I
Hace cuatro años, Barack Obama se sentó delante de unos estudiantes de secundaria con una recomendación: «Quiero que todos tengan cuidado con lo que suben a Facebook». La escena está en YouTube: la primera reacción de los alumnos fue reírse, pero en la cara del presidente de Estados Unidos no había ningún gesto chistoso. Obama tampoco sonrió cuando siguió diciendo: «Lo que hagan ahí va a terminar siendo usado por alguien más tarde en sus vidas. Cuando uno es joven hace estupideces. Y leí mucho sobre gente que puso algo en Facebook y después fue a buscar trabajo y alguien hizo una búsqueda y…».
¿Y…? La advertencia terminó ahí, pero a la luz de sus propios vínculos con empresas como Google y Facebook, la Casa Blanca dejó en claro que las búsquedas en internet son un asunto delicado. Con ese telón de fondo, el dictamen sobre el «derecho al olvido» emitido en mayo por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea es una pista sugestiva sobre el futuro inmediato de internet. Desde ahora, los europeos van a poder pedir que Google borre —mediante un formulario que tuvo más de 12.000 solicitudes su primer día— enlaces «inadecuados, no pertinentes o excesivos desde el punto de vista de los fines para los que fueron tratados».
¿Hasta qué punto, sin embargo, el derecho a moldear la imagen pública puede imponerse sobre datos y opiniones de otros? Si la dinámica de lo social —incluyendo sus puntos más racionales y sus sombras más pulsionales— migra a internet y se construye colectivamente, ¿puede la libre expresión arbitrarse? A la pregunta por el margen para la verdadera diversidad se le añade otra. Si la web es también el catálogo de una memoria social, ¿qué es olvidable y qué «va a terminar siendo usado por alguien más tarde»? Para Larry Page, fundador y CEO de Google, la nueva medida legal va a servir, por un lado, para “fortalecer la represión gubernamental”, mientras que por otro va limitar la velocidad misma del desarrollo digital. “A medida que internet sea regulada, dejaremos de ver el tipo de innovación que veíamos antes”, dijo al conocer el dictamen de la Unión Europea. Pero la información también es un negocio. En Asia, por ejemplo, Google es el tercer buscador más usado después de Baidu y Soso y hasta 2010 obedeció los mandatos de censura del gobierno chino. Aunque en la actualidad esos márgenes de libertad siguen bajo negociación, el desenvolvimiento de Google en China es más parecido a un capítulo en la historia del capital transnacional y la guerra tecnológica entre Estados Unidos y China que a una discusión sobre derechos civiles y libertad de expresión.
II
La pregunta sobre quiénes construyen sentido en internet puede sonar banal: todos están en condiciones de hacerlo, y por eso ese sentido tiende en gran escala a lo heterogéneo. Pero la información —como dejó claro Barack Obama— siempre es poder. De ahí que exista un sentido dominante cada vez menos sutil a su alrededor. Al fin y al cabo, ¿cuál es la principal actividad social propuesta por Facebook a sus 1.200 millones de usuarios? Apretar el botón «Me gusta».
Mientras el “derecho al olvido” se debate en todo el mundo, la información incómoda en la web sigue siendo el trabajo de empresas “borradoras de datos” —Philip K. Dick no las bautizaría mejor— como Eliminalia (“nosotros borramos su pasado”) o Voluntad Digital (“decide cuál es tu identidad online”). Su tarea es intermediar entre la plataforma con la información “lesiva” y borrarla, bloquearla o suprimirla a través de solicitudes o acciones judiciales. Entre los clientes más importantes de estos servicios hay políticos, personas que pasaron (con o sin motivo) por el sistema judicial y acusados de pedofilia, pero también proveedores de servicios cotidianos castigados por consumidores insatisfechos y hombres y mujeres con exparejas que suben fotos o comentarios “inapropiados”.
En Argentina, las empresas dedicadas gestionar información personal incuban en lo que los gerentes de Recursos Humanos llaman “filtros sociales”. En la práctica, guías de buenos modales sin capacidad operativa sobre las bases de datos.
En Argentina, las empresas dedicadas gestionar información personal incuban en lo que los gerentes de Recursos Humanos llaman “filtros sociales”. En la práctica, guías de buenos modales sin capacidad operativa sobre las bases de datos. Entre la retórica del gurú y el velo de la llana coerción empresarial, esas sugerencias indican dónde conviene estar etiquetado o no y en qué redes sociales participar —y cómo: en esencia, sin manifestar inconformidad o conflicto ante nada— a los fines de lograr el remilgado perfil de “credibilidad, confianza y respeto” del empleado modelo. (Cuando ese branding aséptico se aplica al arte a través de Goodreads, un espacio en el que la librería Amazon permite a los lectores silvestres recomendar y evaluar qué les gusta y qué no de lo que acaban de leer sin otro criterio que la superficialidad de la primera impresión, conviene recordar lo que el crítico Éric Mazet escribió sobre Céline: “Cuando abro al azar uno de sus libros no es para aprender una lección de anarquismo, nazismo o antisemitismo; les dejo eso a los masoquistas y a los sádicos”).
