones, los dólares, el juego y las mujeres. Baldomir no lo supo entonces, pero él ya estaba hecho. Llegó a la pelea con el mejor de todos estando realizado y sin poder manejar muchos de los aspectos de su vida. Tal vez se haya preparado durante muchísimos años, a los puñetazos, para ese tipo de combates en lujosas carteleras. Pero para un hombre que, siendo boxeador profesional, vivía de vender plumeros puerta a puerta en los barrios de Santa Fe, incluso ya habiendo animado veladas televisivas, todo ese dinero, excesos y atención mediática terminaron siendo demasiado.  

Probablemente Baldomir haya pagado todo ello con errores cruciales y hoy, desde el encierro, tendrá tiempo para reflexionar en los altibajos de su vida. El santafesino que supo conquistar el mundo en una noche, hoy olvidado y tal vez odiado, entrega una historia de vida que solo el boxeo ha sido capaz de repetir a lo largo de los años: una que está cargada de noches heroicas y miserables en partes iguales. Una que demuestra, una vez más, que de la pasión al desprecio a veces hay un solo paso.

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Carlos, ¿dónde naciste?

Nací en barrio Los Hornos de la ciudad de Santa Fe. Pero nací ahí y después me fui a otro barrio. Somos seis hermanos, el segundo de los más grandes soy yo. Los Hornos era un barrio muy humilde y de ahí nos fuimos a uno más lindo, ahí estuve hasta los siete años. Y después a la primera casa que tuvieron mis papás, en Altos de Noguera.

¿Qué recuerdos tenés de la niñez?

Muchos no tengo. Sí que de chiquito era muy terrible, a mi vieja la hacía renegar mucho. A los 14 años ya empecé a trabajar, a vender plumeros solo. Siempre ayudaba mucho a mi mamá y a mi papá. Y a los 17 me puse de novio con Graciela (su primera esposa), a los 18 ya estaba juntado y era papá me parece. No tuve mucha infancia, fue todo muy rápido. A Graciela la conocí en el barrio, íbamos a la misma escuela.

¿Es cierto que jugaste al fútbol en Gimnasia de Ciudadela de Santa Fe?

Jugué un par de veces, andaba muy bien, me gustaba mucho. Pero el boxeo me gustaba más, de chiquito ya. 

¿Cuándo supiste que querías ser boxeador?

Descubrí que iba a ser boxeador cuando vi una pelea de Carlos Monzón, una de las últimas, en 1976. Se juntaba mucha gente en la casa de una tía, porque no todos tenían televisor en ese entonces y ahí nos juntábamos para ver las peleas de Monzón. A mí me llamaba la atención por qué se juntaba tanta gente y mi mamá me explicaba que él era boxeador, que era campeón y que toda la gente lo admiraba. “Bueno, yo voy a ser como Monzón cuando sea grande”, le dije yo. Y ahí empieza toda la historia con el boxeo, teniendo cinco o seis años. Año 1976, 1977.

¿Tu primer gimnasio cuándo lo pisaste?

Donde yo entrenaba para jugar al fútbol pusieron un gimnasio de boxeo. Vi el ring y me dije “no vengo más. Bah, vengo acá, pero para entrenar boxeo”. Así que dejé de jugar a la pelota y empecé a entrenar. Pero como era muy chico, tenía trece años, no querían porque hasta los dieciséis años no iba a pelear. Entonces me pidieron un examen médico y se los llevé. Los tipos creyeron que no iba a ir más, pero como les llevé el examen me dijeron que vaya tres veces a la semana para no cansarme. Donde yo vivía estaba lejos del gimnasio, entonces dijeron “este chico va a venir dos o tres semanas y no viene más” y no me daban bolilla para enseñarme porque era muy chico. Como yo seguía yendo, empecé a aprender. Creo que aprendí a boxear mirando a mis compañeros, porque no me daban bolilla. Recién al año me prestaron atención, pero yo ya sabía todo. Esos tres años que estuve aprendiendo ahí me sirvieron para, cuando hice mi primera pelea, ganar por KO en el primer round. Ya tenía tres años de gimnasio… Ahí enseñaba el Mono Martínez, colaborador de Amilcar Brusa en algún momento, entrenador de Miguel Ángel Robledo, un boxeador santafesino. Yo iba hasta allá en colectivo. Caminaba como cinco kilómetros para tomar ese colectivo.

¿Cuándo dijiste que cambiabas el fútbol por el boxeo alguien de tu familia puso alguna objeción?

