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Dos recientes artículos sobre la guerra entre Rusia y Ucrania denotan algunas cuestiones que nos resuenan particularmente sensibles. 

Hablamos de ‘Goodbye Lenin’ en Ucrania: aceptadlo, izquierdistas, Putin es un nacionalista conservador del filósofo Slavoj Žižek y de Cómo termina la crisis ucraniana de Henry Kissinger, ex secretario de Estado norteamericano y director técnico de golpes de estado, entre ellos el nuestro de 1976.

Mientras Žižek ve al estado ruso como un estado débil, sin explicitar la causa (excepto que creamos, como él cree, que la violencia sea solo una paradójica muestra de debilidad), Kissinger advierte que Rusia adolece de fronteras precarias. La OTAN y EEUU, con la anuencia de las potencias europeas, supieron rodear a Rusia de potenciales enemigos. Y Rusia, un estado fuerte con armamento nuclear y fronteras precarias, combinación explosiva, resolvió comenzar a barrer el terreno minado. 

Žižek liga el supuesto fallido Putin en una conferencia de prensa con la figura de un siniestro violador. Como si una expresión poco feliz valiera tanto o más que la decisión política de no tolerar bases de misiles enemigos a pocos kilómetros de distancia, tal como no lo toleró Kennedy en 1963 con los misiles soviéticos en Cuba. La síntesis de Kissinger es difícilmente rebatible: «Rusia debe aceptar que tratar de forzar a Ucrania a convertirse en un estado satélite, y por lo tanto, mover nuevamente las fronteras de Rusia, condenaría a Moscú a repetir sus históricos procesos recíprocos de presión con Europa y los Estados Unidos. Occidente debe entender que para Rusia, Ucrania nunca será simplemente un país extranjero. (…) Ucrania ha sido parte de Rusia por siglos y sus historias han estado entrelazadas desde antes.» 

Kissinger es tajante: Ucrania no debería unirse a la OTAN. Žižek, en cambio, no quiere abandonar una historia del este europeo a la medida de los sentimientos antiestalinistas. Que son los sentimientos que siempre EEUU y Europa han explotado en su favor. No es casual entonces que, turbado por la oposición centralismo ruso/ex repúblicas soviéticas, que renueva la oposición estalinismo/leninismo, Žižek no mencione una sola vez a la OTAN. «Todos los que venimos de países que tenemos que presenciar la triste comedia de la violación debemos ser conscientes de que solo una verdadera castración previene la violación.» Ese deseo de castración para Rusia significa para Žižek aislarla junto a EEUU. Que el mundo los olvide. La «solución» es más ingenua que los gritos por una Ucrania socialista de algunos manifestantes de izquierda frente a la embajada rusa en Buenos Aires. 

La argumentación de Žižek queda presa de la oposición estalinismo/leninismo, pasando por alto que el fantasma de Stalin, reencarnado mágicamente en Putin, podría ser lo que Freud llamaba un recuerdo encubridor. Porque en verdad la castración ya ocurrió y fue la suma de consecuencias que arrastró la implosión de la URSS. Una de esas consecuencias es una Rusia rodeada por gobiernos pro occidentales, es decir pro OTAN. Antes que aliviar los nacionalismos anti rusos EEUU los alentó, los financió y los armó. En este parte de la obra entra en escena Zilenski. Mediante una entente integrada por personajes como él, detrás de la castración a Rusia estaría sí o sí la OTAN. 

Por esto cualquier manifestación de apoyo interno al gobierno ucraniano en esta situación es lisa y llanamente un apoyo a la OTAN, cuyo apoyo a Gran Bretaña en 1982 fue decisivo para que las Malvinas fueran usurpadas por segunda vez. La OTAN está relacionada directamente con las muertes de 649 soldados argentinos y con el hundimiento del Crucero General Belgrano fuera de la zona de combate. Recordar a los muertos de Malvinas y no las razones de por qué murieron ni quienes fueron sus enemigos es una costumbre argentina cada vez más extendida.

Mucho fue lo que Menem hizo para tachar de la agenda política la existencia de este país, donde nacimos y queremos ser enterrados, como nación soberana. Su decisión de enviar dos buques a la guerra del Golfo en 1990 como furgón de cola de la OTAN para bloquear a Irak produjo como beneficios más visibles dos atentados terroristas, la tolerancia por parte de EEUU a un plan económico que entregó empresas estatales a precios irrisorios (entre ellas SOMISA, el complejo siderúrgico más importante del mundo), que generó aún más miseria que la última dictadura cívico militar y que voló por los aires en diciembre de 2001. Como si no hubiera bastado esa defección de 1990, en 1992 Menem cedió a la presión norteamericana y desmanteló el desarrollo del misil Cóndor (muchas de sus piezas terminaron en las oficinas de la CIA), cuyo alcance estaba entre 750 y 1000 kilómetros. De este modo se entregó la posibilidad más concreta que tuvimos de contar con un arma de excepción para defender nuestro territorio. Además, el fin del Cóndor implicó el cierre definitivo del predio de Falda del Carmen en Córdoba donde se gestaba el proyecto. Precisamente ese era el sitio sugerido por el MI6 a Thatcher para bombardear en el continente durante la guerra de Malvinas. Como parte de la misma agenda de destrucción, Macri emitió el decreto 820/2016, que modifica la ley 26.737, aprobada por el Congreso en 2011, que restringía la compra de tierras por parte de personas físicas o jurídicas de nacionalidad extranjera. La extranjerización de la tierra iniciada en la década de los ’90 del siglo XX se aceleró con Macri de manera notable. El préstamo que tomó del FMI en 2018 es un hito mayor dentro de esa misma agenda.

Mientras tanto la política de Gran Bretaña en Malvinas es ofensiva y silente. En 2021 instaló en las islas el sistema anti aéreo Sky Sabre, que detecta objetos en un rango de 360 grados y hasta una distancia de 120 kilómetros. Sus misiles pueden impactar objetivos a unos 15 kilómetros, entre ellos a una pelota de tenis que viaje a la velocidad del sonido (el submarino Conqueror torpedeó al Crucero General Belgrano desde una distancia de casi 5 kilómetros). El sistema se complementa con un equipo de inteligencia que conecta el radar con los misiles y permite compartir información con los barcos de la Armada Real y la Fuerza Aérea Real, así como con otras operaciones de la OTAN.

Toda esta masa indigesta de entreguismo, cobardía y humillaciones debería zumbar en nuestros estómagos cuando de las bocas de los embanderados en las calles o en las redes, de los analistas internacionales, de los periodistas atragantados por una fonética desconocida, salen palabras como Occidente, OTAN, Ucrania. 

A esas palabras, en esta noche oscura del mundo, debemos oponerle Malvinas, Puerto Argentino, Lago Escondido////PACO

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