En el plano judicial, sin embargo, la modelo Belén Rodríguez —cuyas imágenes quedaron asociadas a páginas de prostitución en los buscadores Yahoo! y Google— llevó a la Suprema Corte de Justicia argentina el debate sobre la reputación y la censura en internet, con antecedentes como el de la cantante Virginia Da Cuhna, donde por el mismo motivo se condenó en 2009 a los mismos buscadores por “daño moral” y se ordenó la eliminación de los links denunciados. “En los últimos años se han dado varios casos jurisprudenciales cuyas conclusiones difirieron entre sí ya que los criterios fijados fueron contradictorios. Esto es producto en gran parte de que la responsabilidad de los buscadores de internet actualmente no está regulada en ninguna ley del país”, explica Miguel Sumers Elías, abogado especializado en derecho e internet y miembro del Grupo de Expertos en Seguridad Informática y Legislación Informática de la Oficina Nacional de Tecnologías de Información. En la mayoría de los países, la libertad de los usuarios tiene una frontera legal común: la información vinculada a terrorismo, pornografía infantil, narcotráfico, trata de personas o violencia explícita se puede eliminar de manera automática. “Pero en algunos estados totalitarios se censuran también las manifestaciones y las expresiones políticas contrarias al régimen, llegando en muchos casos a prohibirse el uso de determinados sitios y redes sociales”, recuerda Sumers Elías.
En Estados Unidos, los reputation managers funcionan a otra escala. Trabajan exclusivamente sobre la SEO y su historia se remonta a quienes intercambiaban en eBay descuentos por calificaciones positivas.
En Estados Unidos, los reputation managers funcionan a otra escala. Trabajan exclusivamente sobre la SEO (Search Engine Optimization) y su historia se remonta a quienes intercambiaban en eBay descuentos por calificaciones positivas. El objetivo era que, como en MercadoLibre, los clientes prefirieran a ciertos vendedores sobre otros. La cultura de la “buena imagen” funcionó y ahora, según un estudio de Microsoft, el 70% de las empresas rechazan candidatos laborales de acuerdo a su reputación online, lo cual transforma a los reputation managers en centuriones personales del capital social. Uno de los casos más espectaculares de un pasado digital “usado más tarde” es el de Justine Sacco. El último diciembre, Justine, una ejecutiva de InterActive Corp, se subió a un avión en Nueva York con destino a Sudáfrica. Antes escribió en Twitter: “Me voy a África. Espero no contagiarme de SIDA. Es una broma. ¡Soy blanca!”. Cuando bajó, su nombre se había viralizado con la fuerza de la indignación masiva e InterActive Corp la había echado. Después de un ostracismo forzado, la cuenta de Twitter de Justine Sacco fue expropiada por un grupo que ahora difunde contenidos sobre “justicia racial, social y económica” (aunque no para muchos: esta versión disciplinada por la corrección política tiene 44 seguidores).
Por otro lado, ¿quién no googlea el restaurante que no conoce, el hotel al que va a llegar o los candidatos de una elección antes de comer, alojarse o votar? De hecho, ¿quién no googlea a la persona que acaba de conocer? (O a la que jamás conocerá: según una consultora estadounidense, 30 millones de perfiles de Facebook son de personas muertas). Entre los europeos que solicitaron ejercer su derecho al olvido durante el primer día de la herramienta de denuncia, Google registró un 30% de casos referidos a estafas, 20% a antecedentes penales y 12% a acusaciones de pedofilia. La posibilidad de que la información más accesible sobre esas personas sea solo la deseada por los propios buscados no solo augura ocultamientos y decepciones de todo tipo, disfrazados de respeto a intereses de terceros, sino la paradoja de un mundo donde todo pueda ser cierto excepto los hechos. Bill Murray lo expresó bien cuando hace unas semanas entró a una despedida de solteros y, como Obama ante los estudiantes, dijo que tenía otro consejo. “Cuando crean haber encontrado a la mujer de su vida, viajen con ella a lugares de los que sea difícil llegar y sea difícil salir. Si al volver todavía aman a esa persona, entonces cásense”. Tal vez la experiencia real todavía tenga algo para decir ante las oscuridades digitadas de lo virtual/////PACO