Llegué a mi casa y le dije a mi mamá que iba a ser boxeador, ella se reía. Y mi papá me decía que «bueno…», “pero me tengo que hacer un examen médico”, le digo a mi mamá. “Tu abuela te va a llevar”, me dice. Siempre la mandaba a mi abuela, ella no salía, no sé por qué, no le gustaba andar en colectivo o salir. Así que me llevó mi abuela, me hice el examen, lo presenté y empecé. Vos fijate que caminar todos los días, o a veces tres veces por semana, para tomar el colectivo para ir a entrenar era muy sacrificado, pero así lo empecé. Y después fue mucho más sacrificado llegar donde llegué, pero ya había empezado así. No sabía todo lo que me iba a llevar para llegar.

¿Cómo fue tu primera pelea amateur?

Tenía 16 años. Fue en 1987 en Altos Verdes, Santa Fe, cruzando el Río Paraná. Gané por nocaut en el primer round. Tres años de gimnasio tenía. Recuerdo todo de esa pelea. Antes no había colectivo toda la noche, hasta tal hora andaban. Perdimos el último y nos vinimos caminando, cruzamos el puente de Santa Fe. Fue mi papá, mis hermanos, algunos tíos, algunos vecinos, éramos como veinte. Me habían pagado 3 o 4 pesos por esa pelea. No estaba nervioso, me tenía mucha confianza con mis tres años de entrenamiento, de aprendizaje. El otro chico tenía varias peleas ya, cuatro o cinco, Ponce era el apellido. Después de esa seguí peleando. Hice 42 peleas amateur en total y perdí dos nomás. Empecé en categoría pluma, 57 kilos. 

Después de todas las peleas amateur, ¿quién te incentivó a pasar al profesionalismo?

Mi entrenador José Lemos, porque habíamos perdido con un tal Domínguez, uno que lo cuidaban mucho en la FAB, perdimos la final con él. Y Lemos me dijo que era hora ya para hacerse profesional. Entonces lo hago y llegué a siete peleas como invicto. Me ganó Paulo Sánchez (NdeR: KO en el segundo round, 14 de mayo de 1994), pero el árbitro se apuró en pararme la pelea, estaba muy enojado. Era la primera vez que me pegaban. A Paulo Sánchez lo vi en Neuquén hace poco, me fue a saludar. Él pintaba muy bien. Después me desquité en la revancha, en 2002.

Hablame de Lemos, uno de tus primeros entrenadores.

José Lemos fue uno de los primeros, desde los 18 años que es mi entrenador. Un tipo sencillo, un tipazo, buena persona. Yo siempre le hice caso. Por ahí le he hecho tanto caso, que no han pasado cosas por haber hecho cosas que él decía. Una de esas es no llegar a un acuerdo con los de acá, no firmar contrato con los que manejan el boxeo acá. A él le pasó con el zurdo Vázquez con Osvaldo Rivero… Un tipazo Lemos, siempre se preocupaba, viene de la escuela de Brusa: a las cinco menos cuarto de lunes a lunes te abría la puerta y a correr. Te ayudaba en todo, contabas con él. Y tuvo su recompensa después. Ganó mucho dinero conmigo y lo invirtió bien. Su familia tiene un buen pasar, la hizo muy bien. Desde los 18 hasta los treinta y pico, casi toda mi carrera, estuvo hasta en la última con Billi Godoy. 

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Cuenta Carlos Baldomir, al comienzo de la serie de encuentros para repasar su vida pugilística y privada, allá por el 2012:

“Yo empecé a boxear por deporte. Después te das cuenta que eso puede llevarte a ser famoso o ganar dinero, te das cuenta de grande. Hoy a un chico le enseñás a jugar a la pelota y ya sabe que si es bueno va a jugar en Europa, en Boca o en River. Ya piensan diferente. Yo no, para mí el boxeo era solo un deporte. Recién de grande, en el año 2000 o 2001 cuando empecé a ganar en Europa, me di cuenta que podía proponerme ser campeón. ¿Si hago estas defensas internacionales y gano, por qué no me voy a proponer ser campeón mundial? Y ahí recién ahí me lo propuse, estando rankeado en el puesto 8 o 10”. 

Resulta que tras sus comienzos como boxeador profesional, poco descollantes aunque con mayoría de resultados positivos, la carrera de Baldomir no prometía nada en particular. Desde su debut como púgil rentado el 19 de febrero de 1993 (victoria por puntos sobre Carlos Alberto René More, en seis asaltos), se paseó por cuadriláteros de varios rincones del país: Santa Fe, Buenos Aires y Mendoza, por ejemplo. En octubre de 1997 llegó la que sería su primera salida al exterior, casualmente en los Estados Unidos, territorio que fue luego testigo de su gloria. Esa vez cayó por puntos frente al cubano Giorbis Barthelemy en el “Great Western Forum” de Inglewood. El isleño no era una figura del boxeo, pero llegaba con ciertos pergaminos. Además de la obvia escuela boxística de su país, exhibía un respetable récord de 18-2-1 (triunfos-derrotas-empates). “El Tata”, por su parte, aterrizó allí con un llamativo 20-5-3. Fue una experiencia aceptable.

En 1998 salió dos veces más al extranjero, aún sin conocer el éxito fuera de su tierra. Derrota en las tarjetas con Soren Sondergaard en Dinamarca, empate con el sudafricano Dingaan Thobela en Johannesburgo. Ésta última, estando en juego el cetro Internacional del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) de la categoría welter. Y fue esa tal vez la pelea que marcó un quiebre, porque ese organismo lo tuvo en cuenta de allí en más. Sin ir más lejos, al año siguiente pudo capturar ese mismo cinturón: noqueó en Italia al ignoto montenegrino Dejan Zivkovic (abril, 1999) y sumó su primera victoria en el exterior. Y ya no se detendría hasta su objetivo principal. 

El título CMB Internacional lo defendió dos veces más durante ese agitado y exitoso 1999. Primero ante el invicto Frank Olsen (30-0) en Dinamarca, a quien Baldomir sacó antes del límite en el décimo giro. El negocio parecía redondo para los promotores europeos, que se relamían viendo a un sudamericano con récord profesional de 26-9-4 siendo el dueño de un cotizado cinturón. Con esos números mentirosos, el santafesino que vendía plumeros en sus ratos libres realmente parecía presa fácil. Error garrafal. 

Fuerte y voluntarioso, “El Tata” empezó además a ganar confianza en sí mismo y llegó la primera gran sacudida al mundo del boxeo. No tan grande como la que generó 7 años después, pero grande al fin. El 29 de noviembre de 1999, en el estadio Wembley de Londres, venció por descalificación en el undécimo round al entonces imbatido Joshua Clottey (20-0), penalizado por usar peligrosamente su cabeza en reiteradas oportunidades. El moreno, ghanés radicado en New York, llegaba como favorito y hasta el momento en que se detuvo el combate lideraba las tarjetas por dos puntos (dos de ellas; la restante, más exagerada, le daba 4 de ventaja). Clottey fue luego una estrella de las 147 libras: perdió con Antonio Margarito, venció a Diego Corrales y en 2008 se consagró campeón mundial FIB al cargarse al mismísimo Zab Judah a su lista de víctimas. Tras ello, peleó con las megaestrellas Miguel Cotto y Manny Pacquiao, perdiendo por puntos contra ambos. Es válido detenerse en el poderoso peleador africano para entender la dimensión del logro de Baldomir, que terminó siendo una de las revelaciones del año 1999, mientras escalaba a pasos agigantados en el ránking mundial. 

“En el ring tenía eso que pocos boxeadores tienen: era muy seguro, muy confiado y muy fuerte. Me sentía muy fuerte. Pero eso fue a partir de 1999, antes no lo hacía ni lo había descubierto porque vendía plumeros y no podía hacerlo. Lo descubrí en el 99”, confiesa Baldomir al pasar, casi de manera mecánica, como si fuera algo que vendría repitiendo a lo largo de estos años.  

Contame sobre los plumeros.

Los hacía yo en un momento. Me iba al norte de la ciudad, hasta Reconquista, casi Chaco, y los tipos que tenían campo cazaban ñandú. Yo las compraba a dos pesos y sacaba un montón del kilo. Las empecé a hacer, en el 99 o 2000. Antes los compraba hechos, pero hacerlos me costaba poco y los vendía bien. 

¿Cómo era esa experiencia?

Los vendía puerta por puerta, tocando el timbre. Salía siempre solo. Esto lo hice hasta el 2001, en el 2002 me fui. Cuando les golpeaba la puerta algunos me reconocían, porque ya peleaba en la tele. Con eso chapeaba y vendía. Vendía bien. Mucha gente después se puso muy contenta cuando logré lo que logré por eso, me conocían mucho. Ya sabían de lo que yo hacía para llegar a eso. ¿Te imaginás? “Yo le compré un plumero a Baldomir”, decían. “Yo le compraba”////PACO

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